naturaleza / No. 248

Dos versiones del agua


Nubes
En el año 2001, Teresa Margolles presentó en Nueva York Vaporización, una instalación que consistía en máquinas que creaban una densa capa de niebla con agua que había sido empleada para limpiar los cuerpos de una morgue. La niebla tenía un peso palpable, un olor y un gusto ligeramente metálicos. Impregnaba la ropa, el pelo y la piel. El cuerpo de los asistentes se convertía en el soporte de huellas residuales de otros cuerpos. Los espectadores debían caminar con cuidado, de manera incómoda, capaces a penas de reconocer sus manos frente a sus ojos.

Es difícil no pensar en nubes.
No pensar en nimboestratos llenos
o en todas las piedades que sostienen el peso de sus cuerpos
       como nubes que cargan el agua entre sus brazos
         así te llevo, con miedo de perderte.

Recién llegado al lugar sin límites
me pregunto en dónde acaba el cuerpo, en dónde tú y yo
si te respiro junto a todos los demás

en esta lluvia que está a punto de empezar todo el tiempo
      en el contorno de los labios
    que con cada respiración desaparece
      como cuando dos se besan.

    Con cada bocanada otro poco
la misma piel expuesta y limpia ya de sangre
se diluye, se condensa en los pulmones.

Es inevitable no sentir una mano sobreponer su tacto al tuyo.

Es inevitable no apegarse a esta versión
de la materia doblándose sobre sí para volver a paladear
    el gusto metálico de la muerte.

Dime, ¿qué forma le encuentras a esta nube?

      La imagen de un amor que se completa en el otro
        o una persona que camina hasta perderse en la nieve
    o una sombra, como Eurídice, que no sabes si te sigue.




Hablemos de langostas

Hay algo personal en todo esto.
En vernos, el uno al otro, reflejados
mientras esperamos el calor de la flama
   y la estela
que nos ha de recordar a ambos el mar.

Proclamas en verbo tu silencio.
Así entiendes la enseñanza.
Para ti, esto debe ser la poesía,
 elegir una palabra
 
y repetirla hasta que desaparezca.

Yo no estoy iluminado.
En mí no hay palabra para el dolor
que no se nombra.

Dicen que una vez en el agua
hirviendo gritas.
Pero sé que tu voz no tiene canto
ni bordes
y lo que se oye
es el agua que ebulle entre la carcasa y tu carne,
la presión que se enrojece en tu piel.

Por ese ruido hay gente que sale
de la cocina al prepararte.
Ponen una alarma para palpar
el tiempo faltante,
y que avise cuando todo esté listo.
Aquí su cobardía y su crueldad.

De acuerdo con zoólogos marinos,
el martirio toma de 30 a 40 segundos
           promedio.
Medio minuto de antesala temperante
en otro infierno.
No cabe duda, los tiempos de tu Dios
son perfectos.
Nos hemos querido mentir
que no tienes cerebro como nosotros,
sino una red de ganglios
que se tiende enteramente sobre tu cuerpo
      como cuerdas nerviosas.
Foster Wallace nos lo advierte:
Tálamo, hipocampo, córtex y memoria
es lo que te falta para vivir el sufrimiento.

Sin embargo tienes ojos:
dos perlas negras,
dos vacíos abiertos
arrojados al miedo
por mi mano.

Yo no sé qué fe defiendes,
qué acto impío te será recompensado,
ni quien permite esta barbarie.

Después de todo
¿qué fe puede hervir, reflorecer
        y afirmarse
mediante este dolor?

Te diré algo, tu carne
me ha convencido
      del milagro.