Concurso 55 | Huellas / No. 247
Perfume de viole(n)tas
Crónica: Segundo premio
Escupo tu nombre en el agua
Sara Vanegas
Sara Vanegas
La puerta oxidada rechina al abrirse y una mujer, visiblemente molesta por mis gritos, se apresura a decirme que ahí no vive ninguna Alicia.
—¿La señora Esther tampoco vive aquí?
—No.
Echo una mirada rápida hacia adentro. El techo de los tres pequeños cuartos sigue siendo de lámina, y el piso del patio sigue sin estar bien aplanado. Pero ahora, en vez del uniforme de la secundaria técnica número 14 de Ali, en los lazos de colores cuelga ropa de hombre de la cual escurre agua con un fuerte aroma a Suavitel.
Han pasado, por lo menos, diez años desde la última vez que esperé sentada afuera de la casa de Ali mientras cumplía con la tarea de lavar su uniforme escolar para después salir a platicar conmigo en la jardinera.
Nos conocimos en las posadas de la calle, aquellas en las que los vecinos cooperaban para que hubiera ponche, café, pan, piñatas y colación para todos. De saludarnos cuando nos cruzábamos en la calle, pasamos a conversar banalidades mientras nos despachaban en la tienda o las tortillas hasta que, finalmente, hicimos de aquella jardinera nuestro lugar de encuentro.
Camino hacia la avenida, no sin antes notar que ahora una estructura metálica con picos impide que alguien ocupe la jardinera como banco. Además, la pequeña cruz que anuncia la muerte de algún fulano en el sitio no es precisamente una invitación a tomar asiento.
Es domingo y el puesto de pollo donde me encontré por última vez a Ali no está. Aquella tarde ella cargaba a una hermosa niña de ojos verdes, iguales a los suyos, y sujetaba fuertemente a un niño de cuatro años que lloraba y le jalaba la blusa. Pidió una pechuga en seis milanesas no muy delgadas y aprovechó el tiempo de espera para contarme que se separó del papá de sus hijos, que estaba viviendo con su mamá y que su hijo era un dolor de huevos que lloraba por todo desde que nació la bebé. Quedé de pasar a verla a su casa para contarnos todo, pero nunca lo hice.
Avanzo hasta llegar al almacén de maderas cuyo muro ahora está grafiteado por un tal Fayck. Años atrás, esa misma pared decía Pollas y, aunque nunca me lo dijo, sé que fue Ali quien anunció ahí el inicio de su imperio como líder de la primera banda femenina de los siete barrios de Iztacalco.
Desconozco cómo nacieron las Pollas, pero sé que sus primeras integrantes vivían del otro lado de la avenida, donde yo iba a la secundaria. Para ser una Polla debías recibir la invitación de alguien que ya estuviera dentro, rifarte un tiro con alguna d ellas, ganarlo o por lo menos aguantarlo, y luego cortarte el cabello casi a rapa y decolorarte las puntas.
En mi último año de secundaria, tuve la suerte de compartir el salón de clases con una de ellas. No habíamos llegado ni a la mitad del ciclo escolar cuando mi compañera Polla decidió que una escuincla prieta como yo, que vivía en una de las calles más peligrosas de los siete barrios, sacaba buenas calificaciones y le agradaba a los maestros se merecía una buena madriza por arrogante. Era verdad, en aquel entonces profesaba un aspiracionismo académico insufrible. Mientras yo pensaba en sacar buenas calificaciones, ir a la prepa y luego a la universidad, otros compañeros y compañeras tenían la urgencia de conseguir un trabajo, salirse de sus casas o interrumpir un embarazo.
Fue un viernes, a la salida de la escuela, que las Pollas decidieron que era momento de que le bajara de huevos. Aunque estaban dispuestas a romperme la madre entre todas, casual y afortunadamente, una patrulla pasó y sólo me llevé unos cuantos jalones de greña. Cuando le conté a Ali, ella insistió en ir por mí a la secundaria todos los días para tirarme paro en caso de que me volvieran a echar montón.
Estoy casi segura de que las Pollas sabían quién era Ali, porque a pesar de que no les bajaba la mirada y hasta les hacía huevos con la mano, nunca le cantaron un tiro. Ali podía ir por mí a la secundaria porque la habían corrido de la suya a la mitad del ciclo escolar. Además de proferir las groserías más obscenas a alum-nos y maestros por igual, ella se agarraba a putazos a las morras que se paraban el culo y a uno que otro wey que se pasaba de listo con ella o con las morras que sí le caían bien.
Ali fue reclutada por las Pollas cuando yo entré a la prepa y ya no nos veíamos con frecuencia. Un día simplemente la encontré en la tienda con el cabello corto y decolorado. Además de decirle que el amarillo no le quedaba tan mal porque estaba bien güera, no hablamos más del tema. Aunque ya tenía un tiempo que yo ya no figuraba en el radar de las Pollas, desde que Ali fue una de ellas ninguna volvió a barrerme con la mirada, incluso hasta empezaron a saludarme.
Ali se convirtió en la líder de las Pollas un par de meses después de habérseles unido. Fue ella quien propuso reclutar morras de otros barrios. Muy pronto, en todos lados se hablaba de un grupo de casi 30 escuinclas que iban a las fiestas a bailar, ponerse borrachas y madrearse a quien se les diera la gana. Para ese entonces, Ali y yo sólo nos veíamos si la casualidad nos hacía coincidir en nuestra calle.
Fue uno de esos días que Ali me invitó a las canchas del Campa para presentarme a su novio, al Gallo. Acepté, aunque en el fondo ir al Campa me daba miedo porque, después de mi calle, era uno de los lugares más culeros de la zona y ahí no conocía a nadie. Llegamos al partido de futbol y conforme éste avanzaba, unas 15 chicas de pelo corto y puntas decoloradas empezaron a ocupar la parte baja de las gradas.
El show de medio tiempo, organizado por Ali, fue la "bienvenida" de una chica a la que le apodaron de inmediato la Boxeadora porque tiró madrazos a diestra y siniestra. Como era de esperarse, alguien nos echó la patrulla y quisieron subir a las morras que se estaban peleando en medio de la cancha, pero el equipo de futbol del Gallo saltó por ellas, se armó un desmadre y los polis empezaron a pedir más patrullas por radio. Ali me dijo que me moviera y que me alcanzaba en La Viga en diez minutos. Me fui directo a mi casa y ésa fue la última vez que acepté ir con ella a algún lugar.
En la esquina de la calle un grupo de jóvenes arma un alboroto porque se terminó la reta de Street Fighter. Paso frente a ellos y siento sus miradas sobre mí, lo esperaba (cuando era más joven incluso lo deseaba). Las maquinitas siempre fueron el punto de encuentro de los chicos más populares de las calles aledañas. Ahí Ali y yo nos hicimos de varios novios: los Gatos, unos gemelos que vivían en la unidad al lado de la iglesia de Nuestro Señor Santiago Apóstol, el mismo lugar en el que, unos años más tarde, una chica fue violada por un sujeto al que jamás identificaron; los Cholos, dos tipos bastante más grandes que nosotras con los que anduvimos apenas una semana y que nos llevaron a recorrer todos los callejones de San Francisco, ahí donde un señor casi mató a golpes a su mujer; Daniel y Josué, con quienes nos aventamos unos fajes épicos en una tienda de acampar que montamos en el techo de la casa de Josué.
Por fin llego a la tienda y saco mis llaves para dar unos golpecitos en la reja del mostrador. Don Manuel se asoma y me saluda con efusividad. Le hago un resumen sobre lo que hago, dónde vivo y porqué ando de visita en el barrio. Le pregunto por Ali.
—A tu "amigüita" —dice con cierto tono de desprecio— la dejé de ver luego del escándalo de que según le querían quitar a sus hijos. Se me hace que encontró con quién juntarse y se fue.
A don Manuel nunca le cayó bien Ali, siempre me decía que me consiguiera otra amiga, que esa chamaca me iba a traer puros problemas. En realidad, me los ahorraba. Su estatus en el barrio estaba por encima del mío, su capacidad de entrarle a los putazos, literal y figurativamente, también.
Llega una clienta a pedir medio de huevo, 100 gramos de jamón y un pan Bimbo chico. Me despido de don Manuel y camino a la parada del pesero. Mientras cuento mis monedas, alcanzo a distinguir al Chapu del otro lado de la calle. Él me mira y yo levanto la mano para saludarlo. Me reconoce y cruza a toda prisa.
—¿Qué tranza, mi Yara?
—¿Qué pachó, Chapu? Pensé que seguías guardado.
—No, ya cumplí lo que me tocaba y aquí ando otra vez.
—Pues ya pórtate bien, pa' que no te caiga la voladora, mira cómo quedaste, todo chupado —el Chapu se ríe a carcajadas.
—Aliviáname con un 10, ¿no?
—Simón. Es más, ahí te va un 20.
Me sorprende la velocidad con la que la que jerga del barrio sale de mi boca. Puede que sea mera hipocresía porque no hablo así en ningún otro lugar ni con otras personas que no sean de aquí. Sin embargo, lo disfruto. Quiero creer que en mí habita algo del espíritu de estas calles, que aún soy parte del pueblo de Iztacalco o, como dice el dicho, que aunque uno salga del barrio, el barrio nunca sale de ti.
—¿Topas a mi amiga Ali? ¿No sabes qué fue de ella?
—La que se juntó con uno del Campa, ¿no? Sé que se separó porque ese wey se la madreaba, y que una vez vino a armar un desmadre porque se quería llevar a sus hijos. Hasta le cayó la tira, todo el mundo se enteró. Después ya no supe, yo creo que se peló pa' algún lado porque el wey ese luego se da su rol por acá en la moto, dicen que la anda cazando. ¿Pa' qué la quieres ver? Yo creí que ya no eran valedoras.
Es verdad, Ali y yo ya no éramos amigas, incluso antes de dejar de vernos. La idea de buscarla surgió cuando, por casualidad, escuché a unas compañeras de la carrera hablando de aquellas amigas que "echaron su vida a perder". Este reencuentro no es más que la arrogancia de corroborar si Ali cumplió o no con el destino fatídico que muchos le pronosticamos. Tengo la impresión de que Chapu lo intuye.
—Quería saludarla, nada más. Ahí si sabes algo, le mandas a decir que pregunté por ella.
Me subo al pesero y como si de una broma estúpida se tratara, suena "Si tu boquita fuera" de Salón Victoria. La canción que Ali y yo escuchamos hasta el hartazgo después de ver Perfume de violetas en DVD pirata. Alguna vez, en tono de "broma", se me ocurrió decirle a Ali que nosotras éramos como las morras de la película, sólo que ella no se hacía pipí como Yessica y yo no estaba tan pendeja como Miriam. Ella, también en "broma", me respondió:
—Sí, pero nuestra película debería llamarse Perfume de violentas, ¿no? Quizá yo no sea una cerebrito como tú, pero me doy cuenta cuando te pasas de culera por sentirte mejor que yo. Nomás no te meto unos putazos porque la mayoría de las veces eres chida conmigo, pero al chile, o te cuadras o vas a valer pura madre.
Y sí valí, Ali. Sí valí.