Tiempos de Desencanto / No. 216
Dos episodios sobre la tristeza
Melancolía
La melancolía viene como un viento cargado de arena, materia ínfima con que se labran los recuerdos, las caricias inocuas y las despedidas. En su mudez, se instala desapercibida, y cuando se ha arrellanado lo suficiente es muy tarde para despojarla de su asiento. Se planta como semilla de pasto, de esa que es invisible, o como aquella hierba que se multiplica inadvertida. ¿Viene la melancolía o yo voy a ella? Es igual. El equívoco brota de la predicación. Escribir es una forma de estragarla o de vivificarla. Es impredecible su cauce, por lo que las probabilidades están repartidas equitativamente.
Instrucciones para sublimar la tristeza
Tome su tristeza cuidadosamente. Con un contrapunto bachiano separe las capas más pesadas de las ingrávidas. El método de centrifugación puede servir para analizar las diferentes sedimentaciones, pero suele causar mareo y vértigo existencial; sólo se recomienda a los espíritus avezados a la melancolía. Ya que ha desprendido lo superficial de su argamasa, busque en ella las vetas de solitud. Retire con un soplo los abismos y suture con versos endecasílabos. Procure evitar las rimas aconsonantadas, pueden promover la procreación de memorias marchitas. Lo anterior es importante, pues el pasado en demasía propicia la acrimonia en el momento en que la tristeza reincida en el organismo. Déjela reposar unos días hasta que adquiera una consistencia granulosa y vierta el resultado en un tubo de ensayo poético (es posible que necesite varios para toda la materia tratada). Engarce el tubo a un precario soporte de esperanza universal. Verá cómo poco a poco su melancolía pasa del estado sólido al gaseoso.