Juego / No. 219

Destreza

                      
1

En su viaje de Timisoara a Bucarest, Herta Müller fue acorralada por los agentes de los servicios secretos, le quitaron su documentación y el boleto del tren. Cuando finalmente la dejaron ir, le dieron codazos y le pusieron el pie como si fueran dos niños jugando a fastidiar a una niña en la escuela. “Me oí tropezar y caer como si fuera otra persona”, relata Herta Müller en su libro El rey se inclina y mata.


2

Pregunté a mi madre por qué no había terminado la secundaria. Me contó que su familia tenía poco de haberse mudado de su rancho en San Luis Potosí a la casa que su padre albañil estaba construyendo en la ciudad de Monterrey. Ir a clases la ponía demasiado nerviosa. Un día, sus compañeros se burlaron tanto de ella que no pudo soportarlo y le rogó a su mamá que no la mandara más a la escuela. Con parsimonia mi abuela dijo a mi madre que ya no fuera y que se pusiera a trabajar.


3

Mis amigas de la secundaria eran unas niñas muy graciosas, se burlaban de todo, incluso de su propia existencia. En una época en la que me hundía entre maldiciones, gritos, golpes y ninguneos en casa, los chistes de mis amigas equilibraban mi estado emocional. Ellas ponían apodos a los profesores y trazaban dibujos exagerados de la maestra gritona de Matemáticas.


4

Me gustaba cuando papá llamaba a mi hermana menor “mi pimpollo”. Porque era cierto, Alejandra era un cúmulo de ramitas que debía cuidar que no se trozaran. Yo le pedía con mucha paciencia que terminara su cereal, a pesar de que el medicamento le había arrebatado el apetito en el desayuno. Iba por ella al kínder y preguntaba si alguien la había molestado. Era un tallo que brotaba tiernamente en medio de la sala.


5

Mis amigas de la secundaria eligieron a una niña del primer grado: una chiquita escuálida que tenía la piel tan blanca que se le transparentaban las venas, poseía una cara alargada y cabellos castaños como espaguetis remojados. Cuando salíamos al recreo e íbamos a la cooperativa, mis amigas le daban zapes, la empujaban, le gritaban una serie de apodos, le quitaban de su comida y la niña sólo sonreía, intentando seguirles el juego. Me encabronaba que hicieran eso y me alejaba de ellas. Terminaron por llamarme "amargada" y "cula".


6

Papá llegaba de la fábrica, tomaba agua previamente refrigerada para él, se daba un baño y pedía a gritos la toalla a mi madre. Después le servíamos la cena apuradamente, terminaba y recogíamos los platos. Se ponía a ver Los Simpson y sus carcajadas llenaban la casa. Como un brote inofensivo en medio de la sala, comenzó a llamar tiernamente a mamá bajo apodos distintos. Le gritaba "Hueso", "Huesiiiiitos", "Esqueleeeeto" y "Cara de culo".


7

Mamá me cuenta, un poco juguetona, que ella no sabía lo que eran las toallas sanitarias cuando trabajaba como empleada doméstica en una casa de la Vista Hermosa. Tenía 11 años y todavía no le bajaba, pero su patrona la mandó a comprarlas para una de sus hijas.


8

Nunca había trabajado en una agencia de publicidad, no sabía cómo comportarme. Me resultó muy parecido a cuando iba a un ciber a revisar mi Fotolog y a hablar con amigos en Messenger. Los primeros días no llevé audífonos. Escuché chistes, bromas y preguntas retóricas. Mi compañera de al lado hablaba muy fuerte. Cerró una reflexión grupal, acerca de un tema que no escuché, diciendo que a cierta mujer le vendría muy bien que su esposo se la llevara arrastrando de los pelos.


9

A veces me pregunto si mamá se oía tropezar y caer como si fuera otra persona cada vez que la golpeaba papá.


10

Hace poco fui invitada a un festival de literatura. Estaba muy nerviosa, no conocía a casi nadie. Cuando no estoy demasiado borracha, las conversaciones empiezan a mostrar sus costuras ante mí como un telar que raspa la piel de mi cabeza. Escuché a una escritora llamar "achichincles" a los empleados de una funcionaria con la que había trabajado. Oí a una poeta burlarse de la condición física en la que está enclaustrado un amigo suyo. Un escritor quiso hacer una broma refiriéndose a una poeta renombrada (que lo había ignorado) como si fuera su sirvienta.


11

A veces me digo: "Tranquila, sólo es un juego. Aprende a tener destreza en este mundo". Empiezo a separar colores, palabras, poemas, amigos.


12

"Gordo come-Cheetos", así llamé a ese escritor cuando relaté a mi mejor amiga que él me había caído bien porque reímos mucho, hasta que en el Uber intentó tocarme la pierna.


13

De este lado de la línea juego yo.


14

"Cuando escribo, tengo que detenerme allí donde más herida estoy en mi interior, de otro modo no tendría por qué escribir siquiera", escribió Herta Müller.