Habla mi tío, el más joven
(fragmento)
2.
Mackandal dice que en Catemaco
se aventó de una cascada
completamente desnudo,
atados por sarmientos manos y pies,
y ni un rasguño, Álvarez, ni un rasguño.
Dice que los espíritus fuertes sobreviven a todo.
Los demás fueron hospitalizados:
semanas de intravenosas y catéteres,
y las manos fosfóricas del pesticida
fueron soltando su cuerpo.
Pero Mackandal dice que los espíritus fuertes sobreviven a todo,
que la medicina es más veneno que el veneno.
En la radiografía mi cara parece hueca:
mis pómulos, la cuesta de mi nariz,
se han ido diluyendo en la acidez del pesticida.
En el vientre de mi mujer crece un hijo,
y su imagen fetal es más sólida que la de mi osamenta.
Sueño con aves enormes y calvas,
exageradas aves que vuelan en círculos:
brújulas vivas aleteando hacia sangre coagulada.
Me aferro a mi fuerza. Me aferro con las uñas a mi fuerza.
Pero mis piernas comienzan a poblarse de pústulas,
y dejo crecer una tupida barba para ocultar la decadencia de mi rostro.
Peso lo mismo que mi padre a los setenta y seis,
cuando sus pulmones se hicieron piedra.
Empiezan a romperse mis esfínteres,
empiezan a enrojecerse mis ojos demasiado.
Es el cangrejo que nació del pesticida,
el cangrejo con su osamenta expuesta,
el cangrejo desmedido y deforme
que crece dentro de mí, como un hijo podrido,
el cangrejo del fracaso que se expande,
y mi hijo robusto, el verdadero,
llora por las noches con la fuerza que me falta;
y su madre es un sólido griterío cobrizo,
hecho de la fuerza que me falta,
y mi madre, un murmullo penetrante
que reza por mí, pues los doctores
dicen que no hay nada más qué hacer.
Pero odio las caras de lástima,
odio la preocupación, ahora inútil; por eso,
si vienen a visitarme los que quiero,
si me hablan a mi casa,
callo la enfermedad,
hablo de mi hijo de tres meses,
y si me preguntan cómo estoy
digo que bien, que mejorando.
Para Juan Pablo, hermano más que tío
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