Infancia | Vejez / No. 227

Ganar cancha*


Escrito por Jessica Sevilla
Ilustrado por Jocelyn Vázquez



Portadilla cuento Ganar CanchaFrida estaba echada boca arriba a lo largo del sillón. La cabeza ladeada le colgaba del asiento, un brazo en el respaldo y otro sobre la panza llena, las piernas abiertas como rana; se sentía satisfecha de la doble ración y de cualquier airecito que la refri mandara a su frente sudada, adherida de cabellos crespos. Mientras su mamá recogía la cocina, imaginaba bailar en 180 grados sobre el inmaculado plafón, mancharlo con los zapatos que había dejado tirados a media sala. A la ingrata le tocaba secar los platos, pero una llamada la salvó. Cuando terminara de hablar con Grecia, los platos ya estarían secos y guardados.

—Que lo graben con los Digi-Tamagochis y lo suban directamente al TimTom Web. Todo mundo tiene usuario en el TimTom Web.

—Pero no todo el mundo en Mexicali tiene compu para entrar al TimTom, y menos para verlo en Digi-Tamagochis.

—Pero si no tienes compu, vas al café internet. Y en el café internet lo único que haces es jugar Tibia, Gaia, o meterte al TimTom Web.

—De tercero para abajo no usan esas cosas.

—La hermana de Nica va en segundo y sus avatares son las reinas de todos los foros.

—Okei. Tienes razón, aunque creo que esa niña está adelantada. No sé si pueda convencer a las demás.

—Todas quieren salir en el TimTom Web. Se trata de hacer un flash, eso lo entienden perfecto. Voy a quemar el CD de mi mamá para que todas ensayen; sentadas de mariposa, dos aplausos y dos golpes en las piernas con las manos separadas, y sólo la partecita del coro que dice “we don’t need no education, we don’t need no thought control”. —Frida había descubierto el rock progresivo y quería ponerlo de soundtrack para la vida, intercalado con las Spice Girls.

Piernas—¡Wei!, esa canción no tiene nada que ver.

—Siento que sí, wei. Siento que tiene todo que ver.

—Se va a confundir lo principal que queremos decir. Además, son un montonal de palabras en inglés.

—Es un colegio bilingüe, Grecia. Nos sirve para practicar.

—Tenemos dos horas y media para hacer todo, Frida —respondió Grecia imitando el tono de su amiga—. Sé realista, queremos que esto sí pase.

—Okei, pues. Hay que quedarnos con los dos aplausos y los dos golpes en las piernas.

—Sale. Eso sí. Nos marca el tempo para lo demás. A ver. —Practicaron las dos frente a sus respectivos espejos, con el Digi-Tamagochi enclipado en la polo escolar, transmitiendo el ensayo en tiempo real. No funcionó.

—Mejor nos quedamos con el de dos golpes y una palmada, tipo porra de deportes.

Frida y Grecia se habían topado con un obstáculo para llevar a cabo el proyecto que más les emocionaba ese año: montar una coreografía para el fin de curso de diciembre. El obstáculo era tan grave que decidieron que rebasaba su proyecto personal y que debían hacer algo para remendar esa avería sistémica. “¿Para qué nos enseñan Historia si no es para arreglar cosas como ésta?”, se preguntaba Grecia. Las dos se conocían apenas desde hacía un año, cuando eran las nuevas del colegio. Además de la inquietud de encajar, compartían dudas y deseos, y bailaban por las tardes en la misma escuela de danza. Solían lonchar con Mía y Pía en el recreo. A veces se sentaban con más niñas, pero cuando traían la gran obsesión dancística de fin de semestre sólo eran ellas dos. Pía entrenaba gimnasia desde pequeña, tenía fuerza y gracia para bailar, y alguna cosa que no tenían Frida ni Grecia que la hacía muy buena para los deportes con pelotas. Aunque no era tan buena como Mía. Ella era la mejor en la cancha y en Educación Física. Siempre había jugado fútbol con los niños, pero un día le dijeron que ya no, que si acaso era machorra. No conocía esa palabra, pero reconoció que era una ofensa. En su casa, la buscó en el diccionario y al leer la definición sintió una mezcla de irritación y culpa. No le gustaba bailar, su rol en los ensayos era corregir los tiempos y ponerle play a la grabadora. Aunque todas las de quinto platicaban del chisme escolar general, cada grupito tenía sus temas particulares: la ciencia de los bichos, los objetos y las mercancías de moda, los placeres como el chamoy y los carbohidratos, peinados y lip glosses, la existencia de Dios y de Lucifer, la vida en otros planetas, el infinito, etc. El cuarteto conformado por ellas era el menos recatadito para la carcajada, para hablar sobre los detalles de la incipiente atracción sexual que sentían, de las flatulencias y los fluidos corporales. A veces daban continuidad a discusiones de clase, especialmente de ciencias sociales. Y muy seguido hablaban de sus cuerpos; de cómo se sentía cuando lograban controlarlos mediante la danza o el deporte, y de los cambios que estaban padeciendo durante ese periodo. Un día de agosto decidieron iniciar con la gestión de su proyecto, y para eso tuvieron que hablar con Sergio y Mario, que eran los lidercillos de los niños deportistas de quinto.

Huellas en el techo—Oigan, la Grecia, Mía, Pía y yo queremos decirles algo.

—Qué onda —dijo alguno de los dos.

—Lo que pasa es que vamos a montar una coreografía para diez niñas.

—Y necesitamos un buen pedazo de su patio. No podemos hacerlo en los pasillos, ni en las gradas.

—Ni en los huecos que quedan libres en el patio de los chiquitos.

—¡Y es súúúper importante que tengamos mucha área! —enfatizó Grecia.

—Nos urge trabajar con el espacio escénico. No podemos coreografiar los desplegazamientos ni las formas que queremos en los pedazos que sobran del patio chiquito. —Las intervenciones de Frida resultaban altaneras para los niños porque usaba palabras mamonas, como espacio escénico. —Queremos usar la mitad de su cancha. Igual podemos pedir a los de sexto dividirla en tres, o ustedes pueden jugar con ellos.

—Uy, no creo, la verdad. Estamos entrenando para el torneo municipal —dijo Mario.

—Además, llevamos toda la primaria esperando llegar a quinto para poder tener nuestra propia cancha —completó Sergio.

—Sí, morras. La neta, esta cancha es de nosotros. Yo creo que sus bailables caben en cualquier otro lugar. Nosotros sí la necesitamos porque tenemos que colocarnos en nuestras posiciones y, pues, corremos con el balón y necesitamos dominarlo en casi todo lo que abarca nuestro pedazo del patio.

—La neta, no me parece justo —se adelantó a contestar Mía.

Machorra—Ustedes son bien poquitos y están abarcando todo esto —completó Pía, apuntando hacia las apretadas canchas de su colegio con las manos en movimiento aparatoso.

—¡¿Qué les cuesta compartir el espacio para que nosotras podamos hacer nuestras coreografías aquí también?! —A Frida le encantaba el drama y dijo esto último al borde del grito, con manotazos y adelantando el cuerpo.

En vista del nulo éxito obtenido por la vía del diálogo, las niñas decidieron empezar a lonchar en la mitad de la cancha. Su intención era molestar a los futbolistas hasta que cedieran, pero pasaban los días y su plantoncito no generaba los efectos esperados. Se sentaban ahí, comían su sándwich, compartían las gusgueras, platicaban, practicaban movimientos en su espacio kinesférico, hacían lluvia de ideas para las piezas coreográficas, evaluaban las pantorrillas y el desarrollo muscular de los jugadores, y recibían hartos balonazos.

—Pinche flacucho con su bigotillo chafa. Se cree muy muy nomás porque mete los goles— dijo Mía criticando a Sergio.

Las niñas estaban enojadas con sus compañeros, pero había algo que las molestaba más y que no lograron comprender hasta después de varios días de platicarlo: que la jerarquía en el uso de los patios era así desde siempre, y a pesar de ser injusta, la defendía la tradición. Los niños eran las piezas cómodas de la mala costumbre. Cara, la más recatada y juzgona de todo quinto, había comenzado a decir que sólo se sentaban al centro de la cancha para llamar la atención y zorrear a los niños. Tenía algo de cierto, pero ella no entendía el verdadero motivo ni la rabia del pequeño plantón.

No nos importa—El problema con Cara es que es miedosa. Siempre quiere quedar bien y seguir todo al pie de la letra. —Mía, la menos ajustada a los estereotipos de feminidad, trataba de comprender sus diferencias con Cara, que había sido su amiga desde el maternal pero en los últimos meses se había distanciado sin algún motivo evidente. Pía, por otro lado, pensaba que lo de Cara era más bien una cuestión de comodidad o conchudez, como la de los niños:

—No cree que valga la pena fundirse en este solazo y aguantar balonazos por nuestra causa.

Grecia, que era la más articulada, lo consideraba una actitud irresponsable:

—El problema es que si nos regresamos a lonchar a la sombra donde están ellas no sólo nosotras nos vamos a atrasar en hacer la coreo; también nuestras hermanitas y las niñas que vendrán después van a seguir nomás en los rincones del patio, hablando chismes y comiendo hormigas por el resto de los tiempos, mientras que los niños entrenan, desarrollan estrategias y ganan campeonatos.

—¿Vieron que ya se rasuró las piernas?, parecen peras enceradas —cerró Frida, nublada por el enojo, al mismo tiempo que sonaba el timbre.

Plantón Había dos grupos en cada grado de primaria. Las del preescolar y secundaria salían al recreo en distintos horarios y seguramente vivían otras situaciones, pero en ese momento la urgencia era resolver el problema inmediato de la primaria y dar visibilidad a la injusticia más grande. En internet habían visto a una niña nórdica haciendo su propio desorden para remendar la mayor avería del sistema desde otro frente. Su estrategia les sirvió de ejemplo: lo primero era tener poder de convocatoria, contagiar el ánimo de cambio como un virus, que su exigencia llegara a la coordinación de zonas escolares, y así para arriba. “Tenemos que llegar a las más populares en cada salón, pero que no se corra la voz antes de tiempo. Alguien podría sabotearnos”, “tenemos que explicarles bien, que entiendan que esto nos afecta a todas y no se trata sólo de nuestro capricho de bailar”, “¿pero cómo vamos a saber quién sí jala?”, “hay que irnos con las hermanitas de nuestras amigas y que ellas nos contacten con las demás”, “necesitamos platicar con ellas, una por una, para que nos digan si tienen sus propios pedos con el patio”. Y eso hicieron; fueron tejiendo cadenitas, recolectando información en el recreo y dándose cuenta de que el asunto patio era una cosa muy complicada.

Grecia, Mía, Pía, Frida y la mayoría de las niñas líderas e incitadoras de cada salón convencieron a sus padres de llevarlas a la escuela una hora antes que de costumbre. De todos modos, la guardia siempre estaba para cuidar a lxs niñxs madrugadores: hijxs de papás que trabajaban desde muy temprano en las maquilas, en otras escuelas, en el otro lado, o que tenían una mamá muy tempranera. Marcaron espacios, repasaron el plan, los tiempos, los posibles percances, y se desearon éxito. Grecia y Frida tenían hermanitas incitadoras en segundo y cuarto. Pía tenía una prima en sexto. La hermanita de Mía todavía estaba en preescolar. Lip glossEstaban nerviosas porque, además de una confrontación, eso sería como una presentación escénica de una cantidad indeterminada de participantes que no había sido ensayada. Las dos horas y 50 minutos de clases previas al recreo fueron tensas, pero pasaron rápido porque Pía había planeado una dinámica de reuniones en el baño para mantener al equipo coordinador al tanto de confirmaciones de participantes y posibles altercados. Los Digi-Tamagochis estaban prohibidos en el colegio, había sanciones y decomisos. Eran carísimos y, aunque muchas los tenían, la mayoría de los papás clasemedieros se los habían comprado condicionalmente. La comunicación tenía que ser oral o en papelitos. Los papelitos no eran la mejor opción y se habló de eso en la reunión de la mañana, pero al correrse la voz del evento algunas de las incitadoras olvidaron compartir ese detalle. En 3° B casi las cacha Miss Martha porque una tal Luisa Martínez no supo ser discreta cuando le llegó un mensaje. La incitadora Yunuén Catarina improvisó una historia para confundir a la maestra.

A las 10:50, Frida y Grecia se derretían de sudor y nervios en sus mesabancos del 5° A, mientras esperaban el sonido del timbre, que ya se estaba tardando en esos últimos diez minutos. En el B, Mía y Pía se ojeaban entre sí, pasándose uno de esos mensajes oculares que parecen palabras. Desde su mesabanco junto a la ventana, la Pía tenía vista al patio chiquito, como todos los otros salones. Probablemente por eso tampoco les gustaba la idea de ensayar ahí; aunque hubiera espacio libre, estaba rodeado por dos edificios de aulas y el de la dirección. Las ventanas y las maestras siempre lo estaban observando. Pía revisaba que las asistentas a la última reunión caminaran del baño a su salón sin levantar sospechas y mandaba a Mía el mensaje ocular de que todo fine. En los 12 salones se había confirmado la participación de 70 personas. La población total de niñas era de 132.

Lip gloss

Salieron de los salones medio tiesas. El ambiente del recreo era tenso, se notaba que los grupitos de niñas cuchicheaban más que en un día normal. Frida, Grecia, Mía y Pía fueron al baño a repasar los movimientos estratégicos por última vez y mojarse la cara. También hacían tiempo. Tenían que dejar pasar unos cinco minutitos, como todos los días, en lo que los del fútbol terminaban de devorar sus lonches para ir a jugar. Merde. Break a leg. Se sentaron a comer donde siempre, al centro de la cancha de los de quinto. Sacaron los sándwiches de las loncheras y pretendieron tener algo de qué hablar mientras releían las tarjetas. Luego empezó a pasar. Llegó Diana Salazar, de 5° A, con cuatro niñas más que se sentaron de mariposa, en circulito, en una esquina de la explanada. Abrieron sus loncheras y comenzaron a comer. Luego llegaron los grupitos de segundo al mismo tiempo. Se pusieron junto a las de quinto en vez de abarcar la otra esquina. Pero total, ya estaban ahí y los futbolistas de la cancha tuvieron que hacer más cortos los pases de balón. Inmediatamente se dejaron venir las demás, al mismo tiempo.

Lip gloss—¡Habíamos puesto un orden para que esto pasara poco a poco! —se quejó Frida.

—No hay pedo, va muy bien, los niños ya se están dando cuenta —contestó Pía.

—Creo que van a parar de jugar. —No manches, no manches, esto ya está pasando —dijo Mía entre dientes—. ¿Empezamos ya?

—Ahorita que se sienten todas —dijo Frida, preocupada por el orden del plan.

—No manches, wei, ¡ya!, voy a empezar. —Pía abrió con los golpes y las demás le hicieron eco: dos palmadas en las piernas y un aplauso de porrista con las manos en forma cóncava.

Después de la primera ronda se unieron poco a poco el resto de los grupos. La cancha estaba prácticamente llena de niñas. Los niños habían sido desalojados y se fueron a parar a las gradas, riéndose, hablando entre sí y diciendo frases como “qué pedo con las morritas, wei”. Ellas se coordinaron en segundos, sintiendo la vivacidad de la travesura, mirándose y sonriendo, aunque Frida y Grecia estaban nerviosas. Grecia era la primera. Se paró sin dejar los movimientos de las manos, y luego cambió los dos golpes a las piernas por dos golpes con las piernas. Estampaba un pie al frente de su cuerpo seguido del otro y luego aplaudía con una sola mano, en la otra traía una tarjeta levantada al cielo. Le siguió un miembro de cada grupo, levantándose y repitiendo los movimientos de los pies a su manera. Otras niñas se unieron y varias maestras se acercaron. Comenzaron las consignas y las niñas sacaron los Digi-Tamagochis. Se vio a Miss Martha correr de la escena hacia la dirección.

Digi-TamagochiGrecia empezó a desplazarse con el tempo de la manifestación, mientras desdoblaba los brazos hacia el frente de su cuerpo y los frenaba en un movimiento seco, con las palmas abiertas en vertical. Levantó la voz como porrista o predicadora y se dirigió a las niñas. Todos los Digi-Tamagochis apuntaban a ella, así como las miradas de las niñas, los niños boquiabiertos en las gradas y las maestras atolondradísimas.

—¡Estamos aquí reunidas para reclamar nuestro derecho al patio! En la escuela nos hablan de lo justo y lo injusto, de la independencia, la revolución y la libertad, pero en la vida real y en el patio no hay igualdad ni justicia, ni libertad para todas.

Frida le aventó un clamor, con ese feeling que le meten las del flamenco. Varias niñas imitaron el gesto desde distintos puntos del patio. Los golpes y el aplauso se escuchaban cada vez más al unísono. Miss Paty y Miss Nidia se unieron con las palmas. Las niñas incitadoras habían acuerpado el movimiento con mucha contundencia. Las cuatro organizadoras estaban sorprendidas de cómo se soltaban estampando los pies y agitando los brazos con desenfreno, mientras se desplazaban al centro de la explanada. Las demás improvisaban y exageraban los movimientos de sus brazos al golpear y aplaudir.

Vista al patio chiquito

—¡Éstas son nuestras peticiones! —gritó la Grecia. Las niñas tomaron el centro una por una, sin ninguna jerarquía de edad o grado. La primera fue una de segundo:

—¡Que el patio sea un lugar para todas y todos! —Su voz aguda caló en el tímpano.

—Que los poquitos niños del fútbol no ocupen todo el espacio.

—Las niñas también queremos movernos por todos lados y no estar apachurradas en las esquinas —dijo la hermanita de Frida.

—Que a los niños que no juegan fútbol, porque no les gusta o son maletas, ¡que nadie les diga nada! —gritó Alex, el único niño del movimiento—. ¡Aunque les guste jugar y bailar con las niñas!

—Que el patio tenga más jardín, árboles y flores —dijo Dena, una niña de tercero que, con pura emisividad y reflectancia, cocinaba los bichos del único árbol del patio, un eucalipto que ni siquiera daba sombra.

—Y arenero, y menos piso duro, y que sea más grande —completó Priscila, de primero.

Incitadora—¡O que el recreo sea en el parque de al lado!

—Que mi hermana pueda venir a esta escuela y jugar en nuestro patio, porque los CAM quedan muy lejos y separados del mundo. —Casi nadie sabía que la compañera se refería a un centro de atención múltiple, pero las que sabían lo explicaron a las demás, y todas sintieron disgusto al enterarse de más exclusiones.

—Que pongan sombras para no calcinarnos con el sol de Mexicali.

—¡Que nos dejen rayar con gises y pintura, y mover las bancas! —gritó Melanie de 4° B.

—¡Que a las niñas nos dejen usar pantalones!

—¡Aunque las faldas están muy frescas, usar shorts de licra nos da mucho calor! —Mía estaba particularmente enojada con este tema: cómo era que los niños del fútbol, sin problema, hasta se podían quitar la camiseta empapada de agosto y ella tenía que andar toda encogida—. ¡Pero tenemos que usarlos para que no nos vean los calzones los niños o los profes!

—¡Queremos poder colgarnos del pasamanos boca abajo y mover nuestros cuerpos libres!

El patio entero ovacionó y las maestras se unieron. Los Digi-Tamagochis comenzaron a subir el contenido a los foros del TimTom Web y, aunque fuera horario escolar, por algún motivo había gente conectada.

—¡No mamen lo que acaban de subir al TimTom las de este colegio mamón, con sus Digi-Tamagochis! Hay que quemarles la cura —se oyó decir a la capitana de la porra de una secundaria del sureste de la ciudad, esa mañana de pinta, en un café internet.

Manos agitadas



* Este cuento se escribió en el mes pandémico de julio del 2020 bajo la bonita tutela de Elma Correa, con aportaciones y revisiones de Bárbara Gonzalez, Ana Nicholson, Alicia González, Ferdinando Armenta, Jesús Ernesto Guevara, Mei Molina, Ángel Balbuena y Mikhail Ramos. También agradezco al Txus por las charlas de fútbol y política que ayudaron a darle forma, y a mi ma y hermana, que me contaron sus propias protestas en los patios de los setenta y de los años 2010. Frida se llama mi sobrina, que recién nació, y Grecia, mi primita que lleva peleando la cancha desde muy morrilla en su primaria —ahora en marchas y colectivas de niñas incitadoras—. Les dedico este cuento a ellas y a todas mis compañeras del patio, entre ellas Josi Vázquez, quien lo ilustró.