CDMX / No. 246

Entre Amores y La Piedad



El tiempo que le robamos a la noche
Se lo pagamos al asfalto (…)
Es la ciudad la que desaparece, no yo

Diles que no me maten

a Daniela Rivera, en cuya ternura habito


Vivo junto a la avenida. Desde mi ventana la copa de un árbol logra desdibujar la silueta azul brillante del World Trade Center, del otro lado se extiende una serie de edificios hasta el final de la cuadra; el de la esquina con herrería rosa y paredes color crema está inclinado, como desbordándose. A veces un hombre se sienta a tocar el acordeón bajo el árbol y el sonido inunda mis tardes. Las mañanas de domingo llega a mi habitación un olor dulzón que se desprende del puesto de birria de la planta baja del edificio. El alba se filtra entre las cortinas, el rumor de los motores logra colarse a mis sueños. Veo a la ciudad destellar desde mi ventana. Mientras se reinventa la noche me entrego ante la inmensidad.

Un departamento en un edificio sesentero sobre a la avenida Xola, entre las estaciones de metrobús Amores y La Piedad: éste fue mi segundo domicilio en la Ciudad de México, pero el primero que sentí como mi hogar. No sé cómo llegué a este punto. Quizás fue desde que comencé a transitar las calles de la colonia sin tener que consultar un mapa, desde que la señora del puesto en donde compro fruta en el mercado empezó a reconocerme y regalarme rebanadas de piña, y el panadero me pregunta si volveré a Veracruz durante los veranos, o desde que Aurora, una estudiante de artes de Monterrey que además era mi compañera de vivienda, se volvió indispensable en mi vida. Lo cierto es que no sentí mía la ciudad hasta que Daniela y yo pasamos cada tarde de domingo siendo confidentes, hasta que Alejo comenzó a invitarme a comer pasta cada vez que volvía de un viaje, hasta que hice pay de maracuyá para la cena de año nuevo en la ciudad con mis amigos, mi familia elegida. Siento como propia esta ciudad porque me cobija la amistad.

*

He vivido suficiente tiempo en la Ciudad de México para poder recopilar una amalgama de memorias cada vez que camino por ciertas calles, una especie de cartografía de recuerdos.


Astrónomos, esquina con avenida Progreso

Daniela y yo nos tomamos de la mano al cruzar la calle, corrimos ebrias, el aire frío chocaba contra nuestras mejillas calientes. Nos dirigíamos hacia un rave en la Juárez, a bailar hasta que amaneciera o hasta que nos dolieran los pies. Ese día reímos tanto que parece que nuestras risas quedaron sepultadas en el asfalto.


Ignacio Mariscal, Tabacalera, Cuauhtémoc


Cada vez que salgo de Metro Hidalgo pienso en el alfajor que me trajo Lia del aniversario de Mar del Plata, el dulce de leche cubierto de chocolate amargo con granos de sal de mar, y haberlo compartido con Daniela y Elizabeth mientras estábamos formadas para entrar al lugar en el que terminábamos cada fin de semana. También recuerdo cuando C. me llevó a un club de ajedrez 24 horas en la víspera de mi cumpleaños 21; mientras señores antipáticos murmuraban a nuestro alrededor, uno de ellos insistió en ayudarme a empatar con C. A unas calles Daniela y yo nos dijimos que nos amábamos por primera vez mientras tocaba BLACK MIDI. Hace poco Alejo trajo a una amiga suya de visita desde Medellín, la dejamos atrás mientras caminábamos sobre Ignacio Mariscal en lo que nosotros considerábamos una velocidad normal; creo que es una manera de ilustrar el efecto que produce la Ciudad de México.


Avenida de los Insurgentes Sur, esquina con Chilpancingo Tehuantepec

Un jueves de verano regresaba a casa caminando sobre Insurgentes junto a Aurora, aún envueltas por el estupor de una noche llena de agravios nos detuvimos junto a un columpio afuera del metrobús Chilpancingo, decidimos turnarnos para que ambas pudiéramos mecernos. Aurora comenzó a narrarme su adolescencia e hizo un recuento de todos sus empleos pasados y sus planes a futuro; esa noche nos prometimos que jamás dejaríamos de frecuentarnos. Sobre la acera contraria me tropecé en febrero mientras escuchaba el primer disco de Rosario Bléfari, traía una minifalda gris de tartán que se manchó con la sangre que brotaba de mis rodillas. En la esquina está el Seven que sirvió como punto de encuentro el último día que R. y yo fuimos amigas.


Parque México

Sentados en la explanada del parque México, Ricardo me notificó que lo habían aceptado en el doctorado de Escritura Creativa, y que dejaría el país en un par de meses. Después de un rato de insistir me contó, comiéndose un churro, que estaba escribiendo sobre la erupción del volcán Nevado del Ruiz, que destruyó la ciudad natal de su padre. En la misma explanada me citaron Rafa y C. una madrugada de septiembre; platicamos un rato mientras buscábamos un after bajo la única estrella que resplandecía en el cielo (como es propio en las noches de contingencia en la Ciudad de México). Rafa tomó una foto analógica que lo inmortaliza.


Eje Central, Lázaro Cárdenas, esquina con avenida Xola

Eje Central conecta los departamentos de mis dos amigas más cercanas; también era el punto medio entre mi casa y la casa del último chico del que me enamoré. A unos minutos queda el parque Las Américas, que entre interminables conversaciones he transitado junto a Ricardo, Pau y Gretel. En ese mismo parque tuve una ruptura, nuestras miradas dejaron de cruzarse mientras el sonido de una clase de zumba arremetía contra la escena. Fue esperando el trolebús en Centro scop que abracé a Aurora mientras lloraba camino al concierto de Xiu Xiu, ambas nos sentíamos acorraladas entre compasión y fragilidad.


Avenida Coyoacán, esquina con Rafael Dondé

A un lado del parque María Enriqueta Camarillo besé por primera vez a un chico que tenía un tatuaje de un insecto entre el dedo índice y el pulgar, después de prometerle que no me dejaría intimidar por la escena local. A unos cuantos metros, en una banca de concreto con el grafiti de una mariposa morada, una vez me tiraron de un balonazo Slouching Towards Bethlehem de Joan Didion. Cabe añadir que la poeta cuyo nombre lleva el parque nació en la misma casa que mi madre en Coatepec, Veracruz. Justo en la esquina hay un puente plateado en el cual recuerdo a Sergio de pie cuando vino a visitarme desde Morelia; mientras fumaba, el humo se entretejía con la noche.


Luz Saviñón, esquina con diagonal San Antonio 

En el parque Mariscal Sucre Aurora, Sergio y yo nos sentamos a tomar caña un lunes por la noche, oscilando entre chistes simplones y el fulgor de las luces de los autos. A menudo recorro las calles aledañas hablando con Gretel sobre todo lo que se nos ocurre, parece que nunca nos quedamos sin tema de conversación. Una de mis cosas favoritas es recorrer la ciudad junto a ella, verla transitar con tanta seguridad las calles de la colonia en la que creció. La última vez que caminamos le enlisté los cambios que he notado en mí desde que vivo en la CDMX: "la ciudad te cambia el ritmo, la ciudad te cambia", me dice Gretel con un destello que reflejan sus ojos.

Me entusiasma pensar que con el paso del tiempo las memorias que tengo desparramadas por la ciudad se duplicarán, pero también temopensar que las que ahora existen terminarán por desvanecerse. Éste es mi intento por preservarlas.