Concurso 55 | Huellas / No. 247

Teleinforme de un show silencioso
Cuento: Primer premio 


Alice Krautz no era como las demás actrices de televisión. Su programa estuvo alrededor de 13 años al aire y, lleno del encanto que sólo la incomprensión suscita, se reveló como pionero. Podría decirse que ella y su show se convirtieron en un auténtico éxito mundial: Midnight with Alice Krautz. Pronunciar su nombre equivalía a detener el tiempo, no sólo porque el programa se transmitía a las 00:00 horas, sino porque, al empezar, todos dejaban de hacer lo que estaban haciendo para mirar el televisor durante los 15 o 20 o 23 minutos que Alice decidiera posar. Se decía que “posaba” porque hablaba muy poco; podían pasar emisiones enteras en las que no pronunciara una sola frase y el entretenimiento escapara al orden del discurso.

Durante el otoño de 1983, como bien indican los libros de historia, Alice grabó una serie de episodios en los que no se escucharon más que los exangües ruidos que los operadores de cámara producían al desplazarse por el estudio. Desde luego, las transmisiones generaron revuelo entre los intelectuales: algunos las tacharon de accidentales y negligentes; otros, los más osados, matizaron el juicio anterior declarando que se trataba de un “accidente premeditado”, o bien de un acto irónico. A este respecto, existen registros de seminarios impartidos en las universidades que abordan el fenómeno de Alice Krautz y el silencio durante el otoño de 1983. Algunos entusiastas, como el profesor Antonio Plá, vieron en aquellas extravagantes manifestaciones de mutismo una reinterpretación de la hermenéutica elíptica propia del periodo barroco: así como Velázquez pintó el más-allá-del-encuadre con un maravilloso juego de espejos, Alice insinuó el andamiaje del programa con la no-palabra, desnudó las convenciones televisivas con la abstinencia verbal en un performance a la vez subversivo y elegante.

Queda claro que el programa de Alice era sumamente inusual: definitivamente, no entraba en la categoría de los llamados talk shows, no sólo porque no hablaba mucho, sino porque tampoco contaba con invitados. Se trataba, más bien, de un show autorreferencial sin parecido en el medio. En la única entrevista que Lizzie —apodo reservado a un grupo selectísimo de allegados— concedió a la televisión alemana señaló que el epíteto adecuado para definir su programa era el de “Con ustedes, yo”. Tras la declaración, muchas cadenas rivales, con sus respectivas celebridades envidiosas, la calificaron como megalómana y como ídolo autoproclamada; no obstante, estas acusaciones provocaron un efecto contrario al que deseaban, puesto que el rating de Midnight with (the very much loved) Alice Krautz —desde luego, se dio el lujo de ampliar el título de su ya admirable show— aumentó exponencialmente gracias a su nueva aura de antiheroína. Desde ese momento fue inútil oponérsele; su popularidad era tal que incluso especialistas en psicología tuvieron que intervenir con nuevas hipótesis y revolucionarios estudios ante la repentina ola de “onirismos kráuticos” —como gustan llamarlos los expertos en la materia—.

Resulta que, a mediados de 1985, múltiples casos de ensoñaciones obsesivas fueron reportados por jóvenes televidentes norteamericanos, que informaban a sus terapeutas sobre las alucinaciones nocturnas que sufrían. En dichas pesadillas, Alice realizaba todo tipo de piruetas en bucle, gestos llenos de colores y explosiones. Por supuesto, estas escenas obedecían a una irrealidad flagrante, ya que el show de Alice era de lo más discreto; siempre se rehusó a grabar a color y a presentar grandes espectáculos. Ella, según sus declaraciones, prefería apegarse al famoso lema “Menos es más”, premisa a la que se adhirió hasta el último de sus días.

Lizzie fue una figura pública de alcance mundial y, sin embargo, difícilmente podrían adjudicársele los consabidos males de la fama: ni alarde, ni ostentación. Prueba de ello son las dos fotografías que Steve Rozman capturó para la revista Life, en las que luce acostada en el suelo de su humilde domicilio, entonces limitado a cuatro paredes lignarias dispuestas en forma rectangular, un techo tradicional en forma de triángulo y una zona afelpada en la esquina siniestra del recinto, lugar que albergaba su más profundo sueño durante 16 horas diarias. Con su característica mirada amarilla, ambas fotografías muestran los ojos de la leyenda penetrando el lente, similar a una estrella fulgurante que invade el iris con la más tierna de las violencias.

Huelga decir que Alice era conocida, aunque muy a su pesar, por lo superlativo de su belleza. Hasta el día de hoy se la sigue comparando con primores de la talla de Rita Hayworth y Juliette Gréco, ante lo cual no ha mostrado más que ademanes desdeñosos. Y es que en la vida de un personaje de su calibre no podían faltar los escándalos relacionados con el mundo del romance, sustantivo que, a su parecer, era pura ilusión, una quimera destinada a la destrucción del objeto amado. Tal fue el caso de su primera y última pareja conocida, el productor italiano Enzo Caruso, con quien echó a andar su programa en 1977. Sucedió que, con el creciente éxito de Alice, el amor desapareció en un santiamén y una serie de demandas y litigios por la cesión de derechos terminó por exterminar toda muestra de cariño entre las partes. Ahora sabemos que Lizzie tenía razón, porque no sólo ganó el juicio, sino que el señor Caruso se retiró permanentemente del medio televisivo y, presumiblemente, también del continente europeo, ya que no se le ha visto desde entonces.

No es de extrañarse que esta súbita volatilización levantara las sospechas de unos cuantos supersticiosos, que adjudicaron la desaparición del examante a supuestos tratos clandestinos entre Alice Krautz y miembros de la mafia. Evidentemente, las conjeturas ya han sido desmentidas por periodistas competentes en diarios tanto locales como internacionales, aunque el pánico conspirativo sufrió un nada despreciable recrudecimiento cuando Piotr Ivankov, famoso narcomenudista, se declaró, tras su detención a manos de la BGS, fanático de Midnight with (the very much loved) Alice Krautz.

A todo esto, “La estrella de la medianoche” se alejó decididamente de los reflectores amorosos para concentrarse en el contenido de su programa, que desde el verano de 1984 consistió en acicalarse el lomo al ritmo de una parsimoniosa tonada taiwanesa, variando sutilmente los ángulos de toma y la duración del ritual según las necesidades y fluctuaciones de su estado anímico. Para algunos, el renovado enfoque de Alice en su trabajo resultó plausible, máxime tomando en cuenta la turbulenta separación que había vivido unos años antes; para otros, esto representó un viraje hacia la misandria, aserción que coincidió con el auge de una estadística mercadotécnica que no tardó en arrojar datos al respecto. De acuerdo con los sondeos de la época, el 61% de su audiencia estaba compuesto por varones de entre 20 y 35 años que, fascinados por su carácter indómito, sintonizaban el programa religiosamente. Como bien apunta el profesor Plá, si la señorita Krautz hubiera odiado a los hombres a raíz de su rompimiento con Caruso —como aseguraban las ociosas minorías— el hecho de que más de la mitad de su público estuviera constituido por varones habría marcado una fuerte contradicción ideológica, tanto de su audiencia (consumidores de un programa que los rechazaba abiertamente) como de la propia creadora (quien resultara atractiva a los ojos de su enemigo); en todo caso, la estadística arrojaba una interesante mirada al hombre moderno, cada vez más obsesionado con la proyección de caracteres dominantes. Respecto al otro 39% de la audiencia, estaba compuesto por mujeres jóvenes, más o menos del mismo rango de edad que el de los varones, que mostraron una admiración inquebrantable hacia el astro televisivo, argumentando que su figura perturbó el canon hegemónico de feminidad al lucir un cuerpo repleto de vello y un rostro bigotudo ante millones de personas.

Sí, la cuestión de si Alice Krautz era o no un gato fue profusamente discutida al inicio de su carrera, cuando el debate sobre la esencia de las cosas había retomado su protagonismo en la esfera filosófica. No fueron pocos los pensadores que comenzaron su análisis comparando la fisionomía felina con la humana: 

Si algo ha demostrado la genética en las décadas recientes es que uno de los rasgos fenotípicos más característicos del homo sapiens es la dermis lampiña en aquellas zonas ajenas a la cabeza, el pubis, las axilas y, en algunos ejemplares masculinos, las zonas maxilar y mandibular. Por otro lado, la estatura promedio de un ejemplar femenino es, en Alemania, de 165 centímetros. Con base en estas observaciones, es posible descartar, o al menos poner en entredicho, la posibilidad de que Alice Krautz sea humana.

Juicios como éste fueron rápidamente refutados por otros académicos, que tacharon el análisis de aparente. En cambio, ellos proponían sustituir el análisis fisionómico por una comparativa fundamentada en la condición social de los seres bajo escrutinio: si el aspecto más típico del homo sapiens es la capacidad de reaccionar civilizadamente a los estímulos de otros miembros de la comunidad, actos como el litigio que Alice sostuvo contra su examante eran prueba suficiente para demostrar su reactividad civil: Alice era un ser social, ergo una muestra de humanidad. Por supuesto la discusión no quedó ahí, mas los pormenores de la insufrible disputa son demasiado extensos como para incluirlos en esta breve retrospectiva.

Ahora bien, a estas alturas surge una pregunta obligada: si Alice Krautz fue tan sui géneris y tan importante para el medio, ¿por qué desapareció su programa? Habría que recordar, para resolver la duda, que en el mundo de la farándula los estrellatos van y vienen, de modo que el antes famoso y sublime Midnight with (the very much loved) Alice Krautz fue reemplazado en 1990 por The Midnight Colour, una mesa redonda presidida por el camaleón Andreu Garriga, simpatiquísimo Brookesia micra que debatía enjundiosamente en torno a la actualidad política, cambiando su tintura conforme se acaloraba la reyerta. Vale la pena retomar a los filósofos, quienes llegaron a la conclusión unánime de que, en el caso de Garriga, no era posible hablar de humanidad y, en cambio, optaron por la categoría de “fervor reptil” para referirse a su actividad mediática.

A pesar de todo, la última presentación de Alice fue memorable. Dueña de sí misma, “La estrella de la medianoche” preparó, para la despedida televisiva, un formidable comentario sobre su diferencia escénica. En la emisión final de su programa, transmitida el 17 de julio de 1990, Alice Krautz filmó 23 minutos de su espinosa lengua haciendo contacto con el agua, en un gesto que hizo pensar en el confort doméstico. Por supuesto, muchos hablaron de accidente y negligencia, pero los verdaderos fanáticos prefieren hablar de ironía.