CDMX / No. 246

En la casa: con esta gente: se nos respeta





Me acuerdo de las veces que iba de morrito a las luchas y gritaba “¡eeehhh, putooo!” a los técnicos, pues soy seguidor de los rudos, looos ruuudooos. Me acuerdo de las veces que iba de morrito a las luchas y salía de ellas con un traje del luchador Místico, una máscara del Dr. Wagner Jr. y una playera de los Perros del Mal. Me acuerdo de las veces que iba de morrito a las luchas y me rompí la nariz en la puerta de mi hogar horas antes de asistir a ellas y aun así fui. Me acuerdo de las veces que iba de morrito a las luchas y lloré porque en una pelea con el Hijo del Perro Aguayo al Dr. Wagner Jr. le quitaron su máscara los perros del mal que no sabemos dónde se encuentran. Me acuerdo de las veces que iba de morrito a las luchas y me tomé una fotografía con el Dr. Wagner Jr. y el Hijo del Perro Aguayo. Me acuerdo de las veces que iba de morrito a las luchas y experimenté una época de oro: vi luchar a Héctor Garza, Marco Corleone, Alex Koslov, Dos Caras Jr., el cien por ciento guapo Shocker (que de guapo sólo tenía su carisma), etcétera, etcétera. Los años pasaron, me olvidé de ese morrito que fui, de las luchas, de las mentadas de madre, de las caguamas siendo arrojadas al ring, de los piropos machistas que les hacían los sudorosos a las bailarinas, de la mercancía vendida afuera de la Arena México, de los tacos para cenar al salir de cada función, de aquella casa donde, con su gente, se nos respeta.

Como la costumbre narrativa de toda crónica: es 10 de abril de 2024 y voy en camino al metro Balderas: cerca de las dos de la tarde: Biblioteca de México: Centro de la Imagen: sudor en el cuello y en las axilas: puestos ambulantes: restaurantes: peatones: caminar por dos cuadras: día sin nubes: sigue como antes (más deprimente). La Arena México permanece cerrada cuando no tiene funciones, y a la vista parece un lugar abandonado: sus taquillas están sucias (la gente deposita su basura en ellas) y, sin embargo, hay un vendedor de boletos para la función de la noche.

—Deme unos de 150 para la función de hoy, por fa.

—Serían 300.

—Claro.

—Tenga. Muchas gracias, jefe.

Nuevamente hagamos la rutina, pero al revés: las dos de la tarde: Arena México: detrás de Televisa: más sudor en el cuello y en las axilas: peatones: restaurantes: puestos ambulantes: las mismas dos cuadras: Biblioteca de México: Centro de la Imagen: metro Balderas: de regreso a mi hogar y a esperar.

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La lucha libre mexicana fue declarada Patrimonio Cultural Intangible de la Ciudad de México el 21 de julio de 2018 gracias al decreto firmado por el entonces jefe de gobierno: el Dr. José Ramón Amieva Gálvez. Justamente en un día 21, mas de septiembre y de 1933, se fundó la Empresa Mexicana de Lucha Libre. Entre la década de los cuarenta y de los setenta la lucha libre se popularizó a nivel nacional e internacional gracias a los medios de comunicación: televisión, radio y cine. ¿Quién no recuerda esas películas de El Santo con Blue Demon? Uno contra uno: dos contra dos: tres contra tres: ¡todo un circo! 

Una hora antes de la función. La entrada de la Arena México deja de ser el lugar abandonado que es en sus días y horarios inhábiles, y se convierte en un punto de encuentro para amantes de la lucha libre mexicana y los que se interesan por ella. Los vendedores afuera de la entrada atraen a los asistentes, pues entre las playeras, máscaras, disfraces, mandiles y todos los demás productos referentes a los luchadores hay una gran ganancia tanto para el vendedor como para el consumidor: uno gana dinero y el otro un recuerdo.

Tres personas de seguridad: si los asistentes traen cadenas, anillos o algo de metal, se los retiran, y al final de la función los pueden recoger; esto pasa también si portan una cámara fotográfica. Dos filtros de acceso: una persona revisa y registra el boleto y otra verifica el lugar de asiento para llevar a los asistentes al suyo: al llegar, la persona que los llevó pide una propina (“lo que gusten”).

Ocho luces: color azul: el cuadrilátero: gradas color negro: verdes: rojas y azules: diversas filas: 13 entradas: arriba de ellas banderas de diferentes países: de las que recuerdo: Japón: Chile: Cuba: Estados Unidos: México: Canadá: España: Inglaterra: y Argentina.

Mientras la espera del espectáculo comienza, el personal de la Arena México inicia su venta de garnachas y chelas: micheladas solas: micheladas con Clamato: papas: Maruchan preparadas: hot-dogs: cueritos: tortas: los precios varían: 40: 70: 120 varos: etcétera: etcétera.

La lucha libre mexicana es atractiva para los extranjeros, quienes asisten a la Arena México como si estuvieran en una playa: de shorts, playera y chanclas (sin calcetines, claro). Los martes, generalmente, las gradas de arriba están vacías y las gradas de abajo se llenan como en un 80%. Los asistentes portan las máscaras de sus luchadores favoritos acompañados de sus familiares, amistades o parejas.

Sube el referí: calvo: serio: de la seriedad sale su lado juguetón en su oficio: se apagan las luces: la pantalla (debajo de la cual salen los luchadores) presenta a un comentarista con bigote de Cantinflas, quien da la bienvenida para luego dar paso a la única persona con traje del lugar: el presentador —en este caso es Julio César Rivera—. Después de su discurso vehemente las luces arriba del ring cambian de color y salen dos bailarinas, las cuales mantienen una misma rutina de baile aunque no esté sincronizada con las canciones de presentación de los luchadores, que oscilan entre el rock, el metal y el reguetón, de vez en cuando una de hip-hop y trap. La entrada de los luchadores —que ganan arriba de los mil hasta llegar a los $40 mil si logran hacerse un nombre— es su carta de presentación ante la afición (ésta suele atraer el apoyo hacia lo opuesto, o sea, a los rudos).

(Me abstengo de escribir quiénes son los luchadores de esta noche porque en este espectáculo no importa quién luche: lo importante y divertido es quitar el estrés de la semana mientras mentamos y disfrutamos cómo se rompen la madre).

Después de presentarse épicamente, los luchadores le alzan los pies al referí, éste los toca para después chocar las palmas de las manos. Los rivales se saludan entre sí: no tienen riñas personales: son compañeros que se respetan: que reconocen su trayectoria: que tienen un respeto por el público: sus boletos de 400: 350: 300: 250: 200: 150: 125: 80: 50 y 25 pesos valen la pena: no como un partido de la selección nacional, que ni espectáculo ni gol regala: acá es distinto: se esperan madrazos, y madrazos hay hasta de sobra. Los luchadores, pese a que recibirán una madriza nocturna, se aprecian felices, con una sonrisa escondida detrás de su máscara: es una actividad que los complementa. La lucha libre mexicana más que un deporte es una cultura: la cultura de la disciplina: de la rutina: de la paciencia: del valor de la derrota y la delicia de la victoria. 

Se lucha por comprender lo atractivo que es ver al cuerpo moldearse para hacer acrobacias desde la esquina del ring. Se lucha para entender la fascinación de sentir y observar el dolor ajeno. Se lucha para conocer la importancia de la empatía y la reciprocidad en un trabajo en equipo. Se lucha para encontrarse con uno mismo al enfrentarse con rostros desconocidos. Se lucha porque, en un país tan profundamente hundido en el odio y herido por la violencia, agarrar el desmadre con la afición en una lucha nos conecta: nos hace olvidarnos de la desunión que la política ha provocado en nosotros.

¡Lucharán a dos de tres caídas sin límite de tiempo! En esta esquina… En la lucha libre mexicana no hay retrasos ni pretextos: inicia con puntualidad. Algo que se ha fortalecido recientemente —cuando venía de morrito a la Arena México no era muy común— es la lucha entre mujeres: en mi juicio —absurdamente anímico—, ellas dan un mejor espectáculo que los hombres: hay un factor que comparten: ambos géneros cargan sus cinturones de campeonato: otro factor que comparten: luchan dentro y fuera del ring: unos factores más: tienen gastos médicos —si son independientes ellos mismos los cubren—: pierden la máscara: pierden la cabellera: sudan como cerdos: reciben las mismas mentadas de madre: culerooo, culerooo, culerooo: quiere llorar, quiere llorar: buuu.

Al sentarme en el camión de regreso pienso en el morrito que fui y en las coincidencias de la vida. Si mi contradicción me lo permite, expondré a uno de los luchadores que vi esta noche: Místico, como en aquella ocasión de mi niñez en que me compré su disfraz. Místico: un tipo que tiene cuatro identidades: Místico: Sin Cara: Myzteziz y Carístico. Místico: un tipo que triunfó en la WWE.

Nunca me fui de la Arena México. Nunca dejaron de gustarme las luchas. No he dejado de ser aquel morrito. ¡Que viva la lucha libre mexicana, carajo!