No. 127/TEATRO |
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El patético final del cuervo en su museo barroco
(o Ahora sí, las arpías están de luto) |
Aileen Patricia Martínez Ortega
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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA, IZTAPALAPA |
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A Hugo Argüelles. In memoriam, con respetuosa irreverencia.
OBRA EN DOS ACTOS
Personajes CRONO, genio, dramaturgo y maestro, 70 años ELECTRA, alumna y soñadora, 30 años NARCISO, alumno argentino y efebo de Crono, 20 años OCÍPETE, alumna y actriz, 38 años TIRESIAS, alumno y crítico de arte, 35 años MERCURIO, alumno y secretario particular de Crono, 35 años PUBIO VIRGILIO, alumno y director incipiente, 33 años BARBIE, alumna y niña-bien, 20 años BELEROFONTE, alumno y nerd milusos, 38 añosf ALECTO, Erinia posmoderna reencarnada en hombre, 32 años Voces en offf REPORTERA, 20 años MADRE de Electra, 60 años NOVIO de Electra, 35 años
Lugar
La única zona iluminada del escenario es la esquina de proscenio izquierda. Es la recámara de Electra. Está compuesta por una cama individual que a su lado tiene un buró con teléfono, enfrente de la cama hay una mesa con un televisor; haciendo contraesquina con la cama se encuentra el escritorio de Electra, de perfil al público; encima de este mueble hay una computadora, una impresora y montones de libros, periódicos, cuadernos y hojas sueltas, que también están acomodados en torno al mueble, apilados. Sobre la cama está Electra, aburrida, viendo la televisión. Tiene puesto un vestido negro no muy formal. Le cambia a los canales sin interés y decide dejar un noticiero de espectáculos que está dando el rating de los fracasos musicales de 2003. REPORTERA: (En off, con el tono chapucero de los noticieros de espectáculos.) El teatro mexicano no disfrutará de las navidades este año, pues el maestro Crono murió esta tarde. Sólo a él se le ocurre elegir esta nochebuena para morir, como una muestra del humor negro que tanto lo caracterizaba. El autor de Las arpías están de luto murió tras una larga lucha contra el cáncer de próstata que lo aquejaba. Descanse en paz Crono. El rostro y la actitud de Electra van cambiando de la indolencia al desconsuelo, pero sin llanto, a medida que transcurre la noticia. Electra apaga la televisión. Suena el teléfono. ELECTRA: (Tratando vanamente de ocultar su tristeza.) ¿Cómo llegaste? Bien. Qué bueno. Es que estoy de luto, güey. Se murió Crono. No sé exactamente si es dolor lo que siento. (Se le salen las lágrimas.) Sí, pues sí mi duele. Me duele no haberle dicho en su cara que su pinche chichifo era un pendejo. Pero también me duele que se haya muerto. No sé. Oye, voy a averiguar dónde es su funeral o si le van a hacer algún homenaje. Seguramente. ¿Me acompañas? No, hoy no. (Se enjuga las lágrimas.) Sí me duele, pero quiero cenar rico. Es lo único que vale la pena de esta pinche época. Ok, nos hablamos mañana. Electra cuelga y sigue llorando sin azotarse, en una actitud más bien de reflexión. De pronto se levanta y busca algo en el cajón de su escritorio, no encuentra nada, busca detrás de los montones de libros y papeles, y nada. Se hinca frente a su cama y busca debajo de ella. Encuentra una caja, de ésta saca más cuadernos, libros y papeles. Al fondo de la caja, por fin halla lo que busca: una cabecita jíbara con el rostro de Crono; la cabeza está hecha con papel maché. La toma en sus manos al estilo hamletiano. Se levanta, coloca la cabecilla sobre su cama. Toma un cuaderno del escritorio, se tiende frente al busto de Crono y se queda haciendo notas. Se apaga la luz en ese cuadrante. Una luz oblicua, de atardecer, alumbra la esquina de proscenio derecha. Allí hay una banca de parque. Es Coyoacán. Se escucha barullo de plaza: un cilindrero, vendedores, globeros, etcétera. Alecto y Electra entran por la izquierda a la zona iluminada. Ella viste de negro; él lleva una túnica también negra, con capucha. Ambos se sientan en la banca. ALECTO:¿Cuánto tiempo tenemos antes de regresar al foro? ELECTRA: (Ve su reloj.) Poco más de media hora. Electra se nota inquieta, Alecto le toma la mano. ALECTO: ¿Cómo te sientes ahora? LECTRA: Mejor, aunque de repente se me acelera la cabeza. ALECTO: Por lo de Narciso. ELECTRA: Sí, pero también porque se me ocurren preguntas. ALECTO: ¿Cómo por qué esa loca de la Crona prefirió que la cremaran a que se la comieran las gusanas? ELECTRA: Unas no tan profundas, algunas más bien mundanas como: ¿quién habrá vestido su cadáver? ALECTO: Narciso no creo, es bien puñal. ¿Tenía hermanos Crono? Porque ésa es otra: ¿quién va a heredar el abigarrado museo kitsch del ego que es su casa? ELECTRA: Pues hoy en la madrugada que llamé para saber lo del homenaje me contestó Narciso y yo creo que nadie lo va a sacar de allí. ¡Ay, pobrecito, lo desperté! ALECTO: ¡Ay, sí, qué ojete eres! ELECTRA: Me pregunto también si en su funeral, Crono se habrá levantado con los estertores post mortem que tanta gracia le hacían. ALECTO: ¿Quién le habrá dado su zape para que se acostara de nuevo? Ambos se ríen. ALECTO: Ves qué pronto se le pierde el respeto a quien no lo merece. ELECTRA: Con todo, yo sí le debo a Crono varias cosillas. La luz de ese cuadrante se apaga. Nuevamente se ilumina la habitación de Electra. Allí está ella, viste unos jeans verdes, blusa blanca de mangas amplias y chaleco; sobre su indumentaria, que es la que normalmente usa, lleva un delantal. Está escribiendo algo en la computadora. MADRE: (En off.) Electris, ayúdame a pelar las papas, m’ija. Si no, no va estar la comida y mira que ya llegó tu novio. ELECTRA: ¡Voy! Electra escribe unas cuantas palabras más apresuradamente y sale por izquierda. Al poco rato regresa, se quita el delantal y lo bota sobre la cama. ELECTRA: Novio, me puedes esperar un momento en lo que acabo algo que estoy escribiendo. NOVIO: (Desde afuera, en off.) Bueno, mientras arreglo el contacto del pasillo que me dices que está mal. ELECTRA: Órale, gracias. Electra se sienta y escribe. No pasa ni un minuto cuando el novio, desde afuera siempre, olvidándose de la petición de Electra, comienza a proponer. NOVIO: Oye, novia, estaba pensando que deberíamos juntar ya nuestros ahorros e ir comprando cosas para nuestra casa, sencillas, como una batería de cocina. Así le hicieron mis papás. Electra trata de darle el avión a su novio y sigue escribiendo, aunque ya no tan fluidamente. NOVIO: ¡Me acabo de acordar! Oye, novia, fíjate que mi mamá me dijo que hablaron de la casa de Copilco, ésa que venden y que nos gustó. Le dijeron a mi mamá que si queríamos podíamos ir a verla hoy, porque si no, sería hasta regresando de semana santa. ¿Vamos? ELECTRA: (Dejando de escribir, contrariada.) ¿A qué hora? NOVIO: Pues ése es el caso, antes de las cinco, o sea ya. ELECTRA: Ok, vamos. Electra se levanta, apaga la computadora, agarra su mochila, mete en ésta sus apuntes y sale. Todo esto con un notorio fastidio. TRANSICIÓN DE TIEMPO marcada por el cambio de luz, de tarde a ocaso. Electra llega y enciende el foco de su habitación. Se tira en la cama, luego de botar su mochila. Se talla los ojos, bosteza. Mira la computadora. Suspira. Se levanta, saca sus apuntes de la mochila y reemprende su labor. Suena el teléfono. Electra se levanta a contestar. ELECTRA: Buenas noches, doctor Saldaña. ¡¿Para mañana?! Pero si es domingo y usted me dijo ayer que… Bueno sí, está bien, entiendo que es urgente, sí, sí, los imprevistos. Yo le tengo eso para mañana. Buenas noches. (Cuelga.) ¡Me lleva la chingada! Electra, frustrada, se acerca al escritorio, cierra sus apuntes y los hace a un lado. Busca otros papeles, los encuentra y comienza a trabajar en ellos. Al poco rato una nueva voz en off llama su atención. CRONO: (Resuelto, imperante.) El ser humano es un cilindro lleno de caca, con una que otra posible salida, generalmente llena de caca… En off también se escuchan algunas risas. Una luz cenital hace fade in en el cuadrante de fondo centro, iluminando el altar-escritorio de Crono y a él mismo, que viste un traje oscuro, camisa, chaleco y una bufanda anudada en la garganta. El escritorio está sobre una tarima, acrecentando la imponencia del maestro y su altar. Sobre el escritorio hay algunos libros, papeles y diversos adornos: gallos de pelea, caballos e incluso una estatuilla en forma de falo. También en el primer plano del escritorio se encuentra la cabecita jíbara de papel maché con el rostro de Crono. El pedazo de pared detrás del escritorio está abigarrado de fotos, retratos y caricaturas de Crono. En torno al mueble hay además objetos extravagantes, como dos pavorreales disecados, máscaras de barro, de plumas, prehispánicas, tailandesas, etcétera; cerca también hay un librero lleno a reventar. Enfrente del altar-escritorio se encuentran varias sillas distribuidas en desorden, pero de alguna manera orientadas hacia el maestro. En ellas están sentados los alumnos: Tiresias, el crítico, cabezón con pinta de intelectual; Pubio Virgilio, el empresario yuppie vestido de jeans, saco, camisa y corbata del hombre araña; Ocípete, la actriz que busca ser dramaturga, ataviada con pantalones entallados y una blusa llamativa; Mercurio, el achichincle lambiscón, de indumentaria hippie con todo y barbas y cabellos largos y desaliñados, casi en todo momento estará tomando nota de lo que pasa en clase; Barbie, la niña-bien simplona, vestida a lamoda retro de finales de los noventa, y finalmente, Belerofonte, el nerd despistado, vestido con pantalón y chamarra de mezclilla. Electra se acerca al grupo y se sienta en una silla desocupada. Crono continúa dando su clase. Su tono de voz es grave, en ocasiones llega a la irritación, en todo caso revela una gran elocuencia. A veces enfatiza palabras o frases cortas silabeando, golpeando la mesa con el índice y/o subiendo el tono de voz. Su aura demanda atención siempre. CRONO: Todo está sujeto a dos instintos básicos. El instinto vital o Eros y el instinto de muerte o Tánatos. La vida es frágil y quien no le da sentido a su vida chinga a su madre. Hay que hacer cosas importantes. Tener ilusiones. Pero Tánatos está presente y trata de combatir a través de muchos elementos. Un mecanismo son las frustraciones. Al adulto que tiene forzosamente que trabajar, le pasa que está frustrado, va perdiendo al niño ilusionado, al joven. La frustración es el mal. No hay nada más amenazante que la frustración y nada más amenazante que un frustrado. La luz cenital se apaga. Se ilumina lentamente el cuadrante correspondiente a la banca, es decir, proscenio derecha. Allí siguen platicando Alecto y Electra. ELECTRA: De entrada, todo lo del Eros y el Tánatos me aclaró muchas cosas. Pero además su obstinado vilipendio contra el canibalismo materno, sus críticas al matrimonio y a las relaciones heterosexuales monogámicas, su continua detracción de un sistema de creencias que predispone al ser humano para que fracase… Todo fue como un torbellino en mi cabeza que me cambió el punto de vista. Sus choros me sirvieron para ver y aceptar cosas que no me atrevía a ver ni a pensar. ALECTO: Hasta renunciaste a tu chamba (Burlón.) y terminaste con tu novio. ELECTRA: Hey. ALECTO: Para andar con un cabrón que ni te va a mantener, ni te va dar una casa, ni familia, ni nada. ELECTRA: Dame un beso. Al besarse, la luz de ese cuadrante se apaga. Nuevamente se enciende la luz cenital del altar-escritorio de Crono. La clase está reunida. CRONO: El niño rechazado lo sabe desde la tercera semana. Ya piensa, ya siente. Ese tanatismo tan profundo puede provocar un tumor. Hitopedión, se llama, quiere decir “niño de piedra”. El feto se apodera del calcio de la madre, se suicida, gráficamente parece un tumor. Entonces el médico le dice a la madre: “Tenga a su hijo, lo mete a su rosca de reyes.” La clase se ríe. CRONO: Como saben, no me encuentro muy bien de la garganta y hace poco tuve otro conato de infarto, por lo que el médico me recomendó descanso y no hablar mucho en clase. Así que vamos a revisar mejor sus trabajos. ¿Quién ya tiene ese breve ejercicio dramático en farsa que les pedí? Varios levantan la mano, dicen “yo, yo, yo” avorazándose por ser los primeros. CRONO: A ver ya, parecen una bola de perros oligofrénicos depauperados. Tú, Electra, lee lo tuyo primero y luego si alcanza el tiempo Pubio Virgilio y luego Ocípete. Y si no, hasta la siguiente clase. Mercurio, anota el orden para que no se me olvide. Y luego me traes un Ensure del refri, porque se me está bajando el azúcar. Mercurio obedece. Todos en la clase se quedan a disgusto, excepto, claro está, Electra. Pero esa actitud pasa pronto. Mercurio vuelve con la lata que le pidió Crono, se la da y se sienta. Crono bebe con moderada avidez. ELECTRA: (Dando intención a los diálogos entrecomillados.) Sobre una mesa volteada hay un muñeco de trapo de tamaño natural, desnudo, montado como en un potro de tortura. El muñeco sonríe burlonamente. Arrinconada, en cuclillas, María se abraza las rodillas. Ve al muñeco con odio. Solloza. “¿Qué, no me vas a ayudar? Estás viendo cómo sufro por ti y te quedas ahí como idiota.” María hace como que oye algo. “Ah, ¿quieres que te desate?” TRANSICIÓN DE TIEMPO. Electra continúa moviendo la boca y haciendo ademanes pero ya no la escuchamos. En lugar de su voz entra música y un efecto sonoro de reloj. Al cabo de un momento la música cesa y escuchamos de nuevo la lectura de Electra. ELECTRA: “¡Deja de reírte ya! Está bien. Así lo quisiste. Si no vas a ser mío, no serás de nadie.” María decapita al muñeco. En seguida ella se corta las venas. Se desvanece. Se arrastra por el suelo hasta alcanzar la cabeza. “Mi amor, mi amor, nos vamos a ir juntos al cielo. Dame un beso.” Sostiene la cabeza del muñeco frente a la suya. La acerca. En el último momento se la pone en el sexo. Se retuerce, esta vez de placer, y muere. Telón. Todos en la clase se quedan en su muy particular pasmo. Barbie empieza a aplaudir pero, al no encontrar eco, se detiene. CRONO: Ya estarás contenta. Mira cómo los tienes. (A los demás.) A ver, comentarios. TIRESIAS: ¿A poco eso causa transferencia? Digo, es que ya está muy enfermo. CRONO: Por supuesto que causa transferencia, precisamente por eso se quedaron todos así. PUBIO VIRGILIO: (Muy resuelto, frívolo.) Tal vez lo que Tiresias quiso decir es que ninguna mujer llega a esos extremos. CRONO: Pero acuérdate, Pubio Virgilio, que éste es un ejercicio de farsa y la farsa es llevar hasta las regiones de lo grotesco a los personajes y las situaciones. MERCURIO: De hecho, lo que pasa es que es repulsivo… digo, yo no pagaría por ver algo así, es más, no entraría ni aunque fuera gratis. CRONO: Por supuesto que pagarías, la gente paga para que se la cojan. Les encanta aunque no lo admitan. Todo mundo aprieta el culo cuando suena la tercera llamada, pero terminan aflojando porque les gusta sentirse ensartados aunque no puedan cerrar el ojo en tres días. BELEROFONTE: No sé, a mí no me gustó… CRONO: Dense cuenta ustedes cuatro, que son hombres o eso parecen, que son los únicos que están protestando. Les voy a decir por qué. Porque esta mujer po-de-ro-sí-si-ma es la madre. TIRESIAS, PUBIO VIRGILIO, MERCURIO y BELEROFONTE: ¡No! CRONO: Sí y se callan. Ya tendrán tiempo de pensarlo y darse cuenta cuando estén solos y desprotegidos en sus camas esta noche. Y puesto que fue un excelente ejercicio de farsa, perfectamente instalado en lo grotesco, denle su merecido aplauso a Electra. Todos aplauden. Tiresias, Pubio Virgilio y Mercurio, forzadamente. Belerofonte en actitud de aceptación y Ocípete sinceramente conmovida pero discreta. Barbie es la única que aplaude con entusiasmo, pero hueco. CRONO: (Mira su reloj.) Ya mero es hora de que termine la clase y para cerrar con broche de oro, quiero enseñarles este cuadro y que me den su opinión. Crono saca de algún lugar de su escritorio un cuadro de 1 metro de ancho por 1.20 metros de largo. Es una pintura al óleo de estilo muy infantil, que retrata a una mujer desnuda, tirada al pie de una cama. Abortando. TIRESIAS: Pues es un tema fuerte, pero se pierde porque el autor… ¿qué pedo? No tiene técnica. Los trazos son muy pueriles y no podría relacionarlo ni con el minimalismo ni con el primitivismo, ni siquiera con el arte abstracto… Parece que fue un niño quien lo dibujó. CRONO: Ése es precisamente el acierto. El punto de vista infantil de un suceso mega-cabrón. PUBIO VIRGILIO: Pues sí, está nice su concepto, ¿no? Porque juega con la perspectiva psicológica, pero creo que está un poco mal informado. Si el feto se ve como de semanas, por qué la mujer tiene un vientre de nueve meses o no sé. CRONO: Es que ése es un simbolismo de que la mujer tiene la culpa, por eso le hincha el vientre. BARBIE: (Sorprendida.) Sí, es cierto. Aunque sonríe se le ve la culpa en la panza. MERCURIO: De hecho, en la cultura tijibotwana del norte, hay una leyenda que habla de mujeres con el vientre abultado porque los espíritus de la culpa se le meten al útero después de provocarse el aborto. Sí, es un claro simbolismo. CRONO: El cuadro es de un muchacho argentino que acaba de llegar a nuestro país y que se metió a la Sociedad de Dioses del Olimpo, Mecenas y Anexas o SODOMA, Sucursal México. Es un joven talentosísimo. Es el tipo de muchacho al que hay que apoyar. Como no tiene un quinto, le compré este cuadro para ayudarlo. Pero además estoy seguro de que hice una gran inversión. Y ahora sí, vayan en paz, a reclamarle a sus respectivas madres el haberlos parido. La clase ha terminado. Todos aplauden, algunos ríen, otros comentan. Así van saliendo del salón. La luz de esa zona se apaga. Se ilumina el cuadrante en el que está la banca de Coyoacán, donde Alecto y Electra continúan charlando. ELECTRA: El cuadro idiota era por supuesto de Narciso. Ahí fue que comenzaron los problemas. ALECTO: Pues claro, porque dejaste de ser la mascota favorita de Crono. ELECTRA: Porque Narciso, si bien era un pendejo, tenía algo (Hace una seña apuntando paralelamente los dedos índices, mostrando una medida.) que yo no podía darle a Crono ni con chochos. ALECTO: Si lo que menos quería ese puto eran chochos. ELECTRA: Y al principio Crono tuvo que rogarle a Narciso para que asistiera a su taller. ALECTO: ¡Qué patético! ELECTRA: Porque míster Argentina, según, era narrador y no le interesaba la dramaturgia. ALECTO: ¡Ah! Pero le empezó a interesar cuando tuvo de promotor a una vaca sagrada como la Crona. ELECTRA: Todo se puso peor cuando Narciso se fue a vivir con Crono, porque entonces mi maestrito se enculó con su chichifo y ya no había nada tan perfecto como Narciso. ALECTO: Y a ti, como eres bien eléctrica, te dio en toda la torre. ELECTRA: Bueno, ¿y? Uno tiene que ver con quién llena su carencia paterna. ALECTO: Pues a ver si te vas consiguiendo mejores sustitutos, o por lo menos que no sean “prostiputos”. Aunque lo mejor sería que superaras tu necesidad de figura paterna. ELECTRA: El caso es que desde entonces Crono se dedicó a inflarle más su ya de por sí sobrevaluado ego argentino a Narciso. Nuevamente se oscurece la banca del parque; enseguida se ilumina el salón de clase. Pero no cae la luz cenital en el altar-escritorio, pues no está Crono. No obstante, todos sus alumnos ya están allí, excepto Mercurio. Incluso Narciso ya se halla sentado entre los alumnos. Destaca porque es el único rubio y también por su mamonería. Viste fodongamente pantalones de mezclilla y camisa desfajada. BARBIE: ¿No saben si va a venir el maestro? NARCISO: Seguro que llega, no creo que falte en mi primer día de clase. Mercurio entra agitado a la zona del salón. MERCURIO: Hola a todos, disculpen la tardanza, el maestro ahorita viene. De hecho, está arreglando unos pedos con los del restaurante de al lado, ya ven que tiene bisne con ellos. Ah, y por favor no hagan enojar a Crono ni digan nada que lo altere, porque viene encabronadísimo. Fuimos con unos productores y le cancelaron el montaje de Los lobos ocultos, y… Mercurio se interrumpe, pues Belerofonte le advierte con señas que ya viene Crono. Éste, en efecto, entra por izquierda y se sigue en línea recta para salir por derecha. Está notablemente alterado. CRONO: Narciso, ven conmigo. Narciso obedece sin chistar y sale detrás de Crono. Los que quedan en el salón tienen diversas reacciones: Barbie no sabe qué pasa, Pubio Virgilio le dice algo al oído y ella se asombra. Ocípete y Electra se miran y niegan con la cabeza, Tiresias cuchichea algo con Belerofonte y Mercurio toma nota de todas las reacciones. Luego de un rato, Crono entra de nuevo, más relajado aunque no del todo. Segundos después entra Narciso limpiándose la boca, quitándose un pelo de la misma. Crono se sube a su altar-escritorio. Al notar que la luz cenital está apagada voltea hacia arriba. CRONO: ¡Prendan mi luz, que ni aunque me muera debe estar apagada! La luz cenital se enciende. Crono se sienta. OCÍPETE: ¿Está bien, maestro? CRONO: Sí, sí. Ya parece que me voy a preocupar por unos mercachifles que nada saben de arte. Que se vayan a la chingada a promover la mierda que tanto les gusta comer. OCÍPETE: Cálmese maestro, no vale la pena, le puede hacer daño. CRONO: Ya estoy más tranquilo. Como que me sobran promotores. Bien, ¿en qué nos quedamos? MERCURIO: (Revisando su libreta.) Le tocaba leer a Pubio Virgilio, luego a Ocípete y, de hecho, luego a mí. CRONO: Pues van a tener que esperar. Como ya vieron, Narciso se integra desde hoy a la clase y escribió una pieza negra excepcional, que vale la pena leer cuanto antes. Como son varios los personajes, les voy a pedir que se los repartan, para hacer la lectura más ágil. Narciso entrega a varios alumnos una copia de lo que escribió y se queda él mismo con una. Una vez hecho esto se sienta y comienza a leer. NARCISO: Se llama Lienzo Kaótico… Narciso sigue leyendo, inaudiblemente. El área del salón se oscurece y se enciende el cuadrante de la banca en Coyoacán. ELECTRA: La obra trataba de un güey argentino pintor que llega a México. ¿Te suena conocido? Vive con una chava con la que se la pasa peleando. A la vez, unos dealers tratan de aprovecharse de él, dándole una bicoca por sus dizque obras de arte. Mientras esto sucede, la chava se hace un legrado ella misma para sacarse al crío del argentino. Como ves, Narciso tiene una fijación con los abortos. Ella embarra el feto en la pared. Los dealers siguen elucubrando que se van a hacer millonarios explotando al pobre güey argentino. Él descubre el feto y que su chava lo abandonó. Luego va a arreglar su bisne con los dealers. Al final, manda a la fregada a la chava y le da el feto en un frasquito. ALECTO: Pues ni así contada y explicada no le veo pies ni cabeza. ELECTRA: Yo lo único que veo es que era una autocomplacencia muy puñetera sobre su vida. La luz se apaga en ese cuadrante para regresar al salón de clase. Los alumnos no saben qué decir por un rato. TIRESIAS: ¿Y dices, Crono, que esto es una pieza? CRONO: Y de las más negras que he visto o leído. TIRESIAS: Es que para serte franco, no le veo ni siquiera el conflicto. CRONO: ¡Cómo que no! ¡Si está clarísimo! Y el que no lo sepa ver, se regresa a la primaria a tomar un curso de teatro básico. Todos ríen nerviosos. Tiresias levanta las manos enseñando las palmas en señal de que se da por vencido. PUBIO VIRGILIO: (Con falsa seguridad.) Bueno, es claro que el protagonista lucha contra la sociedad, puesto que es una pieza, ¿no?, pero yo creo que le haría falta ser más contundente en la exposición de cuál es exactamente la bronca que el protagonista tiene y hacer más clara la resolución del… CRONO: No, Pubio Virgilio. No le hace falta aclarar nada. Es un muchacho talentosísimo del cual se aprovechan las arpías que manejan el mundo del arte. Punto. Y vaticino que esta obra será un parteaguas en el teatro y que Narciso será un gran dramaturgo, porque ése es su casting metafísico. PUBIO VIRGILIO: Claro que hay que hacerle ajustes, pues estando en México, todos hablan como argentinos. OCÍPETE: También habría que corregir las faltas de ortografía… CRONO: Eso es pecata minuta. Dense cuenta que es una obra extra-or-di-na-ria. (A Electra, que lo mira con especial recelo.) ¿O tú qué opinas, Electra? ELECTRA: Tú alguna vez dijiste que cuando uno entraba a ver una función de teatro, buscaba que se lo cogieran. Yo siento que esta obra me agarra como toro… digo, por la cogida. CRONO: (Sin hacer caso a la respuesta de Electra, dirigiéndose a Narciso.) Mira, Narciso, tu obra es de lo mejor que se ha leído en este salón. Desde luego, debes hacer esos ajustes que te dicen, lo del habla argentina y la ortografía. Pero te recomiendo que la metas al Premio de Teatro Elena Garro que están por abrir en la SODOMA. (A todos, con disimulada renuencia.) Por supuesto, la invitación es para todos los que tengan algo ya trabajado. Ahora, puesto que el trabajo de Narciso fue excelente, démosle su tan merecido aplauso. Todos aplauden, incluso Crono. En cuanto los aplausos terminan, el maestro se levanta y sale. Narciso se queda recibiendo felicitaciones de Barbie, Mercurio, Pubio Virgilio, Tiresias y Belerofonte. Una vez que terminan las felicitaciones, al no verles tal intención ni a Ocípete ni a Electra, se va tras Crono. ELECTRA: No mames, estuvo espantoso. OCÍPETE: Y eso que tú no leíste. No sólo tenía faltas de ortografía sino de redacción, un montón de incongruencias. Tuve que ir corrigiendo como dios me dio a entender para que más o menos le agarraran la onda. ELECTRA: Lo hubieras leído como estaba. TIRESIAS: Además, insisto, ni siquiera estaba claro el conflicto. Mercurio toma nota de lo que dicen. Al notarlo, el grupo va haciendo mutis. PUBIO VIRGILIO: Vamos aquí al restaurante de al lado. ¿Vienes, Mercurio? MERCURIO: (Contrariado.) De hecho, tengo que hacerle unas cuantas llamadas a Crono. OCÍPETE: ¡Ay, qué lástima! El grupo termina de salir. La luz del salón se apaga. Esta vez se ilumina la habitación de Electra. Ella está frente a la computadora intentado escribir. Imprime algo. Lo lee. Arruga el papel y lo tira. Se vuelve a sentar. Borra en la computadora lo que escribió y vuelve a empezar. Al cabo de un rato se levanta y da vueltas por la habitación. Suena el teléfono. Contesta. ELECTRA: Hola, Ocípete, ¿cómo estás? Pues aquí intentando corregir mi obra para el Premio Elena Garro. ¿Tú no vas a entrarle? ¿Por qué? ¡Ah, ya veo! Siempre sí metió Narciso su obra. No debería importarte. A mí me vale, es un bodrio. Yo no sé cómo le gustó esa porquería a Crono. Sí, verdad, quién puede decir que no mientras le maman la verga. Igual el maestro ya está chocheando. Qué mal pedo. Pinche Crono, debería escoger un chichifo menos pendejo y no tan oportunista. Bueno, hasta Pubio Virgilio, con todo lo mamón que es. Pues sí, es bien buga, ni modo. Bueno, gracias por avisarme. Te dejo porque debo terminar estas correcciones para mañana. Bye. Electra cuelga, se sienta frente a la pantalla y hace como que va a escribir algo, pero se toma la cabeza con ambas manos y recarga los codos sobre el escritorio. Golpea el piso con un pie, mientras cae el
Telón
Segundo acto La luz se enciende en el cuadrante de proscenio derecha, donde está la banca de Coyoacán. Alecto y Electra discuten. ALECTO: Me acuerdo de la presentación de tu obra en el concurso Elena Garro. Esa vez estabas que te llevaba la chingada. ELECTRA: Y tanto piche pancho… para que ese día Crono no se apareciera para ver mi obra. ALECTO: Ni la tuya ni las otras obras finalistas. Mejor tú y yo nos las soplamos todas. ELECTRA: Y eso que todas las obras eran de sus alumnos. ALECTO: ¡Ah, pero eso sí! A la de Narciso no podía faltar. ELECTRA: Pues no, tenía que ir a comprarle el jurado. ALECTO: Menos a Juno. ELECTRA: Hey, ella fue la que nos contó cómo estuvo el chanchuyo. ALECTO: (Burlón.) ¡Uta, lo que sí estuvo cabrón fue lo que le dijiste a Narciso cuando su bodrio ganó! Electra se da un zape en la frente y niega. La luz se apaga en el cuadrante. Se enciende en el resto del escenario que ahora es en su mayoría un vestíbulo de teatro, con las paredes ostentado carteles de funciones pasadas, actuales y por venir; placas de representaciones, retratos de actores, actrices, directores, escenas dramáticas, etcétera. Al fondo se nota una entrada al foro. Tanto Crono como sus alumnos están allí, haciendo bulla. Sobre Crono cae el mismo halo cenital de su altar escritorio. Algunos alumnos felicitan a Narciso, otros platican con Crono o entre sí. El maestro se nota como padrote orgulloso. Alecto y Electra en el rincón de proscenio izquierda conversan conteniendo su consternación. ALECTO: Sabía que el teatro mexicano estaba podrido pero nunca me había tocado vivirlo tan culeramente. Narciso se les acerca. Le cuesta trabajo abrirse paso. ELECTRA: Ahí viene Narciso. ALECTO: (Afectado.) Viene a que lo felicites, güey. ELECTRA: Orita vas a ver lo que le digo a ese pendejo. Alecto se hace a un lado, sin alejarse mucho. NARCISO: (Saludando.) ¿Qué decís? ELECTRA: Pues ni hablar, Narciso, no debí meter mi obra a ese concurso sabiendo que tú ya habías metido la tuya. NARCISO: Es que mi obra estaba muy pesada. Electra va a decir algo pero se contiene. ELECTRA: Este… sí, adiós. Tengo que ir para allá. Electra se va al otro lado del vestíbulo. Alecto la alcanza. Narciso va con otro grupito para que lo feliciten. ALECTO: ¿Qué fue eso, mi Santos? ELECTRA: No sé, no me latió… por Crono. ALECTO: ¡Y qué te importa esa vaca, si tú no le importaste un carajo! ELECTRA: Es que ha estado mal, qué tal si le digo algo a Narciso, se arma un borlote y le afecta a Crono. ALECTO: Pues igual y le estarías haciendo un favor al teatro mexicano si provocas que ese maldito proxeneta se muera. ELECTRA: ¡No manches! La luz se apaga. Se ilumina la banca de Coyoacán en proscenio derecha. ELECTRA: Después de eso ya no busqué tanto el apoyo de Crono. ALECTO: Pero como que te dio una manía por las becas y los concursos. ELECTRA: A güevo quería que otros me reconocieran. ALECTO: ¿Y cuánto tiempo te la pasaste sacando copias y copias de tus obras, llevándolas a mil instituciones, franqueando todo tipo de obstáculos burocráticos y nada? ELECTRA: ¡Uuuuuy! Se apaga la luz de esa zona. Se enciende el resto del escenario. El mismo vestíbulo del foro servirá para la escena siguiente. Esta vez en las entradas hay pedestales con cadenas en torno a la puerta del teatro, como si fuera la entrada de un antro. Pubio Virgilio y Tiresias, con gafas y en actitud de gorilones, custodian el acceso al foro. Mercurio hace las veces de recibidor, con su libro de registro en las manos. También hay un podio en el que Mercurio, cuando lo requiera, puede apoyar el libro. Formados ante la cadena están Belerofonte, Ocípete, Electra y Barbie. Belerofonte y Ocípete entregan a Mercurio, respectivamente, un juego de papeles engargolados. Luego se alejan y conversan en silencio en cualquier otro rincón del escenario. Electra muestra su trabajo. ELECTRA: ¿Aquí entrego los papeles para el Concurso de Dramaturgia San Luis Potosí? MERCURIO: De hecho, debe traer su trabajo por quintuplicado. Su currículo, muestra de sus trabajos representados y las críticas que de éste hayan hecho personas reconocidas del medio. ¿Sabe la clave? ELECTRA: ¿La clave? MERCURIO: (Fingiendo.) ¡Ah, ya veo! Quise decir su solicitud. ELECTRA: (Entregando su engargolado.) Todo está aquí adentro. MERCURIO: (Revisando.) ¿Y quién es esta tal Juanita Chupité que escribió sobre su obra? ELECTRA: Es la comisionada del Instituto de Cultura de Acopinalco del Peñón. MERCURIO: ¡Ah no, pus sí! ELECTRA: Si no vale, deme mi trabajo. MERCURIO: No, no, no. Está bien. A ver qué pasa. ELECTRA: Bien, gracias. MERCURIO: A partir del 30 de enero puede recoger sus papeles, de no quedar nominada. ELECTRA: (Recelosa.) Gracias. Electra está a punto de irse pero decide quedarse para escuchar lo que le dicen al siguiente en la fila. Quien sigue es Barbie, que lleva un diablito con una pila de hojas. BARBIE: Hola. (Saludando de beso.) Estos son mis documentos. MERCURIO: Qué bien, siempre sí terminaste a tiempo. BARBIE: Me faltan algunas cosillas, como mi obra, pero luego te la traigo, ¿no? MERCURIO: Sabías que hoy era el último día. BARBIE: Pues por eso traje todo… MERCURIO: A ver, niña, ¿sabes la clave? BARBIE: No, pero te manda saludos mi tío el de COPULARTE. MERCURIO: Eso es mucho mejor que la clave. Tráeme lo que te falta en una semana a más tardar, ahora sí, ¿eh? BARBIE: (Risitas.) Ok. Mercurio la deja pasar las cadenas. Electra se indigna. Ya adentro, Mercurio le da un trofeo a Barbie y una nalgadita. Electra quiere abalanzarse sobre ellos, pero no puede hacer nada ya que no puede traspasar el límite impuesto por las cadenas. Pubio Virgilio, Tiresias, Mercurio y Barbie se toman de las manos y juegan una ronda. Mientras, Electra sale de escena y entra con un nuevo juego de papeles engargolados. También se hace otra fila en la que Belerofonte y Ocípete están formados. CORO: (Girando, tomados de la mano.) Éste es el juego de rascarse el cuero. (Se dan la espalda y cada quien rasca la espalda del delantero.) Hoy es por mí. (Se dan media vuelta y vuelven a rascar al que queda adelante.) Mañana por ti. (Girando, de nuevo, tomados de la mano.) Así el arcón se queda entre nos. Los integrantes de la ronda intercambian distintivos: Mercurio le da su lista a Tiresias, Tiresias le da sus gafas a Barbie, Barbie le da su carretilla con papeles a Pubio Virgilio, Pubio Virgilio le da sus gafas a Mercurio. Pubio Virgilio se sale de las cadenas y hace fila atrás de Electra, que se ha formado al final. Belerofonte y Ocípete entregan nuevos documentos y salen. Llega otra vez el turno de Electra.
ELECTRA: Traigo mis papeles para la beca.
TIRESIAS: (Recibe el engargolado.) ¿Sabes la clave? ELECTRA: Te manda saludos mi tío Hermes de la SODOMA. TIRESIAS: ¡Ah, pues muchas gracias! Te voy a tomar en cuenta. (Hace una anotación en el trabajo de Electra.) ¡El que sigue! ELECTRA: ¡¿Eso es todo?! TIRESIAS: Pues sí, ven a recoger lo que quede de tu proyecto antes del 30 de abril. ELECTRA: ¿De plano? TIRESIAS: Bueno, hay que ver. ¡El que sigue! Electra se hace a un lado. Se queda espiando. TIRESIAS: (Abriendo los brazos hacia Pubio Virgilio.) ¡Compadre! PUBIO VIRGILIO: (Abrazando a Tiresias.) ¡Hermano! Luego del abrazo se estrechan las manos. PUBIO VIRGILIO: (Entregando el diablito con papeles.) ¿Qué dices, cómo sigue tu chava? TIRESIAS: Bien, la que está mal ahora es mi esposa. Sin más, Tiresias deja pasar a Pubio Virgilio. Electra se acerca furiosa. ELECTRA: Así nomás. Así de fácil. Sin revisar ese alterón. Qué tal si son puros papeles en blanco. Bueno, ni siquiera le preguntaste la clave. TIRESIAS: (A Pubio Virgilio, fastidiado.) La clave. Pubio Virgilio le cuchichea algo a Tiresias al oído. Tiresias entrega el trofeo a Pubio Virgilio. TIRESIAS: (A Electra.) ¿Contenta? Electra da media vuelta y se va. El coro se queda y reinicia la ronda, a mitad de la cual se apagan las luces. La ronda se sigue escuchando. Cuando termina, la luz cenital sobre el altar-escritorio de Crono se enciende de nuevo. Aún no empieza la clase, pues no están todos. Belerofonte, Ocípete y Barbie van llegando apenas. Mercurio, Pubio Virgilio, Tiresias y Narciso se felicitan entre sí. Al llegar Barbie, también la felicitan. CRONO: (Enfadado.) Bueno, son las seis y cuarto, así que empecemos la clase. El murmullo cesa. Todos ponen atención. Electra lo hace con desgano. CRONO: Primero que nada, quiero felicitar al grupo, pues me he enterado de que algunos de ustedes se han ganado varios reconocimientos importantes. Me da mucho gusto. Eso demuestra que sigo forjando nuevos talentos. Y aquellos que todavía nada, ¡yo no sé qué esperan! A Electra le da un ataque de tos. CRONO: Bueno, y a ti qué te pasa. ELECTRA: (Entre toses, sin poder completar su frase.) Es… que… soy alérgic… CRONO: Sólo que seas alérgica al talento y como aquí hay mucho… A Electra se le pasa la tos y se queda viendo con rencor al maestro. Crono y Electra tienen una lucha de miradas. Finalmente, Electra baja la vista y se refunde en su rencor. CRONO: Bueno, ahora sí, continuemos la clase. Hoy quiero hablarles de la vida de un dramaturgo de una pasión in-men-sa. Strindberg. ELECTRA: (A Ocípete, que está a su lado.) No manches, ésta es la tercera vez que nos da esa clase. Ocípete le da un codazo en el costado a Electra. Crono se da cuenta. CRONO: Bueno, mejor les leo algo que escribí de un tirón. Es una nueva farsa breve que pienso agregar al Recital de los degollados… Se me han ocurrido varias más y ésta es la primera. Crono se nota nervioso, le tiembla la mano con que sostiene las hojas. La otra mano sostiene la sien, de vez en cuando golpea la mesa con su índice pero no como un gesto de afirmación, sino en busca de apoyo. Sin embargo, su voz es firme, a veces carraspea, pero nunca vacila y siempre le da una exacerbada intención al monólogo entrecomillado. CRONO: En el centro de un ágora en Colono se encuentra preparada, mas no encendida, una pira de sacrificio. Entra Edipo, ya se ha sacado lo ojos, por lo que lleva un vendaje ensangrentado que le cubre las cuencas. No obstante su pesar, mantiene una actitud altiva, que no se derrumbará ya ante nada. Un sacerdote espera al lado de la pira con una antorcha. Edipo se dirige al público: “Ciudadanos, se me juzga por haber llevado a la ruina a Tebas, por haber matado a mi padre y por haber cometido incesto con Yocasta, mi madre, procreando con ella hijos que a la vez son mis hermanos. Se me pide además que me arrepienta…” TRANSICIÓN DE TIEMPO. Crono continúa moviendo la boca y haciendo ademanes, pero ya no lo escuchamos. El mismo efecto de música y el efecto sonoro de reloj anteriores entran en lugar de la voz de Crono. No transcurre mucho tiempo cuando la música cesa y escuchamos de nuevo la lectura de Crono.
CRONO: “…Yo amé y amo profundamente a Yocasta. Y ella me amó, lo sé, profundamente. Y por respeto a ese amor no me arrepiento. ¡Que el pueblo tebano pague, porque es mezquino! ¡Que mis hijos encuentren la muerte que su avaricia merece! Ahora que la virtuosa Yocasta se ha quitado la vida, lo único que quiero es reunirme con ella. Así que, si me han de quemar en vida por mis pecados, ¡que así sea! Arderé por ellos y por mi amor.” Edipo se para firme en la pira. El sacerdote se acerca y le prende fuego. Edipo arderá inmutable mientras cae el telón.
El salón está desconcertado. Nadie sabe qué decir. CRONO: Y bien… Espero opiniones. TIRESIAS: Parece como si Edipo estuviera insultando al público y no tanto a los tebanos ¿No puede eso generar una reacción de rechazo? CRONO: No, Tiresias. Alpúblico le encanta que le den en la madre. A eso van todos a las funciones… Claro que también hay que respetarlos, tenerlos en cuenta, porque finalmente son ellos quienes hacen posible el teatro. Hay, en general, un ambiente de renuencia a opinar en el salón. CRONO: Bueno, ¿qué no piensan decir nada? ¿Tan en la pendeja los dejé? PUBIO VIRGILIO:…Es una vuelta de tuerca al Edipo convencional. Hace más humana la obra. Muy acertado.
La clase asiente, todos muestran acuerdo, excepto Electra, que se mantiene reservada.
ELECTRA: (Por lo bajo, a Ocípete.) Despedazó la tragedia y la hizo melodrama. Ocípete vuelve a dar un codazo a Electra. Crono carraspea y se afloja la bufanda. MERCURIO: De hecho, este Edipo sigue rebelándose contra los dioses, contra su destino. No se arrepiente ni de su fratricidio ni de su incesto. Es más poderoso que el de Esquilo. CRONO: (Recuperado a medias.) Es po-de-ro-sí-si-mo. TIRESIAS: El maestro se merece un aplauso. Todos ovacionan a Crono. Electra aplaude con desgano. CRONO: Para que vean que aún con mi enfermedad sigo escribiendo obras maravillosas. Cabroncísimas. Y soy tan cabrón que mis alumnos escriben sobre mis propias ideas y con eso se ganan premios. Lo que me recuerda… Miren, estuve pensando y les tengo un nuevo ejercicio de composición dramática. La situación es la siguiente. Apunten. Una pareja que después de haber vivido un romance y de haber sufrido una larga separación, se reencuentra. ¿Qué pasa? ¿Realmente hay un reencuentro o un desencuentro? Ustedes deciden. Este ejercicio tiene la finalidad de que ejerciten el diálogo, así como en el pasado pretendía que hicieran un monólogo. Obviamente, el ejercicio que venga después deberá tener tres personajes. ELECTRA: (A Ocípete, quedamente.) ¡Chale! Ahora quiere que escribamos por él. Ocípete le da otro codazo a Electra. ELECTRA: ¡Bueno, ya! CRONO: Ya, ¿qué? ELECTRA: (Viendo su reloj.) Ya, se acabó la clase, es hora. CRONO: (Checando el suyo.) Tienes razón. Les pediría a los demás que si quieren se queden un rato más, ya que Electra tiene tanta urgencia de huir, pero tengo cita con el médico. Así que me viene bien que la clase termine a tiempo aunque hayamos empezado tarde. A ver si llegan más temprano para el próximo viernes. Los alumnos van saliendo, excepto Narciso y Electra. NARCISO: Voy con ellos, Crono. CRONO: No te tardes. Tenemos que ver lo de la puesta en escena de tu obra. Narciso asiente y sale con los demás. A Electra le da rabia pero se contiene. ELECTRA: Crono, quiero avisarte que voy a dejar tu clase, por salud mental. Crono la observa indolente por un instante. CRONO: (Flemático.) Como quieras. Electra espera más respuesta. Crono sólo la mira altivo. CRONO: ¿Qué quieres que te diga? ELECTRA: No sé. Por lo menos algo que me deje una no tan mala impresión de ti. Crono escudriña su escritorio, se detiene en la cabecilla jíbara, la toma y se la da a Electra; ella la toma confundida. CRONO: Mira, Electra, no me gustaría que habiendo sido mi alumna te andes quemando con malas obras. Por eso te regalo mi cabecita jíbara, tal vez escuchándola se te ocurran mejores ideas, después de todo es mi cabeza. Electra sale del salón ofuscada. La luz se apaga. Se enciende en el cuadrante de la banca. Alecto y Electra continúan sentados. ELECTRA: (Imitando con despecho.) “Después de todo es mi cabeza.” ¡Bah! ALECTO: (Burlón.) Te dolió que Crono no te rogara que te quedaras. Que no te dijera: (Imitando.) “Pero cómo te vas si tú eres im-por-tan-tí-si-ma para la clase.” ELECTRA: No lo niego. Tan ardida estaba que más pestes me dediqué a echarles tanto a Crono como a Narciso. ALECTO: Me acuerdo. Hubo un tiempo en que te la pasaste buscando sacar conversación acerca de ellos para hacerles escarnio. ELECTRA: Hasta proyecté una obra de teatro que los denigrara a ambos. ALECTO: ¿Y luego? ELECTRA: Nomás me la pasaba escribiendo los diálogos insultantes con que me machacaba la cabeza. Pensaba mucho en lo que le iba a pasar a Narciso cuando Crono se muriera y en que la muerte de Crono iba a ser bien ojete. La luz se apaga, el resto del proscenio se ilumina. Entra efecto sonoro de barullo del metro. Electra entra por derecha y Belerofonte por izquierda. Se encuentran. ELECTRA: (Efusiva.) ¡Belerofonte! BELEROFONTE: (Gustoso.) ¡Electra! Se abrazan sinceramente. ELECTRA: Me cae que si nos ponemos de acuerdo no nos encontramos. BELEROFONTE: Hey. Oye, ¿supiste que tu maestro está muy mal? ELECTRA: (Socarrona.) ¡El tuyo! BELEROFONTE: No, ya en serio. Crono está hospitalizado. ELECTRA: ¿Ya está estirando la pata? BELEROFONTE: Le dio cáncer en la próstata y se le pasó a los huesos. ELECTRA: ¡Uy, qué doloroso!… pero se lo merece por cabrón. BELEROFONTE: De veras que está pagando todo lo que hizo, deshizo y dejó de hacer. ELECTRA: Y… ¿ya fuiste a verlo? BELEROFONTE: Una vez. Quien se ha quedado a velarlo varias veces es Ocípete, entre otros. ELECTRA: Me imagino que Narciso… BELEROFONTE: No. Él también ha estado jodido. ELECTRA: Se hace pendejo, qué. ¿O será que le dio SIDA y se lo pegó a Crono? BELEROFONTE: No, no creo que sea eso. ELECTRA: Entonces se hace pendejo. BELEROFONTE: Te dejo, mujer, me estoy cayendo de sueño. ELECTRA: ¿Sigues en tu chamba esa jodida de las tres de la madrugada? BELEROFONTE: Sí. ELECTRA: Pues ni hablar. Que descanses. BELEROFONTE: Gracias, nos vemos. Se despiden de beso y abrazo. Continúan su camino. La luz se apaga, para encenderse de nuevo en la banca de Coyoacán. ALECTO: ¿A poco de veras le deseabas una muerte ojete al Crono? ELECTRA: (Niega con la cabeza y da un chasquido con la lengua.) Si de algo me sirvió la muerte de Crono fue para darme cuenta de que no era tanto mi odio por él, como por Narciso. Y por mí misma, por culera, por no atreverme a decir las cosas en el momento. Pero ahora, eso ya también se me pasó. La luz de ese cuadrante se desvanece. Nuevamente se ilumina el resto del foro, que es el vestíbulo del teatro. Allí hay gente dispersa (pueden ser los mismos alumnos pero no son reconocibles), en actitud y vestimenta de luto. Entran Electra y Alecto, vestidos tal como lo han estado en las escenas de la banca en Coyoacán. Narciso desencaja de la sobriedad del momento por su jovialidad pueril y porque viste como siempre, fodongamente. Narciso reconoce a Electra, se le acerca con una sonrisa flamante. Alecto se hace a un lado pero se mantiene al pendiente. Narciso y Electra se saludan de beso. El beso de ella se nota hipócrita. NARCISO: ¡Hola! ELECTRA: Hola, ¿cómo estás? NARCISO: (Aprieta la sonrisa y ladea juguetón la cabeza.) …Bien. ELECTRA: Quiero recapitular… Cuando te ganaste el Premio Elena Garro y te dije que yo no debí haber metido mi obra a sabiendas de que tú ya habías metido la tuya, me contestaste que tu obra había estado muy pesada… NARCISO: (Sin deshacer su sonrisa.) No me acuerdo. ELECTRA: Claro, tú no tienes por qué recordarlo. El caso es que me faltó decirte que, en efecto, tu obra era pesada, pero como un tabique en la cabeza. NARCISO: (Distorsionando su sonrisa.) ¿Qué? ELECTRA: Yo y muchos otros alumnos estuvimos siempre en desacuerdo con el maestro porque te apoyaba. Pero ahora Crono está muerto y yo sólo espero que estés consciente de que no tienes talento. NARCISO: (Dándole el avión pero realmente enojado.) ¡Soñá! Narciso da una palmada en el hombro a Electra y se da la media vuelta. Electra aprovecha para salir por la entrada del foro con la intención de encontrar más caras conocidas. Narciso recapacita en su furia y busca a Electra pero ya no la ve. Sale también por el foro. Al poco rato entra Electra. Alecto se le acerca, la toma del brazo caballerosamente y salen de escena. Narciso entra de nuevo, pero ya no encuentra a Electra. La luz del foro se apaga y se enciende el cuadrante de la banca de Coyoacán. Allí están Electra y Alecto sentados. Esta vez, en lo que hablan, la luz tipo ocaso que los alumbra va apagándose. ALECTO: ¡Felicidades! Hasta que te sacaste la espina. ELECTRA: Y para enterrársela en el ego a ese pobre güey. ¿Cómo lo viste? ALECTO: Se quedó con ganas de darte una madriza. ELECTRA: ¡Uy, no se la acaba! ¡Pinche argentino guango! ALECTO: ¡Ay, sí! Te crees mucho porque ya lo resolviste. ELECTRA: ¡A güevo! ALECTO: ¡Ah, casi se me olvida! (Mete una mano en el interior de la chamarra y busca.) Te traje la sección cultural del periódico. Salieron algunos artículos sobre la muerte de tu maestrito. ELECTRA: A ver. Alecto saca el diario y se lo da a Electra. Ella lo revisa. Encuentra algo. ELECTRA: Mira esto que escribió Hades. (Leyendo.) “El rito de la lagartija, por cierto, marca a mi juicio el final del mejor Crono, quien siguió teniendo grandes éxitos comerciales: Los cariños delictivos de las sanguijuelas Modales, Doña Lúgubre; rotundos fracasos: El caimán ermitaño del sepulcro barroco, uno de los montajes más ociosos de Baco, y desplantes tan vigorosos como Los pollos atroces; pero el grueso de las obras escritas en los años ochenta y noventa repiten la fórmula original sin la calidad formal de sus ingredientes, descuidando incluso el elemento que convirtió al dramaturgo veracruzano en maestro de maestros: la composición dramática.” ALECTO: El momento de gloria de Crono fue entonces la década de los cincuenta. ELECTRA: Si acaso los sesenta. ALECTO: Pero ya en los noventa era bien patético lo que escribía. Como La lagartona adolescente o Los lobos ocultos, que era para complacer a la Melpómene, pero nada más. ELECTRA: Y era obvio que no se quería morir, que quería seguir escribiendo. ALECTO: Pues sí, pero ya la muerte le había dicho tres veces antes que se dejara de mamadas, que ya había dado de sí y que era justo que entregara el equipo y al ruquito ése le valió madres y siguió enchinchando el teatro con sus obritas. ELECTRA: Hay que reconocerle su genialidad inicial y sus clases, que eran como una sacudida… Yo, como ya te dije, sí le debo las gracias… (Mira su reloj.) Regresemos al foro, ya es hora del homenaje. Alecto y Electra se levantan y salen por izquierda. Se apaga la luz. El escenario se ilumina con una luz azul, previa al amanecer. No hay nada en el escenario. Electra entra por izquierda y camina justo al centro. Lleva en una mano un incensario y cerillos. En la otra mano lleva la cabeza jíbara de Crono. Todo lo coloca en el suelo. Se hinca en posición tres cuartos cerrada. Enciende el incienso y una vez que éste produce suficiente humo, señala cuatro puntos en el aire, arriba, abajo, derecha e izquierda. Queda con el incensario en lo alto. ELECTRA: ¡Madre Tierra, te pido humildemente que guardes los restos de mi maestro y los renueves para la vida! Deja el incensario en el suelo. Extiende los brazos a ambos lados. ELECTRA: ¡Mictlantecutli, permíteme hablarle al espíritu de Crono, muerto en la tarde de ayer! Electra toma la cabecilla y la alza, ofreciéndola. ELECTRA: Ofrendo esta cabeza jíbara para liberar a Crono por un momento del Mictlán. Arroja la cabecilla en el mismo incensario y se enciende la llama. Entra una luz cenital que puede identificarse como la luz que siempre caía sobre Crono. ELECTRA: Quiero que sepas que te perdono por haber apoyado a un imbécil como Narciso. Lo entiendo porque te halagaba que un joven se interesara sexualmente en ti, que ya eras un carcamán cuando lo conociste. Te perdono también el dejarme de apoyar a mí. Y por último, te perdono por autodeslumbrarte con tu ego, ya que por ciego, por creerte el mesías de la dramaturgia, jodiste el ya de por sí puteado teatro mexicano. La sombra de la silueta de Crono se dibuja en la luz cenital. Comienza a crecer. Se nota amenazante. ELECTRA: (Impávida.) ¡Híjole, qué coraje te ha de estar dando oír todo esto y no poder contestarme! La imagen de Crono se hace visible bajo la luz cenital. Su imponencia resalta su ira. ELECTRA: Ya, no te enojes. Además, no puedes atravesar “el manto”, así que ya ni le hagas al cuento. Crono retrocede. Se vuelve de nuevo sombra. La silueta cobra proporciones normales. ELECTRA: Por otro lado, quiero agradecerte infinitamente que me hayas abierto los ojos a la composición dramática. Es un arte que realmente me llena. Ya con eso estamos a mano. Electra extiende sus brazos afectivamente. La luz del amanecer, que en ese momento aparece, hace crecer la sombra de Electra, de tal suerte que parece abrazar a la de Crono. Electra baja los brazos y retrocede. ELECTRA: ¡Hasta la muerte, maestro! ¡Y que un coro de ángeles gays velen tu sueño eterno! La luz del amanecer se hace cada vez más intensa. A la vez, la luz cenital se desvanece, por lo que la sombra de Crono desaparece. Electra da la vuelta y sale mientras cae el
Telón
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