Concurso 55 | Huellas / No. 247
Aspectos sobre el hipogrifo de Agustín Lazo
Minificción: Primer premio
A lo largo de la historia, muchos poetas han dotado magistralmente a sus equinos con alas poderosas para cortar el viento, y los han diseñado con capacidades sobrenaturales para surcar las nubes. Pegaso alguna vez se elevó tanto que vio a la Tierra como si fuera un punto en el espacio. No menos virtuosa resultó la creación de Ludovico Ariosto que podía volar como un moderno avión de combate F-15. Sin embargo, los grypes-equis (grifos-caballos) son una raza extinta; por lo tanto, asegurar que los caballos de aire son mejores que los caballos de tierra sería una idea totalmente ridícula. ¿Es probable que Rocinante, el caballo de don Quijote, sea menos importante en el mundo de la literatura por no tener alas? Al respecto, Lemuel Gulliver, en su último libro de aventuras, advirtió que los corceles terrestres representaban la perfección de la naturaleza, y que estos podían superar a los humanos civilizados en intelecto. Debemos admitir de una vez por todas que los caballos comunes y corrientes siempre serán poderosos y, por supuesto, no podemos olvidar al corcel Bayardo, en el Orlando Furioso, que tenía la capacidad de derribar árboles con sus patas y de detectar lindas muñecas rubias a la distancia.
En el cuadro Los Remedios del pintor mexicano Agustín Lazo (1896-1971) vemos a un caballo ordinario flotando por los aires que, a primera vista, sugiere la idea de un hipogrifo: la unión del aire con la tierra. No obstante, el caballo de color negro no parece tener ningún rastro de águila en su composición; evidentemente su genética es mucho más realista que fantástica. Es cierto que también un caballo de mar tendría sus propias “dificultades” si se encontrara en suelo firme, al igual que un espécimen aéreo ante kilómetros y kilómetros de mar. ¿Qué razones hay, pues, para que un simple caballo se encuentre “cabalgando” por los aires? El ejemplar que expone Lazo no cuenta con ninguna cualidad aérea o acuática que le permita sobrevivir, entonces vemos a pobre un corcel asustado a punto de desplomarse de una altura mortal de 16 metros. Pero no vemos que hay circunstancias que provocan que un caballo común y corriente, por voluntad propia, en realidad quiera saltar de alturas injustificables. Necesidad que no carece de fundamentos. Las ciudades se han desprovisto de caminos cómodos para los caballos, y los vehículos alteran el suave trote de sus cuatro patas. La modernidad es, hasta cierto punto, la culpable porque ya no produce modelos alados de los labios de sus poetas, y porque desplaza a la fuerza equina, convirtiéndola hoy en día en un triste espectáculo por las calles. ¿Ante la crisis actual, los cuadrúpedos han tenido que aprender a elevarse sin tener las capacidades morfológicas adecuadas? ¿Es más propicio el clima de las alturas según Lazo?
En el cuadro también se puede apreciar, al fondo, un desierto sobre el cual se yergue un acueducto antiguo. El absurdo caballo de los aires, ahora lo sabemos, ha escalado el acueducto de Los Remedios, en el Estado de México, para evitar el calor infernal de las arenas, y porque agobiado por la terrible marcha del progreso, ha adoptado la costumbre de viajar al acueducto para saltar desde una de las torres principales en los días más calurosos del verano. Como en todo arte, la dedicación otorga la maestría del recurso. El cuerpo de agua que se extiende bajo la torre sólo es alcanzable si se brinca con la potencia necesaria. Gracias a sus potentes patas traseras, el caballo ha buscado alcanzar la mayor distancia posible. El proceso para que vuele, como ustedes perfectamente comprenderán, no es posible. El caballo comprende perfectamente dicha situación, pero mientras cae, un momento antes de sumergirse entre las olas, experimenta por algunos instantes la sensación como si se elevara realmente por los aires.