Más allá / Carrusel / Heredades / No. 246

Concha Méndez: una poética de las manos 

 

Si durante alguno de sus veranos de juventud en San Sebastián alguien se hubiera acercado a la joven Concepción Méndez Cuesta para formularle la pregunta que articula toda sociedad provinciana española: "Y tú, ¿de quién eres?", aquella niña debería haber respondido que era la mayor de los 11 hijos del adinerado matrimonio Méndez Cuesta, con domicilio en la calle Joaquín Costa nº 24 de Madrid. Sin embargo, lo más probable es que aquella adolescente, que ya desde niña aseveraba que iba a ser capitán de barco, hubiera contestado que ella era ciudadana del mundo, deseo que cumpliría años más tarde: "Es preciso ver mundo, mucho mundo, hasta recorrerlo casi íntegro".1

Pensar en Concha Méndez es evocar un torbellino vital, intentar retratarla en unas cuantas líneas resulta un ejercicio reduccionista, ya que su personalidad se desborda en cada línea. Les propongo, entonces, tratar de explorar algunos episodios de su biografía a partir de la imagen de sus manos, con las que construyó su vida, más allá de los límites que el género y la clase le imponían a una mujer que nació en el seno de una familia burguesa madrileña en 1898: "El derecho a usar sus manos, la destreza y la fuerza para trabajar con ellas constituyeron una emancipación de un designio de clase social que le resultó sumamente incómodo".2


Manos que se construyen creativamente como mujer libre


Cuando leemos las memorias de Concha Méndez podemos percibir en su primera juventud un impulso genuino por vivir una vida fuera del salón de té, único espacio de intercambio artístico e intelectual al que podían aspirar las señoritas de su clase. Intuyo, entonces, que fue su facilidad para el lenguaje y para la música lo que hizo que se iniciara artísticamente en la poesía, pero, con el tiempo, el ejercicio de la escritura se convirtió en un acto de emancipación, por lo que también se lanzará a la escritura de otros géneros como el teatro o el guion de cine.

El impulso artístico y el ansia de libertad se presentan en Concha Méndez completamente imbricados: es su vocación por las letras y la cultura lo que la lleva a trascender en el espacio público con otros actos creativos, performativos los llamaríamos ahora, como pasear por Madrid sin sombrero con otras y otros artistas: "La noche de mi descubrimiento en el Palacio de Cristal había conocido a la pintora Maruja Malloy empecé a salir con ella por Madrid. Íbamos por los barrios bajos, o por los altos, y fue entonces que inauguramos un gesto tan simple como quitarse el sombrero".3

Ese descubrimiento al que alude la poeta se refiere a la primera vez que acude a un recital del poeta Federico García Lorca, acto inaugural de una etapa de desarrollo artístico en la que Concha Méndez encontrará un espacio para dejar que toda su energía creativa se desborde: "En aquel tiempo yo no había hecho reflexión alguna sobre la poesía; los poemas me salían a todas horas y en todas partes sin proponérmelo. Por esto creo ahora que la poesía sale porque sí; el que nace, nace; pero tiene que haber un resorte para que surja, como surtidor que de repente suelta aquella"4, y que dará como resultado sus primeros poemarios, cuyos títulos reflejan esa rebosante y joven energía vital: Inquietudes (1926) y Surtidor (1928).


Manos que recorren mapas, manos que recorren el mundo


Los mapas de la escuela
todos tenían mar,
todos tenían tierra.
¡Yo sentía un afán por ir a recorrerla…!
Soñaba el corazón
con mares y fronteras,
con islas de coral
y misteriosas selvas…
Soñaba el corazón…
¡Oh, sueños de la escuela!5


Como mencionábamos en líneas anteriores, la relación de Concha Méndez con el arte no sólo tiene que ver con su deseo de escribir, sino con un impulso vital de crear una existencia en la cual desarrollarse plenamente. Este impulso creativo está presente desde su infancia y será lo que la lleve a embarcarse rumbo a diferentes destinos. Primero vivirá en Londres, donde durante seis meses trabajará como profesora de español; después, realizará su primer viaje a América, a bordo del trasatlántico Infanta Isabel, con el que llegará a Argentina y se radicará en Buenos Aires, desde donde visitará el país vecino, concretamente, su capital, Montevideo.

La experiencia argentina resulta fundamental para la formación de Concha Méndez, pues la joven artista se integra plenamente en el círculo intelectual bonaerense. Arropada por este contexto, escribirá poesía, ensayo, editará piezas teatrales, publicará más de una docena de artículos para el periódico La Nación; en definitiva, se consolidará en el ejercicio de la escritura.

De esta estancia de 18 meses nacerá su tercer poemario, de un profundo carácter vanguardista: Canciones de mar y tierra (1930), prologado por Consuelo Berges e ilustrado por Norah Borges.


Manos manchadas de tinta: la escritura como oficio


La Concha Méndez que regresa a España en 1931, tras su estancia transatlántica, es una mujer con una trayectoria profesional y personal plenamente consolidada. La escritura ya no es sólo un impulso rebelde, un camino de búsqueda emancipadora, sino que se convierte en un oficio. Me gustaría que reivindicáramos, entonces, las manos manchadas de tinta de Concha Méndez, quien se convertirá en una de las editoras más importantes de la España de la Segunda República: "Ya instalada la imprenta, nadie podía moverla. Era yo quien la manejaba, vestida con un mono azul de mecánico. Era difícil y cansado. Cuando salía a la calle con aquel mono, la gente se quedaba extrañadísima; no recuerdo haber visto en todo Madrid a otra mujer vestida con pantalones".6

En 1932, se casa con el poeta malagueño Manuel Altolaguirre y funda con él un proyecto de vida que queda grabado en el sello Concha Méndez & Manuel Altolaguirre Impresores, plasmado en las portadas de muchas de las grandes obras de la generación del 27, como Primeras canciones de García Lorca, Primeros poemas de amor de Pablo Neruda, El rayo que no cesa de Miguel Hernández y La realidad y el deseo de Luis Cernuda.

La labor editorial que llevará a cabo la pareja será fundamental tanto en la consolidación del tejido cultural como en la divulgación de la obra del grupo intelectual al que pertenecían. Fundaron la revista Héroe (1932), uno de los pocos espacios mixtos en los que confluyó la obra de hombres y mujeres de la edad de plata de la poesía española. Posteriormente, en Londres, fundarán la revista 1616 (1933) que pretendía hacer dialogar a la tradición inglesa con la española; también fue suya Caballo verde para la poesía (1935), cuya dirección le encomendaron a Pablo Neruda. En resumen, la fundación de su sello literario y la publicación de estas revistas significó la consolidación de un espacio de difusión que sin duda determinó la existencia literaria de esta generación.


Manos que se vacían en el exilio


Incluso después de la guerra civil, durante el exilio en La Habana, esta labor de divulgación se continúa con la imprenta La Verónica, en cuya colección El Ciervo Herido, la autora publica su poemario Lluvias enlazadas (1939). 

No obstante, después de este poemario y tras su llegada a México, donde se afincaría hasta el final de su vida, comienza una etapa de silencio. Con el exilio, Concha Méndez, la mujer que había construido con sus manos un espacio de libertad, perdió toda su red de afectos, sus amigos, su familia y, con ellos, su posición social y cultural; en definitiva, el espacio duramente labrado en el que poder ser ella misma:
Aquella biblioteca [me habían regalado en Buenos Aires una colección de teatro universal traducida al español] la perdí con la guerra, como todas las otras cosas, las cartas [Rafael Alberti me escribió unas cartas preciosas… junto con otras ilustradas de Federico, las tenía guardadas en una caja de banco, que perdí con la guerra], el puñal labrado, los afectos, los amigos.7
Como anuncia el título de su poemario Entre sombra y sueños (1944), publicado ya en la Ciudad de México, Concha Méndez inicia una etapa vital en la que el pasado y el presente conviven en su experiencia de realidad.


El gesto cotidiano de la escritura

Alejada de los círculos culturales en los que se desarrolló en su juventud y con una hija a su cargo, Concha Méndez debe encontrar como mujer, madre y exiliada un espacio de escritura en lo cotidiano.

Así, las manos que escriben son las mismas manos que pican cebolla, sacan la basura o acarician a la hija. Un gesto que resulta natural en alguien en quien la poesía siempre ha sido un impulso que brota en el devenir de la existencia: "Ahora en México, me sucedió algo mágico. Estaba en la cocina mondando cebollas cuando de pronto me surge un poema. Sigo con las cebollas y otra vez me nace otro; dejo las cebollas, y así, mientras estuve en la cocina me escribí catorce".8


Manos que se aferran a la vida


Tras su larga etapa de silencio creativo, Concha Méndez vuelve a la vida literaria con la publicación de sus últimos dos poemarios: Vida o río (1979) y Entre el soñar y el vivir (1981), fruto de una etapa que inicia a finales de los setenta, tras un intento de suicidio al que le sigue un nuevo despertar vital: "Me entró de golpe una gana de continuar, un anhelo de vida, una alegría por despertar cada mañana".9 Méndez retoma la carrera poética con el ímpetu creativo que caracterizó a toda su obra anterior, en un ejercicio literario diario que proseguirá hasta su muerte en 1986, dejándonos ver un vitalismo que reflorece y una reafirmación del valor de sus vivencias pasadas.


Manos que se rebelan

Cada una de estas imágenes de Concha Méndez confrontan el olvido intelectual, académico y crítico al que la artista se vio relegada desde su exilio. Por fortuna, durante las últimas décadas, el trabajo de diferentes investigadoras e investigadores ha dado visibilidad tanto a su obra artística como a su papel clave en el ámbito editorial, artístico y cultural de la edad de plata española. Así, poco a poco, la imagen de Concha Méndez vuelve a ser visible como esa escritora que brillaba con una luz inmensa, esa irreverente agitadora cultural, esa obrera de la escritura, esa mujer arrolladora que ensanchó las posibilidades de lo que significaba ser mujer a inicios del siglo XX, por eso, su huella será siempre imborrable: 

Yo soy la fuerza de mí misma,
la antena receptora del milagro.
Yo soy la vida sin remedio.
Mi muerte no será sino un colapso;
porque después de muerta seguiré viviendo,
nadie sabe hasta dónde ni hasta cuándo.10



1 Archivo Cartas Vivas, Fundación Santander. intercambio artístico e intelectual al que podían aspirar cartasvivas.org/concha-mendez las señoritas de su clase. Intuyo, entonces, que fue su 
2 Paloma Ulacia Altolaguirre en Homenaje a la escritora Concha Méndez, facilidad para el lenguaje y para la música lo que hizo Instituto Cervantes, 2019. www.youtube.com/watch?v=I4b0ggRIYp4
3 Paloma Ulacia Altolaguirre, Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas, Mondadori, Madrid 1990, p. 43. 
4 Idem, p. 54. 
5 Concha Méndez, Poemas (19261986), Hiperión, Madrid, 1995. Originalmente perteneciente a Inquietudes (1926).
6 Concha Castroviejo, Entrevista a Concha Méndez, octubre de 1970, periódico ABC, España.
7 Ulacia Altolaguirre, op. cit
8 Idem, p. 54. 
9 Ibidem, p. 154.
10 Méndez, op. cit., p. 103.