Sur / No. 252
Un puñado de hombres
han diseñado un panteón
de un mundo donde no caben los nuestros.
De gran vientre secando la tierra
van a su paso derramando
cadmio, vanadio y cromo.
Mas el corazón del continente guarda
las flores del desierto.
Los ombligos del mundo albergan a todas las especies.
A cada caminar barroso
emergen lentejas más valiosas que una Coca-Cola
amputando brazos de manantiales.
Las ciudades se tiñen de rojo,
y las defensoras dónde están.
Hay quienes encuentran hogar imaginando estrellas
en los Centros de Confinamiento.
En la penumbra,
caí en fosas por tibias mañanas
donde me enredé con quienes me vieron expuesta
y hui de quienes dijeron amarme a primera vista.
El cuarto propio
es una pieza y baño para seis extraños.
Mi pluma se descama
como la piel de mis piecesitos.
Mudo estas alas
como si alcanzara el Canto General,
queriendo sostener El Arco y la Lira,
pero me reflejo en una sota
sin vocación de pequeño Dios.
Cuando el trueno se alza en el cielo,
vuelvo al sur por un momento.
La lluvia es canción de cuna.
Ninguna metrópoli me meció como el viento.
Encuentro el invierno con el cerrojo abierto,
a la hibernación una cama caliente.
La impermanencia sigue siendo bandera
del país de la ausencia.
Mi faro es el recuerdo
de mi abuela con sus manos de primavera.
La oración es un susurro
se desvanece en el cosmos.
De mi boca emergen aprendizajes
para saludar en lenguas habladas,
y me inclino como la partícula
con el poder del tiempo.
Que la única extracción
sea un abrazo esquivo tuyo,
y observar el planeta
saltando entre copas
como monos guardianes de árboles milenarios.
Los continentes
siguen pariendo nuevas eras.
Surqué mares
como las anónimas de antiguos siglos.
La única frontera queda
cuando soy consciente
que estoy soñando dentro del sueño.
han diseñado un panteón
de un mundo donde no caben los nuestros.
De gran vientre secando la tierra
van a su paso derramando
cadmio, vanadio y cromo.
Mas el corazón del continente guarda
las flores del desierto.
Los ombligos del mundo albergan a todas las especies.
A cada caminar barroso
emergen lentejas más valiosas que una Coca-Cola
amputando brazos de manantiales.
Las ciudades se tiñen de rojo,
y las defensoras dónde están.
Hay quienes encuentran hogar imaginando estrellas
en los Centros de Confinamiento.
En la penumbra,
caí en fosas por tibias mañanas
donde me enredé con quienes me vieron expuesta
y hui de quienes dijeron amarme a primera vista.
El cuarto propio
es una pieza y baño para seis extraños.
Mi pluma se descama
como la piel de mis piecesitos.
Mudo estas alas
como si alcanzara el Canto General,
queriendo sostener El Arco y la Lira,
pero me reflejo en una sota
sin vocación de pequeño Dios.
Cuando el trueno se alza en el cielo,
vuelvo al sur por un momento.
La lluvia es canción de cuna.
Ninguna metrópoli me meció como el viento.
Encuentro el invierno con el cerrojo abierto,
a la hibernación una cama caliente.
La impermanencia sigue siendo bandera
del país de la ausencia.
Mi faro es el recuerdo
de mi abuela con sus manos de primavera.
La oración es un susurro
se desvanece en el cosmos.
De mi boca emergen aprendizajes
para saludar en lenguas habladas,
y me inclino como la partícula
con el poder del tiempo.
Que la única extracción
sea un abrazo esquivo tuyo,
y observar el planeta
saltando entre copas
como monos guardianes de árboles milenarios.
Los continentes
siguen pariendo nuevas eras.
Surqué mares
como las anónimas de antiguos siglos.
La única frontera queda
cuando soy consciente
que estoy soñando dentro del sueño.
Camila Almendra (Osorno, 1991). Educadora, poeta y performer. Ha publicado en Revista Ceres, y es parte de las antologías Silvestres y eléctricas, poetas latinoamericanas (2016), Maraña: panorama de la poesía chilena joven (2019) y Estuaria, visión de 9 afluentes (2022). Es autora de El viaje de la heroína (2016), Provinciana en colores (2022) y Pistila del gen lumínico (2024).