Carrusel / Heredades / No. 224

No hay finales felices




I

—Hellfire don’t need lighting and it’
already burning in you
—Whatever’s burning in me is mine! Amen!

Sula


Alguna vez, Proust escribió que la obra de arte es el único medio para descubrir el tiempo perdido. En el mundo de la literatura, la memoria y la imaginación son los únicos caminos que llevan a redimir aquello que nos hace incompletos, que falta y duele. El dolor de revelar momentos que no son enteramente nuestros y que, sin embargo, hemos creado es lo que hace a la ficción literaria la única vía para expresar no el tiempo que hemos perdido, sino el que hubo de estar antes que nosotros. Las novelas de Toni Morrison (1931- 2019) son, en ese sentido, maneras de llenar las grietas de la Historia de la forma más íntima posible. Así, sus personajes principales son hombres y mujeres negros que transitan por un mundo de crueldad y violencia, expuestos a un odio por sí mismos y hacia los demás, incapaces de enmendar sus heridas en momentos banales de felicidad. En el mundo de Morrison los personajes resisten y luchan contra la producción de nuevos fracasos y nuevas formas de sufrimiento, pero la mayoría de las veces terminan obnubilados por su propia intimidad. En sus novelas, hay que decirlo, no hay finales felices.

Toni Morrison —cuyo nombre original fue Chloe Ardelia Wofford y que nació y creció en el sur de Estados Unidos, el lugar donde ser negro significaba ser esclavo y, tiempo después, pertenecer a la masa de trabajadores desechables de una modernidad pronto urbanizada— sabía de esa brutalidad de la vida. Ohio y Kentucky, los escenarios recurrentes de sus libros, enmarcan la cotidianidad de la segregación racial de los años que siguieron a la abolición de la esclavitud en ese sur rancio y violento.

Con ello, Morrison logra entretejer con una fragilidad amorosa la reticencia y confusión de sobrevivir en un mundo diferenciado que desea la finitud de sus personajes y, sin embargo, los produce como necesarios para su mecanismo. Sin ellos, sin su desconsuelo, contradictoriamente no existiría el mundo que los oprime.



II

Along with the idea of romantic love, she was introduced to another
—physical beauty. Probably the most destructive ideas in the
history of human thought. Both originated in envy, thrived in insecurity,
an ended in disillusion.


The Bluest Eye


Faulkner —sobre el que Morrison hizo su tesis de maestría en Cornell University en 1955— argüía que un escritor es una criatura impulsada por demonios y que por ello vive en la constante del fracaso. Le angustia vivir, le angustia soñar, y por eso escribe: tiene un sueño que lo persigue, angostándole la existencia. No sobrevive el escritor, sino la angustia que logra transformar en lo que narra. Escribir es librar una batalla consigo mismo. Te despedaza, te rompe en pequeños pedazos que pueden o no ser reconstruidos una vez que decides terminar lo que has escrito. En la escritura de Morrison es claro que su tormento es el pasado. No uno individual, personal e interno, sino un pasado histórico mucho más extenso que el mundo creado por ella.

En The Bluest Eye (1970), su primera novela publicada, el personaje principal es una niña negra, pobre, descrita como inimaginablemente fea, abusada sexualmente por su padre, violentada por sus compañeras de escuela, negada por su madre. El odio del mundo, que contradictoriamente es contado con ingenuidad infantil, se concentra en su esperanza de tener ojos color cobalto: “los insultos fueron parte de las molestias de la vida, como los piojos”, dice el narrador para presentarnos a la niña. De la misma forma, en la mayoría de sus novelas, los personajes atraviesan estas molestias y los rascan y desesperan, y nunca consiguen quitarse la plaga, exhaustos por seguir sobreviviendo. Sus novelas son, en ese sentido, odas poéticas que describen finales terribles para los personajes. Su segunda novela, Sula (1973), interroga los roles preestablecidos, como marcas identitarias, de tres mujeres negras que no logran reconciliar la supuesta idealización de una comunidad armoniosa con la conformidad de la etiqueta que se les impone.

En ambas novelas la escritura de Toni Morrison se asemeja a las descripciones de un álbum familiar íntimo: penosos detalles —guardados con secrecía— de tíos alcohólicos, niñas abusadas sexualmente, abuelas abandonadas u hombres en busca de padres ausentes se mezclan en un pasado histórico que parece reescribirse en forma de capítulos concéntricos. En el caso de Song of Salomon (1977), su tercera novela, esta aseveración es una realidad. La novela parte del recuerdo del abuelo materno de la autora; ahí cuestiona el significado de una justicia que parece más una promesa divina que una realidad terrenal, al tiempo que discute con familiaridad los convulsos tiempos de las movilizaciones por los derechos civiles en Estados Unidos. Así, Morrison logra entretejer dos planos que serán importantes para sus trabajos posteriores: los mecanismos sutiles en los que se construyen y se viven la raza y el racismo. En ambos casos, sujetos a las formas que nombran cómo los oprimidos pueden ser tratados y con qué grado de impunidad son castigados. En sus novelas no hay finales felices porque la abismal separación entre el dolor de unos y otros se define en quiénes están facultados para externar la ira que ello causa. En esa relación no existen sólo nombres, adjetivos, ni tampoco insultos vacuos: crean y sujetan en su lugar a ambas partes.




III

Don’t box with me. There’s more of us they drowned than there
is all of them ever lived from the start of time. Lay down
your sword. This ain’t a battle; it’s a rout.


Beloved



Parece que las novelas de Morrison forman parte de un mismo hilo que intenta llenar los vicios de la historia de victimarios y el sufrimiento de víctimas sin nombre. En sus libros existe una separación temporal que, paradójicamente, distorsiona la narración y les da coherencia a sus extensas descripciones. En The Bluest Eye (1970) son las estaciones del año las que marcan una cosecha infructuosa de flores estacionales, en Sula (1973) es la cronología de una amistad que narra las experiencias de ese lazo y en Beloved (1987) es el tormento de una madre, esclava, que ha asesinado a su hija: los días en los que se debate si el amor no es otra cosa que evitar un sufrimiento ya pactado.

En las novelas de Toni Morrison ninguno de sus personajes corre con la buena suerte de encontrar redención en promesas paradisíacas, de la misma manera que no se encuentran con torturas emocionales convertidas en infiernos fantásticos. Es, de la forma más simple, la totalidad de una vida que da la razón a los errores humanos. En sus novelas, el paso del tiempo deja reconocer el odio que los hace seguir vivos y humanamente felices. Son esquemas privados de preferencias y prejuicios que se mezclan con un mundo turbulento de cambios sociales que ningún personaje parece entender del todo. Éste no es otra cosa que el complicado contexto de los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX, que representa la violencia con la que se produjo el control de una mano de obra que, cuando el momento llegó, fue desechada y brutalizada con una segregación igual de violenta.

En pocas palabras es una explicación literaria de que la raza es siempre relacional y habitada en silencios que se convierten en rutinas, en límites, en separaciones que simulan no tener explicación. No obstante, es en esa elucidación en forma de reticencias a vivir un rol preestablecido, en la que el odio a sí mismo y a los otros destruye cualquier forma de hermandad o incluso de comunidad que podría interpretarse como una etiqueta identitaria amigable.

 





IV

There is a society. It’s made up of a few men who are willing to
take some risks. They don’t initiate anything; they don’t even choose.
They are as indifferent as rain […]. Time and silence. Those are
their weapons, and they go on forever.


Song of Salomon



Morrison fue prolífica. Escribió 11 novelas, siete libros de cuentos para niños, guiones cinematográficos, musicales, libretos para obras de teatro y numerosos artículos académicos sobre literatura y política. Estuvo muy involucrada en el sistema político estadunidense y en el activismo negro de los sesenta y los setenta. Sus novelas fueron llevadas a Hollywood, e incluso Oprah protagonizó la agonizante historia de Beloved (película de 1998) y nunca dejó de recomendar las obras de Morrison en su famoso Bookclub. Oprah ganó su lugar para organizar la cultura mediática de los noventa y Morrison el Nobel de Literatura en 1993. Con el tiempo, esta espectacularidad que llega con la fama y la gloria ha hecho que Morrison sea vista como una escritora inscrita en el canon y el statu quo de la sociedad estadunidense. La radicalidad de sus novelas se desvaneció y poco a poco cayeron en lo común de la repetición que da la etiqueta del margen. Sin embargo, ponerlas en su justo juicio también es tarea del lector.

Quizá el mayor mérito de la obra de Morrison es remarcar que la historia de la negritud en Estados Unidos —y en cualquier otro territorio donde la institución de la esclavitud fue una realidad— es la historia de un hondo desgarro que busca explicarse sus circunstancias pasadas y su futuro posible. Que haya un abismo entre los momentos en los que Morrison escribió y el actual contexto de precariedad, brutalidad y explotación quiere decir que las condiciones han cambiado mínimamente. Por ello, la escritura de Morrison no sólo es importante como muestra de que el pasado nos persigue y se repite de distintas y diversas formas, sino también de que las mismas reglas parecen aplicarse sin importar si las pocas resistencias que ocurren alrededor de él intenten frenar su paso. Hay que aprender de esas historias que se muestran como derrotas, aunque no haya finales felices.