CDMX / No. 246

Caída



Los barandales del puente que cruza Circuito son cortos, tus piernas largas. Miras desde ahí el hospital La Raza de un lado y los caldos de gallina del otro. Imaginas que pisas una agujeta y resbalas o que caes en el techo de un auto deslizada por el viento. Vibra tu teléfono. Un mensaje, luego otro. Caminas lento y al centro para que la imagen de tu peso en la lámina sea sólo tu cerebro cansado, pero ocioso, con tiempo para pensar en la muerte, en la más aburrida. Muerte ordinaria, sin máscara de pestañas: “Mujer tropieza, cae de un puente y muere”, en la foto, tu cara pálida. Si fuera tu mamá la que cayera, si fuera tu mamá a sus 31 años, la foto del Alarma sería bellísima. Imaginas un retrato de Metinides: párpados verdes, labios rojos, spray y un moño en su cabello. Si fuera ella a sus 31, moriría bella contigo adentro. Morirían juntas. Tú, en su vientre, quedarías tranquila, cubierta. Muerte acompañada. Sin barandales insuficientes. Sin cuerpo pesado. Sin viento.

Pero no.

Caes sola: cadáver, polvo, sombra, nada.