naturaleza / No. 248
El silencio de lo vivo
La pena de las definiciones
Veo al árbol como un dios
olvidado en la espesura del tiempo.
¿Hay una respuesta en su secreto
para reconocer lo que pide de nosotros?
Como los dioses, cada árbol está solo.
Y así siente cambiar el color
de sus anillos en cada verano y cada invierno;
así sana las cicatrices del incendio
incontenible del hombre;
así presiente a otras familias
—la de los pájaros, por ejemplo—
creciendo entre sus huecos.
No podrían clasificarse de otra manera:
la soledad define su nombre por completo.
Y así cumple cada árbol,
en su crecimiento incontenible,
su labor generosa:
el lenguaje puro que nos sostiene.
Memoria de pesca
Recuerdo a mi padre muy joven
sentado junto a mí en la orilla.
Disfrutábamos los ruidos ajenos:
el lago vivo, el bosque despierto,
las aves y el lenguaje intraducible,
el verano que hace lo que sabe
con la naturaleza que cobija,
los peces que se agitan
cuando predicen la muerte.
Recuerdo no saber mucho del oficio
pero sentir en la piel el taladro
de los pescados en la cubeta.
La vida yéndose a gotas
salpicadas en nuestros cuerpos.
La tierra y su aroma pintando
nuestras manos hechas de intenciones.
Recuerdo no poder concentrarme
en las lecciones consecuentes
ni en todo lo que oculta la pesca
porque ahí, viendo de frente
a ese inmenso espejo,
conocí la muerte.