“Sin más, se puso a decir garabatos. Gritaba como poseída por Belcebú, pensé que le iban a salir cachos y cola, que me comería viva. Tuve que darle una bofetada para que entrara en sí, pero le di en el colmillo y me rompí la palma de la mano.” La experiencia abrupta que describe este fragmento de la primera página de Mentirosa resulta muy parecida a la que genera el primer acercamiento a la lectura del libro. El lector, atrapado de pronto por la vorágine de un discurso atropellado que preferiría rechazar de una bofetada, queda atravesado por la estrafalaria violencia que el mismo flujo del lenguaje genera. La farándula de la televisión y del cine comercial extranjero de los últimos años, juicios categóricos que enemistan opiniones y anhelos prefabricados en las agencias de publicidad y en los programas matinales son algunos de los elementos que irrumpen constantemente en la narración que articula unos con otros a partir de formas del habla popular chilena —habla, en sí, sumamente vertiginosa—. La voz que narra esta primera parte es la de una joven atea que nos refiere su propio mundo a través de la constante crítica a la vida de su hermana menor.
El otro discurso que aparece en Mentirosa, y que alterna con el anterior, es el de la hermana pequeña. Mediante él se revela una realidad tanto o más terrible que la anterior. Si bien en un principio no se percibe la urgencia del discurso previo, las formas y acciones irán tornándose progresivamente más escabrosas. El recorrido avanza desde una aparente ingenuidad apoyada en la fe religiosa hasta las cumbres más afiladas de una perversión desquiciada y delirante cuya fuerza radica no ya en la religión, sino en la Iglesia. “Finalmente se trata de poder. El poder mueve montañas.”
El rechazo inicial que genera el texto proviene de la zona indefinida entre parodia y mímesis en que éste se sitúa. El ríspido humor que acompaña ambos discursos genera simultáneamente risa y terror, de tal suerte que la reacción inmediata es la toma de distancia. Sin embargo, una vez asumida la provocación y aceptado el reto se puede identificar, tanto en la risa como en el terror, un carácter altamente productivo y estimulante. La risa revela cómo las voces se adueñan de aquello que en un principio fue imposición en pro de formas precarias y en ocasiones ridículas, pero que conforman un mecanismo de supervivencia. Conviven así rasgos tradicionales, anecdóticos y actuales en un espacio y tiempo semejantes, sin existir entre ellos ninguna condición jerárquica. De esta forma, se actualiza una sociedad al tiempo que se trata desesperadamente —de ahí la velocidad, de ahí lo abrupto— de salvarla de un largo periodo de silencio.
Pero el silencio ni se ausenta ni se ahuyenta. Tan presente está que es justamente mediante él que el terror comienza a aflorar. Éste, por su parte, es la base de la crítica social que se configura en relación con la violencia que ejerce el Estado chileno: la forma en que acota la vida de ambas hermanas a partir de varias herramientas de control —los medios de comunicación masivos, los dogmas religiosos y la carencia económica, principalmente—, y da cuenta del profundo alcance de un sistema que desarticula a los individuos desde dentro y hasta el lenguaje, plagado de silencios. De ahí quizá el título del libro: cuando el lenguaje no es sino una fachada de lo que se encuentra en el interior, cuando omite ese interior (por más que en el interior no hubiera nada), aun cuando se tratase de una forma de sobrevivencia, podría decirse que el lenguaje miente. Así, ya sea por ocultar un trasfondo nefasto o como forma de resistencia, en Chile todos mienten y se travisten: los evangelistas, los políticos, los actores y escritores —aunque hay entre ellos unos menos despreciables por dejar a la vista la mentira—, ni hablar de los poetas, menos de las hermanas de Mentirosa… pero incluso entre ellos, “Yuri Pérez es el peor de todo el cuchitril”.
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