DOCE POETAS (1985-1991)/No. 189


 

Alexa Legorreta



Monterrey, Nuevo León, 1990

 

 


 

Ciudad de los estragos

El amanecer despertó en tus ojos
y el trueno en la ventana atravesó mi garganta
arrancando el límpido rasguño del cielo.

Rasguño de mariposa negra
que lucha a muerte con la tristísima libélula,
mordiéndole las alas de oro
esperanza de su patria.

Me tatué embriones blancos en las piernas
                       y los llamé pájaros
                       —desvaneciéndose—
                  entre los sueños de piedra
que se quedaron atrapados en la última letra
letra de llagas
salpicada de órganos
espanto
deserción de los miembros
del calamar destrozando la tierra.

Tengo puesto el vestido de los muertos,
el que usé cuando bailamos colgados del cerro,
se nos desprendió de los huesos transparentes
y nos llamamos carne agrietada,
sangre secándose en párpados vencidos
hambrientos
callados
entre niebla y serpientes.

Seremos los padres de este entierro,
aunque yo no pueda engendrar el agua
que se entorpece al abrir los poros marchitos,
cuando huya la parvada de murciélagos de nuestras montañas
jorobas dolorosas
venas de témpano
            profundas
            oblicuas
            cristalinas
granadas de cocaína bajo el vientre
que avergonzarán a nuestros hijos por calcinarnos el tiempo.

Ya                  no                 tenemos                sexo
el olor de nuestro cuerpo se refugió en el campo sin nombre,
porque le hicimos compañía a los cráneos encharcados
            de gritos
                           de hambre
                                               de olvido
porque esta ciudad se llenó del diluvio descompuesto del aliento.

                      ¿Y las balas de los pájaros?

¿y la tormenta de los mártires?

                                          ¿y las cabezas sin rostro?

                 ¿y los cuerpos de los puentes?


Aquí,
       en los pies.
       Entre sábanas negras
—metálicas—
bajo la falda de las fosas.


After Heaven

Ábreme el silencio vencido y vete
hay quienes no tenemos un muerto a quién llorar,
ni un beso a quién rogarle.

Ábreme la nostalgia
que sea la llovizna dormida quien te nombre
salpica esquirlas de esta mente descorpórea,
hay quienes somos caracoles bajo el agua
y no sabemos cómo engendrar el pensamiento del exilio.

¿Crees que es fácil mirarse frente al espejo con el cuerpo desnudo?
¿Crees que es fácil ingresar a este espíritu de témpano?
Cualquier vacío es más fácil que este triángulo famélico y nervioso
porque en cualquier momento desenterraremos a nuestros hijos
con sus raíces descompuestas
y los ojos alfombrados de espanto.

Ahógame el grito
—la oscuridad en su pesadumbre—
que se pudra el aliento
las costras de la carne
que los pájaros de metal nos picoteen las flamas lechosas.
Ábreme la mandíbula
—derrama el tiempo—
porque no tenemos un muerto a quién llorarle
porque no tenemos un beso que mendigar a la jauría
¡Encuéntranos!
vencidos de hambre,
amándonos la tierra,
que nos arda la miel herida
que hiervan los cielos más tristes
sobre el montículo de manos encharcadas,
y luego lárgate
¡Lárgate!
pero cósenos el verbalismo reventado de cicatrices.


El último grito de los peces

 

Con todo el poder de mi voz arrancaré un grito enorme,
y los cometas romperán sus colas encendidas cayendo de tristeza.
Yo mordería la noche con los rayos de mis ojos […]
¿En qué noche delirante y terrible me han parido?


Vladimir Maiakovski

 

Agua:
Séllale los párpados cansados a los niños tristes del relámpago
porque sólo así dejarán de imaginarse un mundo de pájaros
entonando el himno de la nostalgia,
porque al cerrar los ojos olvidarán a sus madres
que braman clepsidras del vientre
transitado de triángulos
sumergido de sueños abiertos.

Se han convertido en peces,
bailan a través de vitrales de luz marina
que se estrellan en este rasguño,
han de salpicarse la grandeza
esa, de la que carecen,
y brotan luciérnagas
crisantemos
entre los muslos bañados de cristales.

Inspeccionan el ardor de la carne bajo el océano,
nos han abierto los lunares
sobre los cuatro labios
que se inundan esperando el amanecer.

Trenzan sus raíces,
advierten que su patria es este exilio de redes y corales
crepitando cadáveres
y agua cruda.

Porque los moluscos nocturnos están copulando
se frotan la carne de un solo golpe
destinan flechas
soledades que se convertirán en amor,
y dejarán sus huevos bajo la tierra
transparente
viscosa.

Entre cartografías y madrugadas nacemos enredados con nuestras propias aletas,
cantamos al salir del agua porque no podemos culpar a nadie de un nacimiento impredecible,
retumba la sinfonía del silencio
eco de cicatrices
epidermis escamosa
ausente de la sangre fría
                                   herida de muerte.
Regresar al agua no es sencillo,
]porque se sellarán también los oídos
y quedará este vacío imperdonable en las vértebras
columna de cardumen
nombre ahogado en la garganta
y el grito remojado de espinas.


 

 

 

Alexa Legorreta. Licenciada en Arte Teatral por la Facultad de Artes Escénicas, uanl. Ha colaborado para la revista Confabulario, suplemento cultural de El Universal. Parte de su obra poética ha sido publicada en antologías y revistas impresas y virtuales de Panamá, Colombia y México. Fue productora de Sublimes Teatro (octubre 2011-marzo 2013) y participó en el Proyecto Ye: Avanzada del desencanto, impulsado por Margarito Cuéllar, con el libro Caracoles en la nieve (Conaculta / uanl, 2014). Obtuvo el Premio Bellas Artes Baja California de Dramaturgia 2013, ganó el Primer Concurso de Cuento Exprés en el Café Brasil (Monterrey, 2011) con “Minuto Royale” y fue becaria del Curso de Creación Literaria 2012 Capítulo: Monterrey por la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Metropolitana de Monterrey. Es fundadora del grupo Voces en Verso (2007-2009).