Punto de partida y el jurado de Crónica del Concurso 44 están enterados, desde el viernes 4 de abril, de la denuncia de plagio hecha en redes sociales al ganador del Segundo Premio en dicho certamen, José Alejandro Arceo Contreras. La crónica original es de la autoría del escritor Gerardo Lammers y fue publicada previamente en la revista Etiqueta negra y en el libro Historias del más allá en el México de hoy. Crónicas esotéricas (El Salario del Miedo / Almadía).
Asimismo, Punto de partida comunica que ha estado en contacto con el autor de la crónica original, y que se ha iniciado el procedimiento institucional para tomar las medidas pertinentes de acuerdo con la revisión que del caso realiza actualmente el jurado. |
Con dedicatoria a Ilse Mariel Alonso,
in memoriam, y en recuerdo también
de los muchos ciclistas que han perdido
la vida arrollados por unidades
del transporte público.
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Siempre he pensado que andar en bicicleta por las calles del Distrito Federal es un punto menos que suicida, y lo sigo pensando justo ahora que voy trepado en una de ellas: hechiza, sin suspensión, a la que le rechinan gacho los frenos. Mi objetivo: seguir a Míster X, y aunque parezca un asunto de espionaje, no lo es. Míster X es el seudónimo de Ismael. Con gafas oscuras, pelo largo, uniforme de lycra azul y casco reglamentario, este moreno e infatigable bigotón, cristiano y nativo de Ecatepec, es uno de los diez mensajeros con los que cuenta la agencia Ciklos, dedicada a entregar todo tipo de paquetes, o al menos aquellos que puedan caber en una mochila: documentos, fotos, flores, vino, ropa, regalos… Incluso se ofrece a recoger llaves cuando se olvidan en casa, llevar comida sin importar cuán lejos estén las cocinas de los comensales, etcétera.
Por mi parte, soy un cronista sin mayor experiencia en bicicleta, pero que ha querido saber cómo se las arreglan estos cuates medio locos para cumplir con sus envíos. No importa si es Milpa Alta o Xochimilco, ellos van. No importa si es la Guerrero, Tepito o la Buenos Aires, ellos se meten. Uwe Fasting y Ulre Aagaard, creadores de Ciklos, aseguran que yendo en bici se pueden cruzar más fácilmente los desiguales mundos que coexisten aquí en la megalópolis. Aquellos dos psicólogos y emprendedores daneses —que no pasan de los treinta años— quieren cambiar la realidad defeña y aportan su granito de arena para ello. Dicen estar convencidos de que en México hacen falta negocios limpios. No cabe duda de que Uwe y Ulre tienen mucho de idealistas, pero sostienen también que lo naíf ya se les quitó. Quizá desde que recibieron la visita de unos ladrones cuando tenían sus oficinas en el Centro Histórico. Ahora ya cierran con llave el headquarters y se dicen precavidos, mas no medrosos.
El medroso, en realidad, soy yo, que voy sintiendo en el rostro los densos golpes de aire que los automóviles propinan cuando nos rebasan a Míster X y a mí en Sullivan, a la altura de Manuel María Contreras. Más adelante vamos a entroncar con Insurgentes Centro, poco antes del cruce con Reforma. Ya se sabe: tráfico pesado. Tanto que Míster X no duda en tomar una rampa y subirse a la banqueta. Ahora son otros los que se deben cuidar. Queda claro que en la jungla de asfalto cada quien tiene sus depredadores. Y aquí vamos cruzando Reforma. Míster X pone la luz direccional (rara en México, exigida por los daneses de acuerdo a lo que impera en su país), y levanta el brazo para indicar a los automovilistas que vamos a cambiar de carril pues adelante hay un camión que nos obstaculiza el paso. Hay que “echar un ojo al gato y otro al pavimento”, en especial a esa estrecha franja comprendida entre la banqueta y las puertas de microbuses y camiones de pasajeros: franja cuya superficie podría ser definida, por lo menos, de accidentada. Cuando no son baches, son topes, alcantarillas abiertas, grietas o una mezcla de todo esto. Ni qué decir del cotidiano zigzagueo entre espejos retrovisores. Sin embargo, con o sin bicicleta, los mexicanos llevamos décadas toreando el tráfico.
No hay duda de que el principal temor de cualquier ciclista urbano es que algún conductor de vehículo abra de improvisto su puerta. Muchas dentaduras y narices se han roto en estos trances. Aunque, por el momento, corremos con suerte. Ya tomamos Oaxaca, rodeamos la glorieta de la Cibeles y esquivamos una obra de reparación de la vía pública. Poco después arribamos a Nuevo León, cruce con Michoacán, en la mera Condesa. Míster X se detiene, baja de su “patas de hule” (como cariñosamente le dice a su bicicleta), la carga unos cuantos escalones y después se la encarga al vigilante del edificio. Yo hago lo mismo. Subimos al primer piso por un paquete. Tiempo calculado de viaje: catorce minutos. Nada mal para un martes a media mañana.
Un día antes me encontraba con Uwe y Ulre —daneses con nombres alemanes, algo común en su patria— en un ya viejo edificio en la calle Antonio Caso. La base de Ciklos está hecha un reverendo desmadre. En un pequeño pasillo están formadas tres o cuatro bicicletas. Hay un mapa del Distrito Federal en la pared. “Nos acabamos de cambiar. Está chida la oficina, ¿no?”, me dice Uwe, con su español en el que las erres suenan muy fuertes, y quien, ataviado con una camisa a cuadros y unos jeans, me recuerda a los granjeros menonitas de Luz silenciosa, la película de Carlos Reygadas. Al fondo, tras una ventana de vidrio y luciendo una camiseta sin mangas que muestra su musculatura bien trabajada en el gimnasio, está Ulre haciendo llamadas.
Uwe habla sin parar en un castellano que más parece provenir de Santa María la Ribera —su barrio adoptivo— que de alguna escuela de idiomas. Me narra que tanto él como su socio vinieron a México por primera vez en 2006 para hacer un trabajo de psicología, merced a un programa de intercambio entre su universidad danesa y la UNAM. No obstante, al poco tiempo de haber vuelto a Copenhague, se dieron cuenta de que su aburrimiento en la academia no paraba de crecer. ¡Necesitaban acción! Así que decidieron venir en pos del Mexican Dream. Y, de entre todas las ciudades mexicanas, escogieron el Distrito Federal. “Nos dijimos: vamos a conquistar la más grande, la más fea, la más sucia y la más conflictiva. Regresamos para ser felices y triunfar en México”, remata orgulloso un Uwe más parlanchín que Ulre.
Y qué mejor para ser felices en la tierra del pulque y del mole que abrir en su capital una agencia de mensajería en bicicleta. Suena muy lógico. Aquí, el dueto europeo se ha topado con una urbe liosa que resulta, en varios aspectos, el reverso de la capital danesa. Por ejemplo, han encontrado que los cleteros mexicanos casi no tienen problemas con los agentes de tránsito. Pero en Copenhague las leyes son implacables con los que andan en bici, considerando que hay muchos más pedalistas que automóviles (y cómo no, si Dinamarca les aplica a la compra de éstos, cuando son nuevos, un impuesto del trescientos por ciento). “En cambio acá, si te pasas un semáforo en rojo, lo más que te llega a decir el tamarindo es ¡órale, güero!”
Tengo varias preguntas que hacerle a Uwe. Una de ellas es sobre la contaminación. ¿No les parece dañino para la salud andar respirando detrás de los escapes de tantos coches? El Gran Danés, como le apodan con sorna quienes trabajan bajo sus órdenes, parece no inmutarse y saca una mascarilla de su empaque original. Me da la impresión de que tal vez nadie usa las que hay en la oficina. “Dicen que andar en bici en el Distrito Federal equivale a fumar tres cigarrillos al día, ¿y quién no se fuma esos tres cigarrillos diarios?”
¿Y la seguridad? ¿Acaso no es peligroso lo que hacen? “No…, hasta ahora”, me responde. También aporta un dato estadístico de su país: ochenta por ciento de los accidentes los tienen los ciclistas solos y en áreas próximas a donde viven. Le inquiero a Uwe si han tenido accidentes graves, pero aquí, en la capital mexicana. Me contesta que no.
Regresando a mis avatares pedalísticos, hasta el momento ningún agente se ha metido con Míster X ni conmigo. Mi único pendientillo, ahora que circulamos por Insurgentes Sur, cruzando el Viaducto, son los microbuses. Quizá por eso, a la altura del Polyforum Cultural Siqueiros, nos volvemos a trepar a la banqueta y sorteamos a un par de peatones. Más adelante encontramos la calle Concepción Béistegui —Colonia del Valle— y en un santiamén ya estamos haciendo nuestra entrega. Ahora Míster X se comunica vía Nextel con la base. La empresa paga por comisiones, así que, a más entregas, más dinero. Veinticinco pesos es el cobro mínimo por entrega, ocho pesos por kilómetro o doce si el terreno es muy irregular (entiéndase con bajadas y subidas pronunciadas). En promedio, según Míster X, un mensajero de Ciklos se embolsa unos trescientos o trescientos cincuenta pesotes por una jornada que comienza a las nueve de la mañana y puede terminar pasadas las siete de la noche. ¿Tienen seguro de vida? Hasta el momento sólo seguro social. Cabe mencionar que las aseguradoras privadas catalogan de “alto riesgo” la profesión de mensajero pedalista en el Distrito Federal, por lo que difícilmente cubren a quienes la ejercen.
Se nos indica que tenemos que regresar a la Condesa, pero antes le sugiero a mi guía que paremos en la tienda de abarrotes más próxima para abastecernos con palanquetas de cacahuate. Hay que ingerir alimentos energéticos de fácil y rápida digestión (ayer compré una penca de plátanos, que tienen mucho potasio, el cual ayuda a evitar los calambres). También pasamos a un Oxxo para hacernos de bebidas hidratantes. Además, en mi jersey de cletero, que tiene bolsas en la espalda, puedo cargar sándwiches de pan integral con mermelada, que son mis favoritos. Llevar comida en cantidad suficiente no es nada más una necesidad humana ya que a veces algo hay que lanzarles a los canes que nunca faltan en las rutas de los mensajeros, y más en colonias populares. “A mí una vez me mordió un pinche perro en la Martín Carrera”, cuenta Míster X, “y por eso ahora siempre cargo con un pedazo de pan al menos, por si las dudas”.
Míster X me hace saber que tal vez de la Condesa tengamos que ir a Polanco, y de allí a entregar un paquete a la casona de Sasha Montenegro en las Lomas de Chapultepec. (Iba a poner la “encuerat…” Montenegro, pero capaz que me demanda, como a Isabel Arvide, que hasta su casa perdió tras el juicio por difamación que la ofendida interpuso en su contra.) Tan sólo de imaginarme esas subidas y bajadas tipo montaña rusa me dan escalofríos. En División del Norte un microbús me pasa zumbando a escasos centímetros. Podría decir que invadió mi aura. Se lo comento a Míster X y me replica: “Sí, hay que tener mucho cuidado. A veces hay que andar adivinando hasta las intenciones de los choferes, más de los microbuseros.” Me pregunta si no tengo inconveniente de agarrar el Periférico. Qué va.
“¿Dónde están las buenas piernas en esta ciudad?”, se pregunta el fortachón Ulre, aludiendo al poco ejercicio que hacen los capitalinos y, por añadidura, a su mala condición física. Aunque no descarta la posibilidad de que alguna mujer contrate los servicios de Ciklos con la idea de ver llegar a un jadeante y musculoso mensajero, el propósito principal de la empresa es demostrar que en México sí se pueden hacer negocios que vayan más allá del beneficio individual. “Esta ciudad no está hecha para humanos, sino para automóviles. Es un ejemplo de capitalismo cabrón”, se lamenta. “¿Pues no que mucha izquierda gobernando el Distrito Federal?” El tozudo danés comenta que ha visto fotos que le tomaron a la capital a principios del siglo XX, pareciéndole un paraíso. Propone, por lo demás, algo que se asemeja más a una ilusión que a cualquier otra cosa: recuperarlo.
De cualquier forma, Ciklos les vende a sus clientes rapidez, y, en menor medida, conservación del medio ambiente. Pese a que ya cumplió un año y medio de existencia (con más de seis mil entregas), esta compañía está lejos de tener un buen porvenir asegurado. Ni siquiera el porvenir en sí. Ulre, quien habla un español más cadencioso, me dice que el día que cuenten con cien mensajeros podrán hablar de una empresa en forma para cubrir las necesidades de cinco millones de clientes potenciales. Por el momento hay que conformarse con diez, y la rotación de personal es alta, algo por demás comprensible: ¿quién tiene el aguante y las agallas para peinar el Distrito Federal todos los días a bordo de una bicicleta?
Ciklos tiene una cartera de aproximadamente cien clientes. ¿Quiénes son? Pequeños empresarios, artistas, amigos de amigos. En diciembre pasado firmó un contrato con la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente: un buen augurio, quizá.
Aunque parezca contradictorio, Ulre le apuesta a que el tráfico de automotores llegue a ser un aliado. Cree que llegará el momento en que los chilangos nos opondremos a perder a diario tanto tiempo en traslados. “Hay gente moderna que quiere hacer algo bueno por la ciudad.”
—¿Qué es lo mejor que les ha pasado como empresa?, le pregunto.
—Sobrevivir, responde secamente.
Camino a Polanco empiezo a sentir cansancio. Noto que mi cerebro ya no está muy dispuesto a seguirme en el recorrido. Ni la palanqueta, ni el plátano, ni la bebida hidratante han sido suficientes. Siento un ligero dolor en el pecho. Escurrimientos nasales. Puede que el aire de la metrópoli esté hoy demasiado denso y deba hacer un alto en el camino. ¿Alguien ha venido descendiendo en avión a eso del mediodía entre semana? ¿A poco no hay que dejar arriba el celeste y atravesar una como nata oscura? Pues bien, siento que la nata se me está metiendo a los pulmones. Ya incluso me pesa traer mi iPhone bien sujeto al bíceps: vaya ingratitud la mía, porque el aparato ha captado todas estas incidencias cleteras que le he dictado “en tiempo real”.
Pero no le comunico nada de ello a Míster X, quien sigue pedaleando como si nada (incluso sin tomar agua). En una parada le pregunto si alguna vez se ha sentido mal por la contaminación. “Al contrario”, me confiesa con sonrisa burlona, “andar en bici me ayuda a que no me dé gripa.”
Bajar por un paso a desnivel en una bicicleta sin amortiguadores, y después de un par de horas pedaleando, no es nada, nada grato para el trasero de un ciclista bisoño. Funestos pensamientos me invaden: que si los carros a toda velocidad, que si un bache, que si una embestida y al otro mundo… Pero la libro. Afortunadamente del Circuito Interior hemos arribado al tramo de la Ciclopista, la cual atraviesa parte del Bosque de Chapultepec. Estamos sobre Reforma a la altura del Museo de Antropología. Luego dejamos atrás el monumento a Colosio (cuya cabezota, al parecer, quiere competir con la de Juárez en Iztapalapa) y la estatua del viejo sátrapa de Azerbaiyán que aún está por el rumbo. Y aunque la Ciclopista se halla claramente marcada, eso no impide que algunos automovilistas desconsiderados se detengan en ella. Poco antes de llegar a la Fuente de Petróleos hacemos una pausa en una zona arbolada. Tenemos instrucciones de esperar al colega Macoy. Después de echar un vistazo a su Guía Roji, que es como una tercera rueda para quien desempeñe este oficio, Míster X me habla de su conversión al cristianismo. La tarde está despejada, si bien el tráfico es demencial. Allá viene Macoy (en realidad llamado Joaquín).
A la oficina de Ciklos llega Prince, un tipo barbudo ya entrado en sus treinta, vecino de Tlatelolco. Prince —o Arnaldo— es otro mensajero de la agencia. Antes de que se me olvide mencionaré que tanto seudónimo sirve para identificar a cada quien durante la comunicación radial. Mientras intenta cambiar la cámara de una llanta (por lo general se presenta una ponchada por semana), charlo con Prince. Me comenta que, a diferencia de la mayoría, él prefiere la bici de ruta y no la de montaña. Esto por la velocidad. Le pregunto por los diferentes destinos en la ciudad. Me dice que ir a sitios como Polanco, la Roma, la Condesa, la Cuauhtémoc, incluso a Coapa (sur) o Lindavista (norte) es algo más bien tranquilo. Pero que ir a La Herradura es de lo más difícil, por las subidas tan empinadas. Le pregunto por los tiempos. Dando un ejemplo, a Milpa Alta, ya colindando con Morelos, se hacen dos horas y media. A Tultitlán, Estado de México, pues dos. “Pero en coche se hace más”.
—¿Cómo manejan los chilangos?
—No, pues bien atrabancados.
—¿Qué consejo le darías a los cleteros del df?
—Que se cuiden sobre todo de los microbuses y en general del transporte público. Ah, y de uno que otro loco. De las viejas también.
—¿Qué tienen las mujeres?, interviene Uwe.
—No sé… ésas dicen “voy derecho y no me quito”.
De pronto Prince pierde la paciencia y comienza a tasajear la llanta con un cuchillo de cocina. Quiere retirar la llanta a como dé lugar. Pero la llanta no se deja. Sale furioso de la agencia. Sabe que ha perdido un día de trabajo.
Mientras Míster X y Macoy se ponen de acuerdo en qué entregas hace cada quien, yo tomo la decisión de regresar a la base. Ni modo, ya no podré saber dónde vive la Montenegro (no confundir con la Colina del Perro, esa mansión que José López Portillo, su ex, mandó hacerse en Bosques de las Lomas, un poco más arriba, y que sin duda pudo competir con la Colina del Negro Durazo en Tlalpan, a fin de albergar algo muy necesario en México: el Museo de la Corrupción). Casi para despedirnos, Míster X me recomienda muchísimo que vea Quicksilver, la cinta en donde Kevin Bacon protagoniza a un otrora corredor de bolsa en Wall Street y quien, tras verse arruinado, decide hacerse mensajero pedalista. “Esa sensación de libertad que se tiene no la cambias por nada.” Estrecho su mano. Le agradezco infinitamente haber disminuido su velocidad habitual (en promedio veinticinco kilómetros por hora, aunque en bajadas se pueden alcanzar los setenta) para llevarme por el buen camino. Para finalizar me da un consejo: “Ojalá puedas comprar un cuadro con suspensión delantera y trasera.” Lo tomaré en cuenta, sólo que dudo mucho que algún día me acostumbre a recorrer esta ciudad nuestra en bicicleta, menos aún para materializar ilusiones empresariales o ecológicas.
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José Alejandro Arceo Contreras (Ciudad de México). Estudia la maestría en Urbanismo en la UNAM. En 2000 obtuvo el primer lugar en el Concurso Para Leer la Ciencia desde México del Fondo de Cultura Económica. En 2003 recibió el primer lugar en el Certamen Nacional de Ensayo Francisco I. Madero, y en 2011 ganó el primer premio en el Concurso de Ensayo Político Carlos Sirvent.
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