Carrusel / Heredades / No. 243

Louise Glück: el vacío no está vacío



La poeta neoyorquina Louise Glück ha sido considerada por la crítica profesional como una poeta del vacío, la pérdida y el silencio. Enfocaré estas páginas al tema del vacío, esa recurrencia tan distintiva en su impronta poética, especialmente en su poemario Averno (2006). ¿Qué representan para Glück las ausencias, las oquedades, la nada? ¿Por qué es importante esa huella en este mundo hiperconectado y repleto de vastedades donde en apariencia nunca falta nada?

Contextualizando su trayectoria, en 2020 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura "Por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual". Más de dos décadas antes, su poemario El iris salvaje (1992) fue acreedor del Premio Pulitzer el año siguente de su publicación. Su estilo poético —despojado del rigor retórico— puede describirse como confesional, transparente e individualmente colectivo. Con esto último me refiero a su aguda habilidad por recoger experiencias universales en viajes que poseen un carácter íntimo. Louise Glück es una poeta de lo transparente, de lo existencialmente vertiginoso y de aquello que va pereciendo y dejando cráteres, ya sea en la vida propia o, más ampliamente, en el mundo. Silencios, catástrofes, ausencias, despedidas, crisis, quiebres, apariencias expuestas a la luz del día, fracasos… La lista es extensa como extenso es el calibre de sus proyecciones, al ser una voz que no mutila, coarta ni maquilla las exasperantes verdades de la vida (como la vejez o la muerte).

En su ensayo "El jardín de Louise Glück", publicado en Periódico de poesía, María Negroni describe así uno de los libros más emblemáticos de la autora:

El iris salvaje es uno de los libros más bellos escritos en Estados Unidos a fines del siglo XX. En él la poesía espera, como espera el vacío, como corolario o premio: "Una vez que todo me ocurrió, me ocurrió el vacío". Si la gracia es la arquitectura de un alma capaz de conocerse a sí misma, el jardín de Glück la contiene. El terror humano a la muerte habita en él pero también el deseo indisoluble de ser absorbido por el todo, reverso de la nada. Después, sólo después, empieza la travesía, el viaje impar al fondo de las cosas, donde ni la felicidad ni el miedo emiten sonido alguno.


Asimismo, el tono de introspección en la Nobel es muy característico. Indagar en sus poemas es inmiscuirse en disquisiciones espirituales, en descubrimientos que están en su mayoría al alcance, pero que nadie se atreve a nombrar, como dice la escritora Isabel Navarro en su ensayo "Louise Glück: un Nobel a la epopeya de lo íntimo":

Sus poemas son como cartas escritas a sí misma. Con un lenguaje transparente, a veces lacónico, sin preciosismo, disecciona su biografía sin mencionar apenas el contexto, yendo al núcleo mismo de los vínculos, que a veces se suspenden en un objeto o una cosa; en un detalle que es escisión. […] Porque Louise Glück es una maestra de la escena, que suspende en un lugar indeterminado; anclando las epifanías a las ceremonias cotidianas, más como una atmósfera que como un recuerdo o un recuento.


Averno, para ese efecto, es un poemario en el cual abundan los recuentos de cosas, personas y situaciones que ya no están o ya no estarán. Desde el poema inaugural, "Las migraciones nocturnas", se enuncia con un tono melancólico qué tanto merman en nuestra existencia las ausencias. Glück, como es recurrente en su trabajo, se vale de la naturaleza para expresar esa angustia, describiendo así las migraciones nocturnas de los pájaros: "Me entristece pensar/ que los muertos no las verán—/ esas cosas de las que dependemos/ desaparecen./ ¿Qué hará entonces el alma para confortarse?/ Me digo a mí misma que tal vez nunca más/ necesite esas delicias;/ que tal vez el simple no ser, aunque difícil de imaginar,/ es suficiente". Es importante destacar en este poema el uso del paralelismo: existe una clara cercanía entre lo efímero de las migraciones y lo efímero de la vida. Ambos movimientos —el vuelo y la muerte— se declaran como un signo irrevocable; una vez que se producen cambian estados y percepciones, reviven anhelos. La voz poética, en su honda melancolía, amplifica el vacío inquiriendo qué hará el alma ante las desapariciones. Es como poner el dedo en la llaga, sólo que dicha llaga es una cicatriz inasible. El remate es sumamente impactante por la rapidez en el cambio de tono hacia uno estoico: asevera que el consuelo, tantas veces buscado, se encuentra cuando cesan los deseos, cuando ya no se aspira a buscar más belleza, cuando el alma ha encontrado el vacío (o la muerte). En este último, se eliminan las dependencias y, por lo tanto, ya no hay necesidad de más búsquedas.

En el poema "Octubre" vuelve a hacer gala de su marcado estoicismo. Con él, Louise Glück deja patente cómo los humanos somos seres capaces de acostumbrarnos a los vacíos. Por ello, los versos son progresiones de cosas que mutan o desaparecen por completo. Sabemos, como especie, adaptarnos. Y los sentidos lo registran todo: "Con todo, las notas se repiten. Flotan de un modo extraño./ Anticipan el silencio./ El oído se acostumbra a ellas./ El ojo se acostumbra a las desapariciones".

El poema continúa dejando expreso que el vacío, en muchas ocasiones, no se puede restituir. En ese caso, ¿qué puede hacer el artista? ¿Cómo describir eso que crea para sustituir una oquedad? La poeta evoca nuevos ecos de los abandonos y ausencias, y de la respuesta casi natural de la humanidad por crear a partir de dichas crisis. El silencio —una repercusión del vacío— deriva entonces en oportunidad. El ensimismamiento para la voz poética significa una puerta abierta a la creación, al repoblamiento de lo que sea. La imagen de una casa vacía, desolada y hermética inaugura la posibilidad anterior. No se sabe con qué puede revitalizarse, pero la pregunta recuerda a la responsabilidad innata de crear:

La insulsa/ miseria del mundo/ nos atenaza, un callejón/ con hileras de árboles; somos/ compañeros aquí, sin hablar,/ cada uno con sus pensamientos/ tras los árboles, las puertas/ de hierro de las casas,/ las persianas cerradas/ en cuartos de algún modo vacíos, abandonados,/ como si fuera el deber/ del artista crear/ esperanza, pero ¿a partir de qué? ¿de qué?.


Por último, en el poema "Paisaje" (dividido en cinco cantos), Glück se expresa con mayor amplitud sobre el tema de la creación negativa. En oposición a los versos anteriores, en esta ocasión el sujeto poético se presenta como un humano capaz de engendrar vacíos. La destrucción es un foco que no sólo remite a la pérdida espacial, sino a la pérdida temporal. Lo arrasado, lo irrecuperable, la nada… Glück proyecta lacónicamente, pero con envidiable exactitud, lo perdido. En ese respecto, somos seres de la pérdida, y seres que no dimensionamos cuál será nuestro próximo vacío, pues la naturaleza nos ha parecido desde un inicio algo perenne. Aunque, en esta particularidad, resulta asombrosa esa anagnórisis espacial. Pareciera que la voz poética repara en los cambios de la naturaleza ante lo drástico del incendio (y, por ende, en los cambios de su vida). ¿Asumimos, como especie, lo diferente sólo cuando el vacío es tan inmenso que nos absorbe?:

A finales de otoño una niña prendió fuego a un campo/ de trigo. El otoño/ había sido muy seco. El campo ardió/ como yesca./ Después nada quedó./ Lo atraviesas sin ver nada./ Nada hay que recoger. Nada que oler./ Los caballos no logran entenderlo…/ Parecen decir: dónde está el campo,/ del modo en que diríamos tú y yo:/ dónde está el hogar./ Nadie sabe qué responderles./ No quedó nada:/ debes esperar, por el bien del granjero,/ que lo cubra el seguro./ Es como perder un año de tu vida./ ¿Por qué razón perderías un año de tu vida?/ Después, vuelves al sitio de antes:/ no queda más que hollín, negrura y vacío./ Piensas: ¿cómo pude una vez vivir aquí?/ Pero entonces era diferente,/ también el verano pasado. La tierra se comportaba/ como si nada malo pudiese ocurrirle./ Sólo hizo falta una cerilla./ Pero en el momento justo… tenía que ser en el momento justo./ El campo agrietado, seco:/ la ausencia de vida toma posesión/ por así decirlo.


Louise Glück es una poeta que potencia lo minúsculo y lo imperceptible. Como seres humanos tenemos vacíos que raras veces nombramos. Glück realiza tal proeza con una habilidad impresionante. Es una poeta sobre los silencios, los vacíos y las ausencias. Pero no sólo los nombra, sino que les otorga texturas, los hace protagonistas de preguntas cruciales y de espacios significativos para la humanidad. La poeta entiende a ésta como un agente capaz tanto de poblar los vacíos como de producirlos y de registrarlos en sus sentidos. Vacío viene a significar migraciones de pájaros, campos incendiados y silencios. Se puede asegurar al leerla que el vacío no está vacío, pues las oquedades siempre remiten a las interrogantes, a las alternativas, a los anhelos. Cada poema de Averno nos invita a acercarnos a las aristas imaginadas de tales regiones y ésa es su grandeza: arroja luces sobre dolores invisibles, traza una geografía impecable y reconocible sobre experiencias determinantes. El vacío, al ser visto, siempre devuelve algo. El vacío, a través de estos poemas, reluce y resucita.