La cultura de la lucha libre en México siempre ha estado presente más allá del encordado, más allá de las gradas, de la arena; llega a lugares insospechados bajo las formas más extrañas: graffitis en las calles, encuentros en las plazas y cruceros, restaurantes temáticos, incluso luchadores que ofician misa. Para la persona debajo de la máscara la realidad será otra, conocer a un luchador fuera del ring es algo bastante interesante. Tienen, como cualquiera, deseos, sueños y preocupaciones bastante comunes; al igual que todos, se enfrentan a las batallas diarias que surgen de lo cotidiano, al esfuerzo que significa la vida en esta ciudad. Debajo de la incógnita se encuentra cualquiera de nosotros compartiendo con el resto nuestra condición humana. Al ofrecer la máscara a las personas en la calle modifica las estampas que frecuentemente se nos presentan, incluyendo un elemento que es familiar a los mexicanos. Por otro lado, al ponernos el disfraz compartimos, aunque sólo sea por unos instantes, el carácter heroico que representa ese icónico pedazo de tela, todas las victorias y las derrotas, el sudor, la sangre y las lágrimas, todas las historias, las tragedias, los gritos y las frustraciones. Sólo por unos instantes, cuando removemos la máscara, volvemos a ser los mismos. Nada ha cambiado, excepto el descubrimiento de una sonrisa en nuestro rostro.
José Silva Granados
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