No. 143 / POESÍA |
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álamoenllamas
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José Roberto Cruz Arzabal |
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM |
Prólogo Ilustraciones de Jarumi Dávila, ENAP-UNAM
Oda a la vida reposada Respuesta a un epitafio (J. Keats)
no fue escrito en la corriente ni en la roca que se alzó entre nosotros, muertos cuyos nombres jamás serán escritos en el agua… El descubridor
con mano temblorosa —asustada de sí misma— Recorreré el mundo en sus confines, veré que no hay límite o caída al final del [camino. Diré, incluso que no hay final sino principio, que todo es lo mismo donde inicia —alfa y omega fue mi vientre y mi nación— descenderé del barco hacia mí mismo. Tomaré posesión de los reinos con el filo de la palabra incomprensible. Primero nosotros fuimos simios en la jaula de arenosa inmensidad, nuestros bocados fueron de oro, sin que hallara nuestro estómago el hastío. —¿Creerás Columba, lo que mis ojos te cuentan? No respondas, te hablaré de las copas altísimas que se parecen a las palmas del Califa, de esta tierra de vino donde no existe la vid ni el hielo y todo es verde y triste. —¿Y tú, ustedes? —Cada corazón fue espiga sobre el hielo, perfil anticipado de molinos. Monólogo de Adriano, emperador I Heredad de la penumbra y soliloquio de destellos: qué amarga nervadura es la memoria de tu voz en el desierto. La amapola de tu pecho descansa en las noches del calígrafo que al saltar por [ la ventana no recuerda más que los fulgores o tu nombre. II Con los ojos cóncavos de luz el amante perece como un ciervo al desaparecer la noche. En el cuerpo de mi amado, el ave canta. Oración del burgués
El hastío es, pues, en realidad una representación enfermiza Furiosamente el tiempo se levanta como mano sobre el césped del lugar. Tu rostro, amiga, se levanta también sobre mis manos. Tus dedos se mantienen sobre el centro del mundo, el caucásico hospital en las alturas a donde vinimos a morir en compañía de los enfermos incurables del mundo: insoportables extasiados de realidad oropelada. Detesto la llanura y su vulgar fulgor pues sólo aquí, Clawdia en la montaña, bebí de tu epidermis de entreguerras. Sigamos, pues amiga mía, la pedagogía de la derrota: el amor en las alturas frígidas de este cementerio para aves de muy delgados vuelos. En las pupilas del que se ciega así quise comenzar el Paraíso: tirar a la luz de los cabellos y arrojarla, como un puño, directo hacia la cara del que, estúpido, me mira en el espejo. El último minuto del poeta
septiembre 1973-2003
En la habitación contigua a la celda que se ensancha, el hombre hilvana dedos que le hacen, tal vez, recordar la matriz en donde se gestó aquello que los viejos llaman hambre—o rumor de espinas.
a Rafael Mondragón Canto: hoguera que hablará sobre el silencio. Hoguera: el mirlo encadenado a su paisaje navega en páramos inciertos: de nuevo, el álamo entre llamas. Nota roja Muerta, sobre un charco de sangre y semen , la victima ridícula del amor ofrece su mejor sonrisa en la cortadura que , perfecta, se extiende por el vientre. El rostro putrefacto , comido bellamente a puñetazos, adquiere la perpetuidad encandilante del morbo callejero en el escupitajo fosfórico del hambriento : periodista. Autorretrato (o epílogo en forma de solicitud) No hay poeta que no muera al ver su sombra proyectada en las manos de su amante —que no musa—; sin embargo, yo no he muerto. Las líneas que salen de mi pluma —o cálamo si usted quiere un arcaísmo— no son sangre o semen o escalera, son mera diversión o tufo azucarado —en verso libre, y sin mérito de sueldo, por supuesto—. |