cliché / No. 251

Un día sin clichés

Jennifer McNamara


A veces me pregunto si vivir cerca de la Cineteca me hace el suficiente daño para creerme personaje o me invento problemas para no enfrentar los que sí tengo. Decidí hacer un experimento absurdo: vivir una semana entera sin usar un solo cliché. Por supuesto, decidí documentarlo porque si un árbol cae en el bosque y nadie está ahí para escucharlo... Empezamos con el pie izquierdo.

No sé si hace falta aclarar lo evidente, pero los clichés están por todos lados. En nuestras conversaciones, en nuestros pensamientos, en nuestras relaciones, ¡hasta en la forma en que tomamos nuestro café! Son como esas pelusas que se esconden en el ombligo; nadie habla de ellas, pero todos las tenemos. Y me cansé. Me cansé porque cada vez que alguien me dice "todo pasa por algo" cuando alguien muere, o "un día a la vez" cuando estoy hasta el cuello de ansiedad, siento que me dan ganas de arrancarme las pestañas una por una.

¿Lo peor? Yo también los uso. Todo el bendito tiempo.

Así que pensé: ¿qué pasaría si durante una semana entera intentara detectar y eliminar cada cliché en mi vida? Para hacer esto tuve que establecer una regla sencilla: consideraría como cliché cualquier frase hecha, expresión común, refrán o declaración que haya escuchado tantas veces que ya perdió su impacto original.


Día 1: "La toma de conciencia" (Sí, sí fue a propósito)


Empecé intentando no decir "buenos días", lo cual es ridículo porque, ¿qué se supone que debo decir? ¿"El período de veinticuatro horas que comienza con el amanecer ha llegado satisfactoriamente"? Imposible. Cualquier otro saludo preestablecido es también un cliché. Recuerdo que cuando llegué a trabajar a la Ciudad de México me encontré con un grupito de personas en la empresa que siempre saludaba con un "¿qué tal?" y seguía caminando. Mi jefe hacía eso y, hasta la fecha, sigo sin saber cuál era la respuesta correcta a dicha pregunta.

Las reuniones de trabajo fueron peores. De todos los lugares donde se sobrevive con base en los clichés, las industrias son las reinas. Porque se inventan sus propias maneras extrañas de decir las cosas, muchas de ellas basadas en anglicismos. Por ahí en internet circula el diccionario del project manager. Desde acá empezamos. Es más sexy decir project manager que administrador de proyectos. ¿Por qué decir "tengamos una primera reunión" cuando se oye más interesante decir "tengamos un kick-off"? A las reuniones innecesarias les decimos touchpoints; a estar de acuerdo, estar alineados; a tener un cronograma, tener un roadmap. A que tu jefe te ponga una reunión para ver cómo vas: follow-up. Para efectos prácticos, no pude escribir "BRB" (be right back; vuelvo en un momento) en el chat cuando tuve que apagar mi cámara para hacer una biopausa en la junta, ir al baño y descargar la vejiga. Cuando intenté explicarle mi experimento a mi colega preferido, me contestó: "Oye, ¿todo bien en casa?".


Día 2: Las conversaciones imposibles


Llamé a mi papá. Error garrafal. Tratar de mantener una conversación con un progenitor mexicano sin usar frases como "Dios mediante", "ni modo", "échale ganas" es más difícil de lo que parece.

—¿Cómo estás, hija?

—Experimento un estado emocional caracterizado por la ausencia de preocupaciones significativas.

—¿Qué?

—Que estoy bien.

—Ah. ¿Y cómo va el trabajo?

—Se desarrolla conforme a los parámetros esperados para esta etapa del proyecto.

Silencio.

—¿Estás borracha?



Día 3: La escritura o el infierno en la tierra

Si creía que hablar sin clichés era difícil, escribir sin ellos resultó ser una tarea titánica. No podía empezar mis cartas con "Espero que estés bien".

Las redes sociales son un campo minado: no podía usar hashtags como #fyp o #liveauthentic (gracias a Dios), tampoco podía publicar una foto del cielo sin sentir que estaba cayendo en un abismo de sinsentido.

Lo peor fue cuando tuve que mandar un mensaje de felicitación a una compañera que acababa de ser mamá. De acuerdo con mis reglas, no podía decir que el bebé era "hermoso", porque sí estaba lindo, se sabe que cuando un bebé no es bonito, usamos el cliché "qué bebé tan simpático"; tampoco podía escribir que le deseaba "lo mejor en esta nueva etapa". Preferí darle "me encorazona" al post que subió y listo. Evité pensar en si las reacciones en redes eran clichés o no.


Día 4: Los hábitos o los clichés cotidianos


Mi rutina matutina se desmoronó como castillo de naipes (ese también fue a propósito, ¿pero acaso no es una linda imagen?). No podía "cargar pilas" con mi café, ni "refrescarme" en el baño, ni siquiera podía decir que tenía "un día ocupado por delante".

Cuando alguien estornudó cerca de mí, me quedé en silencio en lugar de decir "salud". Cuando un amigo iba a caer en una coladera, reprimí el "¡aguas!" con resultados fatídicos. Cuando vi a un perrito en la calle, tuve que contenerme para no decir "¡awwe, qué bonito!".

Para el final del día, me di cuenta de que incluso mi forma de vestir estaba llena de clichés personales. Siempre uso negro porque "combina con todo", siempre llevo botas porque son "cómodas", siempre me peino igual porque es "práctico". ¿Hasta qué punto somos un personaje incidental de videojuego, un NPC, repitiéndose una y otra vez?


Día 5: Las relaciones o cómo alienar gente


El momento más difícil del día, o de la noche, para ser precisa, fue cuando una amiga me llamó llorando porque acababa de cortar con su pareja. No pude decirle "hay muchos peces en el mar", ni que "lo que no te mata te hace más fuerte", ni siquiera que "el tiempo lo cura todo". Al final, sólo pude decir: "Esta situación es temporalmente dolorosa y emocionalmente compleja, pero tu capacidad de adaptación te permitirá experimentar nuevas formas de felicidad en el futuro". 

Guardó silencio.

Acá es en donde pensé que los clichés nos ayudan a las personas torpes como yo. Hablar desde los sentimientos no es fácil. Tienes que ir al rincón vulnerable y mostrárselo a otra persona. Los clichés amorosos nos ayudan a tratar de que nuestros conocidos no pasen un trago amargo y a que nos deshagamos más rápido que tarde (no estoy logrando esto, de verdad que no) del trabajo mental y emocional que implica no sólo decir algo sincero, sino el trabajo de decir cualquier cosa y conectar. Así que volví a empezar:

"Querida, ¿qué necesitas de mí?"

Los clichés son inevitables y representan experiencias universales que, aunque no son perfectos, ayudan a decir lo que en realidad queremos decir. ¿Cómo expresas el amor sin caer en alguna forma de "te quiero"? ¿Cómo consuelas sin algo parecido a "estoy aquí para ti"?


Día 6: El entretenimiento, donde el cliché es rey


Intenté ver una película que no tuviera clichés. Misión imposible (esto empieza a perder la gracia). Incluso las películas más innovadoras siguen estructuras narrativas predecibles: el héroe tiene un problema, enfrenta obstáculos, aprende una lección, triunfa al final.

Las canciones no son mejores. Todas hablan de amor, desamor, fiestas o melancolía existencial. Los libros tampoco se salvan. Hasta los más vanguardistas juegan con tropos establecidos, aunque sea para subvertirlos.

Me pregunté si acaso la originalidad absoluta existe. O si más bien lo que consideramos "original" es simplemente una combinación novedosa de elementos ya existentes. Como dice el Eclesiastés (y luego los Byrds): "Nada hay nuevo debajo del sol" (hasta en la Biblia hay clichés).


Día 7: Conclusión: derrotada estoy


Después de una semana de tortura autoinfligida, llegué a varias conclusiones:

Primero, no hay manera de vivir sin clichés. Son tan parte de nuestro lenguaje como los verbos y los sustantivos.

Segundo, muchos clichés persisten porque contienen verdades. "No por mucho madrugar amanece más temprano" nació en sociedades agrarias donde esta observación era literalmente cierta y necesaria. "La familia es lo primero" puede ser tóxico cuando justifica dinámicas abusivas, pero también puede fortalecer vínculos esenciales para nuestra supervivencia humana.

Tercero, algunos clichés son muy peligrosos. "Los hombres no lloran" ha causado más daño emocional que cualquier lágrima. "Si lo quieres suficiente, lo conseguirás" ignora privilegios, circunstancias y factores estructurales que hacen que algunas metas sean imposibles para ciertas personas, por más que lo deseen.

Y cuarto, los clichés literarios que hoy nos parecen trillados alguna vez fueron revolucionarios. Cuando Hamlet dijo "Ser o no ser, ésa es la cuestión", nadie había explorado la duda existencial de manera tan profunda en un escenario. Cuando Cervantes escribió "En un lugar de la Mancha...", estaba ridiculizando las novelas de caballería y terminó creando un nuevo género literario.

Los clichés perduran porque son eficientes, porque nos dan seguridad en un mundo caótico, y a veces, sí, por pereza. Pero también porque contienen sabiduría condensada. Son fórmulas que hemos destilado a lo largo de generaciones para ayudarnos a navegar por la vida.

Nuestro trabajo es ponerlos en duda para usarlos con conciencia. Esto no sólo aplica a los clichés universales sino a los personales, a nuestros patrones repetidos que pueden llevarnos a dar lo mínimo indispensable para el de junto. Preguntarnos si realmente aplican a la situación o si estamos usándolos como un escudo para evitar pensar más profundamente. Pero eliminarlos por completo sería como prohibir las metáforas o los adjetivos: empobrecería nuestro lenguaje y nuestra experiencia humana.

Al final del día (es el último, lo juro), vivir sin clichés es una tarea imposible. Y como dicen por ahí, lo imposible no existe... excepto cuando sí.

 




Jennifer McNamara (Puebla, 1993). Estudió la licenciatura en Humanidades en la Universidad de las Américas Puebla y un máster en Medios Interactivos en la Universidad de Westminster. Escribe una newsletter llamada “Escríbeme Pronto” con reseñas, cuentos y ensayo. También dirige el podcast “No recomiendo”.