POESÍA/No. 169


 

Dos poemas



Margarita Ríos-Farjat

 

 

 

Añoranzas
 
                                                                              Un desierto
                                                                              que hoy se sigue llamando Tacubaya.
                                                                              Nada quedó.

                                                                              José Emilio Pacheco


Dice José Emilio
que de Tacubaya nada quedó.
Octavio Paz añoró siempre el Mixcoac que se le fue.
Mixcoac me recibió
como la rama del roble al pájaro que cae del nido
y no sabe dónde está. Y Tacubaya
era su nombre de palo de lluvia girando en el tiempo
vía de paso de espíritus de agua peregrinos bajo el cielo. Y como ellos
y como tantos
también yo fui un espíritu de agua cruzando Tacubaya
un pequeño río brotando de Mixcoac y cascada en Chapultepec cada domingo,
y un espíritu de bosque palpando las cortezas de la infancia,
madera adolescente de Insurgentes al Zócalo, y de Los Juárez a San Borja.
También yo tracé con largas ramas
el camino de la escuela, del parque hundido y de mi casa,
y de temibles consultorios y abigarradas misceláneas
y del cine y las amigas iluminando las cafeterías,
y las librerías interminables de Donceles donde me hablaban tantas voces que
    nunca se callaron.
Y con otros niños tejí la enredadera de mi infancia por más de una década
y en menos de un instante,
y se me trazaron en opresivas venas las calles, las aceras
y las huellas de patines entre estacionamientos, entre paréntesis,
entre las etapas de la vida,
en la sala de espera interminable de los veinte años —que no llegaban nunca—
y entre largas cuadras de paciencia para llegar a cualquier lado
el cotidiano sentido de la trayectoria sobre la gran ciudad, sobre la vida
y sobre la balanza del tiempo y sus horas de plomo.
También hundí raíces debajo de edificios
porque la tierra de Mixcoac es tierra buena
y húmeda y no es agreste
y colgué altas hojas y colgué mis sueños
entre azoteas anaranjadas y serenos monumentos
en las ventanas abiertas de la gran ciudad
grande para no ser nadie para ser sólo uno mismo y ser de aire
y volar en polución de nubes o a los volcanes si alcanza la vista
o encarnarse como encino en el Ajusco, donde el agua brota,
donde el agua cae, un espíritu de agua rondando el gran Distrito.
¿Y dónde están ahora esas hojas y esos sueños?
No, no es que no quede nada
es que las mudanzas de la vida son pesadas
se rompen uñas y raíces por no irse y queda el alma como planta mutilada.
No hubo tiempo para descolgar los verdes sueños y las altas hojas, tuve que
    inventarme otras
con la raíz a medias y en la tierra agreste, sin uñas ni defensa propia.
Allá quedó una parte de mis pies y una parte de mis ojos,
allá quedó el nido de altas hojas y resecos sueños
y quién sabe si hoy regreso lo que encuentre.
Y no es que añore Mixcoac ni calle alguna, ni la luz de un sol determinado
sino todo el escenario como era
y a mis amigos niños, sin todo ese futuro del que se llenaron
y del que yo ya no fui parte.
Dicen que hace tanto no quedaba nada y para mí estaba todo
dicen que ahí sigue y no lo encuentro en parte alguna.
Los poetas se añoran a sí mismos, cada día se van perdiendo,
dejan todo, se reinventan, se vacían,
se detienen frente al tiempo a reclamar su paso,
se detienen en el tiempo y se reclaman a sí mismos,
nada les pertenece y todo es suyo, se cruzan de brazos, se extienden.
Son libres y se dan la vuelta.
Los poetas se añoran a sí mismos, eso es todo.
Quede o no quede ya nada.
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Cómo usar los ojos


Con qué ojos mirarse
cómo abrir la piel para que entren a las venas
hundirlos en la sangre despierta
sentarlos a descifrar el alma a rescatar las fibras luminosas
las espinas doradas de las rosas devorando entre las sombras
qué rosas ya desconocidas herederas de qué historias
atadas a siluetas vueltas polvo ya fantasmas de rosas

Cómo distinguir la enredadera que ahoga las voces de los días
y separar los lazos de hiedras rondando la garganta
cómo segar del jardín las pétreas flores que fueron tanto
el sol de cada día las cuerdas vocales de la vida
cómo quitarse la vena que conduce al jardín abandonado
y meter los ojos raíz adentro cómo clavar un corazón en la mirada
dejar los ojos en el alma en el turbio pétalo del tiempo
en las memorias desatadas de los párpados
con qué ojos dilucidar despojos las descosidas alas pájaros sin vuelo
con qué ojos de roca entender qué abismos y dejarlos en paz
encender qué sombras perdidas en la hierba de las horas secas
cómo sentarse a revisar la vida a deslindar suavemente las ortigas
a cambiar en calma la ruta de la aorta
la línea de la mano que surca por el brazo
y zurce el corazón al hombro halcón atado
Cómo usar la hoz sin hacer daño segar sin cegar
cómo usar el resplandor de la mirada
el sigiloso el iluminado movimiento de los ojos



Margarita Ríos-Farjat (Monterrey, Nuevo León). Abogada y poeta. Fue becaria del Centro de Escritores de Nuevo León (1997-1998), primer lugar de los concursos Literatura Universitaria (UANL, 1993), Poesía Joven de Monterrey (1997) y Nacional de Ensayo Jurídico (Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, 2000). Editorialista de El Porvenir (1993-1995); autora de los poemarios Si las horas llegaran para quedarse (Oficio Ediciones, 1995) y Cómo usar los ojos (Conarte/Bonobos, 2010). Su poesía aparece en varias antologías, recopilaciones y revistas.