El tábano
A Francisco Trejo
El tábano se enorgullece por tener este nombre, que goza de la musicalidad de los esdrújulos y zumba como si diera un discurso socrático. Al ver esa costumbre de acosar a la caballería de los reyes, los poetas se designaron a sí mismos como “tábanos” y escribieron vastas sátiras y líneas epigramáticas contra sus monarcas. Se sabe que es costumbre de los tábanos hembras alimentarse de sangre caliente; no sucede así con los machos, cuya predilección es el néctar y el polen virgen de las flores.
El epigramista o tábano debe ser incisivo como un aguijón y procurar en sus poemas la miel de la poesía. La Enciclopedia Espasa, en su edición de 1907, documenta una antigua y desaparecida especie de tábano, encapsulado por el tiempo en una rica pieza de ámbar. Inevitablemente pienso en los antiguos epigramistas, griegos, romanos, árabes, que son insuperables. Mi equivocación es latente: puede que entre nosotros haya algún tábano cuya propia miel le sirva para compactarlo en otra esfera de ámbar que lo haga pervivir para el futuro.
La libélula
A Luis Flores Romero
De cuerpo alargado y alas finas como platillos resplandecientes, las libélulas curvan sus pupilas en las márgenes acuáticas. Son las predilectas de entomólogos y poetas, quizá porque alguna vez unieron a la retórica con la entomología y la botánica. El nombre libélula fue acuñado primero en inglés y después en sueco en 1737. El caso que más nos interesa está registrado por la History Rhetoric de Sir William Jones: “para minar la pérdida del juicio de nuestros estudiantes, a causa de los angustiosos conceptos que tenían que memorizar, y hartos del modo antiguo de hacerlo, optamos por migrar hacia los insectos. Es así que nos mudamos de la arquitectura, que es un hecho humano, a los élitros y antenas. Se decidió que por la repetición de sus fonemas, la libélula ilustraría a la aliteración”.
Aquellos estudiantes evocaban a las libélulas, a los tábanos, a las mariposas y demás insectos en sus pruebas de retórica y poética. Sin embargo, luego de descubrir que el olor es mejor fijador de recuerdos, se decidió mudar hacia las flores. En capítulos siguientes del mismo libro se lee: “[…] la rosa es la metáfora; el jazmín, la hipálage; el lirio, la aliteración, porque sabemos que el olfato es superior como guardián de la memoria”.
Aquí caigo en cuenta de que la escritura de los poemas venideros es una evocación de aquellas lejanas clases. Los poetas recuerdan sus instrumentos de trabajo en las flores, pero sucede que algún vidente va más allá: salta la memoria tenaz del olfato y regresa al original mundo de los insectos.
Mantis religiosa
Encargados de encontrar nuevos mecanismos de tortura, los inventores al servicio de la Inquisición vieron en las mantis todo tipo de soluciones: unas tenazas que funcionan como rápida estocada, unas piernas fuertes y poseedoras del impulso de la catapulta, unas mandíbulas para triturar la carne. En el patíbulo, el verdugo cambió el anticuado látigo por la polea giratoria; el alfanje, por la cuchilla vertical; la común horca, por el aro de hierro dividido y unido por dos goznes: esfera que comprimía los cuerpos en un severo capullo.
Sin embargo, la culpa por la ejecución crecía obscurantista en el alma de los verdugos. Uno de ellos, cuyo nombre me he reservado de pronunciarlo aquí, basándose en el ritual de la mantis de desaparecer al macho durante la cópula, modelaría un nuevo mecanismo que consistiría en una sola máquina, con sus propios resortes y metales, para que la figura del verdugo desapareciera. Esta idea nos dio las siguientes máquinas de tortura: tormento de la rueda, cuya manivela se apretaba más y más hasta descoyuntar los huesos; tormento de Damiens, en cuya carreta el condenado desaparecería al ser incinerado por una hoguera permanente, como las llamas del infierno; tormento de la catapelta, cuya rueda trituraba los huesos y cuyas tenazas desgarraban la carne a pedazos.
Presenciar una máquina ejecutante, como un acto divino que funcionaba por sí misma, le devolvió el sosiego a los verdugos y atormentó por años a la sociedad. El asombro causado por las ejecuciones en las plazas públicas había cumplido su cometido. Las máquinas mantenían esta severa inscripción en alguno de sus perfiles: “Nadie (es decir, ningún verdugo) la está ejecutando: su fuente, su voz, no es el auténtico lugar de la ejecución, sino la expectación.”
Siglos después, en 1968, esta frase sería retocada por Barthes en su artículo “La muerte del autor”.
Mariposas
A Rocío Santiago Flores
Negras como sexos, doradas por crepúsculos, diurnas o nocturnas, las mariposas ejecutan una constante fuga de sí mismas. Cuando sobrevolaron los campos y las extensiones verdecidas, rápidamente los poetas las pincelaron con color y características florales. Así escribió sobre una flor en un huerto Mohammed Abdalla al Dawi:
En él voltean por el aura pura,
cual blancas y encarnadas mariposas,
las hojas de las rosas
que en torno esparce el viento con dulzura.
Aunque se les igualó con las flores, las mariposas se sintieron por encima de ellas y volaron dejando una estela de niños persiguiéndolas, que sólo conservaron la forma de su huida entre sus manos, quizá porque la belleza debe aparentar la distancia y lo inalcanzable.
Fugándose de sí mismas, las mariposas mudaron hacia los paisajes nocturnos. Acostumbradas a los fotones del sol, encontraron una doble desgracia. Atraídas por el taciturno fulgor de las lámparas, volaron hacia ellas, dando infinitos círculos hasta carbonizarse. Un religioso y poeta místico vio en ese gesto suicida el amor divino y escribió: “Amado con amada, amado en el Amado transformada.” Más tarde, Sebastián Covarrubias anotó, en El tesoro, que la mariposa “es un animalito que se cuenta entre los gusanos alados, el más imbécil de todos los que puede haber. Éste tiene inclinación a entrarse por la luz de la candela, porfiando una vez y otra, hasta que finalmente se quema…”.
Estas líneas significaron para las mariposas la mayor de las afrentas posibles y, fabricándose sombra y odio por dentro, cambiaron de coloración. Sus cuerpos se ajustaron a lo oscuro, al inminente luto. Olvidaron aquel origen divino de su nombre que sumaba el nombre “María” más el verbo “posar” y desde hace mucho tiempo las hemos visto fijarse en las esquinas de las habitaciones, anunciándonos con este gesto nuestra fatídica muerte.
Catarinas
A Dalia Pineda
Los pintores del rojo de la coralillo sacudieron sus brochas y tiñeron el caparazón de las catarinas. El mecanismo de despegue y aterrizaje es la envidia de cualquier piloto aviador. Comprobamos que cuando sus pequeñas alas tiemblan, parecen una agitada espiga en el aire. Los lugares predilectos de las catarinas para aterrizar son las flores y las mejillas femeninas. Me creeréis romántico o cursi pero es cierto.
Entre las historias referidas a este coleóptero, los manuales de entomología coinciden en ésta:
El joven Yael Rigueira acomodaba sus colores para pintar un paisaje cuando una catarina se posó sobre su lienzo todavía blanco. Momento de epifanía: ¿sería posible hacer puntos multicromáticos sobre este lienzo? […] Luego de trabajar un tratado junto a Seurat, el puntillismo llegó a convertirse en una escuela pictórica. Como homenaje a la catarina, Rigueira la retrató con miles de puntos en un enorme cuadro (el Louvre guarda una copia, que funcionó de inspiración para que Magritte pintara La pipa).
Se sabe que las catarinas en su mejor momento consumen una gran cantidad de pulgones, ayudando así a controlar las plagas de cosechas y jardines. Al igual que las mariposas, las catarinas o mariquitas gozan de llevar en su nombre el apócope de la virgen María, ya que son animales benéficos para el hombre.
La araña
Y, ciertamente, la más liviana de las casas
(es) la casa de la araña
si supieren.
El Corán XXIX, 40
Las variaciones del mito del Minotauro reinciden en la pesadez de los amplios corredores y las infames galerías. Regularmente se resalta la cornada furiosa contra los mancebos y doncellas tributadas. El elemento sutil y salvador de una hebra se contrasta con el intrincado poder del hombre-toro. La lascivia puede aparecer en un rudimento de piel y madera o en el encierro dentro de una cámara.
Importa agregar a esa serie de tradiciones la versión del Asia Menor, recogida no en orfebrería, sino en tapices coloridos. Anfitrión y terror, inventora e hilandera, se reúnen en un solo símbolo: la araña. La hacedora del laberinto es la araña, que repite patrones circulares con su delgadísimo cordel. En el centro no hay un Minotauro sino una experta tejedora, que en su suspendido afán prepara su afrenta. Como se ve, esta versión conserva el carácter delicado de la hebra y el fatídico destino de caer sobre ese enredo. Se entiende, además, que por el trueque lingüístico entre dos lenguas, entre Ariadna y Aradne, el resultado sea la palabra Aracne. Ovidio habla de esto en sus Metamorfosis, pero huye de la repetición y olvida contarnos el mito completo.
Cochinillas
A Daniel Moctezuma
La cochinilla toma el motivo de la rueda: en la inclinación recorre las calles de asfalto, evita los charcos de agua con la poderosa fuerza concentrada en su vientre. Comparables a las bolitas de plastilina que se fugan de las manos de los niños, las cochinillas buscan los rincones para no ser pisadas por las suelas de los zapatos. Su kilometraje compite con el de las rocas que caen por pendientes y peñascos. Rivaliza con las vueltas de la canica en las manos de un niño que en el afán de derrotar a su compañero en el receso de clases termina por desgajarse.
En estos tiempos poéticos de lugares comunes, en este momento en que las palabras transporte y gusano están más unidas que nunca, regresemos a la cochinilla. Basta revisar algunos poemas escritos en talleres literarios para comprobar que los poemas dedicados al Metro registran la gastadísima línea del gusano naranja. Alcemos otro pedestal, mudémonos a la cochinilla, cuyas escamas se sobreponen una a una para encerrar en una cápsula diminuta a este ejemplar tipográfico, insigne solitario en el abecedario de insectos.
Pulgas
Una noche de pulgas y mosquitos
es larga noche, pues proscribe el sueño:
aquéllas saltan sin saber bailar,
y éstos cantan sin metro.
Ibn Sãra Aš-Šantarīnī
Son continuas enemigas del sueño y compiten de igual a igual contra el insomnio. Frente a los tules del mosquitero, no hay nada que nos proteja de las pulgas. Las pulgas son perceptibles en el aire sólo cuando cambian de lugar y se ocultan en el tejido de las prendas o en el pelaje de los perros. A la flautilla chillona que delata a los mosquitos corresponden las torpes patas de las pulgas que las hacen tropezar de cuando en cuando.
Las pulgas aguantan pocas pulgas: apenas y hemos aseado un poco las habitaciones y ya empiezan patas arriba a hacer rabietas. Algunas veces el año está de pulgas y uno no sabe cómo exterminarlas. Ocupan cualquier sitio, incluso los más insospechados. Por la noche, el insomnio nos echa la pulga en la oreja y allí anda uno recordando cómo se debe respirar, cambiando de lado de la cama, calculando el peso de los párpados en la jornada sin sueño.
El siglo xix y su creciente afición por los espectáculos hizo que alguien ideara un circo de pulgas. Aquí algunos puntos de un manual escrito por el polaco Wilhem Doot:
1. Para quitar esa creciente afición hacia los saltos basta meterlas en cajitas planas.
2. Por la potencia de sus piernas, las pulgas pueden cargar ochenta veces su peso.
3. Hágase de hilos finísimos que pueda atar al cuerpo de las pulgas y sujételas a un pequeño carro que tirará durante el espectáculo.
4. Si las pulgas no obedecen, no dude en castigarlas, las pulgas sólo entienden desde el castigo.
5. Para castigar una pulga basta retirar la dosis de sangre por tres horas.
6. Para que aprendan a saltar sobre el trampolín, es preferible que la lona sea de cuero de perro.
7. Para perfeccionar el truco del aro, construya su habitación en un cuadrado de cuarenta centímetros, que luego dividirá en cuatro cuadrados de diez centímetros cada uno. Deje pequeños aros que comuniquen cada una de sus habitaciones.
Ahora las pulgas funcionan como material didáctico y se las ve saltando en la reglas numéricas, creyendo ingenuamente que los números positivos y negativos son un tipo de sangre.
El alacrán
Con una válvula de microveneno lista para dormir un dedo gordo del pie o provocar un cosquilleo que suba por la ramificación nerviosa de las pantorrillas, el alacrán avanza pausadamente sobre la tierra desértica. Su mitificación romántica nos lo presenta en un negro ejemplar grueso y duro, como la trenza de una mujer árabe. La ardiente e insoportable arena para muchos es para el alacrán su momento de gloria, como un faquir camina sobre las ascuas encendidas.
Los novelistas del siglo xx maniobraron con las formas e incluyeron notas sueltas sobre el oficio de escribir dentro de sus textos. Las Morellianas pretendían crear un nuevo lenguaje, que terminara por destruirse a sí mismo: “La inexplicable tentación del suicidio de la inteligencia por vía de la inteligencia misma. El alacrán clavándose el aguijón, harto de ser un alacrán pero necesitado de alacranidad para acabar con el alacrán.” No se sabe a ciencia cierta hasta dónde esta empresa tuvo eficacia.
Los ajenos a la literatura y más cercanos al pulque y la cerveza arrojan lo restante de sus vasos al suelo, como si desde el vaso sujetaran un látigo de agua, dejando la insigne ganzúa del alacrán tatuada sobre la tierra.
La disidencia de la mosca
y menos Atenea, del botín juez y dueño,
quien se interpone y pronta la saeta desvía,
como cuando la madre hace por ahuyentar
la mosca que del hijo turba el plácido sueño.
Ilíada, VI
Atengámonos a la etimología, la mosca es rebelde por naturaleza. Puebla desde el inmaculado plato de una Venecia, hasta los calurosos veranos de una planicie en Tailandia. Aprendió del viento esa comba que se estampa contra los rostros, de allí su constante chocar contra nuestros semblantes —más te valiera no tener la boca abierta.
Muchos se han nutrido de su oposición y resistencia: antaño los chinos hablaron de ella antes de sus rebeliones; San Agustín meditó con ellas; Lutero resolvió el problema con un decreto en una puerta de Wittenberg; y Augusto Monterroso reflexionó en su habitación con ellas. Más eficiente que un epigrama político es la mosca, basta un ejemplar de ellas sobre la nariz de un funcionario público para disfrazarlo con características fecales. Es impronta de la mosca su resistencia, como cuando se la aplasta: de su diminuto cuerpo surgen larvas que ya tienen movilidad y quieren poblar inmediatamente los basureros. Tanta es su resistencia que vemos en ellas el símbolo de la eternidad: la palingenesia, generación y regeneración. Homero pudo haberla inmortalizado: cual la generación de las moscas, así la de los hombres.
El otro, el transitorio humano, inventó el alígero matamoscas, el caramelo de las cintas pegajosas que las capturan por centenares. Sin embargo, la mosca sigue zumbando, lo que nos asegura que hay mucha zeta para rato.
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