Carrusel / Bajo Cubierta / No. 226

De las oportunidades que se desperdician, o Márcame, amo



Roberto Garza
Márcame, amo. La verdadera historia de Keith Raniere y sus esclavas mexicanas.
Ediciones Cal y Arena
México, 2019, 240 pp.





Márcame, amo. La verdadera historia de Keith Raniere y sus esclavas mexicanas (Ediciones Cal y Arena, 2019) es un trabajo periodístico de la neoleonesa Roberta Garza. Editora en jefe del grupo Milenio, fundadora de la revista Replicante y colaboradora en Nexos, la ahora estudiante de Historia, Religión y Política en la Universidad de Columbia (Nueva York) nos presenta en este libro un pequeño esbozo de los crímenes cometidos por Keith Raniere en Estados Unidos y México, así como una descripción de su modus operandi.

Un acierto de la autora fue caracterizar a la organización criminal liderada por Raniere (nxivm) basándose en variadas fuentes hemerográficas (que van desde el Times hasta el Vanity Fair, pasando por el Newsweek) y echando mano de las prueba presentadas en el juicio a Raniere entre mayo y junio de 2019 en una Corte de Nueva York. Así, para Roberta Garza “lo que distingue a NXIVM [...] es la de- sensibilización al rechazo del comportamiento no sólo criminales sino inhumanos: los valores éticos se vuelven, en el universo de Raniere, parámetros utilitarios y autorreferenciales. Convertir a la esclavitud en empoderamiento femenino es una mera manifestación de este rasgo” (p. 33). En pocas palabras, detrás de unos cursos de superación personal se escondía una organización compleja de estructura piramidal sostenida mediante la manipulación el chantaje y la violencia contra la mujer.

Raniere, por otra parte, y a pesar de que “se ostentaba como un sabio y un genio, era en realidad un manipulador maestro, un fraude y el líder criminal de una organización de culto involucrada en tráfico sexual, pornografía infantil, extorsión, abortos forzados, cauterizaciones, degradación y humillación” (p. 143). Las principales víctimas de Raniere y de sus colaboradores en México (quienes en la mayoría de los casos fueron también sus víctimas) eran por lo general mujeres de clase alta con problemas de autoestima y depresión. Luego de reconfortarlas con charlas sustentadas por las ideas de Raniere, dándole un nuevo sentido a sus vidas, los líderes del movimiento se hacían con el control de sus finanzas, sus hábitos alimenticios, sus prácticas sexuales y su posibilidad de tener hijos.

Otro acierto de la autora es desmitificar las ideas alrededor de tan polémico personaje, pues nunca se trató del hombre más listo del mundo, ni terminó el currículo de Matemáticas para la preparatoria en unas cuantas horas, ni tuvo habilidades de concertista profesional a los 13 años como rezan sus biografías oficiales (p. 15). Sin embargo, de poco sirve desmontar todos estos mitos cuando se instalan otros. Según ella, lo que sí “es un hecho” es “que desde muy joven el chico mostró gran facilidad para la manipulación” (p. 16), y una anécdota de su infancia basta para demostrarlo. Así como fue pernicioso para muchas personas idealizarlo a la manera de un genio, otro tanto puede resultar si lo pensamos como un monstruo cuya existencia seguramente se debe a una terrible desviación. Exagerar características y reprobarlo con la misma certeza con que años antes fue loado, como lo hace la autora, no facilita la comprensión de cómo fue posible que sus crímenes ocurrieran.

Los juicios irreflexivos y las descalificaciones del tipo “torcidas perversiones” (p. 23) abundan y despiertan pronto en el lector sospechas sobre la objetividad de la investigación. El periodismo contemporáneo en México poco aporta cuando sus análisis terminan en la conclusión de que muchas mujeres fueron abusadas debido a las “torcidas perversiones” de quien “parasitaría el resto de sus vidas” (p. 17). Así, este libro logra, parcialmente, describir la manera en que la organización de Keith Raniere operaba, pero su autora se conforma con la construcción de perfiles psicológicos chatos y caricaturizados, sin profundidad. Además, nunca intenta dilucidar cómo fue posible que una persona actuara así, que tuviera tanto éxito, y que hoy sea tan grande el riesgo de que vuelva a ocurrir algo similar.

Tampoco se puede sacar mucho provecho de los pasajes pretendidamente críticos del libro referentes al silencio que guardó la prensa nacional en el caso Marcial Maciel y al silencio que se guarda con respecto al caso Raniere. Seguramente se mordió la lengua Roberta Garza cuando escribió, respecto a Maciel, que “con el silencio la gente quería evitarse las represalias de la red de poder tejida por los Legionarios de Cristo entre políticos y empresarios mexicanos”(p. 12), pues ella misma decidió presentar sus resultados sin mencionar las omisiones de las autoridades mexicanas coludidas en estos crímenes. Éste es un problema que no atañe exclusivamente a las sampetrinas (ver en YouTube “El enojo de las sampetrinas”), aunque así lo crea la autora, quien de forma muy elitista cree que “a lo que van casi todos los jóvenes a la capital neoleonesa: a estudiar al Tecnológico de Monterrey” (p. 47). Escribir los apellidos Salinas, Boone, Garza, Dávila, Betancourt y otros de alcurnia no es suficiente una vez vislumbrado el verdadero tamaño del problema. Poco dice —en realidad nada— de las autoridades norteamericanas y mexicanas coludidas en el caso. Tampoco niega que las autoridades se hicieron de la vista gorda frente a los actos delictivos de la organización. Hace falta un posicionamiento en este sentido.

Por último, los diarios de Daniela (una de las víctimas) en cautiverio se presentan en los anexos más como una curiosidad morbosa que para dar solidez a los argumentos del libro. Roberta Garza no termina de aprovechar estos documentos para describir en su texto cómo fue el proceso mental de quienes estaban bajo la influencia de Keith Raniere. Sorprende que, como contraste, el espacio dedicado en los anexos a las sesiones de la secta para adoctrinar a los reclutas sea tan pequeño.

En suma, la mala calidad del trabajo hace que se confundan la buena intención de evitar que esto les suceda a otras personas con la turbia intención de lucro y reconocimiento. Así como la autora siente náusea por escribir sobre Raniere, seguramente habrá más de un lector que sentirá lo mismo al ver cómo desaprovechó la oportunidad de hacer un libro a la altura de las circunstancias. Roberta Garza pudo hacer periodismo de investigación, pero terminó por entregar al público algo más similar a la prensa rosa. No digo que Garza trate un tema irrelevante; afirmo que su postura es acrítica y, en el mejor de los casos, amarillista. Es evidente la premura con que fue preparado el libro (ya que se publicó pocos meses después de la sentencia a Keith Raniere), pero no queda tan clara la moralidad de ofrecer al público un chato “proyecto de verano, [hecho] rápido, porque hay que sacarlo” (entrevista con Carlos Puig, disponible también en You-Tube), tal vez con la única finalidad de hacerse de la exclusiva.

No deja de ser relevante reflexionar lo anterior si caemos en la cuenta de que Roberta Garza es la responsable, actualmente, de cubrir los juicios de relevancia para México en Nueva York, como el de Genaro García Luna (secretario de Seguridad Pública durante la administración de Felipe Calderón). Es preciso conocer esta forma de hacer periodismo y así leer con distancia crítica lo que se dice sobre otros casos que pueden resultar de interés para todos. Más importante aún es el respeto que merecen las víctimas de Keith Raniere y la seriedad con que este tema debe ser abordado. Es preciso tener siempre presente que los lectores merecemos periodismo de calidad y lo estamos exigiendo.