Flor de hoy
Después de todo,
hemos creído al fin que la guerra es lo permanente,
que la militancia y la comandancia,
nacen y desnacen al son de un taconazo,
de los taconazos de todas las marchas del mundo;
hemos visto al homo ludens romperse la crisma
contra lo inmediato: niños
desiertos y mares ciudades,
¿qué fue primero, la guerra o la paz?
no encontramos otra respuesta que lo constante
del suicidio y de las botas de sangre salpicadas,
que el cañón, la ojiva, la bomba y la navaja,
cosas todas dulcísimas en su generosidad inmutable
de estar siempre alertas, con el metal caliente
y filoso como un pito dispuesto a perforar todas las carnes,
a eyacular en ellas su semen de muerte y preñarlas de la
nueva, floreciente guerra.
Casa imaginada
I
Pensemos en la ventana
crucificada,
atenta y fría,
puesta hacia el vacío,
colmada y
miserable,
incapaz de arrojarse
por ella misma.
II
Digamos que el piso tiene
agraciados favores:
sobre él habitan las cosas todas
y andan libres,
y descalzas, las mujeres.
Sólo una terquedad lo enviciará
a partir de ahora:
su gana de pararse,
hacerse vertical y móvil,
y conocer la vida en otras huellas.
III
Que tenga el techo la cordura
de permanecer concreto
y no ser imagen,
elevación del día errante.
Detenerlo el aire en su tendencia
por ser más que oficio —
y derrumbarse
hasta los escombros de la muerte
y el silencio.
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