Entrevista con Fabio Morábito
Alejandro Arras
Jardín de noche es el quinto libro de cuentos de Fabio Morábito y el más reciente del autor publicado por Editorial Sexto Piso. 12 cuentos que comienzan en jardines de noche, todos exactamente con la misma frase: "El tiempo siempre pasa veloz cuando miro el jardín". En esta entrevista realizada por Alejandro Arras, jefe de redacción de Punto de partida, Morábito nos platica sobre su proceso creativo y las obsesiones y símbolos que marcan el estilo de su obra.
¿Piensas en tus cuentos como un libro único?
En parte sí. Yo creo que todos los cuentos que he escrito pertenecen a una misma tesitura, al mismo tono, muchos de ellos podrían cambiar de lugar, de un libro a otro. En ese sentido sí, creo que son un único libro.
El jardín es un lugar que aparece constantemente en tu obra. ¿Qué simboliza para ti el jardín?
El jardín es un invento universal. Creo que el hombre siempre ha creado jardines. El mito del jardín del Edén se sitúa en el principio de la humanidad. Es el intento permanente del ser humano por adecuar la naturaleza a su medida más íntima. Un jardín es una naturaleza, vamos a decir, domesticada, humanizada, que ha perdido todas sus características peligrosas, amenazantes, para convertirse en una naturaleza totalmente hospitalaria, benefactora, lujosa, placentera, por lo tanto, es un sueño universal, es el centro de la permanente lucha del hombre con la naturaleza. Los árabes dicen que las alfombras son jardines. Esas alfombras que nos impresionan por sus colores, sus formas, ellos las consideran así. Cuando no tienes un jardín puedes tener una alfombra que, de algún modo lo suple. Yo he escrito poemas centrados en el jardín, un libro de ensayo sobre el mito bucólico, que en el fondo es una reflexión también sobre el jardín.
¿Y el jardín con luz? ¿Por qué colocarlo de noche y no en otras horas?
Porque son dos dimensiones diferentes. El jardín nocturno es un jardín misterioso, amenazante hasta cierto punto, donde pueden aparecer cosas peligrosas. Al mismo tiempo, es un momento de introspección porque es el final del día y el jardín no se deja ver de noche. Se ven sombras, se pierden sus colores, sus contornos. Todo aquello que de algún modo tranquiliza en el día se pierde, se difumina de noche. Eso lo convierte en una presencia, al mismo tiempo que amenazante, también más íntima y más fraterna. Es decir, es todo el jardín el que acompaña a la persona, mientras que en el día uno puede separar tal roca, tal árbol, tal planta, tal sendero. Lo racionaliza y lo pone a cierta distancia. Un jardín nocturno te envuelve por entero.
Pareciera que, para crear Jardín de noche, escribiste un primer cuento, volviste a escribir otro con el mismo tema e hiciste otros más. ¿Buscabas escribir un solo cuento al comienzo? ¿O al verlos y compararlos te diste cuenta del universo que estabas inventado? ¿Cuál fue el proceso de escritura? En tu obra se nota el impulso cuentístico que, a veces, se alarga hasta convertirse en novelas como Emilio, los chistes y la muerte o El lector a domicilio. Pareciera que esas dos novelas son cuentos largos. ¿El proceso de estos cuentos estaba premeditado?
Tenía intención de escribir un libro de cuentos con el tema del jardín. Escribí un primer cuento y a la hora de escribir un segundo, arrancando con esa misma frase, me di cuenta de que podía escribir un tercero, un cuarto, un quinto, y así se hizo el libro. Me quedó claro desde el principio que cada cuento tenía que tener su independencia; que cada mujer era distinta, cada historia diferente, es decir, un libro de cuentos que tenían un hilo unitario. Una mujer solitaria y un jardín de noche. Eso era lo único. Pero sí cuidé mucho que las historias fueran distintas, aunque luego hay temas o motivos que se repiten. Por ejemplo, aparece dos veces un baterista de un conjunto de rock. En realidad, es muy claro que cada historia es diferente y cada mujer es distinta.
Da la impresión de que Jardín de noche es un libro que sólo pudo inventar alguien que escribe también versos. Bien pudo haber sido, de otro modo, un libro de poesía. Hay libros de ese género que tienen temáticas que juegan con los mismos espacios, repiten versos desde una misma perspectiva, pero no me vienen a la mente libros de cuentos que tengan esta idea, por lo menos en la literatura mexicana…
Lo que me pasa frecuentemente, y me ha pasado antes, es que puedo y me siento con el derecho de aprovechar algo que ya estaba escrito para darle otra dirección. Ahora se le ha puesto el nombre pomposo y pedante de autoplagio. Me parece una tontería. En el fondo, podemos decir que un artista se está autoplagiando todo el tiempo, porque los temas que puede manejar, en cualquier disciplina artística, en pintura, en música, en literatura, son muy pocos. Es decir, siempre, de algún modo, está volviendo a lo mismo. En este caso, por lo tanto, me sentí perfectamente a gusto, partiendo de una misma frase, de un mismo ambiente. En cada caso, ensayar nuevas direcciones, nuevas variantes.
Un amigo me dijo hace poco: “Me sucedió algo como en los cuentos de Fabio Morábito”. Luego contó una curiosa historia de la que fue testigo al espiar a sus vecinos por la ventana de su departamento. Son pocos los autores que tienen un universo tan identificable. ¿Podemos hablar de situaciones morabitianas? Puede entenderse muy bien lo kafkiano sin necesidad de leer a Kafka. ¿Cómo ves esto?
No sé si es una virtud o un defecto, porque igual se podría ver como una limitación. Como un insistir en lo mismo por una incapacidad de salir de lo mismo. Yo he hecho las paces desde hace tiempo con esta idea de que un escritor, poeta, narrador o ensayista maneja muy pocos temas. Por eso es tan importante saber cuáles son, por ejemplo, para un cuentista, los cuentos que vale la pena escribir y los que no. Cuáles son los cuentos que te toca escribir y cuáles, aunque puedan sonar muy interesantes, evidentemente no están hechos a tu medida. Yo al principio creía que bastaba imaginar una historia muy atractiva, muy interesante, para que eso fuera el punto de partida y escribirla. Poco a poco me di cuenta de que no. Puedo imaginar historias muy atractivas —no es tan complicado además imaginar historias así—, pero lo difícil es apropiarse de una en la cual uno está pisando tierra todo el tiempo, aunque no sean historias particularmente espectaculares. Eso se va adquiriendo, creo, con la madurez. Lo que ocurre es que, tanto en poemas como en cuentos, uno empieza a escribir a partir de algo que podríamos llamar visitas, o sea, algo te visita. Algo que viste, algo que leíste, algo que escuchaste o que simplemente se te ocurre en ese momento… y dices: “ah, esto sí. Esto va para un poema, esto va para un cuento”. A veces es una corazonada que resulta fallida, pero siempre como que hay una especie de chispa que se enciende de una manera misteriosa, quiero decir, sin predeterminación de ningún tipo. Entonces uno dice: “vale la pena empezar”.
Creo que lo que dices en cuanto a que hay situaciones morabitianas, yo no las sé reconocer. Simplemente parto de eso que te digo. Hay algo que me dice: “aquí hay un cuento”. Puedes escribirlo. Luego, claro, alguien me dice: “sí, es un cuento muy tuyo, se nota tu mano, se nota tu mundo, tu universo”, pero yo no me hago muchas preguntas sobre eso, no me interesa mucho saber cuál es mi universo, cuál es mi tipo de personajes, tiendo un poco a evadir la autodefinición.
En Jardín de noche aparecen todo el tiempo los opuestos: ciudad y campo… ¿Qué me puedes decir de ese detalle?
Es interesante, porque efectivamente el jardín es una especie de mediación. Es la naturaleza vista desde el punto de vista urbano. Es, como decíamos, una naturaleza domesticada, educada, pulcra, y se ve la mano urbana, se ve la mano del citadino. Pero al mismo tiempo el jardín es la evasión, el sueño de poder salir del ruido, del apretujamiento y gozar de cierta holgura. A través del jardín ya está expuesto ese tema que a mí siempre me ha apasionado entre la ciudad y el campo, que es además un tema literario viejísimo, ¿no? Es decir, en la literatura española siempre ha aparecido. El contraste entre campo y ciudad. El concepto de vacación campestre, de día de campo, surgió en Italia en el Renacimiento. El concepto de villeggiatura. Este anhelo de repente que siente el citadino de salirse de la ciudad para disfrutar unos días de tranquilidad en el campo. Ahora nos reímos porque esas ciudades eran ciudades como Florencia, que tenían escasos 60 mil habitantes. Ahora, ¿qué harían esas personas en una ciudad como ésta? Se suicidarían, ni siquiera intentarían irse, simplemente se ahorcarían.
Da la impresión de que la literatura mexicana ha cambiado mucho en los últimos años. Que el carácter, digamos, lírico de la prosa en los auto-res más jóvenes es hoy casi inexistente. Parece que las novelas de la mesa de novedades están al servicio de la imagen cinematográfica. Como si, más bien, pidieran a gritos ser adaptadas a series de televisión. Tu prosa, en cambio, tiene una gran carga poética.
Lo que dices es muy interesante, probablemente tú estás más capacitado para percibir el pulso de la literatura actual. Yo sí percibo algo como lo que dices. Como que se escribe mucho para el cine de manera inconsciente, o sea, no porque la gente quiera escribir novela pensando que la vayan a adaptar para el cine, pero la imaginación cinematográfica a veces aplasta o inhibe otros contenidos y otros elementos que deben ser muy importantes. Por ejemplo, el carácter íntimo, intimista, que por supuesto no se puede traducir a imágenes. Un carácter importantísimo para crear un personaje, una atmósfera y, por lo tanto, una historia creíble. Pasan muchas cosas y quizá eso también explique esta dependencia, que yo sí advierto, de mucha narrativa contemporánea en México del mundo de la noticia. Es decir, del mundo que aparece en los periódicos. Esta necesidad, casi como una obligación moral, de apegarse a lo que ocurre afuera, a lo que ocurre todos los días en la calle, sobre todo desde el punto de vista de hechos dramáticos. La violencia, el secuestro, las violaciones, precisamente porque al desdeñar la sustancia intimista de los personajes, eso se tiene que suplir con un exceso, para mí, de sociología. De manera casi fatal, muchas historias que se escriben ahora son prácticamente extensiones o prolongaciones del periódico. Lo cual no quiere decir necesariamente que sea un defecto porque, bueno, imagínate, una de las novelas que más me gusta es A sangre fría de Truman Capote, que es claramente un comentario, una reescritura de una noticia periodística, pero el lirismo que hay en ese libro es impresionante. Por primera vez estos personajes, que habían aparecido tan planos y unidimensionales en la noticia periodística, se convierten en verdaderos personajes literarios. Eso debido al gran talento de Capote.
¿Qué consejos le darías a los lectores de Punto de partida? Que son, en su mayoría, gente muy joven, gente que nació a principios de este siglo y están escribiendo sus primeros cuentos, poemas o ensayos…
En mis tiempos, lo que abundaban eran revistas. Eran el verdadero vínculo entre un chavo que empezaba a escribir y otro. Eran un cenáculo para unir chavos que estaban haciendo lo mismo. El único consejo que daría es éste: de la manera que sea, tratar de vincularse con otros que están haciendo lo mismo que tú. Me imagino que te puedes hacer amigo de algunos de los que participan ahí y crear esta unión, esta amistad, que a mí me parece vital cuando empiezas a escribir, porque es un ejercicio bastante ingrato, muy solitario, y si no tienes a tu alrededor personas que estén haciendo lo mismo, enfrentándose a las mismas dificultades, etcétera, puede ser muy frustrante y tiras la toalla rápidamente. Así que el único consejo que podría dar es ese. Y luego, claro, no desanimarse, porque al principio cuesta mucho trabajo, y la única forma es perseverar, perseverar y perseverar…