fiesta / No. 250

La fiesta de los antros de los últimos días

Daniel del Toro


En estos días críticos la realidad se ha resquebrajado y, entre las grietas, la noche (y la fiesta y el baile y el sexo), con sus tentáculos púrpuras sembrados de estrellas, ha invadido lo cotidiano. En este ensayo me gustaría presentarte algunas ideas a medio cocinar sobre el reguetón, con la esperanza de que quizá puedan despertar alguna conversación interesante en los remansos de tus fiestas venideras, entre un perreo y otro. Pero antes, dos anécdotas.

Una noche a finales del año pasado, pudo haber sido jueves o viernes o sábado (domingo es poco probable pero no imposible), caminaba yo en un antro abarrotado. Apenas quedaba espacio para pasar; había que escurrirse entre cuerpos informes que bebían, bailaban y cantaban a voz en cuello. A pesar de que afuera los fríos decembrinos de la Ciudad de México ya se dejaban sentir, ahí dentro todos intentaban sacarse el calor quitándose muchas de sus prendas y apurando la cerveza antes de que se entibiara. Las luces neón y las nieblas del alcohol que embotaban mi cabeza daban a la escena un aire onírico, sin mucho orden ni sentido.

Por fin, llegué al baño. Cerré la puerta detrás de mí. El bullicio se ahogó. Respiré con alivio, como quien toma una bocanada de aire después de haber estado sumergido bajo el agua. Dentro de ese angosto cubículo, la fiesta quedó fuera, pero sus estragos los sentía en mi cuerpo. No recuerdo cuánto tiempo pasé dentro del baño, pudieron haber sido dos minutos o veinte. Tampoco sé cuál canción sonaba en las bocinas, probablemente tecno o salsa, una de esas pausas en las rolas de reguetón que mis amigos y yo aprovechábamos para ir al baño, fumar un cigarro o comprar más alcohol. El momento que tengo grabado en mi memoria fue cuando, mientras estaba ahí, con la cabeza recargada en la pared para mantenerme en pie, la canción anterior terminó, hubo un pequeño silencio, en el que todo el antro pareció contener la respiración, y luego empezaron a sonar las primeras notas de "Dile" de Don Omar.

La reacción fue instantánea. Para quienes hayan disfrutado de estar en un antro abarrotado justo cuando estalla la trompeta de "Ella me levantó" o cuando caen las percusiones de "Salió el sol", no tengo que retratar la escena. Una exclamación de reconocimiento, un gemido de gozo, un grito de nostalgia. La energía se elevó, como burbujas, hasta el techo. Cientos de voces dispares (y seamos honestos, muy borra chas) empezaron a cantar desentonadamente pero con pasión las mismas letras que sonaban en las calles de Puerto Rico y República Dominicana hace más de veinte años. Me eché agua en el rostro para despejarme y unirme a la multitud.

Ahora, permíteme que te transporte a un año después. Era diciembre del 2024 y viajaba con la familia de mi novia de la Ciudad de México a Veracruz. Hicimos una parada técnica en Chignahuapan, un municipio de Puebla reconocido a nivel nacional por su producción de esferas de vidrio soplado. Todo el lugar es encantador, no hay otra manera de describirlo. Las autoridades han buscado preservar la arquitectura antigua de los edificios, posee una laguna encantada, un criadero de ajolotes y un santuario que resguarda un honguito portentoso y, en estas fechas de cembrinas, las calles se inundan de delicados adornos de mil y un colores.

En esta villita navideña mexicana caminábamos, disfrutando de la tarde, cuando, desde alguna de las tiendas, una canción familiar empezó a sonar: "Dile que bailando te conocí, dile que esta noche me quieres ver, cuéntale que beso mejor que él, dile que esta noche tu me vaʼ a ver". Mi novia y yo compartimos una mirada cómplice; esa tienda en particular, el Castillo de la Esfera (abierta los 365 días del año), tenía preferencia por el reguetón dosmilero, puesto que después de esto vinieron algunos de los hits clásicos de Daddy Yankee, Wisin y Yandel, Plan B y, por supuesto, del king of kings, Don Omar. Sin embargo, éste no era el único establecimiento donde sonaba reguetón. Durante todo nuestro paseo por el encantador poblado, lo único que sonaba en los establecimientos era algún tipo de perreo. Para gustos colores, y Chignahuapan había preparado una variada degustación de estilos y corrientes: desde Anuel y Arcángel, sonando juntos como hermanos, hasta Bogueto y Dani Flow, con esas "barbaridades" que tanto pegan en TikTok.

Mientras caminaba me quedé pensando en este asunto, y gastaré unas cuantas páginas de esta edición de la revista en él con la esperanza de que te sea ameno. Escribo estas líneas desde una hipótesis muy sencilla, producto de una observación atenta y un análisis crítico de las últimas pedas, reuniones y peripecias etílicas a las que he tenido la fortuna de asistir en los últimos años postpandémicos. La considero, más que una hipótesis, una realidad hasta obvia y quizá innecesaria de probar o justificar: la música por excelencia para una fiesta, cualquier fiesta, es el reguetón. Bodas, quinceaños, bautizos, reuniones y juntes caseros de estudiantes de prepa o de universidad. La mirada amarillista de las redes sociales ha probado que incluso hay exhibiciones de perreo en clausuras de ciclo escolar, en festivales a la madre y en celebraciones de día del niño en primarias y secundarias. En los antros y en las discos tiene incluso una función económica: si no hay reguetón, el público no asiste o no consume.

La gente se prende con el reguetón. O bien, mediante una serie de estrategias líricas, musicales y de marketing, el reguetón logra avivar los ánimos de la gente.

En este texto no me interesa discutir la calidad moral del género ni la incorrección del contenido ideológico de sus letras. Poco o nada impactan estas cuestiones en el consumo de la música en el mundo práctico. En todo caso, la prohibición o censura de los mayores hacia un producto artístico siempre va a generar el morbo y la rebeldía de los jóvenes. Además, la misma tía católica que clama que el reguetón se trata sólo de cosificar a la mujer no se inmutaba con el burdo símil entre la mujer y el caballo en "Te solté la rienda" cuando la cantaba Chente Fernández, y se balanceaba en los brazos de su amado al ritmo de "Farolero", donde José José colocaba al hombre como el único actor protagonista y a la dama como su herramienta de trabajo: farolero/ farola, barrendero/escoba, barrenero/roca, curandero/droga, etcétera (mi ejemplo favorito para hablar de cosificación con mis alumnos de preparatoria). Tampoco me detendré en el proceso de blanqueamiento e industrialización del género, que sin duda es un asunto interesante, pero el cual obviaré porque, por cada gran estrella que se une a las filas de las grandes disqueras norteamericanas, un chamaquito de algún barrio de Ecatepec lanza un proyecto musical desde su computadora o celular, lo que prueba que el arte siempre será terreno de disputa entre diferentes sectores del tejido social.

La pregunta que me gustaría lanzarte es la siguiente: ¿por qué este estilo musical, claramente destinado al relajo, al argüende, al desmadre, ahora se escucha a las 12 del día un domingo en un pueblo mágico? ¿Qué hay codificado en ese tumpa tumpa, como lo llama el Chombo, para volverse tan masivo?

Vivimos en tiempos apocalípticos, eso es innegable. El mundo está en crisis; desde que Berman chasqueó los dedos y convirtió en Niebla las instituciones que daban orden y sentido a la vida humana, y desde que Camus perfiló psicológicamente al individuo contemporáneo, un Extranjero en su propia tierra, el ser humano navega la incertidumbre. La globalización ha borrado las fronteras territoriales y con ello ha hecho moneda de cambio las identidades regionales de los terruños del mundo, vacías de todo significado. El scroll infinito nos inocula diariamente un pastiche de anhelos prefrabricados que no hacen más que evidenciar nuestras carencias: dinero, belleza, viajes, músculos, casas, autos, aviones, objetos, cosas. Las crisis económicas no hacen más que acentuar la brecha entre el primer y el tercer mundo (ya no le decimos así). Una pandemia destruyó los ánimos y las esperanzas, evidenció la ineptitud de los gobiernos para afrontar los problemas y demostró la necesidad imperiosa del contacto físico y emocional con otros. Migraciones masivas hacia la sombra imponente del Monte Rushmore y la política antimigratoria que Donald Trump impondrá en éste, su Segundo Imperio, acentúan la posición ya de por sí periférica de Latinoamérica en un mundo en llamas. En una cultura donde tener lo es todo, tenemos poco, y lo que tenemos es barato, roto, robado o de segunda mano. Ante esta perspectiva, quedan pocos espacios en los que el individuo latinoamericano pueda construir o reafirmar su identidad. Una de esas trincheras, propongo yo en este ensayo, es el reguetón.

El reguetón como género es difícil de definir y hoy en día lo es todavía más: tiene una innegable influencia afro y un arraigo caribeño, pero su proyección hacia el panorama global se ha logrado desde la etiqueta de "latino". Hay canciones que buscan regresar a sus orígenes en el dancehall y el reggae y se escucha todavía (quizá por la epidemia nostálgica que se vive hoy en día en los medios masivos) el "reguetón clásico" cuyos mejores exponentes definieron el lenguaje y los temas que se mantienen hasta nuestros días; destacan esos entrecruces con el rap y el trap, así como la recuperación de ritmos tropicales como la salsa, la cumbia y el bolero (Mañana será bonito de Karol G y Cosa nuestra de Rauw Alejandro son mis ejemplos favoritos de proyectos musicales que buscan apelar de manera sistemática a toda la tradición musical latinoamericana); el perfeccionamiento del uso de la tecnología y los medios digitales han propiciado el intento (a veces infructuoso) de conformar escenas regionales, como el reguetón mexa o el chileno; por supesto, no se puede dejar de mencionar la aparición del neoperreo y su importancia para modificar la voz lírica de las canciones hasta crear la figura siempre elusiva de "la reguetonera". Hay muchas corrientes e intentar enunciar características que engloben a todas ellas es una tarea complicada, mas no por ello significa que no se deba tratar.

El rasgo más importante de la fisonomía lírica del reguetón, creo yo, es la invitación a gozársela, tal como invitaba Tego. Los cimientos de este género musical están construidos sobre la imagen de la fiesta como un territorio nocturno, en ebullición, en el cual los hombres y las mujeres se convierten en presas al mismo tiempo que en cazadores, donde las reglas de la civilidad y el decoro propio de las horas diurnas se suspenden para invitar al desenfreno, al coqueteo, a la aventura. Es una propuesta en la que el cuerpo se convierte en el centro gravitacional de la vida (y de la composición literaria): la atención gira en torno a la cadera, a las piernas, los senos y sobre todo las nalgas, el reflector cae sobre el culo, el bicho y el toto, sobre ese conjunto de símbolos eróticos que podemos definir como la combi completa. No se le puede llamar carpe diem a este motivo recurrente, porque el día no tiene lugar dentro del reguetón. El perreo suena desde el crepúsculo hasta el amanecer, porque la noche es el espacio donde se desprende la máscara del prejuicio y se deja el restrictivo traje del eufemismo. Durante la noche, el amor, el sexo y las emociones se viven con intensidad, quizá el único momento en que se experimentan en toda su profundidad y extensión; ya lo advertía Joe Arroyo cuando cantaba "Qué inolvidable esa noche, qué romántica noche, cuando besé tu boca de grana, bella noche. Otra, otra noche, Fiesta Punto de partida58 59 otra, ay, dame otra noche más", coro que Don Omar retomó para su icónica canción.

Regresemos a "Dile"; un amante, en el eterno juego de la seducción, le dice a una mujer que haga público el amorío que han tenido para que su hombre sepa que ya no le pertenece. El cantante y la dama han tenido encuentros, por supuesto, durante la noche. Se conocieron en el tiempo suspendido de la fiesta, conectaron mediante el baile, símbolo máximo del cuerpo en movimiento, en contacto con otros, en exhibición de destreza. En ésta y en todas las canciones venideras de reguetón, lo nocturno se propone como el momento en que se exhiben sin pudor ni recato los verdaderos colores de la condición humana, "Esta noche es de travesuraʼ (esta noche hazme travesuraʼ). Te voʼa devorar en la noche oscura", en el centro está el cuerpo, ejecutando un baile que atrae y repele a los otros a su alrededor, "Tienes un cuerpo brutal que todo hombre de searía tocar, sexy movimiento", y el coqueteo, arte que combina ingenio con instinto, se presenta como detonador de la anécdota, "si tu novio te deja sola, dímelo y yo paso a buscarte". Sería difícil encontrar un hit de reguetón que no construya este cronotopo tan familiar a estas alturas. Sobre este asunto deberán correr ríos de tinta.

Lo más notable es que, detrás del lugar común a la lírica de estos creadores, si uno tiene el concepto de campo intelectual de Pierre Bourdieu a la mano, se podrá encontrar en estos proyectos musicales una furiosa batalla por reafirmar su identidad, tanto la individual, en tanto artista emergente que tiene todo en contra, como la comunitaria, que está sembrada en la idea de Latinoamérica.

Sobre la primera identidad, la personal, presta atención a cómo la infidelidad es narrada desde el tercero en discordia; eso de inmediato pone el énfasis en el antihéroe, en el trickster, ese personaje picaresco que será una constante en el reguetón: el rascal que busca ganarse los favores de una dama, el individuo hambriento que no tiene nada pero anhela devorarlo todo, el que siempre está sacando las garras, inflando el pecho, luciendo el plumaje, el que afirma ser el mejor aunque no tenga un centavo en la bolsa. El deseo y el hambre como valores latinos en antítesis al tener y el exceso del norte global.

El reguetonero es orgulloso y agresivo, como un gato feral entre los rascacielos neoyorquinos; puede que de ahí provenga esta predilección del género por la segunda persona. ¿Lo habías notado? La voz lírica siempre se dirige a ti directamente, probablemente porque suele adoptar la posición de hombre (o mujer) que convence a su objeto de deseo de rendirse al disfrute carnal, o presume de su poderío e influencia ante sus enemigos, pero también se trasluce aquí una voluntad de reclamar el discurso desde una posición muy personal, de apelar directamente al que escucha. El reguetonero flirtea ("¿Qué ma', pues? ¿cómo te ha ido?"), propone ("Sé que quieres, se te nota."), indaga ("Y si veo a tu mamá, yo le pregunto por ti."), ruega ("¿Qué tengo que hacer pa' que vuelvas conmigo?"), se disculpa ("Si alguna vez sentiste algo lindo por mí, perdóname."), reprocha ("Tú me dejastes caer, pero ella me levantó."), comanda ("Agárrala, pégala, azótala."), ordena ("¡Salte! Si no estás bailando con ella... ¡salte!"), se mofa ("Tú no mete' cabra, sarabanbiche."), dicta, en fin, las reglas de la interacción con el otro por medio de la palabra.

Sobre la segunda identidad, la colectiva, fíjate en cómo la alusión a Joe Arroyo en "Dile" no es casual; por medio de esta reformulación de aquel coro, Don Omar está diciendo que su arte es heredero de una larga tradición de artistas de música tropical que conoce y aprovecha. No sólo eso; Joe Arroyo no era dominicano como Don, sino colombiano, por lo que también se proponía la posibilidad de un comercio con todas las culturas del continente como un mismo capital cultural compartido frente a la amenaza de las grandes disqueras y la visión totalizadora de la industria musical pop. Yo atribuyo a esta pulsión de reconocimien to el origen de su fascinación por los recursos propios de la intertextualidad. El reguetón está plagado de alusiones, referencias, reescrituras, remixes y sampleos a otras canciones y a otros artistas, ya sean sus antecesores (Ahí están "Me gusta" y "China" de Anual AA y sus colaboradores entonando los clásicos del reggae) o sus contemporáneos (Quevedo invierte el sentido en la letra de "Normal" de Ferxxo en "Dame"), al género urbano y latino (Bad Bunny y J Balvin citando a Enanitos Verdes en "Un peso" o Karol G aludiendo a "Morena mía" en "Carolina") o a la tradición anglo (Daddy Yankee reescribiendo "Informer" y... ¿Ése es Snow, el cantante original?). Revisa esta consolidación de las reinas del neoperreo que lograron Bad Gyal, Tokischa y Young Miko en "Chulo pt. 2", o escucha con atención el repaso que hace el Bogueto de los grandes exponentes del reguetón mexicano en "Reggaeton Chakalón", donde teje una red a través del tiempo entre Big Metra, La Dinastía, Ghetto Kids, Yng Lucas, Uzielito Mix, el Malilla y Bellakath, en cuyo centro se coloca él mismo como heredero legítimo e indiscutible de las llaves del reino.

Para concluir (o al menos para cortar con esta breve reflexión porque sin duda se quedan en el tintero muchas ideas a las que convendría desarrollar extensa y profusamente), quiero evidenciar para ti la exasperante incongruencia de que un género como el reguetón, que invita a la celebración y a la festividad, que exalta la sexualidad, que supone una actitud altanera y que se vanagloria en su carencia, se haya convertido en un estandarte para los jóvenes en estos años críticos. Mientras que algunos podrán clamar que se trata de Sodoma y Gomorra, sólo que "tantito pior", yo (y espero que tú también, después de estas páginas) lo encuentro fascinante como fenómeno cultural. Ante la crisis y la incertidumbre, ante la desesperación y la necesidad apremiante, el artista urbano y todos sus millones de escuchas han decidido reclamar el último territorio que veían como suyo, el cuerpo, y entregarse a la fiesta. El lema "dile que bailando te conocí" se vuelve doblemente combativo porque, efectivamente, es en el baile donde todo individuo marginado (y en Latinoamérica quién no es marginado, ya sea por su clase social, su color de piel, su orientación sexual) ha encontrado, a lo largo de la historia, un espacio de comunidad. En "Negro", J Balvin describe a una mujer que "se vistió de negro y no es un velorio", y yo afirmaría, quizá para adoptar un tono tremendista de dramático artificio que me permita cerrar con fuerza este ensayo, que sí que hay un velorio, y es del mundo como lo conocíamos; la sociedad mundial está de luto por el fracaso absoluto de la modernidad, el orden y el progreso. Puede que si el personaje de Balvin "perrea como si no hay un mañana", es porque, efectivamente, el mañana está en duda. Pero, en lo que llega ese inevitable colapso de la civilización, ¿qué nos impide disfrutar de esta fiesta eterna en el fin del mundo?





Daniel del Toro (Xalapa, 1999). Escritor, investigador y mediador. Titulado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la FFYL, UNAM. Trabaja como asistente de investigación en el Instituto de Investigaciones Filológicas e imparte talleres de fomento a la lectura de la mano de Universo de Letras y de IBBY-México.