Carrusel / Heredades / No. 242

Juan José Arreola, los instantes de una vocación

 


I. Una carrera en las prensas

El amor al "objeto bien hecho", a la literatura y al lenguaje, llevó a Juan José Arreola (1918-2001) por el camino de la edición. Hombre de empresas arriesgadas, creó tres sellos editoriales: Los Presentes (1950-1953) (1954-1957), Libros y Cuadernos del Unicornio (1958-1963) y la revista y las ediciones de Mester (1964-1967). En ellos habría de publicar tanto a colegas escritores ya establecidos, como a jóvenes novatos cuyas aspiraciones literarias respaldó.

Su vida había transcurrido en una serie de oficios que lo prepararon para ser editor: aprendiz de encuadernador a los 12 años, trabajador de imprenta y corrector en la adolescencia, jefe de circulación "en un periódico que no circulaba", El Occidental. A los 24 años fue coeditor en la revista Eos (1943), junto con Arturo Rivas Sainz, y a los 26 de la revista Pan (1945), de la mano de Antonio Alatorre; excelentes lectores, darían a conocer los cuentos "Nos han dado la tierra" y "Macario" de Juan Rulfo.

En 1946 entró a trabajar en el Fondo de Cultura Económica, donde fungió como corrector de galeras, escritor de solapas y traductor. Consideró la cúspide de su carrera editorial la colección de Los Presentes, empresa fundada por Ernesto Mejía Sánchez, Jorge Hernández Campos, Henrique González Casanova y él, pero que dirigió en soledad desde su segunda época. Hablaba con orgullo y satisfacción sobre el trabajo realizado allí; le llegaron originales de Julio Cortázar, de Gabriel García Márquez y de algunos otros autores internacionales: se había convertido en un editor de renombre a los 36 años gracias a esa colección.

Publicó a más de un centenar de autores. Óscar Mata, académico que ha estudiado con gran empeño la labor editorial arreolina, aclara en cifras la vastedad de su obra: "Como coeditor realizó veintiún números de revistas, nueve plaquettes o cuadernos y un libro"1. Como editor dio a prensa: "setenta y un libros de Los Presentes, treinta Cuadernos del Unicornio y diecinueve libros de las ediciones El unicornio; tres libros y dos cuadernos con el pie de imprenta de Mester. Lo anterior arroja un total de noventa y tres libros y treinta y dos cuadernos"2.


Publicar un libro en alguno de sus sellos editoriales exigía un trabajo comprensivo y artesanal de parte suya. Sus oficios no acababan con el trabajo textual: incluían ir o imprimir él mismo; seleccionar tipografía, papel; labores que tenían nombre/CONACULTA, 2003, que ver con encuadernación y a veces hasta ilustración; para algunos libros incluso p. 162. elaboró él mismo la imagen de sus portadas. 

Cabe recordar que había comenzado su carrera como maestro en los talleres de escritura a partir de la invitación hecha por Margaret Shedd en el Centro Mexicano de Escritores. Desarrollada esta faceta suya, Arreola extendió su magisterio hasta su domicilio, donde acudían, sin restricción, toda clase de jóvenes aspirantes cuyas letras apenas empezaban a ensayar. En los talleres que oficiaba se leían y trabajaban los textos, siempre respetando el estilo de cada alumno. Corrector exigente consigo mismo, revisaba minuciosamente los manuscritos. Pocas son las obras que dejó pasar tal y como llegaron directo a las prensas3.

Pero no sólo corregía y trabajaba los textos: los publicaba y sufragaba una parte de los gastos. No recibió dinero alguno por su trabajo como docente de una generación de jóvenes. José Emilio Pacheco reconoce: "Arreola no cobraba un centavo por impartirnos su sabiduría"4 y, sí, en cambio, regalaba toda clase de libros caros que "se molestaba si no los aceptábamos como obsequio"5.

Es difícil saber cuánto de su propio estilo, qué modificaciones o qué restructuraciones hacía el juglar sobre el trabajo de alumnos y colegas a los que ayudaba: allí está el famoso caso de Pedro Páramo. Pero los libros que publicó se reconocen por una serie de aspectos materiales bien definidos: a Arreola le gustaba el papel Howard Ledger, el Cameo Plate, aunque por razones de economía sólo se permitió el lujo de uno especial para algunos trabajos, como en sus Unicornios, en los que usó un papel norteamericano de nombre Fiesta, al que le dejaba "las barbas o cenefas de colores diversos"6; y en la primera serie de Los Presentes, papel Corsican y forros de Fabriano7.

Su tipografía preferida: Garamond, aunque podría haber sido Baskerville, Caslon o Bodoni, que consideraba tipos estimables. Las ilustraciones estaban a cargo de Juan Soriano, Ricardo Martínez, Alberto Gironella, Marisa Izquierdo, Héctor Javier, Mario Miranda. La encuadernación elegida por él, a veces —decía— hecha por sus propias manos, o bien bajo su supervisión8.

La publicación de los Unicornios, Los Presentes y Mester traía consigo una serie de obstáculos que su editor tenía que sortear. Al principio de Los Presentes —por ejemplo— imprimía una página y debía parar, deshacerla y hacer la siguiente por falta de tipos. Además de siempre estar exacto con el papel y la tinta9. Los escollos no acababan con los del tipo técnico y textual: a veces se debía descoser un libro a petición del autor por alguna nimiedad: fue el caso de Parentalia de Alfonso Reyes, que le pidió quitar un pliego de los ejemplares ya encuadernados porque hablaba de la mamá de un amigo suyo "en una forma en que este seguro le iba a reclamar"10.

Además, como relata José de la Colina, Arreola debía negociar y andar vendiendo de librería en librería, pregonando, casi como merolico, los volúmenes; haciendo una labor de convencimiento para que los libreros decidieran alojarlos en sus tiendas. De igual manera, promocionaba el trabajo de sus alumnos dentro de las instituciones y con las personas indicadas de la élite letrada para conseguirles algunas oportunidades. Otras veces recibía ataques particulares; como cuando —según el propio Antonio Alatorre— el mecenazgo de católicos y gente de derecha hizo que la broma de que la revista Pan se llamaba así por el partido político pareciera real.

Su oficio de editor, sumado a otra clase de empresas y fracasos, lo tenía muchas veces en quiebra, como advierte su amigo Antonio Alatorre:

Una de sus aventuras fue una granja para gallinas. "El negocio es bueno", me comentaba. Todo fue un fracaso. Luego regresa a México sin dinero. Al mismo tiempo está metido en el taller de la revista Mester. Creo que Arreola es una de las figuras centrales de la literatura mexicana del siglo XX, entre otras cosas, por lo que hizo por un montón de gente, como Vicente Leñero, que ahora llenan la literatura mexicana y que tanto le deben. Arreola los guio, los ayudó. Se entregó a ellos. Sin él, la literatura mexicana del siglo XX sería otra cosa.11

Bajo la tutela editorial de Juan José Arreola vieron la luz las primeras obras de Carlos Fuentes (Los días enmascarados), Beatriz Espejo (La otra hermana), José Emilio Pacheco (La sangre de Medusa), Fernando del Paso (Sonetos del amor y de lo diario), José Agustín (La tumba), José Carlos Becerra (Oscura palabra) y tantos más. Por ello, a pesar de todos los problemas, la alegría que le daba haber descubierto a tantos escritores y poner en marcha grandes cambios en las letras mexicanas hacía que ser artesano editor fuera uno de los oficios que más lo enorgullecían, quizá más que su propia obra literaria:

En conjunto he publicado, sin exagerar, cien textos ajenos, y entre ellos, uno o dos míos, con lo que no me he quedado más que con un dos por ciento de mi capacidad de editor. He tenido, como te dije, la fortuna de imprimir textos y páginas en mi casa. Esos cien objetos verbales que pasaron por las prensas, y luego por mis manos mismas fueron encuadernados, es lo que me da la mejor alegría como hombre de letras [sic]. Fui tipógrafo, cajista, prensista y lavador, que es lo más terrible de las prensas aquellas que había que lavar con gasolina y deshacer las formas tipográficas para distribuir letras, una a una, en la gran caja donde se encuentran todos los elementos del alfabeto y todos los signos convencionales y todos los nombres y las cosas que hacen posible que un libro sea eso: un libro.12

El camino del editor es complejo: goza de éxitos y horas afortunadas, pero también de mucha presión y todo tipo de amarguras. Hacer un catálogo exhaustivo de los libros editados, plaquettes y revistas en este pequeño ensayo sólo se enfocaría en los triunfos y no en lo que se encuentra detrás de ellos: una férrea vocación y la fidelidad por el trabajo bien hecho.

Por eso en estas letras he buscado otra respuesta, qué hace que alguien se convierta en editor; ¿por qué lo hizo Arreola? Hay dos instantes en la vida del autor de Bestiario que decidieron su oficio: la infancia y la adolescencia, cuando adquirió la vocación de artesano encuadernador y cuando entró en contacto con la literatura. A veces el destino de una persona, como un libro, se cifra en una sucesión de momentos.

II. El encuentro de una vocación: la formación infantil y juvenil

De los nueve a los 12 años, el autor de Primera llamada empezó a tener contacto con algunas antologías y libros de lectura que serían fundacionales para su formación artística: El jardín de los niñosLecturas para mujeresEl mundo de los niñosIrisRosas de la infancia y FrascueloLibro de lectura corriente. Ejemplares que había estudiado en el Colegio Renacimiento bajo la tutela del profesor José Ernesto Aceves. Libros compartidos con su compañero de clase, José Luis Martínez, amigo suyo desde el jardín de infantes:

En la escuela de los señores Aceves se leía mucho. Aparte de los libros escolares, el profesor Aceves nos daba una sesión semanal a base de libros más avanzados […]. Cuando me pongo a recordar nombres, considero que allí está el fundamento de mi formación literaria: leímos, y puedo demostrarlo, a Novalis, Stephan Georg, Baudelaire, Romain Rolland, Silvio Pellico, Jean Lorrain, Ada Negri, Paul Fort, Goethe […]. Tan no pude olvidar "La flor del iris" de Federico Mistral que por algo La feria lleva como epígrafe unos versos de Calendau.13

Por esa época, otro de sus encuentros con las letras fue a partir de las lecturas que Elena, su hermana mayor, le compartía y que había comenzado a mostrarle tras un periodo de enfermedad a los seis años: "Mi hermana mayor fue mi verdadera maestra de literatura, me conseguía libros y poemas, allí conocí a Baudelaire, a Papini, a Selma Lagerlöf, a Gautier y a Knut Hamsun"14.

Siendo aún un niño y a lo largo de su adolescencia, el autor de La feria fue seleccionando estas lecturas en una suerte de libro imaginario y fundacional que vería la luz muchos años después: Lectura en voz alta (1968). Infancia es destino: Arreola leyó, coleccionó en su memoria y comenzó a organizar, a partir de este libro imaginado, una suerte de biblioteca que le permitiría articular su propio estilo y así orientar el de los jóvenes que acudieron a él para ser publicados, ya en la madurez.

Después de este primer acercamiento a las letras, y al mismo tiempo que seguía coleccionando textos y autores, ya en la adolescencia, obtuvo las habilidades artesanales y los conocimientos básicos sobre el libro como objeto manual y la imprenta. A los 12 años el autor de Bestiario entró como aprendiz de encuadernador a la imprenta de don José María Silva:

De ese trato con los libros como objetos artesanales data mi amor físico por ellos, que desde entonces me evoca una serie de olores: la fragancia misma de los libros ya terminados, y los aromas del engrudo de harina, la percalina, las pieles y el cáñamo encerado.15


Poco tiempo después, tras morir su maestro, comenzó a laborar en la imprenta del Chepo Gutiérrez, al tiempo que se introducía en la creación literaria a partir de la reelaboración de algunas experiencias personales:

En 1929 termino el cuarto año, y mi padre me pone de aprendiz en un taller de encuadernación donde aprendo a coser libros, a preparar pieles, toda una serie de cosas bellas. Luego paso a trabajar en una imprenta, y mientras tanto sigo elaborando en términos verbales mis experiencias… me las contaba a mí mismo.16

De la infancia y adolescencia data una de las pasiones más grandes en la vida del juglar: el amor al libro, ya como objeto físico, ya como pasión textual y literaria. Cuando joven, supongo que Arreola nunca imaginó que el libro de lecturas de su infancia, esa suerte de libro imaginario que fue colectando, se publicaría. Así como nunca imaginó que iba a poder conseguir una imprenta —otro de sus sueños— y consagrarse como editor a pesar de los trabajos o situaciones absurdas que esto le generaba.

Ese seleccionar e ir coleccionando mentalmente cuentos y querer hacer un libro o pensar en la posibilidad de ello desde la infancia y adolescencia fue, de alguna manera, su entrada al mundo editorial: si bien su encuentro formal con la edición se daría hasta 1943 con Eos. Este ejercicio, casi inconsciente, representa uno de sus primeros acercamientos —muy tangenciales— a una temprana pasión, según confesó a Orso, su hijo: "Quise ser editor desde el principio de mi vida"17.

Lo que en Juan José Arreola comenzó con la colección de una serie de cuentos, versos y escritores, prosperó hasta definir el comienzo de su oficio como hacedor de libros. Fue el principio de una carrera que sentaría las bases fundacionales de la literatura mexicana del siglo pasado.





1 Óscar Mata, Juan José Arreola, maestro editor, Ediciones sin nombre/CONACULTA, 2003, p. 162.
2 Loc. cit.
3 José Emilio Pacheco cuenta al respecto: "Era un secreto a voces que Arreola corregía los originales publicados en sus series. Esperé que, fiel a su costumbre, convirtiera mis ineptitudes en prosa memorable. Le di un fólder con dos cuentos: "La sangre de Medusa" y "La noche del inmortal". "Amanuense de Arreola", en Bestiario, Planeta/ Joaquín Mortiz, Ciudad de México, 2002, p. 53. 
4 Ibidem, p. 55. 
5 Ibidem, p. 56. 
6 Fernando del Paso, Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola (1920-1947), CONACULTA, Ciudad de México, 1994, p. 117. 
7 Orso Arreola Sánchez, El último juglar. Memorias de Juan José Arreola, Jus, Ciudad de México, 2010, p. 275. 
8 Cuenta José de la Colina que Arreola tenía su obrador donde un maestro de encuadernación —en un cuarto de azotea del Colegio de las Vizcaínas o del Palacio de Minería— trabajaba. "Juan José Arreola, verbócrata", en Personerío (del siglo XX mexicano), Xalapa, Universidad Veracruzana, 2005, p. 78. Agradezco mucho a Alejandro Arras haberme mostrado este ensayo y este libro. 
9 Mata, op. cit., p. 29. 
10 Arreola Sánchez, op. cit., p. 282.
11 Roberto García Bonilla, "Dos encuentros con Antonio Alatorre", en Los Universitarios, Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México, número 87, septiembre de 1996. 
12 Neus Caballer, "La etapa de editor es una de las más bellas de mi vida", en Arreola en voz alta, compilación de Efrén Rodríguez, CONACULTA, México, 2002, p. 285.
13 Del Paso, op. cit., p. 65-66. 
 Fernando Díez de Urdanivia, "Cómo hablan los que escriben", en Arreola en voz alta, compilación de Efrén Rodríguez, CONACULTA, México, 2002, p. 309.

15 Del Paso, op. cit., p. 132.
16 Díez de Urdanivia, op. cit., p. 309. 
17 Arreola Sánchez, op. cit., p. 276.