Caos / No. 222

La esfinge de zapatillas turquesa




Escúchame con atención. Si me ignoras es porque nos odias a todos, ¿qué no soy buena para ti? Déjate de pendejadas… ¿Ya la viste? No es bonita, yo no sé qué le ven. Fíjate cómo baila y mueve el pelo así en súper leona, mírala. Todos los sábados la encuentras aquí, zorreando. Siempre está ahí parada, rodeada de maricones y la travesti fea esa de su amiga la Yiyi.

Siempre se están riendo y viboreando a medio mundo, y nunca, te lo juro, nunca dejan de bailar. Se mueven y la gata esa todavía se da sus aires de mamona, la muy puta no baila con cualquiera. Así como la ves, agitando todo y riéndose como mustia, así de fácil vienen embobados los batos por sus chichis a preguntarle si pueden bailar, y la gata ¿qué crees que les responde?, que acepta si primero le aguantan el paso; son como cinco minutos brincando, no mames. A veces, el que se atreva a bailar con la travesti también puede bailar con ella. Se rebajan a parecer chotos nomás para arrimarle el paquete a las nalgas de la puta oxigenada, y ¿ves al chico ese, el güerito que está a su lado?, es gay, bueno, como que se le voltea, pero me enteré de que es el amor platónico de la gata. Ella está enamoradísima de él, pero como es medio puñal él no le hace caso. Ella se le repliega y se bate y le pone la trompa para besarlo, pero el cabrón voltea la cara y la deja ahí como pendeja. Ese es su castigo por tremenda putería: que todos se la quieran coger, y el único con el que ella quiere no la pela porque es puto.

La otra vez, ¿sabes qué hizo?, resulta que bailaba con un muchacho, un animalón que se le acercó, y ella aceptó sin pedir nada. Estaban así, equis. Pues al ratito se acercó otro chavo menos mamado, pero igual de guapo. Los dos se pusieron a bailar con ella, uno adelante, otro atrás. Al rato se besaba con uno, luego con otro y se embarraban hasta lo que te imaginas. En fin, cuando ya iban a cerrar, se llevó a los dos chacales, ¡¿tú crees?!, se llevó a los dos y obvio se los echó, se la chingaron, no sé si por turnos o al mismo tiempo, pero la perraputazorrademierda les arruinó la vida. Los dos se han de haber enculado con ella y, como la muy puta les dijo que no, los güeyes se pelearon. La semana pasada se agarraron a putazos aquí en plena barra, rompieron hasta las mesas, ¡tanto desmadre por un culo! Y a la gata no le hicieron nada, siguió puteando y mendigándole el pito al puñal de su amigo el mariposa; ahí parada en su mesa, con su grupito de lameculos que sólo quieren juntarse pa’ ver si pueden comerse a los batos que ella no pela o que ya se echó.

Todavía te creo que está simpático su amigo, con él sí me dan ganas de bailar, feo no está y es buen pedo; además, tiene culo de mandril. Un día me lo quise ligar, nomás pa’ que la otra se amargara, hasta me lo iba a fajonear sólo para que se ardiera de envidia, pero me aguanté; me aguanté porque yo bien sabía que, si bailaba con él, aquella perra se iba a emputar y yo no me iba a dejar. Le iba a decir: “mira, mamacita, le bajas a tus mamadas o te parto la jeta y sin chamba te quedas”, agüevo, por eso me aguanté, me aguanté todas las veces que vine a verla a ella creyéndose soñada, uta, es que se sentía… Como si la luna fuera suya, que era dueña y señora de todo el Aleluya.

¡Mírala! Ve cómo le agarra la cintura a su amigo, y el bato nomás le sonríe y la deja con la lengua tendida. Eso fue lo que le dije a Paco. Vimos cómo se iba la gata sola, “seguro se va con un mayate”, pensé yo, pero no, se peleó con su manada, con la vestida fea, le dio tremenda cachetada a la Yiyi. Ése fue el show que nos aventamos Paco y yo. Bien chismosos que éramos. No teníamos mucho que hacer más que bufar a todos, especialmente a la perra gata de la esfinge. Nomás vimos cómo se iban casi corriendo, te lo juro, se iban corriendo esa pareja de desgraciados que eran la puta y el puto de su amigo. Se pelaron y nadie los volvió a ver. Qué pinche casualidad. “Ahora sí se le armó en grande, se le cayó el mundo a la ramera esa”, me dijo el gordo, “vamos a levantarla antes de que venga el camión de basura y se la lleve”, pero Paco y yo nos metimos otra vez al antro, a las risas, a seguir chupando y viendo qué nos podíamos ligar y, mi amor, de que había harto mayate, había. Había de todo y para todos los gustos, era el arcoíris hecho persona y con olor a popper. Entonces, ponen esa pinche canción que no me acuerdo cómo se llama, y todo mundo se paró a bailar, se subieron a la tarima con los strippers y se prendió esa madre. Se empezaron a aventar que la cachaza, que las chelas, que el hielo, que la espuma de las chelas, que el barniz y la vaselina. En una de ésas, que nos apagan las luces y siguió la música, y era una agarradera…

Me doy cuenta de que neta era un chingo de gente, y seguían entrando, hastasuputamadre de lleno, apretados, sudando, yo tenía a un cabrón atrás pegándome todo. Se la sentí. Hasta me besé con Karla, ¿tú crees?, en lesbianas las dos, equis. Ni vi adónde madres se fue el gordo de Paco, seguro a chupársela a alguien, porque ése es bien así; pues que se dé. Yo, te vas a reír, pero yo hice la cuenta y te juro que había tanto hombre que si todos se la jalaban ahí en vivo yo me iba a ahogar de tanto semen.

“¿Cómo te llamas?”, me preguntó el chacal que tenía atrás, y yo de: “Pues Evelyn”. “Estás guapa”, dice el otro, y yo de: “Ajá, güey”. Paréntesis: yo estaba pedísima a esa hora, eran casi las tres de la mañana, pero neta pedisísima; si el bato me hubiera culeado ahí, ni me acordaría. Me jaló al baño, y donde están los espejos, que me da un súper faje, bien intenso el tipo, tocándome como si yo estuviera buenísima; yo me sentía la mismísima esfinge con zapatillas turquesa, porque naca soy, y le mordí la boca y el cabrón que me mete la lengua, y como hacía un chingo de calor le eché el ron encima, me bañé de vodka. Yo me sentía perrísima, todo iba bien, pero de repente que nos zangolotean.

Un amigo suyo llegó: “No mames, güey, traen pistolas”, y que salgo a ver y sí: mira, tres hombres estaban en la barra y traían unas madres de este vuelo. No sé qué verga eran porque no conozco de armas, pero pistolitas no, las tenían ahí encima de la mesa, junto a la cerveza. Me asusté un chingo obviamente; si ya estaba caliente por el faje me puse a hervir, pero del miedo. Todos a esa hora ya estaban hasta atrás. Imagínate, es cuando la gente empieza con su decadencia: que se ponen a llorar y a cantar o a mamársela en sobres, y pasa el señor vendiendo rosas y el chavo de las paletas neón te quiere bolsear y el payaso con sus globos; era un desmadre de culos todavía bailando. Los brazos eran culebras. Se subían. Los tacones de las viejas clavándose en los ojos y en los hombros de los batos. Todo por querer treparse a la pirámide de carne; a nadie le importó sentir uñas escalándole el cuerpo y pitos restregándose y nalgas duras y aguadas y tiesas de esponja y chichis y oliendo a pedos y a eructos. Y era una de putos… bailando encima de cabezas y lenchas que seguían trepándose arriba de las sillas, de la barra, de la tarima, adentro de las tazas del baño, pegados a los espejos, con los dedos rozando el techo y las jirafas riéndose de uno. Yo intensísima con el chacal feo besándome, Dios mío, el cuello le sabía a sal y los labios a ácido; todos masticando chicle de moras, cogiendo con la ropa puesta a un lado de las burbujas que se hacían con la orina de los mingitorios desbordados de tanto cabrón que se metía a mear, y las paletas de luces led flotando en los charcos que también olían a cloro y Fabuloso y los globos de helio reventados. Y de tanto que se estaba inundando el lugar, te quedabas sin aire, neta, pero no importaba nada porque lo que inhalabas era el puritito aroma del vino blanco servido en caballitos; riquísimo todo, de veras, te digo: ri-quí-simo.

Luego pasó.

“¡Todos abajo!”, gritó alguien, y empezó la tronadera. “¡Todos abajo!”. No me la creía. Nos tiramos al suelo, nos tapamos la boca quién sabe por qué, era como si hubieran reventado un montón de cuetes. Fueron minutitos nada más. Los balazos parecían chispitas de brillantina. No se veía nada más que pura marea de gente cayéndose a rompemadre. Hasta que se fueron los hombres pararon la música, se prendió la luz y hubo una de gritos…

Salimos corriendo, la borrachera se nos bajó de jalón, los cachorritos brincaban, de tanta sangre uno se resbalaba. Mi vestido terminó manchado de mugre, chela, cigarro, vómito, sudor, sangre, lágrimas y fluido de unicornio. Había vidrios rotos, pétalos, mesas tiradas y muchísimos zapatos. Sentí que me hundía entre la marabunta. Esa misma multitud que bailaba ahora hacía una avalancha de brazos, piernas, colas y patas que se aventaban a trancazos contra la puerta. Se ahogaban de tanto cuerpo. Hasta se mordían con tal de respirar el aire de afuera. Los que estaban desangrándose ya nadie los miró, ni yo. Sólo queríamos salir del pinche averno.

Yo no veía al gordo de Paco por ningún lado, me espanté cuando llegaron las patrullas y las ambulancias y empezaron a sacar camillas. El mapache con el que fajé ya ni me habló. “Se echaron a la Yiyi”, escuché decir. Vi cómo un policía le enseñaba a otro un casquete de bala, qué manía, había un chingo de esas madres adentro y lo último que pensé fue agarrar una, me daban miedo, pensé que iban a explotar si las tocaba. Me puse a gritar cuando reconocí el anillo de Paco, fui corriendo a destapar la sábana y ahí estaba el gordo, muerto, con los ojos cerrados y la mitad de la cabeza abierta como de mierda entre sus plumas. Le tocaron dos balazos, me enteré después.

Llegaron taxis, coches, triciclos y se llevaron a los que pudieron. Los policías se hablaban por radio; que no había salida de emergencia, decían; que eran tres hombres, que se fueron en motos, dijo otro. ¿Que quién los dejó entrar?, yo no sé. Yo entré en shock. Cuando me fui para la casa se veía tan grande la ciudad... Mi mamá seguro estaba dormida a esa hora. Me encerré en el baño. Tenía que cambiarme para ir al hospital, a ver qué se hacía con lo de Paco, quién más lo iba a hacer si el gordo no tenía familia aquí. Nunca se me había muerto alguien, así que no sé qué se hace, pero se siente bien culero.

Yo te juro, Dios, que voy a recorrer el país entero nomás para encontrar a la desgraciada esa. La gata. Por su culpa nos cargó la chingada a todos, yo sé que fue por ella, porque los tres cabrones que llegaron se echaron primero a uno de los gorilas con los que la puta se metió. Primero fueron por él, yo vi, y les valió verga, nos dejaron recuerdo a los demás. Y me vale, me vale un chingo; aunque no tenga nada que ver la gata, es su culpa. ¡Es su culpa, putamadre! ¿Por qué ella sí pudo escapar y yo no? ¿Por qué ella sí se salvó y mis amigos no? ¿Por qué no todos nos peleamos ese día con un novio para largarnos del antro 10 minutos antes de que los asesinos llegaran…?

Porque eres bien culero, Diosito, se te ve, neta yo espero que tú encuentres primero a la maldita, porque si yo lo hago voy a agarrarla a cachetadas hasta que se muera, y a los hijos de la chingada que dispararon y a los putos perros que se lo ordenaron. Te juro que cuando los vea les voy a cortar los güevos y a meter un enjambre de balazos por donde más les duela, y me vale madre si me matan después porque entonces al fin voy a poder ir contigo, culero. Te voy a agarrar a madrazos.

A ti, hijo de la grandísima que no hiciste nada, nada, hasta te burlas, parece que te ríes de lo que nos pasa sólo por ser así, y una de pendeja todavía hablándote… El día en que nos veamos, Diosito, cuídate, porque cuando yo te agarre, juro que te voy a partir tu puto cielo encima.