un monstruo ideológico cuyos pies aplastan a los hombres reales Slavoj Žižek y cuatro bestias enormes, diferentes unas de otras, subían del mar Daniel 7:3
El primero se llama Das K, una bestia voraz, una bestia ubicua. Está en todos lados. Bajo nuestra cama. Custodia nuestros sueños. En el agotado consumo de nuestras horas: ahí está. En el hambre. En las minas, donde se le conoce como Coltán o Estaño. En los teléfonos celulares. En las cajas registradoras de los “asociados”. En las neocadenas de montaje. En los obreros. En los suicidas (sólo pueden verlo quienes, desesperados, se lanzan de las inmaculadas fábricas. “Das K —dicen en su caída—. Das K —dicen—, al fin puedo ver tus ojos oscuros, al fin puedo sentir el lacerante beso de tu carne contra la mía”). En el olor de lo nuevo está. Nos hace desear aquello que no necesitamos. En el pálido reflejo que enfrentamos todos los días: ahí está; en las superficies pulidas, en las plateadas superficies pulidas, ahí está; en cada espejo está. Es increíblemente flexible. Es laborioso y tenaz y mentiroso. Te hace esclavo de ti mismo, tu propio explotador, el explotador de tu alma, el monstruo de ti. No se puede escapar de su furia. No se puede huir de su forma sin forma, del peso terrible de su nombre. El segundo se llama The Press. Fue descrito en los albores del siglo xx por Karl Kraus, cazador de monstruos. Amo de la calumnia, sus malos nombres son el Banal y el Efímero. También: el Complaciente. Antiguo mensajero de la monstruosa manada, se volvió él mismo el mensaje. Se volvió el falaz acontecimiento. Bifronte aberración, una de sus caras es idiota, mas la otra es maledicente y astuta, y ambas viven de nombrarse, pues de otra forma dejarían de existir. “Yo soy The Press. Yo soy The Press —repite con sus amarillas lenguas de loro—, y existo. Yo soy The Press, y existo.” A aquél le sigue la bestia de Silencio, que no habla nunca de sí ni de sus hermanos. Hipnotiza a los cazadores, los obliga a mirar para otro lado, distrae su atención, compra sus almas, soborna sus propósitos, les concede fastuosas mansiones repletas de vacío, y cuando se le resisten los persigue, los acosa, los calumnia, los encierra (es una bestia cobarde). Los desaparece, los sepulta, los tortura. Los aniquila. Los anula con sus letales rayos. Y de las aguas surge finalmente la aberración de Futuro, que engaña a sus enemigos con la ilusión de lo falso, de lo por venir, y les impide ver los horrores del aquí, los desastres del ahora. El cazador inglés Terry Eagleton: “El objetivo no es soñar con un futuro ideal, sino resolver las contradicciones del presente que impiden que ese futuro se haga realidad. Solucionado ese escollo, ya no será necesaria la gente como nosotros.” Éstos son los cuatro monstruos del presente. Éstas son las cuatro bestias del ahora.
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