naturaleza / No. 248

Sin remedios


Estoy atrapado en un líquido espeso, cada parte de mi cuerpo está rodeada por esa insoportable sustancia. Muevo sin parar mis piernas y brazos por la desesperación. En cada espasmo, mi piel se corta y ese fluido más negro que la noche entra en mi cuerpo. Intento abrir los ojos para encontrar algún camino que me lleve a la superficie, pero no soporto el violento ardor. La presión en el pecho me obliga a abrir la boca, y comienzo a tragar la suciedad. Intento cerrarla con ambas manos, pero el agua negra me ha transformado por completo. Ahora tengo dos inmensas fauces, mis labios se han partido en cuatro y, con independencia propia, bombean el agua con mierda a mi interior. Mi materia ya no me obedece, sólo queda mi rota y jodida mente. Y recuerdo a mi abuelo, en su silla de ruedas, con los pies hinchados, platicándome que él nadaba en este río, cuando era cristalino, en el agua liviana y dulce, mientras las mujeres hincadas a la orilla lavaban la escasa ropa que poseían. Me siento enajenado, ya no pataleo, estoy inmóvil en este mal llamado canal de aguas negras. Sin darme cuenta, he abierto los ojos y veo el fulgor de unas lámparas que intentan descifrar en qué parte del río muerto estoy.

—¡Chente, ya bájale! Ya hablé con la central para que nos manden a los bomberos, me cae que no me voy a aventar un chapuzón en la mierda para encontrar a ese raterillo, ni sabemos qué se chingó. El reporte dice que fueron un celular y varias cajetillas de tabaco. Me cae, esta pinche gente cada vez está más loca, nomás se tenía que mochar con lo que se había apañado, y no aventarse al río de los Remedios.

He dejado de pensar, de sentir. Estoy suspendido en este hoyo negro, veo cómo esas luces poco a poco se alejan, y con ello mi cuerpo vuelve a pertenecerme. No hay corriente aquí, sólo el tronar de incontables burbujas que sacan un aroma químico pestilente. Y no nado, más bien repto dentro de esta sustancia, hasta llegar a la orilla. Mi cuerpo se siente más pesado de lo usual, y no es por la ropa, pues estoy completamente desnudo. Miro a mis lados y sólo unos cuantos árboles con las ramas tristes ven mi escasa humanidad. La soledad llena mi espíritu, la rabia nubla mi conciencia, mis músculos se contraen por la enorme violencia que albergo. No hay sonido que me consuele. Ni verde que me abrace, sólo el desértico gris que me invita a perderme de nuevo en su laberíntica panza. Camino hacia ella completamente envuelto en desperdicios, el cemento está frío por la ausencia del sol, y me golpean los estertores moribundos del río químico. La pesadumbre que siento se vuelve infinita, y una serie de recuerdos que no me pertenecen se comienzan a proyectar en mi interior: el cauce tranquilo y a su vez feroz del río transparente, los mexicas caminando con piedras en sus espaldas pisando el agua, gente con ganado yen-do por la orilla, niños siendo bañados, mujeres llenando vasijas de barro y colocándolas en sus cabezas, rostros distintos... y la sabiduría de Remedios me muestra la inserción de los tubos de plástico, escucho el ruido taladrante de las máquinas, la huida de los peces, la muerte de los árboles a su alrededor, la transfusión de agua con mierda, la inyección de químicos por parte de las fábricas, basura y los rostros indiferentes de la gente.

Caigo agobiado, con la boca seca, ya no aguanto mi peso, soy incapaz de ponerme de pie.