No. 143 / POESÍA

 
álamoenllamas


José Roberto Cruz Arzabal
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM


Prólogo


Escribo por presagio y suelo de los condenados, mi corazón es una espiga henchida por la sal donde los árboles manan frutos de árboles suicidas.

Bajo los robles musicales
me cobijo de la luz de las hogueras.
Y digo, con vergüenza de mis manos pútridas, tu nombre Antonio desazón Samantha, maestro Antonio.

Y comienzo a escribir de nuevo en la palma de mi mano torpe, dibujando mapas de las ciudades y las rutas a las que nunca llegaré.
                           —el hastío es un bajo que de continuo siempre merma—
                                                             Isabel Estambul Nueva Zelanda. Y tomaré tu
mano José Carlos en Brindisi, y tomaré tu mano para taparnos el sol con un dedo.

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Ilustraciones de Jarumi Dávila, ENAP-UNAM

 

oda.jpgOda a la vida reposada


De tu cuerpo sedentario sacaré a dentelladas
    los fulgores,
de las cornisas, de los pliegues.

Amo la grasa que reposa en tus orillas
desbordantes,
las bellas grietas de tu espalda arqueada
—oh, qué placer jalar tu piel,
cerrar y abrir las líneas
de piel rota—.

El cadencioso tam-tam de tus
nalgas carnondas suena
a Igor Stravinski y a tambores luces
de un tal Pérez Prado,

el baile de los cinco continentes recorre el temblor
de tus piernas que pisan como piedras
cuesta abajo.




Nacimiento de Venus


Los ojos del ciego en el abismo
semejan sus pacíficas tormentas
su andar a tientas por el viento
El ciego en la isla —mordiendo el aire—/ desciende por entrañas,/introduce 
                                                                                                [su glande en
                                la arena…/el mar en una concha,


                               estalla en blanquísimos estruendos.

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Respuesta a un epitafio (J. Keats)


a Guillermo Fernández, il caro fabro


…sin embargo, tu nombre
no fue escrito en la corriente ni en la roca
que se alzó entre nosotros,
muertos cuyos nombres jamás serán
escritos en el agua…



El descubridor


con mano temblorosa —asustada de sí misma—
Alejo Carpentier



Recorreré el mundo en sus confines, veré que no hay límite o caída al final del
                                                                                                              [camino.
Diré, incluso que no hay final sino principio, que todo es lo mismo donde inicia
—alfa y omega fue mi vientre y mi nación—

descenderé del barco hacia mí mismo. Tomaré posesión
de los reinos con el filo de la palabra incomprensible.

Primero nosotros fuimos simios en la jaula de arenosa inmensidad,
nuestros bocados fueron de oro, sin que hallara nuestro estómago el hastío.

—¿Creerás Columba, lo que mis ojos te cuentan?
No respondas, te hablaré de las copas altísimas que se parecen
a las palmas del Califa,
de esta tierra de vino donde no existe la vid ni el hielo y todo es verde
y triste.

—¿Y tú, ustedes?
—Cada corazón fue espiga sobre el hielo, perfil anticipado de molinos.




Monólogo de Adriano, emperador


I
Heredad de la penumbra y soliloquio de destellos:
qué amarga nervadura es la memoria de tu voz en el desierto.
La amapola de tu pecho descansa en las noches del calígrafo que al saltar por
                                                                                                         [ la ventana
no recuerda más que los fulgores o tu nombre.


II
Con los ojos cóncavos de luz el amante perece como un ciervo al desaparecer la noche. En
el cuerpo de mi amado,
                                                        el ave canta.

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Oración del burgués



El hastío es, pues, en realidad una representación enfermiza
de la brevedad del tiempo provocada por la monotonía

Thomas Mann



Furiosamente el tiempo se levanta como mano sobre el césped del lugar. Tu rostro, amiga, se levanta también sobre mis manos. Tus dedos se mantienen sobre el centro del mundo, el caucásico hospital en las alturas a donde vinimos a morir en compañía de los enfermos incurables del mundo: insoportables extasiados de realidad oropelada.

Detesto la llanura y su vulgar fulgor pues sólo aquí, Clawdia en la montaña, bebí de tu epidermis de entreguerras.

Sigamos, pues amiga mía, la pedagogía de la derrota: el amor en las alturas frígidas de este cementerio para aves de muy delgados vuelos
.

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En las pupilas del que se ciega



así quise comenzar el Paraíso:

tirar a la luz de los cabellos y arrojarla,
como un puño, directo hacia la cara
del que, estúpido, me mira en el espejo.







El último minuto del poeta


septiembre 1973-2003

En la habitación contigua a la celda que se ensancha, el hombre hilvana dedos que le hacen, tal vez, recordar la matriz en donde se gestó aquello que los viejos llaman hambre—o rumor de espinas.

Sus frases encarnadas en el rostro pueril de la enfermera transforman el aire en pesadas, informes bayonetas —las cuencas de luz desorbitada bajo el mismo ritmo que sus dientes sujetos con tenazas de tender—

los están fusilando a todos, los están fusilando a todos
                               el hombre calla. Desmorona los llamados, también piedras
                               que surgen de las aves que practican el siempre saludable
                               ejercicio del mutismo.



Labios de mi padre


a Rafael Mondragón

Aprendamos a leer el diccionario, y tras las dunas busquemos el nombre de nosotros.
Canto: hoguera que hablará sobre el silencio.
Hoguera: el mirlo encadenado a su paisaje navega en páramos inciertos:

                                              de nuevo, el álamo entre llamas.

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Nota roja


Muerta, sobre un charco de sangre y semen
, la victima ridícula del amor ofrece su mejor sonrisa en la cortadura que
, perfecta, se extiende por el vientre.
El rostro putrefacto
, comido bellamente a puñetazos, adquiere la perpetuidad encandilante
del morbo callejero
en el escupitajo fosfórico del hambriento
: periodista.




Autorretrato (o epílogo en forma de solicitud)


No hay poeta que no muera al ver su sombra proyectada en las manos de su amante —que no musa—; sin embargo, yo no he muerto.
        Las líneas que salen de mi pluma —o cálamo si usted quiere un arcaísmo— no son sangre o semen o escalera, son mera diversión o tufo azucarado —en verso libre, y sin mérito de sueldo, por supuesto—. 


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