Sur / Editorial / No. 252



Las brújulas son precisas, el sur siempre está en la misma dirección. En cambio, la vida, en su esplendorosa complejidad, lo revela ahí a donde la identidad lo transporta. Es relativo si pensamos en escalas: el sur del país o de una ciudad, el sur del hemisferio norte, el sur del continente. Así pensado, lo austral carga consigo mucho más que marcas de espacio, lo signan las del tiempo, las de la memoria, las de los cuerpos.

La literatura de Latinoamérica tiene una tradición de largo aliento, sostenida por voces potentísimas, unas —las canónicas— más conocidas que otras, y algunas más —tan fundamentales como aquéllas— han sido reivindicadas en las últimas décadas a la luz de los feminismos y la puesta en relieve de otras lenguas y otras epistemologías. Y aunque esto ya lo sabemos, vale unas líneas recordarlo porque el dossier de este número muestra que el desplazamiento, el despojo y la explotación continúan ejerciéndose, y que de ello sigue dando cuenta la creación literaria.

Con voces desde Chile, Argentina, Yucatán, Veracruz, Oaxaca y Ciudad de México, aquí conviven afectos y pasiones, acentos y diálogos en otras lenguas como el tseltal o el tu’un savi. Por ejemplo, la pregunta por la pertenencia, por lo que une, lo que excluye y lo que distingue al migrar está presente en el poema de David Pineda y en el cuento “Zona sur”, de América Zepeda Cabiedes; también en la reseña sobre Ch’ayet k’inal de Delmar Penka. Y de otra forma, en el cuento de Atzin Nieto —con un ritmo muy logrado— el habla norteña contrasta con la de la mixteca oaxaqueña.

También nos encontramos con ejercicios que ponen cara a cara el pasado con el presente, como el poema “Trashumante” de Camila Almendra, la crónica de Gabriel Espinosa sobre las haciendas de henequén y las naves industriales de Amazon, o el vertiginoso cuento en verso de J. Mihail Koyoc Kú. Lo propio hace Camila González Giovinazzo con una narración estremecedora sobre las desapariciones forzadas, que hace mancuerna con la serie gráfica de Rosario Lucas sobre canciones de protesta. Y con una crónica sobre “La pelea del siglo”, Marcos A. Medrano ensaya sobre “la grandeza americana en uno de sus sentidos más degradados” —el racismo tan lamentablemente actual—, frase que muy bien puede describir “Global Hawk”, poema de Diego Montoya. Se entiende, pues, que emerja el hartazgo; lo transmite Dora Luz Herrera Jiménez en su cuento sobre la falsedad de las campañas políticas, y Greta Ramos que cierra su poema con un denso: “tan rimero este sur/ que no ha dejado/ de lamerse las heridas”.

Y en este sentido, recordar los agravios históricos es una forma de resistir sus efectos, sí, pero también hay lugar para afectos más alegres, y eso se encarga de recordárnoslo Ricardo Hernández con un inesperado crossover entre Heráclito y Raffaela Carrà.

Para esta entrega de Del archivo, Ofelia Ladrón de Guevara conversó con Elsa Cross a propósito de su participación en la primera época de Punto de partida y sus indagaciones espirituales a través de la poesía. En Tesauro, Citlalli Santos nos comparte “Calicanto”, parte de su libro Temporal de azucenas. El cómic de este número lo hizo Parzzival, y es una historia sobre la transmisión de los mitos y la dificultad para conservarlos. Y la parte visual del número, del collage a la fotografía analógica y la ilustración, corrió por cuenta de Daniela Ivette Aguilar, Luis Escobar, Ana María Santacruz Delgado, Ricardo Briseño y Rosario Lucas, quien también es autora de la portada. 

Tantas experiencias caben en una palabra tan pequeña. Que disfruten esta lectura.

Aranzazú Blázquez Menes