Carrusel / No. 220
El amigo, somos lo que perdemos
Si recordamos obras literarias que den énfasis a la importancia de un animal, podríamos pensar en la Odisea, en la que se presenta a Argos, el perro de Odiseo, muestra ejemplar de la fidelidad que se les adjudica a los caninos; o en el cuervo y el gato negro tan citados de Poe; también en el famoso El coloquio de los perros de Cervantes, o en el cuento “Josefina la cantora” de Kafka. Sin embargo, todos estos ejemplos sufren de antropomorfismo: se exhiben problemáticas humanas en boca y cuerpo de animales. El amigo, de Sigrid Nunez, muestra que un animal puede adquirir un papel significativo en una novela sin necesidad de que hable o se comporte como humano.
Ganadora del National Book Award y del New York Public Library Best Book Award, El amigo nos introduce a la vida de la protagonista, quien será la encargada de llevar la voz narrativa de esta historia, una escritora y profesora neoyorquina que pierde a su mejor amigo y maestro y que, a causa de ello, se hará cargo de Apollo, un viejo gran danés del que él era dueño. Apollo, pues, no es un hecho o personaje anecdótico, sino el eje de una novela en la que, exceptuándolo, todos los demás personajes carecen de nombre.
El suicidio del dueño de Apollo provocará en la escritora dolor, duda, desconcierto y la carga material y simbólica de hacerse cargo de un perro que, por cuestiones contractuales, no puede tener en su departamento de Manhattan. La pérdida de su mentor y amigo, hacerse cargo de Apollo y el mediocre desempeño de sus alumnos desatarán las preguntas e inquietudes de la escritora: ¿vale la pena escribir y leer?, ¿qué importancia tiene enseñarles a alumnos que no siguen las lecciones?, ¿por qué su mejor amigo decidió suicidarse? Al mismo tiempo, Apollo, ajeno a esas preguntas, sólo espera inquieto la llegada de su amo con lastimosos aullidos. Ambos, la escritora y Apollo, sufren y se acompañan durante su duelo.
La novela indaga, con los elementos descritos, sobre el olvido, la muerte, el suicidio y la literatura. La escritora, al principio renuente a tener por mucho tiempo al perro, se pregunta a sí misma y a los lectores si Apollo sabe todo esto, si los perros, los gatos o cualquier animal saben lo que es la muerte, la música, el suicidio o el recuerdo. Una problemática sin resolver en la novela y en la vida. La verdad de las cosas es que, sin importar si Apollo conceptualiza o no, sabe que su amo se fue para siempre, que la muerte es lo que seguirá después de su artritis y vejez, que le gusta perseguir mariposas y orinar a sus anchas. Así pues, los actos del perro clarifican, mas no resuelven, las inquietudes de la escritora. Poco importará si resuelve qué es la muerte o por qué su mentor decidió suicidarse; ella está en la playa con el perro, disfrutando del calor, sufriendo por la ausencia de su amigo.
En poco más de 200 páginas, Nunez cuestiona el antropocentrismo y la escritura; recuerda que la pérdida y el duelo no son algo meramente humano, que muchas veces encontramos más humanidad —"¿qué palabra quería decir?"— en un perro o en un gato que en editores, escritores y maestros. Con una narración ágil y tierna, El amigo pregunta: "Lo que echamos en falta —lo que perdemos y lo que lloramos—, ¿no es eso lo que nos hace quienes, en lo más profundo, somos de verdad? Y ni mencionar lo que quisimos en la vida pero nunca llegamos a tener".
En la escena final del libro, la escritora y Apollo, a poco más de un año de la muerte del amo y amigo, se encuentran contemplando la playa. Ella, al verlo con muchas mariposas alrededor, se sorprende tanto de que no se inmute ante ellas; sólo alcanza a decir "¡Oh, amigo mío, amigo mío!". Una especie de aceptación final de la partida de su amigo, una despedida y un reconocimiento de lo que ella es. La novela recuerda que, como dijo cierto escritor argentino, sólo nos pertenece aquello que se ha ido.