noche / No. 249

La situación



—¿Eres de aquí?

—No, vine a vacacionar.

—Bonita época escogiste.

—Sí… Es mi primera vez aquí y no te negaré que tengo miedo.

—Tú a lo tuyo, no es contigo. Sólo después de las diez de la noche ya no salgas, hay toque de queda.

—Así lo haré… No saldré… No cesa el calor en la noche, ¿verdad?

—Ya debería de estar haciendo frío, pero no. Hasta la situación nos ha cambiado el clima.

—¿Y la gente tiene miedo?

—Más que miedo, la gente está… cómo te diré… la gente está tensa. No es que vayan tras de ti, es que te puede tocar y ahí sí valiste madres.

—Te toca y fuiste. Veo que la ciudad es bonita, me ha gustado lo poco que he visto. Ya llegué tarde.

—Sí, no te creas todo, somos más que eso. Porque es cierto, pese a quien le pese, a los de Michoacán y Tamaulipas, el narco siempre ha sido de aquí, toda la gente sabe y reconoce que es de aquí. El problema es que nos conocen sólo por ellos. Somos más, ve a los coches circulando. No queda de otra. Lástima que ahorita ni para recomendarte un antro, todos están cerrados.

Viajé de los Cabos a Culiacán, apenas 40 minutos dentro del avión y cruzando el Mar de Cortés se llega. En Los Cabos, clima de playa, no sentí tanto calor como en tierras sinaloenses. Le seguí diciendo a Juan Oswaldo —conductor de Uber— mi impresión:

—En serio, me sorprende que no baje el calor.

—La verdad es que está caliente. En las mañanas sí pongo el clima, cierro las ventanas y está fresquito, pero por la situación, como traigo polarizado, en las noches las mantengo abajo. Mejor así, que nos vean.

Juan Oswaldo me contó que el “suchi” culiacanense es “monchoso”.

—¿Qué es monchoso?

—Es… cómo te diré… todo bien atascadote. Que se desborde todo, le ponen de todo. Es el alga y el arroz relleno de lo que quieras, le ponen queso, camarón, queso derretido, encima tocino y pueden seguir y seguir. Eso es lo monchoso, aquí nos gusta todo así. Hasta las mujeres. Mira, en el trabajo vamos a pedir suchi, así es. Juan Oswaldo me enseña su celular.

—Y me lo tomo con una chela.

—No, ese tómatelo con un té bien helado.

Llegué a mi hotel y Juan Oswaldo se despidió de mí. Eran cerca de las 19 hrs., me siento en una banquita de la avenida Álvaro Obregón, justo enfrente de un gimnasio. Los culichis suben y bajan en la caminadora, hacen pesas, mientras los autos circulan a velocidad. El viento expide un aliento a caucho, sudor y pólvora; la situación ha modificado hasta el clima. Tenía miedo, aunque no pasaba nada. Era un temor solitario, a lo instantáneo, a lo repentino.


***


La noche cae y amanezco en el centro de la ciudad, camino hasta el mercado Garmendia y veo cómo la gente se arremolina al calor de una birriería. Sólo hay dos tamaños, grande y chico. Elijo el último —todo aquí es monchoso, recuerdo—. Me siento en un lugar muy culichi, junto una señora de edad y enfrente de mí distintos señores con sombrero. Son las 9 hrs., un trío de norteños comienza a tocar, a la par que me preparo mi birria con cilantro, cebolla y unos limoncitos, y la señora me lanza una tortilla de maíz recién hecha que se desinfla namás al llegar junto a mí. Ignoro completamente la letra de la canción, la guitarra me acompaña en el primer bocado y sonrío, estoy en México, en uno de los tantos que hay.

La cercanía de la gente, sentada una al lado de la otra, pidiendo comida, sus aguas de jamaica y de cebada. Los platos vuelan en el puesto, nunca hay un asiento vacío, apenas se desocupa uno y alguien más se sienta. Todo me habla de una situación ajena, distinta a la que plantean en las noticias. Yo mismo prefiero contarme esa historia. Ambas, aunque no haya visto de cerca “la situación”, ocurren, distintas pero sincrónicas. Recuerdo la canción de Lupillo Rivera “50 mil rosas” basada en la muerte de un hijo de Joaquín Guzmán Loera. El 8 de mayo de 2008, el capo pidió 50 mil flores para honrar la memoria de su hijo Édgar Guzmán López; fue tanta la demanda que no fue posible resurtir el producto, ese 10 de mayo las madres de Culiacán no tuvieron un ramo. A 16 años del suceso, sobre la avenida Domingo Rubí vi una gran cantidad de flores, más de 50 mil, entre ellas, rosas.


***


Dicen que hay grupos de WhatsApp donde avisan en qué colonias la situación se pondrá peor.

Oigo que es como una tómbola, que cada mañana sacan el papelito que marca el siguiente objetivo.

Me dicen que no salga solo, que es peligroso, que “la situación” puede llegar en cualquier momento.

Dejan sombreros o cajas de pizza sobre los cadáveres como muestra de quién lo asesinó.

Me aseguran que las mañanas son peores que las noches, porque en esos momentos se encuentra todo lo que sucedió.


***


En mi segundo día, en la noche, me llevan a la taquería Don Seve. De su fogón sale una luz que ilumina por completo los andamios de una construcción. Los tacos del callejón, así también les dicen. Pido dos de asada y una horchata para compartir con Naomi. En el primer bocado se me ilumina la mirada, pienso que estoy en una sesión privada entre el taco y yo. Tomo la salsa y pruebo un poco, los culichis que atienden siguen chambeando. Veo que piden una quesadilla y me ilusiono de nuevo.

—Una de harina con todo —le digo al mesero.

Cada tanto el taquero le dice “carne” a su compañero, éste saca de inmediato un trozo grande de asada que le avienta sobre la mesa y el taquero procede a tasajearla con su hacha. Me quedo embobado viéndolo, como si fuera un espectáculo maravilloso, mientras, al lado mío, Naomi le da notas a un actor de la ópera que están preparando. Mi vida se detiene en el momento en que el filo toca el filete y se armoniza con las campanas de la catedral que, según me dijeron, suenan como las de Londres.

Sale mi quesadilla, sujetada por la mano del taquero y puesta en mi plato. Me alegro. La veo incrédulo, es gigante. No, es monchosa. Tal vez fue mucho, tal vez tenía que pedir menos. Le pongo salsa y la sujeto con ambas manos, la muerdo. Se desvanece el miedo, la incertidumbre y no oigo más que mi propio sonido al masticar repicando igual que las campanas.

Ahora sé que la situación es un ente que se materializa cada tanto en Culiacán, llega sin avisar y no se detiene, pero no es omnipresente y no es contra nosotros.


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He dado un tour por tres bibliotecas: la del archivo histórico del gobierno de Sinaloa, la municipal de Culiacán y la central de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS). Las dos primeras están vacías, casi desprovistas de gente. La municipal queda justo en la plaza de la catedral, debajo del quiosco. Encima, sobre la barda perimetral de la iglesia hay murales de memoria y anuncios de búsqueda de los desaparecidos que hay en Culiacán. No sólo por la situación actual, sino por todas las situaciones que han existido. En algunos árboles y sobre las bancas cuelgan listones que simbolizan a las personas que ya no regresaron a casa.

Sobre el mural se lee:

Perdón por no haberte abrazado más fuerte. Pensé qué te volvería a ver.
  • 2 de noviembre. Enfrente de la catedral hay altares por el día de muertos. Fotografías nuevas de desaparecidos y desaparecidas, víctimas de feminicidios y asesinatos.
  • 6 de noviembre. Sobre los postes de la avenida Álvaro Obregón, en especial, frente al palacio municipal, hay fotografías de desaparecidos. Desde 2008 hasta ahorita.
  • El 7 de noviembre una niña le preguntó a su papá: “¿Qué es eso?”. Él le dijo: “Son fotografías de gente desaparecida”.


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Al llegar a la biblioteca central de la UAS, ni siquiera me he sentado y me invitan a oír la explicación del altar de muertos. Es 31 de octubre, cuando los muertos vuelven a abrazar a sus familias, y desde el inframundo llega un aire cálido que se siente por las noches. Reúnen a los estudiantes alrededor del altar. Comienzan a describir los elementos, el aserrín, los colores, la comida. Hablan de una tradición que se ha mantenido años, dicen que las fotos son de trabajadores y familiares de los bibliotecarios.

En el centro y hasta arriba está la foto de Héctor Melesio Cuén Ojeda. No lo conozco. La expositora, una estudiante, cuenta su trayectoria en la Universidad como director de una facultad, rector de la universidad, así como en la política fue fundador del Partido Sinaloense y presidente municipal de Culiacán. Por último, menciona la causa de su muerte: “Lamentablemente, fue asesinado hace 50 días por la situación que se vive aquí en Culiacán”. Los estudiantes guardan silencio.

El 25 de julio ocurrieron dos hechos que comenzaron “la situación”, Cuén Ojeda fue encontrado muerto en el mismo rancho que secuestraron a Ismael “El Mayo” Zambada. La educación, la política y la situación en un mismo punto.

El rancho queda a 14 kilómetros de la Ciudad Universitaria de la UAS.
  • El 7 de noviembre fui a la casa de la cultura de la UAS, en su interior había varias ofrendas, una dedicada a Cuén Ojeda*
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En un impulso compré mi vuelo a las 3 am para volar a las 11 am. Decidí alcanzar a Naomi en Culiacán. Ella está preparando junto a mucha más gente el montaje de la ópera Romeo y Julieta de Charles Gounod. La producción es de la Sociedad Artística Sinaloense, en la dirección musical está Enrique Patrón de Rueda —festejando sus 45 años de trayectoria— y en la escénica Daniela Parra. La situación ha trastocado toda la organización e incluso el horario tradicional del teatro, la noche ya no es una opción, la ópera comenzará a las 16:00 hrs. Un alivio, luego de tres horas de función, la gente podrá salir antes del toque de queda.

En Sinaloa, la historia de la ópera no podría ser más actual. Los Montescos y los Capuletos enfrascados en una riña familiar que conlleva al asesinato, muerte y violencia de sus integrantes. Inmediatamente recuerda a “la situación” que se vive en la lucha entre “Los Chapitos” y “Los Mayitos”. Una coincidencia que trasciende el arte para llegar a la vida cotidiana.

  • Las tres funciones fueron del 14 al 16 de noviembre en el Teatro Pablo de Villavicencio. Las butacas no se llenaron.
  • En Mazatlán, el 21 de noviembre, tuve la fortuna de ver Romeo y Julieta en el Teatro Ángela Peralta. Al final del tercer acto, luego de la muerte de Mercucio y Teobaldo, el coro levanta unas pancartas que sólo dicen “Paz”. Una ópera que protesta y entiende su situación.


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Antes de irme a Culiacán, en el desayuno, mi madre me dijo:

—Pero ten mucho cuidado.

—Sí, lo tendré.

Nunca la había visto tan asustada y preocupada, me transmitió de inmediato inseguridad. Sentí cómo el miedo subió por todo mi cuerpo.

—Prométeme que no te vas a exponer, ni a ti ni a Naomi.

—Sí, te lo prometo.

Salí de mi casa en el Estado de México con rumbo a Los Cabos para llegar a Culiacán; desde ese momento, sin saberlo, “la situación”, aunque no la conocía, comenzó a ser parte de mi vida.


***


Momentos antes de que la noche caiga, en la UAS los estudiantes siguen riendo. Hablan de profesores, anécdotas, sobre “cosas” que han pasado por la situación. Desde mi lugar, parece como si realmente no pasara nada. El clima de Culiacán es muy parecido al de una playa, por lo menos a finales de octubre el calor evapora el agua de los ríos que la rodean. Surge, entonces, un aire vaporoso que sofoca a pleno sol y que refresca en la sombra. Debajo de un árbol, sentado en el pasto se antoja una realidad distinta. Más cercana al disfrute que al temor. En su desmadre truenan un cohete… Me agacho… Temeroso volteo y los estudiantes se ríen.


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Antes de llegar a tierra culichi, me regalaron boletos para ver a Fuerza Regida en la Plaza México. A cientos de kilómetros de distancia, en el corazón de la Cdmx, los aficionados citadinos de los corridos tumbados gritaban al unísono las iniciales del capo mexicano: ¡JGL! En la noche, las iniciales de una de las figuras centrales del narcotráfico en México sonaban, casi como un salmo en una iglesia gigantesca. El padre predica y los fieles predican. Ellos no temen ser levantados ni tienen miedo por los tiroteos, sólo cantan sintiendo las letras como suyas.

A pleno rayo del sol, en el centro de Culiacán, sólo suena regional mexicano y se evita nombrar a los protagonistas del conflicto. Cuando se habla de lo que sucede sólo dicen “la situación”, no quieren que nadie los escuche. El miedo a decir algo de más y sufrir las consecuencias es constante.


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“Culiacán está caliente”, 35° que pegan directo sobre los ríos Tamazula y Culiacán. “Por gobierno también por la gente”. El sol hace que todos se resguarden en la sombra. “Nadie quiere compartir billete”. Todos aprovechan cada minuto del día. “Y todo lo quieren clavar”. En la noche, nadie sale.

***


No salí del centro. El primer cuadro de la ciudad fue mi hogar.

Lo más lejos que llegué fue a la Lomita, una iglesia ubicada casi en la misma avenida del hotel. Arriba se ve Culiacán tranquilo. Por la mañana circulan los autos. Los elementos de la Guardia Nacional llevan la torreta montada, cubiertos de pies a cabeza; y al igual que la estatal van en convoyes de tres patrullas. Por lo menos 15 elementos. El ejército también está aquí.

Viendo por lo alto a toda la ciudad me imagino una condición distinta. Culiacán es más de lo que cuentan. Un sitio en el que convergen múltiples culturas que se han mezclado. Están orgullosos de su tierra y lo local se siente en cada platillo. El suchi, la asada, la birria, la Panamá, la tripa, los burritos, la machaca, los ceviches, las tostadas, el pescado, la cebada, el Jaztea, la comida china. Una calidad culinaria que es un escaparate de delicias. En estas tierras la comida es santa, local e increíblemente buena. Una tierra rica, por eso no la sueltan.

Sin ruido se ve Culiacán. Una capital que engloba más de lo que dicen. Una ciudad que de cerca vive cada instante y te acoge con un cariño singular. No niego que “la situación” existe y que impacta directamente a los culichis, apenas he visitado la ciudad pocos días y en una zona relativamente segura. Mi voz no es autoridad para hablar de las condiciones actuales, en cambio, considero que mis impresiones sobre la ciudad son otras. No sólo se trata de lo que cuentan, sino de lo que se vive. Una población que trasciende y está orgullosa de su estado.


***


No oí ningún corrido tumbado,
  ni vi una troca gigante,
    ni escuché ningún disparo,
      ni me topé en la noche con la situación.