Carrusel / Bajo cubierta / No. 228
Sin espacio en la memoria
Martín Rangel.
Soy una máquina y no puedo olvidar.
Antología de poesía electrónica.
Centro de Cultura Digital.
2017, 8' 08".


(In)materialidades del texto

Asimismo, en términos de contenido plantea profundas interrogativas filosóficas sobre qué compone a la conciencia y si una máquina puede generarla. En este punto quiero hacer referencia a la presentación TED (2015) de Oscar Schwartz Can a computer write poetry? en la cual menciona lo siguiente:
Así que cuando nos preguntamos: “¿puede una computadora escribir poesía?” también nos estamos preguntando: “¿qué es lo que significa ser humano y cómo ponemos límites alrededor de esta categoría?, ¿cómo es que decimos quién o qué puede ser parte de esta categoría?” Ésta es una pregunta esencialmente filosófica y, creo, no puede ser respondida con un test de sí o no, como la prueba Turing.1Es la arquitectura textual la que organiza las preocupaciones temáticas. En la carta se leen las palabras del encargado de desarrollar un robot que “asista a los artistas en la manufactura, el proceso físico de construir una obra, la labor manual”, de manera que éste se dedique únicamente a “la labor intelectual: pensar la obra, y el robot la llevaría a cabo.” Lo anterior mina las concepciones de lo que se considera arte y, más aún, de la relación del trabajo con el artista. Pero la carta de la pieza va todavía más allá cuando se descubre en ella que uno de los tres prototipos manifestó un “comportamiento extraño” al mostrar fijación por la escritura creativa, lo que no sería demasiado inquietante si no fuera porque se nos dice que en el documento se adjunta el archivo generado por el robot luego de que el encargado del proyecto le solicitara a aquél escribir un poema.

La segunda parte de la pieza comienza cuando la carta, firmada en octubre de 2017 en la ciudad de Hong Kong, cede paso una secuencia visual con una voz “robotizada” que recita lo que parece un poema. La preocupación de la voz, que se asume como el robot, gira en torno a la memoria que posee éste en contraste con la de los humanos, éstos olvidan, pero la memoria de la computadora es potencialmente infinita. Sobresale la incorporación de diferentes escenas que en su aleatoriedad expresan lo fragmentario de los recuerdos y la “compleja simplicidad de la condición humana”, que contrastan con las palabras de la voz robopoética. En relación con lo anterior, podemos decir que la “creación” de Whitman (nombre que le da su creador al prototipo autor del poema) es una simulación de la autopoiesis que el artista argentino Gustavo Romano había explorado en IP Project al abordar el carácter ontológico de los bots para producir artefactos autopoieticos.
Las herramientas tecnológicas posibilitan una mayor versatilidad de los textos y su circuito de comunicabilidad, además de acercar a la comprensión de la heterogeneidad que compone los discursos. Las inclusiones de un ambiente sonoro, de imágenes estáticas y en movimiento mezcladas con la oralidad entrelazan una red textual que exige al lector explorar las obras e incluso manipularlas. Desde los trabajos de la literatura electrónica y las poéticas digitales hace falta dinamitar aún más sus capacidades y difundirlas para rescatarlas del esnobismo intelectual. Porque uno de los futuros más optimistas en esta clase de manifestaciones es su alcance para lograr un registro más complejo y diverso de las experiencias sociales y la memoria colectiva.
1 So that when we ask, “Can a computer write poetry?” we’re also asking, “What does it mean to be human and how do we put boundaries around this category? How do we say who or what can be part of this category?” This is an essentially philosophical question, I believe, and it can’t be answered with a yes or no test, like the Turing test.