Dígame un color. El verde. Otro. El verde.
Una parte de la casa. El aire.
Una pregunta. La pregunta. Un escritor.
El misterio. ¿Qué asocia con un pájaro?
El misterio. ¿Y con un pájaro?
La infancia. ¿Y con el césped?
La infancia. Dígame un color.
No lo sé. Un país. Casi todos.
Una enfermedad. Todas salvo la mía.
A qué ha venido aquí. Las... ya sabe,
las... qué le voy a decir, ya sabe,
lo de siempre.
Un instrumento de cuerda. El pentagrama.
Una parte del cuerpo. Los pulmones.
Una parte de la casa. El deterioro.
¿Un motivo para vivir? Alguno, el deseo.
¿Una enfermedad? La enfermedad.
¿Una cita célebre? “Claro que sí”.
¿Un motivo? Para morir. ¿Un motivo
para morir? Ninguno,
tal vez. El deseo.
2
Disculpe me permite. Circule por allí. Vigila al niño. Aún no es temporada de cerezas. Te crees que todos somos como tú. No me apetece nada pero tampoco quiero quedarme aquí. No es posible no estaba preparado todavía. Me escuece un poco pero se me olvida. Tendría que venir tu amigo ese o aquella chica cómo se llamaba. Me gustaría probar no te lo recomiendo. Llamar a esto intimidad es muy exagerado. Cierra la puerta baja la música piensa en otra cosa. No existe todavía ningún remedio para la parálisis. Eres muy inocente si no fueras tan joven es demasiado tarde. Las cosas son así. No sé hablar de otro tema. El alma es inmortal. Toma una de éstas cada seis horas. Yo en tu lugar no le diría nada. Doradas ninfas de cabello graso. Su lento jugo el lúpulo destila. Aleluya. Ni de coña. John Keats murió a la edad de veinticinco años. Giacomo Leopardi moría entonces en Nápoles sin haber encontrado verdadera plenitud. Éste es un buen momento para comprar dólares. Confórmate con eso porque el mundo es muy grande. Ninguna novedad quizá mañana salga el sol. Prometo serte fiel. No tengas miedo.
6 “Tan sólo movimiento”
Amanece el movimiento. Él no ha dormido,
nosotros, sin embargo, son las once,
pupilas amoldándose a la luz,
pupilas donde caben los miembros de otro cuerpo. Tú
despiertas cuando digo: “¿Estás despierta?”,
pierdes una pestaña, en el interior del sol
va el día verdadero.
Tu pereza instalada en el ritmo de la vida,
la vida día a día hecha de sílabas (ten – go – sed)
y objetos en el suelo manchados de persona.
Pero hay que estar aquí, y aquí es moverse,
la vida que llevamos es eso, dijo alguno. El movimiento
agitado en su propia duración,
como si fuera más de tiempo que de espacio.
La acuarela de lo que te imaginas.
Los estados de ánimo
como una suma de velocidades
y este hablarse con siglas, V. E. A.
L. A. F. A. R. M. A.
C. I. A… Te leo
con la uña
las líneas de la mano,
vida sin fin o pentagrama de un aplauso
y el futuro nos abre un ventanal,
la transparencia de ser alguien. Tú,
desnuda,
como las novedades,
di S. E. D., di Y. A.,
di S. O. L., ¿lo ves? ¿A que parecen iniciales?
David Leo García. Licenciado en Filología Hispánica. Actualmente estudia
la especialidad de E/LE. A los 17 años obtuvo el Premio Hiperión por
Urbi et orbi (Hiperión, 2006), convirtiéndose en el premiado más joven
de su historia. También es autor de Dime qué (DVD, 2011, Premio Cáceres
Patrimonio de la Humanidad). Ha publicado en algunas revistas y
antologías, siendo las más recientes La inteligencia y el hacha (Visor,
2010), de Luis Antonio de Villena, y Tenían veinte años y estaban locos
(La Bella Varsovia, 2011), de Luna Miguel. Sus libros han sido
parcialmente traducidos al inglés, francés, italiano y portugués.
Durante 2007-2008 disfrutó de una beca en la Fundación Antonio Gala de
Córdoba. Ha participado en Cosmopoética (2009) y en la Semana Poética
del Dickinson College de Pensilvania (2011), entre otros eventos
literarios.