naturaleza / No. 248

Tengo la cuenca de México en el ojo

El duelo no avanza en línea recta.
Isabel Zapata


¿Cómo le debo de llamar al espacio que ocupaba un cuerpo
de agua ahora que está vacío y no le queda nada?
Cuenca.
Del ojo. De México.
A principios del siglo pasado el altiplano todavía parpadeaba,
aún podía sostenerle la mirada a todos sus habitantes.

*

Nueve mil seiscientos kilómetros cuadrados:
el área total que me falta por ocupar.
Si tan sólo quisiera quedarme quieta,
detener los pasos, tenderme con los brazos abiertos,
terminar mi huida hoy mismo.
Si mis movimientos no describieran una línea recta
siempre hacia adelante.

*

Soñé que era el glaciar Ayoloco.
Soñé que era el corazón del eje neovolcánico transversal.
Soñé que la altura evaporaba en mí toda la sangre.
Soñé que José María Velasco me pintaba a la distancia.
Soñé que despertar era equivalente a la extinción.

*

De alguna manera el cielo está lastimado.
Lo observo como se observa al enemigo que se muere.
Con desprecio.
Así se equilibra la balanza por las veces en las que,
ya estando muerta,
él eligió reposar encima mío con todo su peso, toda su extensión.
Ahora yo también elijo ser poco más que un dedo que cubre
el horizonte lejano.

*

Tener abundancia de recursos hídricos me ha permitido seguir
existiendo a cambio de vivir constantemente ahogada.
Entonces comprendo que ahogarse forma parte de algo más grande:
todo asentamiento humano exige el luto perpetuo,
demanda la explotación continua y sofocante
de su fuente natural de lágrimas más cercana.

*

Garzas incapaces de permanecer en sus nidos.
Pastizales nativos de un cadáver en descomposición.
Lagunas breves atraídas por el color del concreto.
Flores degradadas a hierba que dificulta los caminos.
La vida que no intenta escaparse del páramo es endorreica.

*

¿Por qué no fui capaz de conservar el cuerpo intacto?
Diría que es la más agobiante de mis preocupaciones.