fiesta / No. 250
Patio de juegos
Era un campo de guerra sin sangre derramada,
de abordajes serenos,
de pugnas dirimidas anticipadamente.
Era un estruendo de suelas gastadas
aullando con el pulso del apremio infantil.
Y era también un bazar clandestino
de almuerzos que transitaban de mano
en mano y a otra mano.
En sus tubos las peras soportaban
los embates resueltos
de criaturas elásticas
y las pelotas como proyectiles
cruzaban el terreno
con sus plastificadas liviandades.
Recuerdo incluso que ciertas mañanas
el suelo macizo de chapopote
se encrespaba, no sé
si por el sol o a causa del asedio
de policías buscando ladrones.
Era una fiesta íntima
pero fraternizada por un pacto
cómplice, mudo, tácito.
de abordajes serenos,
de pugnas dirimidas anticipadamente.
Era un estruendo de suelas gastadas
aullando con el pulso del apremio infantil.
Y era también un bazar clandestino
de almuerzos que transitaban de mano
en mano y a otra mano.
En sus tubos las peras soportaban
los embates resueltos
de criaturas elásticas
y las pelotas como proyectiles
cruzaban el terreno
con sus plastificadas liviandades.
Recuerdo incluso que ciertas mañanas
el suelo macizo de chapopote
se encrespaba, no sé
si por el sol o a causa del asedio
de policías buscando ladrones.
Era una fiesta íntima
pero fraternizada por un pacto
cómplice, mudo, tácito.
Desde afuera la escena parecía
una exacta definición del caos.
Pero si tú encontrabas la manera
de embeberte en el temblor del ritual
intuías que esos treinta minutos
ejercidos a diario
podrían modelar años más tarde
la memoria precisa,
quizás la más preciada,
de tu inocencia.