Carrusel / No. 219


Los juguetes del barrio


Por más de 50 años, Roberto Shimizu ha reunido una enorme colección de muñecas, carritos, historietas y otras chucherías que presenta al público en el Museo del Juguete Antiguo de México (MUJAM). “Para mí, es como un patrimonio y recordatorio de un momento de la cultura mexicana en que se produjeron juguetes localmente”, explica el director y fundador mientras cuenta que todo comenzó con sus libretas de primaria y con los juguetes que sus padres vendían en la dulcería Avenida. Su familia y él concibieron este museo como un tributo a la cultura mexicana en un barrio como la colonia Doctores de la Ciudad de México. Su hijo, Roberto Shimizu Kinoshita, nos habla acerca de su experiencia como director creativo del MUJAM.




¿Cómo fue crecer en el hogar de un coleccionista de juguetes?

—Fue una infancia bastante curiosa: pasamos muchos fines de semana y vacaciones en busca de nuevas piezas y tesoros en La Lagunilla, el bazar del Ángel, el mercado de la Portales y diversos bazares de cosas viejas. Luego entendimos que las travesías eran para aumentar la colección del museo, que ya tiene cerca de seis millones de piezas. Eso sí: siempre se tuvo que hacer una clara distinción entre nuestros juguetes y los de mi papá, para evitar confusiones. Hemos conocido investigadores que nos han hecho ver la valía de estas piezas y su papel en el siglo XX mexicano.


¿Crees que la tecnología influya en el abandono del juguete tradicional?

—La cultura del juguete se ha ido perdiendo con el uso de los dispositivos digitales. Esto tiene mucho que ver con los padres de familia que prefieren distraer a sus hijos con un aparato en lugar de platicar y jugar con ellos.

Los juguetes que coleccionamos fueron hechos en México, dicen algo de nuestro país y fomentan la imaginación de los niños. En el museo decidimos quedarnos sólo con los juguetes de una parte de la historia de México e invitar a nuevos coleccionistas mexicanos para crear exposiciones como las que hemos tenido de Lego o Hello Kitty.


¿Cómo percibes el papel de los padres en relación con los juguetes de sus hijos?

—Nunca hay que dejar de jugar. El juguete, un objeto maravilloso, no importa sin el juego, y muchas veces los que enseñan a jugar son los padres. Si a un niño le das un trompo pero no le enseñas a lanzarlo, hacerlo bailar y hacer trucos con él, le va a aburrir y lo va a dejar botado. Hay padres que se deshacen de los juguetes cuando sus hijos ya no los usan; ellos son nuestros grandes aliados porque nos permiten conseguir muchas piezas. También tenemos muchos contactos que nos donan juguetes. Esperamos que alguna vez un visitante se reencuentre con un juguete que le tiraron.


¿Qué genera esta colección en los visitantes del museo?

—Tan sólo en este edificio hay más de 60 000 juguetes que fueron el tesoro máximo de miles de niños. Esto genera una atmósfera muy especial. Cuando reconoces un juguete, te trae recuerdos: experiencias, sabores, sonidos y olores. Hemos visto cómo la gente que viene al museo se traslada a los escenarios de su infancia.


¿Pensaron en algún público específico al abrir esta colección?

—A este museo puede venir desde un niño de dos años hasta una abuelita de 90, todos se la pasan de maravilla. Así como de pequeños cada quien se divertía a su manera, en el MUJAM cada quien ve lo suyo.

Somos un museo abierto a todos los sectores de la sociedad, a gente de diversas edades, religiones, preferencias sexuales. Artistas que expresan abiertamente su identidad sexual, como Arty & Chikle, han colaborado con nosotros haciendo murales. El museo puede adaptarse para hacer recorridos de acuerdo con los requerimientos particulares del público: hemos hecho recorridos táctiles para personas con debilidad visual; fue a partir de la necesidad de estos visitantes de entrar con perros guía que comenzamos a ser un espacio pet friendly. En otras ocasiones hemos recibido a agrupaciones que trabajan con personas con padecimientos como el Alzheimer o que han sido víctimas de violencia. Es conmovedor darnos cuenta de que venir y rodearse de juguetes puede ayudarles a reconectarse con sentimientos y recuerdos bonitos.

Otras comunidades con las que nos mantenemos en contacto son las universidades, hemos colaborado con la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM, la Facultad de Arquitectura del Tec de Monterrey y la de la Universidad Iberoamericana. Nos motiva mucho la amplia gama de personas que nos visitan.




¿Cómo surge la idea de pintar el interior del museo y hacer de los murales algo característico del espacio?

—Cuando regresé de estudiar en Japón empecé a ayudar a mi papá, que acababa de abrir la primera sala del museo. Vi que había mucho espacio sin aprovechar, así que empezamos con el Salón de la Lucha Libre Mexicana. Después decoramos el resto de las salas. Ahora cada exposición temporal tiene sus propios murales temáticos, los vemos como tatuajes que el museo va adquiriendo con cada muestra que armamos. Los muros cuentan la historia del museo.


¿Cómo derivó esto en el proyecto Street Art MUJAM?

—Antes teníamos el Foro Cultural MUJAM, unas bodegas que adaptamos para hacer actividades. Empezamos invitando a bandas para que dieran conciertos y a colectivos para que pintaran, ofrecieran talleres o presentaran obras de teatro. El Foro se volvió un semillero de artistas emergentes; a través de él pudimos trabajar con Saner, David Ellis, Jeremy Fish y otros grandes exponentes del street art. Ese espacio tuvo que cerrar, pero nosotros seguimos recibiendo portafolios. Todavía hoy, cada semana llegan cerca de 20 propuestas, tanto de gente experimentada como de chavos que quieren pintar en el museo o en otros espacios que conseguimos. Hemos recibido artistas de México y de todo el mundo, siempre hay alguien pintando y el público se puede encontrar a los artistas durante los recorridos en el museo.



¿Por qué decidieron crear una nueva rama del museo para los proyectos de arte urbano emergente?

—Creemos que ahora, más que nunca, en México hay muchos jóvenes muralistas y artistas urbanos increíbles y talentosos; en los últimos años se volvió a abrir un gran camino para ellos. Nos parece importante que esta tradición se siga desarrollando en la cuna del muralismo, un movimiento artístico mexicano que trascendió a nivel global, en parte gracias a su intención de acercar el arte a la gente a través del espacio público.


¿Cómo han llevado esta iniciativa a las calles?

—Todo lo que hemos hecho nos ha servido para echar a andar el proyecto Distrito de Arte Doctores en la Doctores, la Obrera, la Algarín, la Buenos Aires, la Condesa y la Roma, y recientemente en la Tabacalera, donde hemos pintado más de 300 murales. A partir de Distrito decidimos hacer un encuentro anual llamado Barrio Vivo para traer a los artistas que han trabajado con nosotros y a nuevos talentos para pintar en las calles. Este año pintamos 100 murales en diez días, invitamos a 90 artistas de todo el mundo; conseguirles material y pared a todos fue un gran reto. Tenemos una convocatoria abierta, así que cualquier interesado puede mandar su portafolio a nuestro correo electrónico.



¿Cómo ha sido la respuesta de los vecinos de las colonias donde han pintado?

—Al principio fue difícil convencerlos; ahora tenemos el respeto del barrio, pero tomó años de trabajo. Las primeras veces que fuimos con la gente a pedir paredes hubo quienes nos corrieron, los primeros permisos fueron difíciles de obtener. Con el tiempo, entendimos cómo acercarnos a la gente y que hay menos rechazo si hablamos de “murales” en lugar de “grafitis”. Ha sido una experiencia gratificante ganarnos la confianza del barrio gracias a la calidad de lo que hemos pintado. La gente va a la primaria República de Suiza, a la barbacoa, al billar o al mercado Hidalgo, empieza a ver los murales y a darse cuenta de que el Museo del Juguete desbordó sus muros hacia el resto de la zona.


¿Cómo pasaron de ser una colección privada a un museo que interactúa con su comunidad y otros sectores de la población?

—Lo bonito de esta dinámica en el museo es que las cosas de mi papá y su generación se complementan, a través de todo lo que ha coleccionado, con las expresiones de nuestra generación. Eso es lo que nos distingue de otros museos. Al final, tanto la colección como los proyectos de arte urbano buscan exaltar la cultura urbana y popular mexicana. Los juguetes nos transportan a la infancia sin importar la edad, el género, la clase social, la religión o el origen; todos se vuelven niños al reencontrarse con un juguete o con un personaje antiguo. Al museo han venido tanto galeristas, artistas y académicos como chavitos de las primarias cercanas. No es un museo frío ni solemne como aquellos donde el guardia siempre regaña a los visitantes, nosotros preferimos que sientan como si fueran a la casa de la abuelita. Además somos un museo que se siente orgulloso del barrio que lo acoge. ¿Quieres venir al Museo del Juguete? Te tienes que meter a la Doctores.