La poesía se alimenta de hallazgos; la escritura también averigua aspectos de la condición humana y no existe función más humana —afirman los antropólogos— que el lenguaje. Asimismo la lengua castellana, que bajo la marca latinoamericana se trasplanta poéticamente en un neobarroso (como lo quería ver Néstor Perlongher), es una arcilla, un material lodoso de construcción. Pero también esta idea puede ser descontextualizada: el hombre en el génesis fue hecho de una arcilla particular (barro). Entonces, el neobarroso sería el hombre nuevo, el que se construye únicamente con el lenguaje. Imaginemos quizás que la palabra “hombre” se relaciona con humus, es decir, cosa que está en el suelo. Para Wingston González, la voz poética, la que manipula en su libro, se da por la descomposición de materiales animales y vegetales. El poeta elabora sus artefactos poéticos desintegrando o disgregando elementos cognitivos: posmodernidad, pornografía, mercancías, caminos, anécdotas, fraternidades.
Sin embargo, san juan la esperanza [apéndice de un mundo encontrado jardín y representaciones atonales] es difícil de determinar. Aunque es un libro que contiene poemas, no se trata a cabalidad de un poemario ni de un libro de poesía. El libro no se agota con explorar una función empática o metalingüística; abre una indagación ontológica. Así lo dice el propio autor en la nota inicial (aunque después afirma que es una nota inútil):
es más un intento de copiar de experimentar el “por qué” al ajustarme a ese lapsus de olvido (recuerdo de aquel ejercicio de wittgenstein en sus investigaciones filosóficas). el título refiere a un pequeño tramo de la carretera en quetzaltenango en guatemala. durante el tiempo que hice el viaje a diario ese tramo me parecía el único punto en el que podía desaparecer desvanecerme de todo hacerme lenguaje mismo.
Aquí podría admitirse, respecto a la idea de fijar marcas de ruta en la lectura de san juan la esperanza, la usual cita de Wittgenstein en el Tractatus: “Todo aquello que pueda ser dicho puede decirse con claridad, y de lo que no se puede hablar es mejor callarse.”
A pesar de ello, algo que puede dar luz al asunto es el subtítulo [apéndice de un mundo encontrado jardín y representaciones atonales]. Lo que nos muestra el registro del poeta guatemalteco es apenas la parte accesoria del mundo que él percibe. Se trata de un archivo adjunto que más o menos explica lingüísticamente las características de ese universo. Wingston, en este caso, puede colocar su poética en dos posturas que sí son disyuntivas: 1) mostrar escenas micro-poéticas para omitir la generalidad del mundo al que alude, o 2) mostrar sólo las partes habitables y transmisibles de ese mundo, es decir, el “jardín”. Asimismo, las representaciones de ese jardín son atonales: se reproduce una melodía que no tiene una tonalidad bien definida. Ésa es la principal característica de la poesía de Wingston: su variabilidad. El signo lingüístico dislocado, lo que él llama “la voz ligera del poeta”. De allí el epígrafe de Blanca Varela, quien exhorta a escuchar sólo la música y no más los significados. La palabra wingstoniana surfea el reflujo del significado/significante: “como la palabra que rompería el ritmo / afónico del después que. como matar alegre o acostumbrarse al / sueño. como río lento como diana sudores/ verbos/ costas/ calíope./ como los días de uno en uno preferibles al silencio”.
¿Pero cuál es el punto de este quiebre? ¿Cómo se provoca el instante en el que el poeta se desterritorializa y comienza su devenir lenguaje? La intercesión, como nos dice desde el principio el autor, es el tramo de la carretera San Juan-La Esperanza. Allí es donde sucede la metamorfosis semántica. Primeramente la ruta per se no trasmuta la realidad:
carretera san juan la esperanza por delante
gente con máscaras multitudes ahorcadas gentío
el yelmo en la cabeza de los reptiles gente al escuchar
las baladas que canta el calor
arena seca y árboles desiertos
Más adelante, ante los sonidos, siguiendo religiosamente la música, el poeta resiente el peso de su humanidad y se libera.
pero soy feliz feliz feliz
porque san juan – la esperanza
(esa interrupción donde el simulacro
es una autopista interminable)
es ahora mi masa mi andamiaje
y no sé si transfigura
(quién se sabe plurívoco)
pero el cuerpo al menos
calla
como todo poema
El poeta también realiza experimentos mentales, siguiendo a su manera al Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas, abandona el ideal de un lenguaje perfecto y lógicamente ordenado —ésta se trata de una empresa imposible e ingenua—. El lenguaje es pragmático, surge por convencionalismos. Además es una forma de vida: una manera de actuar. Para Wingston, el lenguaje se compone por una diversidad de juegos que satisfacen la especial relación de lo humano con el mundo. El poeta realiza también sus indagaciones casuísticas: “lo único significable es la ebriedad apostada en todas partes (cómo explicarlo / cómo si te preguntás por qué un hombre por qué no amarillo y toro / concilio del sueño)”. El temperamento escéptico nubla cualquier posibilidad de aterrizaje epistemológico; se desarrolla un “terrorismo sintáctico”. El poema nunca dictará paradigmas: “solo la aurora es necesaria una operación invisible / y que la verdad es que en un poema no hay verdades”. Del mismo modo afirma aforísticamente: “la verdad es tan inútil como las olas”. Finalmente, la volatilidad crea anomalías en las formas poéticas. Wingston González, heredero de las vanguardias, fabrica espejos, callejones y engranajes gigantes que habitan los linderos de las letras, de las páginas. La sombra también es elocuente y se lee al concluir la línea: “rudo sobre el trapecio encendido * de esta boca llena de palabras * más impotentes que el malestar”.
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Manuel de J. Jiménez (Ciudad de México, 1986). Poeta y ensayista. Estudió Derecho y Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado los libros Iuspoética (2.0.1.2. Editorial, 2011; Cinosargo, 2012), El final del Estado (Literal, 2013), Interpretación celeste: la luz de otra estrella (UANL, 2013) e Interpretación celeste: azul trenzado (Catafixia, 2013).
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