No. 171/EDITORIAL


 

Punto de partida inicia un nuevo año con este número dedicado a una literatura poco conocida en el ámbito mexicano, la poesía hecha por autores nacidos en los años setenta y ochenta en la República Dominicana. La muestra, antologada y presentada por la también poeta Ariadna Vásquez Germán, abre con un poema de uno de los padres literarios de estas nuevas generaciones: René del Risco Bermúdez, y ha sido ilustrada con reproducciones en blanco y negro de la obra del artista visual dominicano Jorge Pineda, a quien agradecemos su generosidad.

Para nosotros ha sido una sorpresa descubrir este hervidero de voces provenientes de aquella isla que en alguna campaña publicitaria de turismo se promocionaba como “el secreto mejor guardado del Caribe”. Y si las particularidades del país —costumbres, cadencia al hablar, comida— permanecen para nuestro público difusas en eso que se ha dado en llamar “caribeño”, la joven poesía dominicana es aún más desconocida. A decir de la antóloga, esta muestra “pretende ser una puertita de entrada al universo de la poesía sobre el cual gira la isla en estos tiempos”.

“La isla.” Así, sin más, es nombrada por sus nacionales, como si no existiera otra, como si el ser isla le fuera exclusivo a este pedazo de tierra compartido por dos países —Dominicana y Haití—, y esto denota, precisamente, un rasgo de su poesía, encerrada en sí misma, y de la cual Ariadna Vásquez extrae estas voces que —unas más, otras menos—, marcan la conciencia de su isleñidad, entendida ésta como una condición que, más que expulsarlos del terruño, los aísla en él. Interesante visión ésta de ser isla que mantienen, y escriben desde ella —a pesar de que algunos residen fuera del país— sobre sus ciudades, sobre sus problemáticas particulares; la paradójica seguridad que genera el saberse cautivo de tanto mar.

Dos aspectos me llaman la atención en esta muestra: el primero, lugar común, es el sentido del ritmo presente en los poemas, y el ritmo mismo que conserva la selección, acomodada por su autora atendiendo no a azares cronológicos, sino a una especie de concierto, de diálogo entre las voces, articuladas en un pulso a todas luces perceptible. Acierto éste de Vásquez Germán, también ella miembro de la generación antologada.

El otro aspecto, que presumo tiene que ver con la condición de isla antes señalada, es la abundancia de localismos en el lenguaje, desde el nombre mismo de la muestra: “A la garata con puño”, expresión dominicana que Vásquez aclara en su presentación mediante una pertinente nota al pie. Menciono este hecho a sabiendas de que una selección de poemas no necesita de las notas al pie para entenderse, así que queda al lector la tarea, si quiere emprenderla, de indagar sobre los significados de muchas de las palabras y adecuaciones léxicas presentes en estos poemas. Creo, como lectora, que no es necesario pero sí interesante y gozoso descubrir —en tiempos en que la tecnología facilita y promueve la homologación— el gusto de afirmarse a través de un lenguaje tan particular conservado en los poemas de este puñado de autores isleños.

Carmina Estrada