Desvaríos domésticos
La casa es un árbol terrible que esconde su sombra bajo el piso,
mientras sus raíces intentan agrietar el cielo.
La casa es un áspid reptando por su piel sin dejar lastre.
la casa es un olvido calculado que te afrenta sin palabras.
La casa es un insecto zumbando en los oídos del deseo.
una condena larga,
un oasis con el agua envenenada.
La casa es un tirano sordo y ciego, que no duerme.
¡Quién pudiera liberarse de ese yugo!
Irse por ahí, al propio aire...
sin ver jamás un techo.
Olvidar hasta las formas de las casas,
escapar de los malsanos extravíos domésticos
de una vez para siempre,
dejar de ser la ingenua mascota,
de esa criatura perversa que creemos habitar.
(Del libro inédito Diario del desapego)
Escenario
Al mismo tiempo que la rabia te da una mordida estratégica en el último esfínter,
el dolor te introduce su lengua salada en los oídos,
cada cual más pavorosamente seductor y tú pierdes la capacidad de decidir,
porque una niña rota se acurruca en el lugar donde debería estar el rayo que
mueve
tu índice hacia el frente.
No quedan más que dudas en harapos,
suspiros chamuscados esparcidos por la estancia,
manos muertas sobre el teclado absorto,
señales de enmarañadas entre el deseo
descompuesto y la frescura del hastío…
El ¡¡aaaaahhhh!! repetido por cada hilo estrangulado, mientras te
cosen y tallan
y tejen
y te reinventan,
infinitamente desfigurada en
los vestidos ajenos al papel
que hoy ensaya tu osamenta revolcándose
en la alfombra
y el telón que nunca cierra.
Viene bien el auditorio de repente desierto,
la furia arrancándote
hasta el cuero cabelludo,
el azul del llanto que se atasca
apenas a
un abrazo del borde de los ojos...
Viene bien el frío,
la despensa con su rastro de avena y
cucarachas,
el reloj extraviado,
el lecho amargo de esta noche sin
Prozac…
si tocan a la puerta…
Como un perro
A veces yo me siento sólo un perro.
No “apenas un perro”, no, ¡todo un perro!
Y no, tampoco, cualquier perrillo que va por ahí
meneando alegremente la cola,
y doblando graciosamente las orejas,
como esos que se evocan, automáticamente,
al decir la palabra “perro”. ¡Nada que ver!
Me siento un verdadero perro.
Una de aquellos a los que no les cabe otro nombre
u otro adjetivo más definitivo y acertado que PERRO.
¡Un perrrro!!!
Un animal completamente perruno.
Y voy husmeando en la podredumbre,
buscando, morbosamente,
el olor más picante y nauseabundo del basurero,
olisqueando con ansiedad las bazofias más asquerosas,
tras el desenfreno completo del olfato.
Descartando con repugnancia las medianas pestilencias
de los desperdicios recientes,
y la sequedad inodora y fútil
de lo ya completamente descompuesto
y en peligro de nueva germinación.
¡Nada de eso! Quiero el hedor
y el aspecto, inolvidablemente indigesto,
de lo que parece ya para siempre dañado.
Me siento un perro cuando respeta intransigentemente su condición,
y, por tanto, busco ese punto exacto de putridez absoluta,
sólida, líquida o gaseosa, no interesa.
No discrimino el estado con tal de encontrarla.
No me importa que esté en los vapores
expelidos por las cosas en putrefacción
o en las segregaciones de los cuerpos corrompidos.
No sentiría, siquiera, pudor alguno
de que provenga del cadáver de otro perro
fracasado en el intento de lo que hago ahora mismo…
¡Tal es el nivel de perritud que siento!
Y me revuelco en el piso, para sentir
lo peludo de mi perra anatomía,
y siento el regusto en la boca de comer directamente la cosa,
y acerco mi hocico de perro al plato y como
saboreando y masticando ruidosamente,
igual a cualquier perro…
Devoro la carne dispuesta para mi digna cena,
como si comiera carne humana,
que es, al fin y al cabo, la secreta fantasía de todo perro.
Eso lo sé ahora porque me siento perfectamente perro.
Y hasta siento en el cuerpo la necesidad
de un estruendoso ladrido,
que retumbe en toda la casa
y haga venir desconcertados a sus habitantes.
Pero recuerdo que, por más real que sea
esto de sentirme un perro,
no lo soy… aún.
La otra parte del tiempo sólo anhelo
tener esta misma sensación.
(Del libro inédito Diario del desapego)
Poema a la mitad izquierda
El lado limpio del cuchillo le diagnostica cursilería
a la parte de mi rostro que alcanza a reflejar.
“cualquier imbécil —me dice— puede tener esa nariz,
esa mejilla de poca monta y su acné,
la mirada crédula de ese ojo,
la curva tonta de esta ceja
y esa misma caída de párpado”…
Y lo peor es que es verdad…
Cualquiera podría tener esa mitad tan poco notable de mi rostro,
y ser así casi yo, sin mis defectos.
Ese alguien podría tener el ojo abierto que me falta,
medio rictus cínico en lugar de la ansiedad de ese lado de mi boca,
una mano grande cerrada, levantada contra todo…
la tibieza exacta para hacer vomitar a Dios,
el tridente que pierdo al doblar de cualquier verso que intenta
convertirse en maldición y termina en quejido…
la violenta hermosura que no tengo para atropellar
a las miradas intrusas.
Ese alguien —mitad yo del lado izquierdo—,
tendría el corazón en su lugar
y no en la boca del estómago,
tendría medio aliento pestilente
para espantar los besos no deseados,
un pie levitante y una visión altamente indiferente
en cualquier circunstancia,
media pelvis asexuada y un lado fumador.
Entonces estaría yo hecha a mi mejor manera
y podría decirle a este desgraciado cuchillo con ínfulas de espejo
que se equivoca, ¡que conmigo se equivoca!
(Del libro inédito Poemas con nombre y apellido y otros textos sospechosos)
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