cliché / No. 251

Del fonógrafo a Spotify: el bolero en la era digital

Uriel Santiago Velasco


Atravesar el metro de la Ciudad de México un lunes a las tres de la tarde es toda una odisea, subir a un vagón una hazaña digna de los olímpicos. Las pantallas en los andenes de espera, ajenas —o quizá conscientes— del estrés urbano ofrecen una variada programación de noticieros exprés, pronósticos del clima o programas musicales que dan la sensación de tener Telehit o YouTube en el espacio público.

En estos programas lo que más suele escucharse son los éxitos pop o reguetón del momento, pero esta tarde, a los usuarios de la línea azul del metro, les sorprende un "Cuando la luz del sol se esté apagando y te sientas cansada de vagar…", en una versión de Mía Rubín y Lucero Mijares que no suena a la que muchos conocieron con Luis Miguel en los noventa, ni mucho menos a la versión clásica de Los Tres Caballeros, sino a una fusión de estilos que va desde lo lo-fi hasta el trap.

Cuando se piensa en el bolero la imagen recurrente es la de un salón de baile con luces tenues y parejas de la tercera edad moviéndose lentamente al ritmo de Los Panchos, Javier Solís o Lucho Gatica. Se le asocia con la melancolía del cine de oro, la frecuencia de la XEW, los concursos de aficionados o las caravanas que llenaron de música los rincones más recónditos del México de antaño. 

La idea de que el bolero es sólo para adultos mayores se ha convertido en un cliché tan arraigado que parece incuestionable. Sin embargo, basta con observar lo que ocurre en festivales de música, redes sociales y en las plataformas digitales para darse cuenta de que el bolero no sólo sigue vigente, sino que ha encontrado nuevas audiencias. Prueba de ello, la versión de "La barca", que Roberto Cantoral compuso en 1957 y que ahora reinterpretaron Mía Rubín y Lucero Mijares, superó en su primer mes de lanzamiento el millón y medio de reproducciones.

Ellas no son las únicas jóvenes dentro de la industria musical que han elegido el bolero para presentar sus carreras. Ángela Aguilar lanzó en febrero de 2024 Boleros, un álbum que reúne nueve clásicos como "Somos novios", "Obsesión", "Luna lunera" y "Quizás, quizás, quizás". Esta producción acumuló en sus primeros ocho meses de lanzamiento 7.9 millones de reproducciones en Spotify y 6.6 millones de vistas en YouTube. Para ella, cantar boleros en una industria musical cargada de reguetón y fusiones latinas es algo que está en contra de todo lo que está de moda, pero es necesario que se abra nuevamente el camino.

La pregunta es ¿por qué estas jóvenes de la farándula que empiezan sus carreras deciden acercarse al bolero?


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Aunque el bolero y México están sumamente ligados, y hasta podría decirse como en la famosa frase de Agustín Lara que es un ingrediente nacional, como el epazote o el tequila, el bolero no nació en México, sino en Cuba.

En 1883, el trovador José Viviano Sánchez compuso "Tristezas", una canción escrita con dos estrofas de cuatro versos y un pasacalle como introducción. Esta obra sentó las bases del estilo que los compositores de Santiago imitarían y que hoy se conoce como el bolero clásico.

Irónicamente, la primera grabación fonográfica no fue realizada por cantantes cubanos, sino por el dueto mexicano Abrego y Picazo, populares durante el Porfiriato. Ellos trajeron en 1907 el primer bolero a tierras mexicanas, pero no lo hicieron con el nombre original de la pieza, sino como "Un beso", que circuló en un disco de una cara, bajo el sello de Columbia Records. Sin embargo, el género no se popularizó sino hasta finales de la década de los veinte y principios de los treinta.


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El poeta Ramón López Velarde escribió que "el mexicano se anticipa al sufrimiento", quizá por eso en el país calaron tanto los boleros, pues sus letras viven en la escucha y reviven al ser cantadas, no tienen lugar ni horario, su tiempo es el presente de la palabra, la que es dicha al ser amado o al que ha dejado de amar. Hay letras para cada desilusionado y para cada doliente de amor, pues como se dice popularmente "todo amor que se respeta, es tormentoso".

Aunque el bolero, como señala Guillermo Cabrera Infante, tiene un ritmo que invita al baile, es sobre todo un género atravesado por la emoción. Un ejemplo de ello es "Veinte años", la canción escrita por María Teresa Vera en 1935 y popularizada por Omara Portuondo, que dice: "Si las cosas que uno quiere se pudieran alcanzar, si me quisieras lo mismo, que veinte años atrás…".


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Mucho se ha discutido sobre si el bolero es cursi o no. Para el historiador del arte Francisco de la Maza, "lo cursi es lo exquisito fallido", aquello que aspira a la elegancia sin alcanzarla. Carlos Monsiváis, en Amor perdido, señala que lo cursi es la suma de reminiscencias provincianas y ansias de prestigio cultural, una estética propia de sociedades en desarrollo.

Sin embargo, Agustín Lara lo asumía como una provocación: "cualquiera que es romántico tiene un fino sentido de lo cursi y no desecharlo es una posición de inteligencia". Quizá por eso el bolero ha sido desacreditado, porque su exceso sentimental incomoda. Pável Granados cree que la cursilería fue un recurso fácil para clausurar a los boleristas, una etiqueta que minimizaba su impacto.


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Parafraseando a Juan Villoro, quien escucha bolero suspira ante la voz dolida del cantante, que sufre por obligación para que los demás sufran por gusto.


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Con el tiempo, todo género musical desdibuja las fronteras que lo definieron en su origen, y el bolero cubano no ha sido la excepción. En la segunda década del siglo XX, el piano comenzó a integrarse como acompañamiento, aportando matices de jazz y feeling. Un ejemplo temprano de esta transformación es "Aquellos ojos verdes", de Nilo Menéndez, donde la cadencia romántica del bolero se funde con una atmósfera más sofisticada.

Paralelamente, el surgimiento de sextetos y septetos impregnó la canción romántica de un aire más festivo, dando lugar al bolero-son. En 1930, Miguel Matamoros compuso " Lágrimas negras", canción que décadas después alcanzaría fama mundial con el Buena Vista Social Club. Su letra, que aún resuena con la misma hondura, entona "Sufro la inmensa pena de tu extravío, siento el dolor profundo de tu partida, y lloro sin que tú sepas que del llanto mío…". 

El bolero alcanzó su máximo esplendor en Cuba con el auge de las Sonoras y las Big Bands. Entre ellas, la orquesta de Benny Moré que destacó con "Cómo fue", canción que conjugaba la tradición del bolero con el dinamismo de otros ritmos populares.

Ethiel Failde, fundador de la reconocida Orquesta Failde, describe cómo el bolero se transforma en sus presentaciones, "cuando hacemos un espectáculo, el segmento de boleros es el momento de la descarga, de la bohemia, donde se da el diálogo entre cantantes. Ella le dice a él, y él le contesta. Es la hora de la tiradera, como decimos los cubanos".


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Es pues un género dúctil, capaz de mezclarse con el danzón, el son, el jazz, el fado e incluso con ciertos matices de la cumbia.

El bolero cubano se forjó en la sensibilidad de sus compositores. Han trascendido temas como "Contigo en la distancia" de César Portillo de la Luz, "La gloria eres tú" de José Antonio Méndez o "Tú me acostumbraste" de Frank Domínguez. Cada uno de estos compositores contribuyó a la expansión del bolero.


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"No hay que olvidar que México y La Habana son dos ciudades que son como hermanas", canta Benny Moré en "Bonito y sabroso", recordando el estrecho vínculo entre ambas tradiciones musicales. Mientras en Cuba el son, la guaracha y el danzón llenaban  las calles de ritmo y sabor, en México el bolero encontraba un público ávido y se expandía con rapidez. La radio y el cine de oro lo llevaron a cada rincón del país, convirtiéndolo en el acompañante de incontables historias de amor y desamor. 

Con el tiempo, el bolero mexicano adquirió una identidad propia. Aunque en sus inicios conservaba el cinquillo cubano, la influencia de otros géneros fue marcando sus transformaciones. El bolero beguine, inspirado en el ritmo que Cole Porter inmortalizó en "Begin the beguine", imprimió un nuevo aire a la balada romántica. En los años cuarenta, Los Panchos añadieron maracas y percusiones, afianzando un ritmo acompasado que ha llegado casi intacto hasta nuestros días.

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Como dice Ethiel Failde, "el danzón, el mambo y el bolero nacieron en Cuba, pero en México han tenido su mayor difusión y promoción". Aquí se ha mantenido vivo.
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A finales de los cincuenta, cuando Tania Libertad comenzó su carrera en Perú, el bolero reinaba en la radio y en los salones. Se dice que, con apenas siete años, ya se sabía de memoria cuatrocientos boleros. Su madre, con la XEW de fondo, marcaba incansablemente a la estación para pedir las canciones que su hija aprendía de oído.

Desde su casa en el sur de la Ciudad de México, Libertad rememora con una sonrisa, "Aprendí desde los cinco años de María Victoria, de María Luisa y Avelina Landín, de Olga Guillot, Amparo Montes, Consuelito Velázquez, Elvira Ríos, las Hermanas Águila, Chelo Flores y otras grandes boleristas como Toña la Negra; a todas ellas yo las oía en la radio y lo único que quería era conocer México".

Su fascinación infantil no era casual, en un país donde el bolero encontró un terreno fértil, fueron las voces femeninas quienes lo hicieron suyo. No bastaba con una gran voz, cada intérprete tenía que poseer un sello inconfundible, una forma singular de sostener una nota y de marcar los silencios.


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A finales del siglo xx, cuando el nuevo milenio ya era una promesa cercana, y la música en inglés, la balada y los hits del pop se escuchaban en cada rincón, el bolero entró en una etapa de decadencia, quizá hasta de olvido. Aunque nunca perdió su público, se limitó a pertenecer a un exclusivo nicho, solo para los conocedores "de la música del recuerdo".

María Victoria, que a sus 98 años es la bolerista más longeva que tiene México, recordó en una entrevista con Cristina Pacheco que antes "Las radios se mantenían encendidas durante largos trayectos, ahora sólo oímos con fervor melancólico el mundo que nos tocó en suerte. Antaño las mujeres distraídas en obligaciones domésticas rompían su monotonía cotidiana y mientras planchaban hacían peticiones telefónicas en la radio. Solicitaban que les dedicaran a los maridos ʻAdiós Eufemia', con un velado reproche y en son de burla pues las horas de cortejo ya habían pasado, o alguna melodía algo sarcástica como ʻLlegó borracho el borracho' de José Alfredo Jiménez; y si se ponían memoriosas pedían ʻSolamente una vez' de Lara".

Pável Granados relata que en los noventa, cuando estudiaba en la preparatoria, se interesó por buscar a Ana María Fernández, la primera bolerista mexicana, a Marilú "la muñequita que canta", a Chelo Flores "la flor que se tornó canción", a Lupita Alday y otras boleristas del pasado, y se encontró con estrellas en decadencia.

"Cuando yo tenía 15 años y era estudiante del CCH, a mis compañeros no les interesaba el bolero. La visión que se tenía de los años cincuenta era una visión anquilosada de una clase media y cursi". Estas cantoras que Granados conoció en su última etapa pensaban que su época ya había pasado y que iba a ser difícil que otra generación se interesara en ellas, ya creían muerto al bolero. Si a alguna le hubieran dicho que en 2023 iba a haber una inscripción binacional entre Cuba y México del bolero como Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad, seguramente no lo hubieran creído.


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El bolero, que durante un tiempo pareció relegado a un nicho de nostalgia, vivió un inesperado resurgimiento en los años noventa. En 1985, Tania Libertad lanzó Boleros y, dos años después, Nuevamente boleros, logrando vender un millón de copias en toda Hispanoamérica. Pero fue Luis Miguel quien, con su serie de discos Romance (1991), Segundo Romance (1994) y Romances (1997), reintrodujo el género a una nueva generación.

Su interpretación de clásicos como "Reloj", "La barca" o "Contigo aprendí" lograron devolver el bolero al oído popular y, más importante, que permaneciera en las fiestas y los playlist de los jóvenes. Si a ello sumamos que paralelamente, en el cine, Pedro Almodóvar convertía "Piensa en mí", en la voz de Luz Casal, en un himno de su película Tacones lejanos, se vislumbra mejor el fenómeno.


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El bolero no sólo ha resistido el paso del tiempo, sino que en el siglo XXI ha encontrado nuevos caminos para florecer. Aunque nunca faltan quienes refunfuñan con frases como "el romanticismo se ha perdido" o "ya nadie sabe distinguir la buena música", la realidad es otra, el bolero sigue vivo, renovado y en constante expansión. Su presencia en la industria musical es innegable y cada vez más intérpretes lo reivindican como un género esencial de la música latinoamericana.

Artistas como Natalia Lafourcade y La Santa Cecilia han llevado el bolero a escenarios internacionales y festivales como Vive Latino, demostrando que el género sigue encontrando eco en las nuevas generaciones. Durante la pandemia, proyectos como Playing For Change y el fenómeno viral de los hermanos franceses Isaac y Nora confirmaron que el bolero aún puede emocionar a públicos de todo el mundo.

En los últimos años, una oleada de jóvenes intérpretes ha revitalizado el género, desde Silvana Estrada y Daniel, me estás matando en México hasta la Orquesta Failde en Cuba. Discos recientes, como Vida de Omara Portuondo o Un bolero, un vals de la peruana Eva Ayllón reafirman la vigencia del género.


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Volviendo al inicio, cuando pregunto por qué los jóvenes se han interesado en el bolero, las respuestas son casi las mismas. El bolero ha sobrevivido porque ha sabido transformarse. Ya no suena como en el siglo xx, pero sigue encontrando su lugar en las voces de nuevos intérpretes. Quedó atrás la idea de que las canciones encuentran a su oyente; ahora son los jóvenes quienes salen a buscarlas, rastreando melodías en plataformas digitales o descubriéndolas en las pantallas del metro de la Ciudad de México.

Armando Manzanero decía que para que una canción trascienda debe tener sinceridad, y quizás ahí radique la permanencia del bolero, en su capacidad de hablar de lo que nunca deja de importarnos. Porque, para bien o para mal, el amor nunca pasa de moda.

 




Uriel Santiago Velasco (Oaxaca, 2002). Estudia Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Publica entrevistas en Confabulario de El Universal y es miembro corresponsal del Seminario de Cultura Mexicana. Ganó la Medalla Hermanos Flores Magón del Gobierno del Estado de Oaxaca y el Premio Nacional de Periodismo 2024 en la categoría de entrevista.