No estaremos tú y yo
para cortar con nuestros rostros
la llovizna.
Para soltar una paloma,
y que ésta vuele con el perfume de tu anillo
entre las alas...
No será tu índice,
tu dedo índice que muerdes
en algunas horas de tristeza;
no será tu voz trepando estos viejos muros
de la ciudad
en los que alguien escribió su nombre
alguna vez,
alguna vez,
alguna tarde polvorienta
de un verano de árboles decididamente verdes.
No habrá dulzura de tus ojos
para llenar el cielo
en un gesto hacia atrás, de tu cabeza.
Las sucias esquinas en donde se amontonan
periódicos y restos de cigarrillos,
tú y yo
y la cámara Instamatic,
los sellos de correos con la efigie de Kennedy,
todo ese mundo reflejado
en hermosas postales,
en esas fuentes a las que los turistas
arrojan monedas
y luego asoman con una sonrisa deforme
entre las aguas,
no será nuestro mundo,
el mundo donde VietNam
es algo más deprimente aún
que cuatro páginas de Life
en un verde extrañamente militar
y echarnos ron y soda
y tres cubitos de hielo dentro del vaso,
y alzando la barbilla decimos: “O’key, ¿y entonces qué?”
No será ya más nuestro mundo,
porque desde mucho antes
habremos dejado de ver los nuevos edificios
de quien sabe cuántos pisos
en donde necesariamente habrá alguna librería,
ni sabremos que la energía nuclear
quedará reducida a usos perfectamente simples
para entonces… en este mundo no estaremos tú y yo.
No iremos a ver una pelea de Teo Cruz
un sábado en la noche,
ni te retocarás el peinado
a la salida de un cinematógrafo.
Porque no estaremos tú y yo
para amarnos de este modo suicida
en que lo hacemos,
ni tendrás esos ojos que hoy pueden ver
el Lincoln Center,
la Plaza Roja,
el Astródomo de Houston,
y llorar una mañana camino a tu trabajo
en una avenida llena de árboles y carros…
Otras muchachas vendrán con veinte años
y la cartera llena de lápices de labios,
y el café de las cinco en la calle El Conde
será para otros jóvenes que no tendrán por qué recordarnos
cuando Rusia haya enviado su nave 240
con pasajeros a la luna.
Entonces, los satélites CCCP y USA,
“sin llorar jamás desde sus órbitas”
estarán a muchos miles de kilómetros
por sobre la cabeza de otros amantes
despreocupadamente alegres
que en las calles del mundo
cortarán con sus rostros la llovizna
y llorarán, tal vez,
por alguien que murió con un tiro en la frente
en algún sitio. Otras muchachas vendrán, otros amantes,
que cantarán en Grecia por las noches
o irán a los teatros de Moscú, de Praga,
Lima, Chile, Buenos Aires,
se estarán aquí tristemente con las manos cogidas
pensando en que mañana todo concluirá
con un gran estallido.
Pero ya, antes de todo eso,
habrán muerto millones de soldados
en la primera plana de los diarios,
el hambre habrá perdido su importancia,
los Beatles, Paulo Sexto,
el KuKluxKlan,
estarán enterrados para siempre
junto con las declaraciones de guerra,
los delegados de la ONU,
y las muchachas que, como tú,
perderán lentamente la sonrisa
y morirán también
en las últimas tardes de un tiempo
en el que tuvimos nuestra correspondiente parte
de llanto, de miedo, de alegría...
Resulta, en cambio, simple esta verdad:
¡No estaremos tú y yo, sencillamente…!
de El viento frío ([1966], Ediciones Cielonaranja, 2004)
René del Risco Bermúdez (San Pedro de Marcorís, 1937Santo Domingo, 1972). Poeta y narrador. Formó parte del Movimiento Revolucionario del 14 de junio contra el dictador Trujillo. En 1960 fue apresado y deportado a Puerto Rico. Tras su regreso a República Dominicana se dedicó a la literatura. En 1965 se integró al grupo Arte y Liberación. Fundó, junto con Marcio Veloz Maggiolo, Miguel Alfonseca y Ramón Francisco, el grupo literario “El puño”. Es autor de los libros El viento frío (poesía, 1966, Cielonaranja, 2004), Del júbilo a la sangre (poesía, 1967, Cielonaranja, 2004), En el barrio no hay banderas (cuento, 1974, Cielonaranja, 2003) y El cumpleaños de Porfirio Chávez (novela, Cielonaranja, 2000).
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