Agua / Carrusel / Entre voces / No. 244

Instantánea de una ciudad

 

Libro IV
Darío González Rodríguez
Niño Down Editorial
México, 2023, 34 pp.


Hay que decirlo, mucho de lo más interesante que ahora mismo ocurre en la poesía mexicana va más allá de los circuitos comerciales y de las grandes casas editoriales. En paralelo, distintos sellos independientes han conformado un catálogo de propuestas y obras sobre las que convendría estar atentos, pues son ellos quienes aportan y propician la diversificación del panorama actual de escritura en el país. Es por ello que encontrar —en toda la extensión de la palabra— una obra como Libro IV de Darío González Rodríguez, editado por Niño Down Editorial, tiene el doble valor de suceso afortunado. Primero, porque hoy más que nunca contamos con un amplísimo número de novedades literarias, y segundo, porque, tal vez por su misma independencia, nos encontramos ante una poesía distante de las modas y de los nichos comerciales. Es así que, ajeno a estos intereses, González Rodríguez encuentra su personal modo de comprender el monstruo que es la Ciudad de México y la experiencia de sobrevivirla día a día a partir de dos antecedentes definitorios de la literatura mexicana: el movimiento de vanguardia estridentisa y la poesía novohispana de raigambre barroca. Si bien esta afirmación puede causar cierto desconcierto, pronto el lector advierte cómo el autor sabe apropiarse y resignificar inteligentemente los recursos y los elementos que caracterizan a ambas tradiciones.

Ahora más que nunca resulta significativo que la poesía mexicana trabaje sobre sus propios referentes, que tenga presente su historia, sus contextos y su procedencia, pues, como es bien sabido, las heterogéneas realidades latinoamericanas hacen indispensable construir una literatura cercana a sus problemas, a sus dinámicas y a sus identidades. Fue, precisamente, el estridentismo mexicano uno de los movimientos pioneros en la resignificaciónde la vanguardia desde la órbita concreta de una urbe ajena a los imaginarios occidentales. Y es ésta la misma impresión que nos deja la propuesta de Darío González Rodríguez, pues, ante el caos y las contradicciones de la ciudad latinoamericana, sus calles, sus basureros, sus autobuses y sus trenes, el poeta no pretende la idealización de su entorno, sino que retrata el enorme carnaval que rebosa en sus esquinas, en su furia, en el ensordecedor ruido de sus automóviles y sus máquinas rotas o descompuestas que lanzan iridiscentes rayos. 

Pronto, el lector halla a la Ciudad de México en los versos de González Rodríguez, en su algarabía, en su escándalo, en sus calles cruzadas por las pretensiones de progreso tecnológico y la memoria histórica de su pasado. No es la urbe en abstracto, como impresión despersonalizada o como un tema más de la tradición escrita, sino la ciudad en su presente, en el instante dinámico del ahora estridente en que la vive el yo. A pesar de su gesto vanguardista, el poeta no descuida el uso del lenguaje ni se deja llevar por el orden de la inconsciencia, pues hay un acercamiento distinto a la sintaxis, al uso del verso y a la metáfora, uno que, a mi juicio, le viene más de la atenta y evidente lectura de poetas como sor Juana Inés de la Cruz, y que se caracteriza por la predilección por el poema extenso, el hipérbaton, la sensorialidad exacerbada y la contemplación total del mundo que le rodea.

Qué más barroco que las ansias de abarcarlo todo, de experimentarlo todo, de contemplar la experiencia en su totalidad y así llenar una suerte de vacío interior. Naturalmente, esta necesidad de completud no surge en la poesía de González Rodríguez de una crisis con cientos de años de antigüedad, sino de la vivencia directa y primigenia de una urbe contradictoria y violenta, hostil para quien la habita. En este mismo sentido, los versos de este Libro IV no se enuncian desde la pretensión impostada de solemnidad, sino, más bien, desde la personal visión de quien camina por estas calles, aborda estos camiones y se salva de ser arrollado por sus autos.

Sin duda alguna, otro de los elementos que delata el diálogo que sostiene el poeta con su tradición es el uso de la personalización de los objetos, la elección de las imágenes, los símiles y las metáforas, que, si bien parten de los elementos propios de la ciudad, siempre conservan una conexión con la naturaleza que la habita y la sobrevive. Lejos de los lugares comunes, el autor nos muestra un panorama inusitado de relaciones que llaman a la sorpresa, en consecuencia el lenguaje, por sí mismo, se torna ajeno a la mera comunicación y se vuelve materia expresiva. Así pues, tras la lectura de estas composiciones, el lector tiene la impresión de estar ante un renovado barroco latinoamericano o ante una actualización afortunada de los movimientos de vanguardia.

Conviene añadir que frente a la desbordante realidad que nos presenta Libro IV, éste no asume un tono trágico, sino más bien opta por el humor, por el enojo, sí, pero también por la risa y la ironía. Esta particular visión por momentos recuerda a poetas mexicanos como aquel joven Salvador Novo de los XX poemas, y constituye un elemento que dota a la obra de una accesibilidad agradable para quien no está del todo acostumbrado a este uso del verso y de la sintaxis. Reírnos de nosotros mismos y celebrar en este enorme carnaval en el que nos ha tocado vivir, aunque sin dejar de lado la mirada crítica de nuestras realidades. Hay cierto sentimiento de identificación con las experiencias que aborda González Rodríguez, nos reconocemos en las calles de la Ciudad de México, en sus dolores y en sus fiestas, y eso es un gesto que como lector solemos agradecer a quienes escriben, porque a veces nos permite comprender mejor una obra.

Resta enfatizar, nuevamente, la labor de las casas editoras independientes que como Niño Down han sabido descubrir y dar a conocer voces nuevas como ésta, así como propuestas que difícilmente son atraídas por el mercado del libro. Esto también es un llamado a que el público lector se abra a dichas propuestas y se mantenga atento de estos autores, ya sea en librerías, redes sociales y presentaciones, pues no hay que olvidar la cantidad de poemarios y libros de la literatura mexicana que vieron la luz primero en una modesta edición de autor o bajo algún sello editorial en vías de consolidación.