cliché / reseña / No. 251

Después de un adiós

Vivian Haneine Linares



Baumgartner
Paul Asuter
Seix Barral
Barcelona, 2024, 264 pp.


El 30 de abril de 2024 miles de lectores quedaron conmocionados ante la noticia de que una de las figuras más importantes de la literatura contemporánea estadounidense había fallecido. El cáncer puso el punto final a la vida de Paul Auster quien no sólo fue un prolífico y versátil escritor, sino también traductor de títulos franceses y ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006. De ahí —de su trayectoria, de su legado y del reconocimiento internacional que tuvo— el asombro y el abatimiento generalizado que causó su partida.

Una que, sin embargo, no fue total porque —a Auster— su obra lo mantiene despierto y —a su voz— más audible que antes. Ciudad de Cristal, La invención de la soledad y Leviatán nos permiten revisitar sus inquietudes intelectuales y los temas que lo persiguieron a lo largo de su carrera literaria. Si lo que nos interesa, en cambio, es acercarnos a ese autor de los últimos días —a ese ya consolidado, septuagenario y adoleciente— conviene explorar un texto distinto a los anteriores. Uno que fue escrito con la conciencia de que podía ser el último: Baumgartner.

Una novela corta dividida en cinco capítulos que en la edición de Seix Barral reúne poco más de doscientas páginas. En ellas se desenvuelve una historia —narrada en tercera persona y en presente— sobre el amor, el duelo, la vejez y la memoria. Una historia que desentraña lo que pasa tanto con nosotros como con nuestras relaciones interpersonales cuando perdemos a un ser querido. Y, contrario a lo que quizás esperaríamos, el escritor admite la posibilidad de que nuestros sentimientos hacia quienes ya no están encuentren nuevas salidas que nos ayuden a continuar.

Ese fue, por lo menos, el caso de Seymour Tecumseh Baumgartner. Un viudo solitario de alrededor de setenta años que vive en Nueva Jersey y que, en el transcurso del libro, se retira de su trabajo como profesor de filosofía en Princeton. Un personaje que, no obstante el tiempo, se aferra al recuerdo de su esposa, a la cual perdió "cuando [ella] se zambulló en el mar en Cape Cod y se topó con la cresta monstruosa y feroz de esa ola que le rompió la espalda y la mató". A él, por eso, no sólo lo logramos conocer a través de sus rutinas, de sus percances y de sus relaciones con los demás, sino precisamente a través de sus recuerdos.

Para Baumgartner, cada nube en el cielo, cada sonido escuchado o cada escrito empezado son pretextos para echar la memoria a andar. Y con ello dejarle ver al lector todo aquello que, finalmente, lo compone: su esposa, su familia, sus vivencias, sus historias. Recordar tanto quién es como a quienes lo han hecho es lo que le permite navegar su presente y atravesar, por un lado, el duelo por la pérdida de su pareja y, por el otro, el que posiblemente es el trecho final de su vida.

Pero para realmente avanzar —aunque sin desvincularse del papel de la memoria— lo que necesita nuestro protagonista es recibir una llamada que es misteriosa e inexplicable porque la toma en un "teléfono sin línea", en uno "que no puede sonar pero que sin embargo ha sonado". Tras recibirla es que él parece enaltecer su apellido de origen germánico porque resignifica lo que siente por su difunta esposa; es decir, porque parece mirar al amor como una especie de planta. Las ramas de la última pueden marchitarse y no tendrán más remedio que ser cortadas, pero el organismo puede perdurar incluso si no es —ni será— igual a como era antes.

Un cambio de perspectiva que es clave para entender el tono optimista y el final abierto de la última novela del reputado escritor estadounidense. Ambos son elementos que nos permiten pensar que esta historia, más que ser una despedida, es un saludo de bienvenida para sus lectores; para los nuevos y para los de antaño. Tiene la cualidad de entenderse no sólo, y en sentido estricto, como la culminación, sino como un punto de partida de su producción artística. A nosotros, por ello, no nos queda más que mirar atrás, como lo hizo Baumgartner, y recordar —con este texto o con los anteriores— la que fue la vida y el legado de Paul Auster.




Vivian Haneine Linares (Ciudad de México, 2003). Estudia la licenciatura en Relaciones Internacionales en El Colegio de México y fue ganadora de la edición XLVIII del Certamen Literario María Agustina en la modalidad de verso. Es colaboradora y coordinadora de estilo de la revista Ágora.