Fototeca del Conaculta-INBA-CNL
Hacia 1964, la narrativa hispanoamericana vivía un proceso de experimentación. Julio Cortázar había publicado Rayuela (1963) y Mario Vargas Llosa La ciudad y los perros (1963). En México, donde también existía un profundo interés por las vanguardias literarias y la práctica de técnicas de escritura novedosas, un autor de treinta y seis años, quien estaba dedicado a la dramaturgia, relegando la influencia de los ismos en boga, dio a conocer su primera novela y, quizá sin proponérselo, evidenció la madurez que había alcanzado la reflexión artística sobre el episodio social más agitado e inconsciente de la historia local: la Revolución mexicana. Hace cuarenta y dos años, Jorge Ibargüengoitia presentó Los relámpagos de agosto y obtuvo el premio Casa de las Américas con una obra que, gradualmente, se convirtió en un clásico mexicano del siglo XX.
Debido al contexto de experimentación literaria (en aquel año Vicente Leñero publicó Los albañiles —ejemplo de una novela polifónica y fragmentada—; y Salvador Elizondo sorprendió con la pureza técnica de Narda o el verano), se podía esperar que la incursión de Ibargüengoitia en la narrativa estaría a tono con estos intereses. Sin embargo, Los relámpagos de agosto no resultó una obra de vanguardia en la dimensión de las creaciones artísticas de su tiempo pues no fue escrita con el interés de revolucionar la estructura, el manejo del tiempo ni mucho menos el lenguaje de la novelística hispanoamericana.
La historia del general José Guadalupe Arroyo —una suerte de arquetipo del revolucionario en México— narrada a través de sus memorias, a su vez recopiladas "por un individuo que se dice escritor mexicano" (Ibargüengoitia), no fue un experimento preconcebido, sino literatura de entretenimiento, debate y desmitificación, cuya sorpresa radica en el manejo de recursos como la ironía y la sátira al mismo tiempo que el contenido de la obra se erige a la manera de una guía de características de la historia política de México.
El texto, sin duda, contiene una serie de rasgos para reconocer al caudillo de la revolución y también al político mexicano contemporáneo. Se trata de una fábula que anticipó los rasgos de los funcionarios públicos de nuestra era.
Fototeca del Conaculta-INBA-CNL
Los relámpagos de agosto es una novela muy sencilla. Se trata de las "memorias históricas" que ilustran la forma en que José Guadalupe Arroyo es derrotado política y militarmente. El general inicia sus remembranzas describiendo cómo fue nombrado secretario particular por su colega Marcos González, quien había ganado las elecciones presidenciales. Sin embargo, cuando Arroyo viaja a la capital descubre que el mandatario electo falleció. Una vez en los funerales, rodeado por un mar de recelos y ambiciones, el protagonista se reúne con otros personajes y pacta la forma por medio de la cual buscarán concentrar el poder en las manos del grupo que los representa. Pero Vidal Sánchez, entonces presidente en funciones, quien es un presunto Plutarco Elías Calles, designa como gobernante interino a Pérez H., viejo enemigo de Arroyo. Vanamente, la pandilla de José Guadalupe intenta derrocar a la gente en el poder por la vía electoral. El fracaso, producto de algunas estafas políticas, así como la persecución encabezada por Vidal Sánchez contra sus detractores, obliga a la oposición a defenderse por medio de las armas.
Las peripecias de Arroyo, narradas con la forma de un thriller, en el cual las acciones se desencadenan con inmediatez y desarrollan una estructura lineal, no constituyen una novela de la Revolución. Tampoco, como ha asegurado Ignacio Trejo Fuentes, dan forma a una "antinovela" de aquel género. Sin duda, el tema que interesa al autor es el proceso político posterior a la revuelta armada de 1910. Sin embargo, aún cuando la novela parece una reflexión madura sobre un periodo que siempre fue mitificado, no se trata de una pieza más de la novelística revolucionaria ni, mucho menos, de una nueva modalidad narrativa que pretendiera imponerse como un esquema contrario al existente. La esencia de este texto descansa en la forma y, a pesar de que no se trata de un material de vanguardia, todo su contenido se subordina a la escritura. De modo que la temática es sólo un pretexto para desacralizar numerosas visiones e interpretaciones históricas y, de paso, una guía que describe los rasgos de una política llena de caudillos incondicionales, políticos mediocres y falsos ideólogos. Los relámpagos de agosto no funda la "antinovela" revolucionaria, sino la contrahistoria.
Muchos han señalado que los recursos de Ibargüengoitia son la ironía, el humor y la parodia. En efecto, aunque el narrador despreciaba lo humorístico, solía emplear algunos de sus elementos. El autor de Las muertas (1977), quien se agotó en vida declarando que no pretendía ser un humorista, aprovechaba, principalmente, la ironía del tipo clásico; es decir, aquella que se concentra en aludir ciertos sentidos a partir de oraciones con significados opuestos. Como señala Helena Beristáin, el objetivo de la misma es burlarse mediante la enunciación de una idea que, por la forma de su pronunciación, obliga a comprender una noción contraria.
Otra variación de esta técnica en Los relámpagos de agosto, cuya utilización también resultó notable en Los pasos de López (1982), consiste en el tratamiento modesto y vano de ciertas declaraciones y descripciones. Aquí, cuando un hecho considerado trascendente por algún personaje se aborda con desgano e indiferencia, como suele ocurrir con los cartones políticos de los diarios, se convierte en un acontecimiento menor. Como resultado, la ironía va trasformándose en humor y, a veces, en crítica, sobre todo, porque no concede legitimidad al episodio. El momento queda desnudo ante acusaciones despiadadas. Cada instante de conflicto humano, todos los recuadros de acción bélica, que muy a menudo son tratados como sucesos épicos, se menoscaban por la llaneza de la narración y por la apatía ante el hecho que, supuestamente, tiene aires de grandeza histórica. La desmitificación de lo que de antemano es sólo aparentemente heroico se desarrolla como una forma de reflexión crítica y se erige a la manera de una visión distinta sobre periodos históricos y sociales anteriores.
Los relámpagos de agosto ha sido considerada como una novela de la Revolución. Otros han dicho que es una parodia del mismo género. Pero, desde el punto de vista de las motivaciones literarias, Ibargüengoitia nunca se propuso realizar ninguno de estos experimentos. En 1976, en una entrevista concedida a Margarita Flores (Cartas marcadas), el autor declararía que su objetivo era emular el género de las memorias militares, el cual estuvo en boga durante la década de 1950. Incluso, la ocurrencia de Jorge no iba más allá, pues sólo deseaba "imitar" -que no copiar- dicho modelo pues, en verdad, ni la Revolución ni la novelística sobre este suceso le interesaban. Si bien la parodia es una "imitación burlesca" de obras, géneros, estilos o temas tratados anteriormente con seriedad, los aprietos de José Guadalupe Arroyo son una mofa de los libros de remembranzas y, únicamente por coincidencia, son burla del género o el hecho revolucionarios.
Los relámpagos de agosto es el producto de un trabajo de diseño literario y de una convicción artística donde, sin proponerse la inscripción dentro de ningún género, se ejerce un manifiesto personal sobre un episodio que, por su trascendencia, ha caracterizado la vida política mexicana del siglo XX. La narrativa de Ibargüengoitia es una contrahistoria porque, aun desinteresado en el fenómeno de la Revolución, el narrador se dio a la tarea de parodiar una forma de expresión escrita muy aprovechada por el caudillo y, a veces, por el funcionario de la época. Así, los estereotipos del líder revolucionario surgidos en el transcurso de la revuelta armada -muchos de los cuales siguen existiendo en la imagen mercadológica de los candidatos contemporáneos- producen una paradoja y generan la visión crítica y contraria de algunos hechos memorables. La contrahistoria brota como la identificación de las cualidades de un servidor público con las características de los antiguos caudillos. En resumen, se desvanece la noción de héroe nacional convirtiéndose en la figura de un político ordinario lleno de ambiciones personales y, en consecuencia, ajeno a las causas populares.
Superadas las etiquetas del humor y, por supuesto, los apuntes de parodia incomprendida, Los relámpagos de agosto, al igual que novelas como Maten al león, puede contemplarse como un catálogo de los métodos y las maneras del político mexicano del siglo xx. Como he dicho, la obra de Ibargüengoitia, antes que literatura experimental, es una escritura de contenido social. Salvo por los recursos mencionados, al autor no le interesa la renovación de la forma. Su escritura es sencilla pues la secuencia narrativa es, por lo común, de principio a fin; es decir, tiene un desarrollo cronológico. No hay rupturas de tiempo ni intercambio de voces (como haría con la novela Las muertas) y todo parece tener la forma de un thriller cinematográfico; es decir, como una progresión de secuencias sosteniendo una estructura argumental sencilla. En Los relámpagos de agosto la acción domina; por ello, el estilo se subordina a lo contado y, a su vez, lo narrado a los personajes y el contenido.
Es casi un axioma que el arte de contenido social no se interesa por la forma, y que la fantasía, al convertirse en un maquillaje de la realidad, suele ser crítica. Los relámpagos de agosto renunció a las pretensiones de la vanguardia para recurrir a la crítica social. En casi toda la literatura fantástica, la denuncia es fundamental; por ello, Ibargüengoitia empleó la ficción narrativa para hacernos creer en episodios falsos, los cuales, por la naturaleza de la fantasía cuya semilla es la imaginación consciente sobre lo real, son convertidos en aventuras divertidas, verídicas y críticas por su relación con la historia tangible. Resulta evidente que la obra de Jorge Ibargüengoitia es partidaria de estos métodos porque, como él mismo lo dijo, las letras deben ser entretenimiento. Así, lo literario como pasatiempo y como denuncia de una condición humana se funden en Los relámpagos de agosto. La poética de Ibargüengoitia tiene dos máscaras: el esparcimiento y la denuncia.
Como ya han señalado Evodio Escalante (Las metáforas de la crítica) y Ana Rosa Domenella (La trasgresión por la ironía), Los relámpagos de agosto posee el sentido de la crítica y la desacralización de grandes hechos históricos. En resumen, Ibargüengoitia hizo sátira sobre el pasado mediante la ficción, la ironía y la difusión de su propio punto de vista.
El autor, quien no vaciló en demoler cada mito nacional, fue una especie de analista que revisaba un suceso a distancia y lo descalificaba. Desbaratando las versiones oficiales, él propagó su interpretación por medio de la literatura, la cual, hace cuarenta años, aún no era considerada como una fuente válida para los estudios históricos. Por ello, muchos ven esta escritura como parodia del género revolucionario; sin embargo, ahora, el trabajo literario, considerado producto de la imaginación humana, se nos revela como un vehículo legítimo para el conocimiento de la historia social.
Pero, ¿por qué la novela representa una síntesis de la vida política contemporánea? Ibargüengoitia, quien también ejerció el periodismo, era un tipo acostumbrado a la investigación. Sus indagaciones solían devenir literatura. Novelas como Las muertas y Dos crímenes, así como el cuento "El episodio cinematográfico", tienen su fundamento en hechos reales profundamente explorados. Por ejemplo, uno de los episodios memorables de Los relámpagos de agosto, en el cual un tren sería convertido en el arma letal de los rebeldes, fue inspirado por un relato de las memorias de Álvaro Obregón. Por tanto, el memorial de tipos y viñetas de estas novelas surgió de la observación de los hechos reales. Muchos de estos motivos literarios sólo se transforman mediante la aplicación de un recurso del barroco: el grotesco. El vagón dinamitado por la oposición y las peripecias del general Arroyo ilustran esta cualidad.
Por otra parte, los personajes de Ibargüengoitia están caracterizados por el acento en la llaneza. La antisolemnidad del narrador se basa en la vida cotidiana y en la investigación. Entre sus páginas existe un empeño por disminuir la interpretación épica de las figuras históricas y sus réplicas diarias. Para el autor de Estas ruinas que ves, personajes como Miguel Hidalgo y Plutarco Elías Calles resultaban más interesantes si se les trataba como lo que eran; es decir, gente ordinaria. La naturalidad de los caudillos los convierte en entidades literariamente más tangibles. A ello deben añadirse los encuadres grotescos, el lenguaje burocrático y la "refinada educación" de los protagonistas que, como José Guadalupe Arroyo (especie de rebelde escobarista), Sánchez Vidal (acaso Elías Calles) y el padre Periñón (sin duda, Hidalgo) -este último de Los pasos de López- no son más que una especie de caricaturas de hombres existentes. Incluso, los seres del universo narrativo de Jorge Ibargüengoitia son tan familiares que de pronto se parecen a cualquiera de los políticos, legisladores y gobernantes que vemos todos los días en televisión.
A partir de esta particularidad, cuyo sustento es la creación de seres palpables, el narrador traza una guía de las maneras del político mexicano. Todos los recursos y comportamientos de los personajes no son, a nuestros ojos, algo novedoso; sin embargo, para una novela escrita hace cuarenta años, una caracterización de esta clase habría sido objeto de polémica. De modo que en Los relámpagos de agosto se advierten algunos rasgos del animal político mexicano: los incondicionales, la codicia, la exhibición de poder y la disputa por los puestos jugosos se combinan con la traición, el oportunismo y la carencia de proyectos políticos. Todos estos elementos, a la vez que verdades de la Revolución mexicana, son realidades de la política nacional. Debido a ello, la tesis de Ibargüengoitia -nada descabellada para nuestro tiempo, y que en literatura había sido manejada como un fresco impresionista por Mariano Azuela (Los de abajo)- es que la revuelta armada en México no dejó nada y no llevó a nada. A pesar de que Emmanuel Carballo tachó de "reaccionaria" la obra, parece evidente que el movimiento civil no tenía cohesión, homogeneidad ni principios; hecho que demuestran muchos de los estudios históricos regionales de la actualidad.
Alguna vez José Revueltas dijo que México siempre vivirá la revolución de la burguesía. Con la mirada de Ibargüengoitia, podría asegurar que México siempre encarnará la revolución de la inconsistencia pues los métodos y engaños, el robo y la traición, la creación de instituciones inútiles, la presencia de intelectuales indefensos (en apariencia vulnerables), todos productos de la visión revolucionaria, nunca contribuirán al desarrollo del país. Los relámpagos de agosto, esa novela debutante que se interesó en imitar las memorias de Álvaro Obregón, encarna una tesis histórica muy trascendente porque todavía tiene vigencia: todo movimiento de un personaje político, todo héroe o caudillo, antes que mitificársele, debe verse como un hombre ordinario que busca el poder político y el desarrollo de su propia carrera o, al menos, un ascenso hacia posiciones con beneficios económicos formidables. No hay, en política nacional, cohesión y, para menoscabo de la democracia y el presidencialismo, no existen ideologías o plataformas políticas. Todo es lucha por la hegemonía individual.
El 28 de noviembre de 1983, una información publicada en Excélsior advertía: "El laureado escritor y periodista mexicano Jorge Ibargüengoitia es uno de los pasajeros famosos que perecieron en el accidente del Boeing 747 de Avianca, ayer en España." Tras los datos biográficos, la nota calificaba al autor de La ley de Herodes como "uno de los más grandes humoristas de la literatura mexicana contemporánea", cuyos textos "desmitifican y revelan los absurdos cotidianos" que agobian tanto a los mexicanos como a los latinoamericanos. Si Ibargüengoitia estuviera entre nosotros, habría visto la primera afirmación de este escrito "periodístico" como una ofensa o, en su defecto, como una broma redactada para homenajear al autor durante la celebración del día de muertos, especialmente, porque la narrativa del guanajuatense es una poética del entretenimiento, la crítica caricaturesca y la contrahistoria, pero jamás el resultado de un trabajo como humorista, lo cual, neciamente, es afirmado por un sinnúmero de críticos.
|