Editorial / No. 246
Desde hace tiempo, la UNAM se extendió más allá de la capital que la vio nacer, aun así, es imposible pensarla sin la Ciudad de México. Es aquí, también, donde Punto de partida tiene enterrado el ombligo, en el otrora Distrito Federal, la capirucha, chilangolandia o la CDMX —esa abreviatura a la que le vinieron como anillo al dedo el hashtag y las letras monumentales—. Esta ciudad tiene una personalidad única, es caótica, fascinante e inabarcable: nadie puede afirmar que la conoce de cabo a rabo. Por eso, en este número conjuntamos textos sobre la vida cotidiana que revelan su magnetismo. Pasamos por la experiencia de estudiantes foráneos y por cartografías afectivas; hacemos parada en las creaciones culinarias callejeras, así como en las astucias que todo capitalino —por nacimiento o por adopción— debe desarrollar para sobrevivir. También es notable que el ambiente de la mayoría de los textos puede entenderse desde una vivencia peatonal del espacio público, aunque también pasa lista el absurdo al que nos ha orillado la dependencia al automóvil.
Comienza el dossier “Las cuatro nobles prácticas de la iluminación chilanga”, un ensayo de Joaquín de la Torre que marida con ironía las contradicciones entre lo placentero y lo incómodo, y recorre el ethos de la ciudad a través de los sentidos. Luego Ángela Almendra Almonaci Buendía nos habla de una “Ciudad cochinota”, un lugar donde los deseos se fusionan con el paisaje urbano y el individuo desaparece entre la multitud. Continúa una serie de cuatro textos entre el ensayo personal y la crónica, y cuyas autoras tienen en común haber nacido o vivido en otro lugar: Giselle González narra cómo la travesía para encontrar dónde vivir cerca de Ciudad Universitaria la llevó al Pedregal de Santo Domingo y le permitió conocerlo más allá de sus estereotipos. Erick Sebastian cuenta la libertad que le transmite la ciudad y que contrasta con el desencanto que le provocó al llegar de niño, junto con su familia, desplazados por la violencia del crimen organizado en Morelia, su ciudad natal. Desirée Mestizo construye un mapa en el que se entrelazan los recuerdos y la amistad, y da cuenta de cómo “la familia elegida” permite tejer un hogar en un espacio desconocido. En el siguiente ensayo, Tristana Pérez comparte su arraigo por la Ciudad de México, donde están sembradas las semillas de su afecto, a pesar de haber nacido en París.
El siguiente es un poema de Itzel Espinosa; “Época de lluvia” nos transmite el hastío y la resignación que nos invaden cuando la lluvia vuelve insoportable atravesar la ciudad. Luego viene un ensayo de Dorian Huitrón Álvarez: su “Defensa del peatón” es un conjuro a la calma, esa mítica criatura casi imposible de encontrar en las grandes urbes. Sigue María Villa con “Caída”, una minificción que le hace guiños al hito chilango de la nota roja: el niño que vio demasiado. En un ritmo totalmente opuesto al peatonal, Joaquín Martínez nos habla de la “Metafísica del estacionamiento”, la otra cara de un sistema en el que moverse, con prisa y sin pausa, es condición de supervivencia.
En el cuento “Dios nunca muere”, Luis Antonio Viniegra relata una tragedia a través de un alucinante coro de voces en el que se sobreponen el pasado, el presente y el futuro de la familia Viniegra. Después, en “Pitochelas, doriesquites y pepinos locos: la vanguardia gastronómica de los chilangos”, Alexis Aparicio Díaz habla de la extravagancia de la comida ambulante: para todos los bolsillos, para casi todos los paladares, siempre a la mano. Continúa un poema de Itzel Avilés García, “Mi hermana corre por toda la ciudad”, sobre la angustia de perderse, sentirse minúscula y lenta. Después sigue una crónica de Sebastián López sobre un imperdible de la ciudad: la lucha libre, y cierran el dossier dos poemas de Alejandro Carnicero: “Nocturno de San Cayetano” y “México, Distrito Funeral”, sobre los espacios de la fe y la memoria.
En el Carrusel de este número tenemos una colaboración de María Miranda Rocamora para Heredades, se trata de una semblanza biográfica de Concha Méndez, escritora y editora que forma parte de la generación del exilio español y que siguió cultivando en la Ciudad de México su libertad creativa. Para Entre voces Ofelia Ladrón de Guevara conversó con cecilia miranda gómez sobre De las formas escondidas tras las piedras, una instalación en la barda con la que el Museo de Arte Carrillo Gil recibe a sus visitantes. En Bajo cubierta Marisol Luna Zapiaín reseñó Murciélaga, primer libro de Clemente Guerrero, poeta originario de Iztapalapa, y Abril G. Karera comenta El libro y la lectura en el Estado de México, un importante trabajo de diagnóstico del ecosistema lector en dicha entidad. Cierra el número un cómic de Livo Malo sobre la esperanza que alberga esta ciudad a pesar de todo. Acompañan a estos textos los collages de Karla Paola Florido Ortega y las cartografías históricas de Blanca Luz Alaniz, los estudios de textura y arquitectura de Fabián Parra, los monumentos icónicos de Daniel Bolívar, las escenas en el transporte público de Carmina Quiroz y una estampa inconfundible que da rostro a este número, obra de Melissa Delgado.
Como varias personas en este número, yo también soy una foránea que sentó cabeza aquí sin proponérselo. Si me lo permiten, cierro esta bienvenida de la mano de César Vallejo, con una suerte de mantra para quienes tenemos el corazón repartido en varias ciudades: ¡Alejarse! ¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas palabras.
Aranzazú Blázquez Menes